Porque la verdad importa. Y tiene que oírse muy alto, aunque sólo se oiga una vez.
Frase de «la periodista» en la serie The Walking Dead, temporada cuarta.
A modo de introducción
«Esta forma de escribir ya no la encuentras en España», eso es lo que me dijo Iratxe después de leerle en voz alta las dos primeras páginas de Lapsus, de Salva Alemany, editada recientemente en 2025 en un sólido y hermoso volumen por la Editorial Amarante. Yo acababa de comenzar a leer la novela y quedé sorprendido ante un lenguaje narrativo tan bien ejecutado, tan bien usado para contar, elevando el galvanismo poético en ciertas partes de ese contar con alta, rápida e inmersiva pluma. Hoy algunas gentes desconocedoras de lo que es, en verdad, una novela, llaman al fulgor de ciertas partes poéticas en una prosa lo lírico (como algo malo que aturde, innecesario), y dicen que este recurso es un error porque sobrecarga y aburre. La realidad es que la mayor parte de los lectores de hoy se han acostumbrado a libros sin calidad alguna, planos y cuya torpe ejecución causa risa sin pretenderlo. Un arte novelístico para las masas no es arte, es prosaísmo huero, es muerte.
Iratxe y yo compartimos hallazgos preocupantes sobre la grotesca decadencia de las artes y sus artífices en la actualidad: el capitalismo como culpable primero y como culpables por perecer bajo su mandato de fenecimiento colectivo disfrazado de feria con payasos, los consumidores.
La misma Iratxe, que es letrada y vegana estricta como yo, en una ponencia que realizó hace algunos años en el centro de rescate y protección de primates Rainfer, expresó que según sus cálculos lo que nutre más las arcas de los mayores magnates del orbe, del mercado mundial globalizado, del capitalismo —de como lo quieras llamar— , es quizás en primer lugar la trata de personas —animales humanos y animales no humanos— y le sigue de cerca la droga —podríamos añadir la droga legalizada en forma de la mayoría de venenos inservibles únicamente para alargar un mal y cronificarnos como enfermos y como siervos de las farmacéuticas, cirugías faciales por moda, la teletienda, casi toda la parrilla de televisión actual, el fútbol, los influencers…
«Un libro es el arma más peligrosa»
Lapsus se introduce en el cáncer —caos resultante— nombrado, en el centro mismo de este, mediante el arma más peligrosa que existe: un libro. Me recordó esta verdad antigua un poli de la entrada del Juzgado cuando llevaba unos documentos a unos procuradores, de parte de Iratxe, y un par de libros míos (el poemario La Bella Revolución y la novela Humanzee) metidos en un sobre voluminoso, como regalo a un colega; le dije al segurata: son sólo libros, no hay nada raro — porque creí que me miraba raro, por mis pintas y aquel paquete tan extravagante—, y aquel tipo entrenado en lucha y defensa, oh grata sorpresa, me ratificó, con amable pero seria gravedad: «Los libros son más peligrosos que las armas».
Lapsus nos señala a todos —mirándonos fijo y con ojos límpidos—, ahí radica su peligrosidad, además porque nos cuenta una historia en la que con ciertos hechos o por ciertos personajes podríamos identificarnos, en algo, en parte; la identificación, el no sentirse solo, el ver que perteneces a una comunidad con iguales problemas y anhelos, eso quiere borrar el capitalismo. Por suerte, los cuentacuentos verdaderos como Salva Alemany siguen uniendo a la tribu con historias poderosas.
Lapsus, de Salva Alemany nos señala a todos —mirándonos fijo y con ojos límpidos—, ahí radica su peligrosidad. Los cuentacuentos verdaderos como @jacksshadows siguen uniendo a la tribu con historias poderosas. @AnimalPadilla Compartir en XLiteratura periodística a lo Capote, Lapsus parte de hechos reales
Con Lapsus, Salva Alemany aborda un suceso real que ocurrió en el barrio de Nazaret de Valencia, en el que se produjeron los hechos más estrambóticos y fronterizos con todas las aberraciones de las que es capaz el humano, en un lapso de tiempo relativamente corto. Y cual Capote hizo con el asesinato de los Clutter, en Kansas, perpetrado por los asesinos Richard Hickock y Perry Smith, cuya noticia conmocionó al novelista estadounidense hasta el punto de involucrarse con el tema durante más de cinco años, rubricando dicha historia en letras de oro para la historia del arte con su novela A sangre fría, Alemany, quien conoció los hechos de Nazaret de cerca y también, como aquel, ha realizado un ingente trabajo previo de documentación, ha inmortalizado, con una ejecución sorprendente en el plano literario actual, nombres y hechos de los acontecimientos ocurridos durante una macro operación policial donde se investigaba, entre otros, a un falso cura involucrado en una red internacional que introducía grandes cantidades de cocaína por el puerto de Valencia.
Algo sobre el falso cura de Nazaret
El falso cura, Vicente A.P. (en la novela, Padre Damián), era promotor de un albergue en Nazaret cuya fingida finalidad era dar cobijo a inmigrantes, mas el pretendido cura sólo ocupaba a esos desgraciados como parte del escenario de la tapadera de sus trasiegos con la droga que movía con gente de Sudamérica y España. En el falso albergue el cura, según denuncias de algunas de las víctimas, les daba comida caducada (con la justificación de que eso mismo hacen las ONG) y por su trabajo como obreros y pintores en las casas del barrio les pagaba a dos euros la hora. Para colmo, como se ha apuntado, el padre no era padre, no cristiano, al menos, sino vinculado a la secta destructiva Iglesia Palmariana, sita en Sevilla, donde hace algunas décadas comenzó el circo diario en Prado Nuevo de Amparo Cuevas cayendo en trance con voz ronca, sibilante, casi incomprensible a veces. Delante de cientos de feligreses, a través de su boca hablaba nada menos que la madre de Dios. Resulta gracioso que basta con consultar en Google el nombre de esta mujer y en la Wikipedia se lee «Luz Amparo Cuevas Arteseros (1931-2012) fue una estafadora española que afirmaba que se le aparecía la Virgen María».
La Iglesia Palmariana y el Padre Damián
La Iglesia Palmariana se expande lanzando falsos curas por el territorio español y allende las fronteras. El último caso donde han metido mano y se ha hecho mediático es el de las monjas clarisas truferas de Belorado (Burgos), a quienes se notificó que se arriesgaban a la excomunión tras vincularse a un grupo que no reconoce a los Papas que sucedieron a Pío XII, ese grupo es la secta de la que hablamos. La abadesa de tal convento, Sor Isabel de Trinidad estaba vinculada a una extraña operación inmobiliaria. Isabel pretendía vender el convento a un misterioso comprador por 1,6 millones de euros. Y tenía tratos con el falso obispo Pablo de Rojas, nombrado obispo por otro obispo de la peligrosa y polichinesca secta Palmariana. Este culto se fundó en 1978 por Clemente Domínguez y Gómez, quien caía en sufrientes trances y le aparecían estigmas y cruces de sangre en la frente. Desde Clemente hasta hoy, ni se sabe la de Papas y curas y obispos que la secta nombró. El Padre Vicente emergió de esta seudoreligión multiparidora de santos digna de reflejarse en un corto por Buñuel, si esto pudiera ser.
En la novela Lapsus, el padre Vicente pasa a llamarse Damián, y como se ha visto, es un elemento de mucho cuidado, y eso que sólo he perfilado poca cosa de él. Hay que leer la novela para entender que es perfectamente algo así como un personaje descartado de Fargo. Su vileza no tiene confines, y sus hechos delictivos, amplios y muy ambiciosos, tanto como su torpeza y limitada inteligencia instrumental, por su obvia sociopatía.
No queremos decir con esto (hemos nombrado a la secta de los Troyanos) que personajes nacidos de una secta destructiva, en concreto vinculados o pretendidamente vinculados a la iglesia católica, sean peores que los que la integran de pleno derecho. Religiones, sectas, sectas y religiones, para mí son un buen chiste; muy destructor, por cierto.
Pongo en negro sobre blanco este asunto del esperpento elevado al cuadrado, ya que si bien la iglesia católica, para quien habla, es una buena pantomima, la secta mariana del Palmar de Troya y toda su parafernalia, al menos en la actualidad, contiene más atrezo y teatrillo de calle y representa a la perfección el esperpento español, denunciado por delito de lesa inteligencia por la generación del 98 y tan bien retratado por Valle-Inclán en sus novelas.
Los personajes de Lapsus
Lapsus se desarrolla in media res de la trama montada por el en la realidad llamado padre Vicente, quien se disponía a traer en un barco hacia el puerto de Valencia entrando por Nazaret un cargamento de casi cien kilos de cocaína y la novela comienza presentándonos a los personajes (con capítulos pequeños titulados con el nombre o alias de quien se habla) que intervienen en este paso de la droga del mar a la tierra y de los protagonistas de unas vidas cercanas a aquellas —tengan o no relación con el narcotráfico—, con sangre que les corre por dentro y ojos que miran la luz; casi todas ellas, existencias destruidas, en zozobra, desquiciadas, en huida, cercanas con la cárcel, el óbito y, en el mejor de los casos, el arrepentimiento y un cambio, quizá, de rumbo: ¿acaso toda oscuridad no tiene una puerta?
Así, nos encandilamos con la construcción psicológica tan realista de Laura, la policía infiltrada, en la operación para desmantelar a la mafia del narcotráfico donde operan el fingido cura, un cartel colombiano y algunos de los elementos más pintorescos del clan familiar de Nazaret que se encargaba de sacar la droga del puerto de Valencia con la colaboración de algunos estibadores y vigilantes de seguridad. Las casas de esos jefes de la droga, tal y como se nos describe en Lapsus, por fuera parecen muy viejas y/o a punto del derrumbe y por dentro asemejan palacios de princesas de Disney colmados de objetos de oro puro, muebles carísimos y una decoración exquisita, abigarrada, muy lejos del alcance del pobre. El tío Miguel, uno de los muchos personajes disparatados de la novela, posee una vivienda de ese tipo, reversible, diríamos cómicamente, si cupiera el humor en temas tan escabrosos; y advierto, cabe, y mucho, eso lo sublima, transforma y define mejor aún, porque el humor siempre ha sido asunto serio.
En Lapsus aparece mucha historia de amor. La de Marcela y Nico (quienes persiguen un sueño que repetidamente deviene pesadilla). Nico trabajaba para el falso cura, y como los demás trabajadores que el timador explota de muchas formas, acepta la situación como un mal menor. Ambos son muy pobres y vulnerables. Triste y terrorífico es el asedio que otro personaje (de la coral inmensa que integra la novela), el Ñapas, perpetra contra ellos, con diabólico ensañamiento.
Luego hay un gimnasio donde entrena Carlo, uno de los integrantes importantes de la mafia de la droga y que sigue de cerca la policía infiltrada Laura, quien acaba sintiendo algo más que interés policial por su investigado Carlo. Otra pareja sentimental de personajes la componen el delgado, chepudo, con poca actividad neuronal y aspirante a boxeador profesional Canijo, quien frecuenta el gimnasio; Canijo vive con Marta, quien no está enamorada de él ni lo ama pero le guarda un enorme afecto —que es parecido al amor— porque es el único hombre bueno que conoce, refiere ella. Marta ejerce la prostitución, porque no cree ser capaz de otra cosa. La llaman La modelo porque en tiempos fue muy guapa, pero los rigores de su despiadado oficio la han lacerado mucho.
En la novela también conoceremos, entre otros con los que no me extiendo pues sería prolijo, El Javito, Hans el Holandés, el comisario Saldaña o el Ajedrecista.
Todos ellos y ellas se encaminarán como por un embudo hasta un final asfixiante y oscuro, ansiado por el lector que palpitándole el corazón a cien leyendo la novela desea ver cómo acaba, y no termina precisamente de forma previsible.
De todas formas, nada en Lapsus es previsible. Diría que tal y como se mueve por esos territorios que, como poco, causan aprensión al ciudadano medio, como son las drogas duras y el mundo de la prostitución y la delincuencia organizada o no, su autor como un pintor con mirada distinta nos presenta tales realidades (que acaparan todas las demás, nuestras vidas, sí) tras una pátina que las subvierte para bien, yo diría, porque las observamos como nunca pensamos las veríamos.
Lapsus nos muestra cómo es posible que una simple frase que nos dice un desconocido, un cambio pequeño e inintencionado de paso, un día malo o bueno en el que tomamos una decisión confusa, todo puede cambiar tanto de pronto para terriblemente mal como para muy bien, acaso. «[…] el hombre que vive, sueña / lo que es, hasta despertar», dejó dicho Calderón.
Lapsus, de Salva Alemany, el libro perfecto
Culmino mi comentario de Lapsus con ciertas conclusiones a modo de epílogo donde me limitaré a hablar de la narrativa en la obra, que es como hablar de cómo y con qué materiales se ha tejido un gran telar o preparado el decorado de una buena obra de teatro. Desglosaré este apartado en tres puntos de análisis de la escritura del libro, para que resulte más cómoda su lectura.
Denomino a Lapsus el libro perfecto no por exageración, me vino esto intuitivamente; sinceramente, creo que la obra contiene todos los elementos que, para mí, debe tener una auténtica novela. Debe estar bien escrita, debe hablarnos de un tema que nos intrigue con descripciones y personajes interesantes que te conduzcan a seguir leyendo, debe estar entretejida mágicamente por un entramado, o sea las piezas de la novela, bien distribuido (como un tren con la máquina delante y los vagones detrás, cada vagón donde toca, y los pasajeros de ese tren, y hasta el maquinista, claro, haciendo cosas que nos entretienen mientras miramos desde lejos ese tren o como pasajeros de él. Y si el tren de pronto se eleva volando muy alto o arde en llamas o cambia de color o se convierte en otra cosa —montaña rusa, dragón chino, submarino en mar desconocido—, mejor aún: hablo de capas, de eso trata el arte; muchas capas y una sola a la vez, para que a través de su reflejo nos observemos mejor entre nosotros, y a nosotros).
En el caso de Lapsus uno se siente inmerso en la historia hasta el tuétano, así, no miento: te olvidas de todo lo demás, de tu vida, mientras lees. Alemany narra y nos recuerda a aquella madre o a ese padre cuando contaban un cuento infantil a sus hijos. Yo me acuerdo de aquello —la primera inmersión completa de la imaginación cuando se atiende a un inquietante cuento verbalizado por alguien en quien confías—, y lo he sentido leyendo Lapsus.
Elementos que justifican a Lapsus como una novela redonda
1. Lenguaje útil, también hermoso
Desde las primeras páginas de la novela, uno ya queda fascinado por la fuerza descriptiva empleada por el narrador, amén de la belleza, en sus dosis exactas, usadas en la acción descrita, como un pintor que sabe qué colores usar y cuánta cantidad de estos.
No pondré ejemplos de los numerosos puntos de la novela donde el lenguaje se tuerce, colorea y brinca en poesía, para dotar a tal descripción, cuadro, incluso diálogo, de la emoción buscada, de la emotividad necesaria. Allí, la orfebrería de Alemany es soberbia. Me recuerda a Lorca cuando escribía Mariana Pineda y cuentan que en un momento dado salió de la estancia donde escribía, gritando emocionado «¡ni una gota de poesía!, ¡ni una!». Era una obra esta donde Lorca se esforzaba en contar sin que la poesía se viese; cosas de autores; quizá estaba influido por la «poesía pura» que Juan Ramón Jiménez ejecutaba con obsesivo convencimiento en ese entonces.
En Lapsus hallamos la narrativa de un autor de altura, con lo que podemos decir, con total seguridad, «tengo en las manos una novela». Hoy, se llama con mucha ligereza a los cientos de novelas que se publican cada pocos días novelas, y no lo son. Novelas son El gran Gatsby, De ratones y hombres, Matar a un ruiseñor —por dar unos pocos ejemplos—. En todas las mencionadas, como en Lapsus, encontramos la magia de una historia contada con bulto e hipnosis literaria.
2. Una historia interesante, una historia relevante
Muchos estamos cansados de novelas que no dicen nada porque parten de tramas insulsas, que al autor deben emocionarle mucho pero que, objetivamente, son aburridas. Con Lapsus tenemos una historia llena de subhistorias, con un buen número de personajes interesantes por su idiosincrasia no habitual; resalta un alto sentido antropológico en los devenires. Lapsus parte de una historia, y con esta desarrolla resonancias hacia otras muchas, nos hace pensar. Me recuerda a la serie The Walking Dead, o, cómo no, a True Detective, donde el espectador no sólo ve lo que ve sino que con los actores y las situaciones —descripciones, movimientos, diálogos— y contextos completamente artísticos se ve conducido a cavilaciones productivas, hallazgos. Estamos con obras así ante artefactos perfectos porque son como cajas de resonancia. No sólo entretienen y asombran, sino que enseñan, transforman, logran que respire oxígeno fresco nuestra mente. Para mí —ya lo dije— Lapsus es una novela preciosa —inconscientemente la llamo en este instante novela-Cisne— porque, además de estar escrita por un narrador que es un fuera de serie, está llena de situaciones que obligan a repensar nuestras propias vidas, a cómo hemos llegado a determinadas situaciones, en comparación con los hechos y las vidas de los protagonistas, personajes secundarios y extras, hablo en términos cinéfilos porque Lapsus se lee (se ve) como una película, también se saborea como una serie. No dejaré de citar la serie Breaking Bad, real y absurda a un tiempo a niveles estratosféricos, tanto como Lapsus. El absurdo, la sátira, lo surreal, necesitamos historias que nos recuerden que nuestras vidas son todo menos tristes; pues son —por contra— tremendamente cómicas, ¡son disparatadas, si lo piensas bien! Y sólo por eso vale la pena detenerse un instante y sonreír. Subir a por aire.
3. Espolea el pensamiento crítico, además de entretener
Las mejores novelas no son aquellas que te entretienen y ya está. Aquellas que se venden hoy con comentarios pedidos a dedo a escritores de renombre que dicen de ellas (como por casualidad en entrevistas guiadas) el consabido «no podía dejar de leerla», sobre todo el «me enganchó desde la primera página». Novelas que llevan en la contraportada frases cada vez más cortas —antes se lo curraban al menos un poco más, pero hoy es contraproducente, ¡la gente cada vez va con más prisas y abandonará la lectura de la sinopsis y las recomendaciones de los doctos si estas son largas!—, con comentarios positivos pagados a gente de periódicos americanos como The New Yorker, frases del tipo «La mejor novela de intriga después de La gata sobre el tejado de zinc» (algo que no significa nada, porque es la opinión de un desconocido —conocido en su país, no en los demás; el gancho es el nombre del periódico—, ese gancho puede marcar la gran diferencia de dejar el libro nuevamente en la estantería o echarlo en la cestita, y cuando digo echarlo en la cestita es porque ahí termina la pretensión del emporio «cultural» correspondiente: saben, no les importa en absoluto, que en la mayor parte de los casos, su producto no será leído; sólo, si acaso, sus primeras páginas y a la estantería de casa. Los premios Planeta son ejemplo de libros-decorado). Últimamente veo frases de Sthepen King en la contraportada de muchas novelas, recomendándolas. Una fuente de ingresos extra para el multimillonario y muy respetado por mí autor de terror, pero cuya aparición cada vez más desmesurada validando libros causa risa, ya, a los avisados. Para, Sthepen, o te pasará como a la paloma de Alberti, que tanto la dibujó el poeta en sus dedicatorias que ahora no tiene valor alguno, porque las hay a miles…
La literatura de entretenimiento está matando, como poco, echando al fondo, la buena literatura. Los mejores novelistas no entretenían, nos gritaban a la cara, nos señalaban y nos llamaban a levantar cabeza y mirar alrededor, así ha sido siempre. La gran novela ha venido a educarnos, a reeducarnos, a removernos, ¡agita! Kafka no escribió La metamorfosis para entretener ni Truman Capote con su A sangre fría buscaba que tuviéramos «algo entre las manos» con su creación —cuya manufactura lo enfermó tantas veces y casi se lo lleva al otro barrio—, ni Breat Easton Ellis nos legó American Psycho para que «ocupáramos en algo» las horas muertas de nuestro día libre. La intención de estos autores era siniestra y muy planificada, con sus obras nos enjuiciaron.
Lapsus, de Salva Alemany @jacksshadows: o cuando a Dios le dio por traficar con perico. Una historia relevante, que entretiene y espolea el sentido crítico. Artículo de @AnimalPadilla. Compartir en XPequeño detalle sobre el autor de Lapsus
Finalizo anotando algo sobre el autor de Lapsus, no mucho, pues hasta él mismo se toma a broma en su pequeña biografía de autor, que aparece en la solapa del libro:
Experto en fracasos y demoliciones. Músico frustrado, alpinista de bajura, boxeador cobarde y deportista mediocre. Debutó como novelista con La suerte no existe (perosí existe porque resultó finalista de algún premio que ya no recuerdo). Luego vino Éire (Ediciones B, reeditada por Ed. Amarante) que también resultó finalista del Premio La Trama. Le siguió Alacrán (Ed. Amarante), que gustó mucho, para qué nos vamos a engañar. Una mirada perdida (Ed. Amarante), su siguiente novela, era una comedia, por si alguien no se había dado cuenta). Su relato Bienvenido fue finalista del XXIII Premio Internacional Julio Cortázar de Relato Breve. Lapsus (Ed. Amarante) es su quinta novela
En la actualidad Salva Alemany ha ganado el premio Philip Marlowe otorgado por Knowmadas Books y el prestigioso festival TAG, con su novela Hotel California, que será editada en septiembre del presente 2025.
Es de destacar que el Instituto Valenciano de Cultura concedió a Salva Alemany la «Ayuda a escritura de guión de serie internacional de gran presupuesto» para su novela Alacrán.
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