Erwin, un tímido patológico incapaz de relacionarse con el sexo que le atrae, hombre sexuado a su pesar, acecha a todas las mujeres desde la protección que le ofrece la ventanilla y la velocidad del tranvía. También en los cafés, en la calle, si bien en estos casos acaba siempre bajando la mirada. Un día, se le presenta el Diablo en forma de mujer y le ofrece un pacto: Erwin tendrá a todas las mujeres que elija entre las 12 del mediodía y las 12 de la noche, con la condición de que el número de elegidas sea impar. Pacto, por lo que se ve, sin contraprestación, pues no se consuma la venta del alma a pesar del ofrecimiento de Erwin. Es un diablo burlón, lúdico, postmoderno.

La excusa es fantástica para asistir a la búsqueda frenética de un hombrecillo alzado de pronto a la categoría de dios olímpico. Erwin tiene un tanto de Faetón a las riendas del carro de Apolo, alzándose hasta chocar con la bóveda celeste, descendiendo temerariamente hasta provocar la negritud de los africanos. Porque en La mirada de Eros el tema principal no es el pacto diabólico, sino la efervescencia emocional de un personaje mediocre. Ya en el relato original adaptado por Irina Kouberskaya, Cuento de hadas, de Vladimir Nabokov, hay una parodia de las narraciones europeas de venta del alma al diablo, como el milagro de Teófilo de Adana, de larga tradición medieval (lo recogen Berceo, Alfonso X, Rutebeuf…), o el Fausto de Goethe.

Se dirá que, en una pieza de dos actores en la que todo el peso dramático recae sobre uno solo, las hadas brillan por su ausencia. Las hadas, como las nínfulas, son las mujeres que atraviesan los sentidos de Erwin, quien las observa furtivamente, las disecciona, las comenta en partes. La mujer no es un conjunto, sino un agregado de espalda, nuca, dedos, pelo, ojos, piernas, boca, huesos, frente, cejas… Nabokov, el entomólogo, dota a sus personajes de la misma capacidad de observación que él mismo desarrolló con sus insectos. Erwin no describe alas de mariposas, sino la curva de la espalda de las mujeres a quienes siempre sorprende desde atrás, o a través de la ventanilla del tranvía. La curva de la espalda lo vuelve loco, dispara su fantasía. Aunque luego, en más de una ocasión, el descubrimiento del rostro eche a perder sus ilusiones. ¿Se puede objetualizar más a la mujer? ¿Merece Erwin un castigo? ¿Se masca la tragedia?

Vladimir y Vera Nabokov a la caza de la mariposa

Vladimir y Vera Nabokov a la caza de la mariposa

Para colmo, nada más empezar Erwin exclama a voz en cuello «¡hay que abolir las artes y la literatura!», y «¡se deben volar las montañas para que ninguna parezca más alta que uno!». Tal vez a partir de ahí Irina Kouberskaya, a quien corresponde la autoría de esta parte, espera que compadezcamos al protagonista. Pero lo cierto es que Erwin queda dibujado precisamente como lo que es: un campeón de la mediocridad.

Un campeón de la mediocridad, sin embargo, fantasioso: ora se convierte en funambulista, ora en científico abnegado que, ante la visión de una célula, aparta la vista del microscopio y, transido por un rayo de lucidez, afirma «ahora lo comprendo todo». Esta apología del rayo divino, de la inspiración, de la fantasía redime al personaje, que ya empieza a parecernos simpático. La magia, la prestidigitación que exhibe Erwin en escena (vuelan mesas, arden objetos espontáneamente, se materializan ante nuestros ojos objetos luminosos…) tiene también la función de captatio benevolentiae. En efecto, Irina Kouberskaya añade un pórtico al relato de Nabokov, de manera que desarrolla durante los quince primeros minutos la frase primera del relato original: «¡La fantasía, el vuelo, los arrebatos de la fantasía!, Erwin los conocía muy bien».

Hay tal vez una cuarta lectura que nos sitúa en lo más crudo del genio del autor ruso: Nabokov no gasta el trillado tema del amor. Sus personajes no se enamoran. Sienten, en todo caso, una pulsión que se concreta en la vista y que viven por lo general hacia adentro. Se regocijan en la visión del otro, pero no pasan de espectadores perversos de la belleza. Por eso las descripciones de Nabokov del cuerpo de la mujer, de su movimiento, y del estado de ánimo del voyeur son tan intensas. Hay siempre una cadencia, una afluencia de sensaciones que dotan a sus textos de una calidad literaria inigualable. Sobre la escena, inevitablemente, este peso se traslada del objeto contemplado al sujeto que contempla, de las muchas mujeres que Nabokov describe en su relato, a la mirada del perverso Erwin, que gesticula, que se muerde el labio, que expresa su erotismo pasivo.

Y una quinta: el relato es doblemente paródico. Lo es por inscribirse tardíamente en la tradición de la venta del alma al diablo. Y lo es también literalmente en el título: La mirada de Eros, es decir, La mirada de Erwin. La identificación de Erwin con el diosecillo griego es, obviamente, una broma. El hijo de Afrodita ya fue satirizado en la Antigüedad y en el Medievo y en el Renacimiento y en el Barroco… pero aquí además es personificado por un pazguato que lanza sin ton ni son los dardos de amor exclusivamente para su provecho.

La adaptación de Irina Kouberskaya es fiel al relato original. Se reconocen en la escena los episodios y la letra de Nabokov. El pórtico que la autora añade es una amplificatio del carácter del protagonista. El genio de Kouberskaya reside en haber vislumbrado la posibilidad dramática de este Cuento de hadas que no se concibió para la escena, en explicarlo mediante la amplificación, y en conferirle la carne y el hueso necesarios para llenar un escenario.

El polifacético Iván Oriola, que alumbra a Erwin, da abasto con los vaivenes emocionales de un personaje en el límite de la fantasía y la introspección, y aún le sobran fuerzas: se transforma en el propio Diablo, con quien dialoga.

Iván Oriola en 'La mirada de Eros'

Iván Oriola en La mirada de Eros

De la escasez, virtud: el efecto de la crisis queda atenuado por el talento de la autora y de los intérpretes. Bastan dos actores para poner en pie toda la trama dramática. Es sabido: el actor se desdobla en varios personajes. Además, las nínfulas están representadas de modo exquisito mediante fotografías eróticas del primer cuarto del siglo XX, que se proyectan sobre los paños del escenario.

No se la pierdan.

La mirada de Eros estará en el Teatro Tribueñe, en Madrid, los días 24 de febrero, 2 de marzo y 25 de marzo.

Aún puede verse #LaMiradaDeEros, @TeatroTribuene Irina Kouberskaya dirige a @ivanoriola; @avazqvaz Clic para tuitear

La mirada de Eros

Narración original: Vladimir Nabokov

Adaptación y dirección: Irina Kouberskaya

Erwin: Iván Oriola

Sra. Ott: José Manuel Ramos

Escenografía: Eduardo Pérez de Carrera

Asesoramiento de vestuario: Hugo Pérez

Asesoramiento musical: Mikhail Studyonov

Montaje de imágenes: Antonio Sosa

Diseño de luz: Eduardo Pérez de Carrera y Miguel Pérez-Muñoz

Atrezzo: Irina Kouberskaya

Reseña de Alfonso Vázquez