El poeta Enrique Linares Martí nos ha hecho llegar un bellísimo texto sobre La limosna de los días, de Gregorio Dávila de Tena, poemario galardonado con el XXXI Premio de Poesía Ricardo Molina. El texto que van a leer a continuación es una emotiva crónica sobre la tragedia de la DANA en Valencia, en la que los versos de La limosna de los días les acompañarán con vocación sanadora.

La limosna de los días, un canto a la comprensión

   Octubre de 2024. València. El agua indolente y brutal en su caudal desmedido ahoga els pobles del sud. Barro, rabia y… ¿solidaridad?, aún dudo de este sustantivo que resulta demasiado pomposo en estas circunstancias. Necesito la cercanía de la palabra sincera, de aquella que brota porque no tiene más remedio que nacer. Por eso la lectura de estos versos al llegar a casa: «Haces saliva con el barro para curar la ceguera…» te recompone como el caldo caliente al pasar por la garganta dolorida; es un brazo tendido para salir de unas calles repletas de sinrazón, de una catástrofe que aún crees fruto de un sueño, de esa maraña de buenas intenciones que nos llegan como ecos lejanos, pero que no despejan las dudas.

   Grego me susurra entre sus páginas:

«Yo sólo quería que mis versos dieran algo de paz.

Sólo eso».

Haces saliva… Es La limosna de los días que a veces no se entiende, que debes admitir sin apelación, que sólo en una entrega desnuda cuando la cruzas y el dolor brilla como una moneda en el fondo del estanque, aciertas a vislumbrar. Pero de nuevo viene a mi ayuda el poeta cuando me enredo en dar respuestas desde mi obscena osadía: «A veces la filosofía es un palo de ciego y un zahorí la poesía…». Quizá todo es más fácil de lo que difícil parece.

   ¿Mejor decir alteridad en esa dádiva que restaura en su doble dirección? ¿Ser «el otro» para poder entenderse?

   En aquellos días, donde perdía mi opinión sobre cómo lograr ayuda necesaria a esa inmensa tragedia, llegaba a casa y me esperaba el libro de Gregorio Dávila como pomada sanadora ante una cruda realidad. Era el descanso ante tanto sinsentido:

«esta mañana plomiza

entre el dolor y la alegría

este tráfico intenso de luces parpadeantes

que señalan el cambio de sentido

(¿hacia dónde?)

Siempre este sol intermitente y tenue».

   Me sorprende la capacidad de Grego para diseccionar nuestra alma y extraer de ella —con la ayuda de los poetas que navegan por su biblioteca— lo mejor que ofrece el ser humano. La limosna de los días es un canto a la comprensión de los que no acertamos a balbucear con nuestros pobres escritos y pensamientos en esos momentos que un verso es más que un documento legal. Podemos tener protocolos y prevenciones preparadas para paliar el dolor humano y todo serán bienvenido, pero sólo la transmisión de corazón a corazón a pie del barro será la única salvación de urgencia. Un verso cercano resulta más efectivo que mil declaraciones.

«Todo poema es un camino, un viaje por el tiempo,

es abrir un espacio para los pies del peregrino».

Qué bien sientan estos versos cuando cansado y sin ganas de teorizar llegan sinceros a las entrañas.

«Olvida tanto anhelo de palabras

y deja que el poema anuncie

la lengua de las cosas».

   Sin duda el Arte nos salva. Bibliotecas, museos, teatros y salas de conciertos debían declararse espacios de sanación. «Sucede la poesía, el canto redentor ante los espectros de la muerte…» (de las Palabras iniciales por Juan Carlos Maestre).

Y así, en este trasiego de reflexiones y poemas, llegamos a la palabra gracias.

«Y agradezco la herencia recibida

el patrimonio de estos versos

el usufructo de tantos poetas

porque escribimos

para donar nuestras palabras

y que otros continúen este canto».

   No se entiende la poesía de Grego sin la palabra gracias. Es un poeta que tiene claro su trabajo como tejedor de versos, podría escucharle decir: «si yo escribo es porque otros me enseñaron a ser poeta».

   Y eso es de agradecer.

«Me ha sorprendido el azahar

desparramado por el suelo

junto a los desperdicios»

.

   Barro, rabia y alteridad.

   Me despido con estos versos de Joaquín Sabina que comentamos uno de esos días mientras quitábamos lodo en Massanassa: «La poesía huye, a veces, de los libros para anidar extramuros, en la calle, en el silencio, en los sueños, en la piel, en los escombros, incluso en la basura».

   Gracias Grego por esa limosna que no es fruto de la vana caridad de lo que sobra sino de la luz que, en libertad y de forma universal, nos asombra cada día.

Enrique Linares Martí
La limosna de los días, de Gregorio Dávila de Tena, un verso cercano resulta más efectivo que mil declaraciones. Crónica sobre la tragedia de la DANA en Valencia y poesía sanadora. Por Enrique Linares Martí. @canticoed. Share on X
La limosna de los días, de Gregorio Dávila de Tena

La limosna de los días

Gregorio Dávila de Tena

Editorial Cántico

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