Reseñamos hoy La levedad de Cristina Liso, su poemario posterior a aquel inaugural Manos de tierra (Vitruvio, 2018) de cuyos versos nos ocupamos en MoonMagazine. Copiamos ahora el enlace (a modo de recordatorio y también para nuevos lectores de nuestra revista interesados en la obra de esta gran autora navarra): Manos de tierra, leer aquí. Desde diferentes registros poéticos —y abarcando cinco temáticas— Cristina Liso ofrece en La levedad otra magistral muestra de su existencialismo jubiloso, vertido siempre desde un lenguaje sencillo y cristalino, en estrofas no demasiado extensas de las que ella se sirve para transmitir con intensa eficacia la realidad que le circunda (e interesa poetizar).
En poemarios para un verano sin crímenes, Manu López Marañón reseña hoy La levedad, de Cristina Liso, otra magistral muestra del existencialismo jubiloso de la autora, vertido desde un lenguaje sencillo y cristalino. Compartir en XEl grupo más numeroso de La levedad viene constituido por catorce poemas que tienen a la naturaleza como inspiradora. Como dice el poeta salmantino Carlos Medrano, «Los grandes poemas que se recuerdan siempre conducen, como la primavera o el verano, a la naturaleza». En [6] la poeta, desde una contemplativa serenidad, percibe cómo la llegada de la primavera despierta sus sensaciones; un solitario rayo de luz traspasando las hojas de un árbol resulta suficiente para mostrar la grandeza del verano [11]; en [13] la poeta afirma cómo un día feliz es aquel que le permite disfrutar con los innumerables placeres de la naturaleza, y en [14] nos confiesa que en ese entorno privilegiado el anhelo por la vida —y su asombro— no cesan desde que se levanta hasta que se acuesta.
SÓLO UN RAYO DE LUZ [11]
Sólo un rayo de luz
—herida luminosa
entre las hojas del ciruelo
en la sombra del jardín—,
sólo un solitario rayo de luz
habla de la grandeza
del atardecer estival
que cae, tras los montes
a nuestra espalda,
y se oculta en mil juegos eternos
para alumbrar, después,
otros tejados, otras vidas.
La dureza de este mundo ha explotado salvajemente a la naturaleza, ha destruido un millón de los seis millones de plantas y especies animales, y ha intoxicado con emisiones de gases invernadero la atmósfera generando el calentamiento global. La poeta busca (y encuentra) en esta naturaleza herida símbolos, metáforas y hasta alegorías que dan una vuelta al célebre epigrama de Oscar Wilde. En efecto, la naturaleza ya no imita al arte, la naturaleza es el arte. En [1], la cotidiana y silenciosa construcción del nido que hacen dos pájaros es una alegoría de la vida doméstica compartida; [2] muestra una encina casi vencida, pero recibiendo alimento por sus raíces y mirando aún al cielo, en un claro símbolo de vejez plena; en [5] el silencioso crecimiento de las semillas es comparado a una vida avanzando sin ruido, y en [7] una hilera solitaria de cipreses se convierte en metáfora del paso humano por el mundo.
CIPRESES [7]
Solitarios, como cipreses
del cementerio, en hilera
avanzamos sin saber hacia dónde,
olvidando las manos y los brazos.
Estampas de la naturaleza estáticas como fotografías, o sensaciones percibidas por otros sentidos sirven a la poeta para transmitir estados de ánimo. Así, en [3] un fuerte viento sobre su casa anticipa la tormenta y otro viento, frío ahora, zarandea las últimas hojas del otoño anunciando la inminente llegada del invierno [8]; en [9] la llegada de los pájaros del verano al porche despierta en ella incertidumbre sobre su último viaje; y un solitario milano, indiferente, sobrevuela una fúnebre comitiva haciendo comprender a la poeta cómo la vida sigue [10]; en [12] otro milano sobrevuela ahora un dorado campo a punto de ser cosechado que anticipa el otoño.
SOL DE INVIERNO [8]
Este sol del camino
tiene color de primavera.
Los álamos, casi desnudos,
esbozan sombras alargadas
sobre la tierra enjuta.
Un viento frío zarandea
las hojas últimas,
pequeñas y doradas,
que allá arriba resisten.
Después, sólo el invierno.
Un segundo grupo, también numeroso (doce composiciones), está centrado en referir vivencias familiares y hogareñas. T.S. Elliot dijo: «Además de placer, la poesía proporciona la comunicación de una experiencia nueva, o de una expresión renovada de lo familiar, o la expresión de algo que hemos experimentado y para lo cual carecemos de palabras, que nos amplía la conciencia y nos refina la sensibilidad». Paseos por la orilla del mar de la poeta acompañada de su madre [15] y recuerdos navideños de ella [16]; otro paseo feliz, esta vez con su pareja [24], con la que luego disfruta de un juego infantil de fichas [25], o con la que construye su hogar, tarea de una vida, donde vivir juntos y felices [20], dan noticia de personas muy queridas por la poeta.
CONSTRUYENDO LA VIDA [20]
Ladrillo rojo
sobre ladrillo rojo,
dibujarán el hueco de la puerta
para entrar y colgar el abrigo.
Ladrillo rojo,
sobre ladrillo rojo.
alzarán las ventanas
con flores violetas de invierno,
y las paredes blancas
de la cocina donde comer juntos.
Cuando cerremos la puerta,
cuando la ropa esté colgada
y abiertas las ventanas,
cuando todo sea nuestro por fin,
llegarán las órdenes
de abandonar el edificio.
Otros poemas de esta parte reflejan una crónica familiar trascendida a un humanismo identificable con las buenas maneras de la persona sensible e ilustrada. Así, el tráfago navideño que engulle a una desorientada campesina [17]; una mercería cerrada y en alquiler que despierta los recuerdos de su solícita empleada [19]; las manzanas llenas de color y el aroma de las galletas recién horneadas [22]; labores domésticas realizadas con silencioso cariño [23], o aquella casa donde la poeta vivió de niña, a punto de ser desalojada, haciéndola sentir ya el frío del olvido [26], son versos que recogen una introspección reflotando escenas del pasado y hechos aparentemente triviales de la vida cotidiana que su autora transforma en delicadas estampas poéticas.
MANZANAS Y GALLETAS [22]
[…] En su silencio las manzanas
teñidas de rojo, naranjas y amarillos
ofrecen la luz de todo el verano
y al respirarlas traen
el aroma del viento
pasando entre sus hojas.
Sacas las galletas del horno
y un dulce olor llena la habitación,
pones todo sobre la mesa. […]
La creación poética encuentra acomodo en este segundo poemario de Cristina Liso. Mario Vargas Llosa dijo: «En todas las ramas de la creación artística, la genialidad es una anomalía inexplicable para las solas armas de la inteligencia y la razón, pero en la poesía lo es todavía mucho más, un don extraño, casi inhumano, para el que parece inevitable recurrir a esos horribles adjetivos tan maltratados: trascendente, milagroso, divino». A pesar de las poderosas imágenes que nos regala hay que resignarse a que el Poeta, hoy, apenas es tenido en cuenta [27], pero ello no desmoraliza a nuestra poeta, que invita a la Poesía a entrar en su casa para que ilumine el misterio cotidiano [29]: casi desnuda de palabrerío, la poesía esencial es luz atravesando espacios [31]. La poeta descubre en su yo creador la personalidad que más aprecia [28], se identifica con Giordano Bruno, inspeccionador del universo [32] y, tras reconocerse succionada por el poder de la lectura [30] cuenta cómo, a través de los agujeros de una vieja manta, ve la inmensidad del cielo estrellado [33].
EXHORTACIÓN A LA POESÍA [29]
Entra en casa, entra,
puerta y ventanas
están abiertas para ti,
trae palabras silenciosas
entre tus dedos.
Muéstranos el misterio luminoso
de cada uno de los días.
Para Heinrich Boll «la poesía es la sensación de estar siempre con la muerte» y Rubén Darío pensaba que «la poesía existirá mientras exista el problema de la vida y de la muerte». Palabras poéticas contra la muerte tienen cabida en La levedad. Tres personas incomunicadas en un desolado paraje a las que ronda la muerte recuerdan la última pandemia [35], pandemia asimismo presente en esa hilera de ataúdes llevados por supervivientes [40]; hay dolor contenido en la familia de un joven fallecido, algo que, paradójicamente, remarca la continuidad de la vida [34]. La muerte deja su poso en cualquier camino, antes hollado por quienes ya descansan en sus tumbas [37]; el esplendor primaveral encuentra su contrapunto en un ciprés de negras premoniciones [38]; a un viejo árbol, al final de su existencia, solo le resta ya recibir la luz solar [39]; y la música de Chopin, modificando la percepción del paisaje y la naturaleza de los recuerdos, llega al corazón de la muerte [36].
PANDEMIA [35]
Sólo tierra, un montículo desnudo
sin árboles, sin hierba.
Sólo el aroma de la muerte
y un color gris en el viento.
Sólo tres personas
y los pájaros junto a la verja.
Termina este completísimo e inolvidable poemario de Cristina Liso con diez composiciones dedicadas al amor; más en concreto a celebrar la dicha del amor compartido. El centenario poeta peruano Edgar Morin ha dicho: «El sentido del amor y el sentido de la poesía es el sentido de la calidad suprema de la vida». La poeta, tras el amor, late al compás de la noche abrazada a su pareja [41] y en su compañía celebra la vida [42]; ambos se regalan besos con sabor a sal [45], sus abrazos se prolongan venciendo densas ausencias [47], las palabras hacen llevaderas esperas de la vida cotidiana [46] y sus paseos por la orilla de un río los hacen sentirse desembocando ya en el mar [48]. Pero también la pareja comparte su miedo durante la pandemia [43], por la vejez, que queda felizmente amortiguada por los eventos cotidianos [49] y por un amor siempre constante y ardiente desde la juventud [50].
SIEMPRE [50]
Te he querido
con mi trenza de mujer joven,
con mi piel de mujer mayor.
Te he querido
ente las gotas de lluvia,
en la paz de la nieve,
los días de sol y de niebla.
En este otoño, que es el tuyo,
con tus labios, que son los míos,
también te he querido.
Fue el poeta y novelista francés Pierre Jean Jouve quien dijo que «No hay poesía si no hay absoluta creación, y, en torno a esta creación como un nimbo permanente, el misterio debe permanecer. Creación y misterio forman el tesoro de la Poesía».
En La levedad el misterio poético se presenta como revelación. A veces esta da la sensación de surgir tras un feliz hallazgo más o menos fortuito. En otras composiciones advertimos la creación primigenia de rápida y certera pincelada; pero abundan también estrofas generadas por un selectivo trabajo con la palabra poética. En la insustituible poesía de Cristina Liso la sinceridad y la autenticidad son atributos esenciales de una obra que desde aquí deseamos continúe bajo estas bellísimas y estimulantes premisas.
La levedad. En la insustituible poesía de Cristina Liso la sinceridad y la autenticidad son atributos esenciales de una obra que desde aquí deseamos continúe bajo estas bellísimas y estimulantes premisas. Manu López Marañón. Compartir en X

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