Antes de Poemas mínimos, Atilano Sevillano (Argusino de Sayago, Zamora, 1954) ha publicado Presencia indebida, prologado por Claudio Rodríguez (Devenir, 1999), Hojas volanderas (Celya, 2008), Trazos. Haikus y otros poemas breves (Vitrubio, 2020), y Las cuatro estaciones. Haikus para jóvenes lectores (Gunis, 2023). Además de versificar, Sevillano cultiva el aforismo: Esquirlas (Alhulia, 2020) y Breverías (Libros del aire, 2024); el relato breve: De los derroteros de la palabra (Celya, 2010), Lady Ofelia y otros microrrelatos (Amarante, 2015), Al pie de la letra. Microrrelato de la A a la Z (PiEdiciones, 2017), y Minificciones de diván (PiEdiciones, 2018); y también el teatro: Microteatro. Piezas (hiper)breves para gente joven (Castilla Ediciones, 2021) y Teatro mínimo (Íbera Ediciones, 2022). Doctor en Filología Hispánica, Licenciado en Teoría de la literatura, en Literatura comparada y en Psicología, este autor afincado en Valladolid participa en numerosas antologías y obras colectivas, y está incluido en el Diccionario de Escritores de Castilla y León.
Al quinto, y excepcional, poemario de Atilano Sevillano, sus Poemas mínimos que hoy reseñamos en MoonMagazine, tres atributos esenciales lo definen: brevedad, desnudez, y profunda indagación en la naturaleza humana. Gabriel Ferrater dijo: «Creo que todo poema debe ser preciso, esencial, rotundo y breve, es decir, en una palabra, memorable». Partiendo de la brevedad, este creador —desde un trabajado talento— comparte con Hugo Mújica cómo «la poesía es la palabra desnuda de sí misma», en frase feliz del colega argentino. Y es que hoy hay que escribir poemas como bailaba la Pavlova: desgastando las suelas y con la piel del pie desnudo tocando la tierra.
Tres atributos esenciales definen a Poemas mínimos, quinto poemario de Atilano Sevillano: brevedad, desnudez y profunda indagación en la naturaleza humana. José Manuel López Marañón. @AtilanoBer #EdicionesRilke. Compartir en XLa poesía de Atilano Sevillano absorbe las facultades más elevadas del espíritu por la gran intensidad y amplitud del pensar requeridas para crearla. Rabindranath Tagore avisó: «La poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos», y la que nos regala nuestro autor zamorano acaba por resultar una especie de corte practicado en la totalidad del ser humano: desde ella se ven todos sus nervios, las fibras musculares y los huesos, las arterias, las venas, los pensamientos y las imágenes.
Las 109 composiciones que conforman Poemas mínimos (mayoritariamente en verso libre pero también, en forma de aforismo, tiene la prosa poética su espacio) están incluidas en dos cuadernos. En ellos descubrimos cuatro temáticas principales.
EL AMOR. Definido como complementariedad feliz entre el yo y el tú [66] y como ideal pareja de baile para acompañarnos al inevitable destino [79], el amor queda diseccionado en [15] desde cuatro ángulos: «una respuesta sin pregunta», romanticismo, tiempo y dolor. Luego es presentado desde la exaltación de la amada: así, en [13] el amante busca arder en su risa; despertar con un simple roce de ella [62]; quererla con una constancia sin fisuras [64] manteniéndola siempre presente y perdurable [104]; envolviéndola en palabras celestiales [105], y reposando en sus ojos, donde cabe entero el cielo [106]. Pero también genera el amor desazones e inquietudes: a la placidez de la amada se contrapone el agitado nerviosismo del amante [12] y su melancolía ante la ausencia [27-I]; la brevedad de una relación hace más dolorosa la despedida [33]; [67] refleja la limitada capacidad en la entrega y [68] las lágrimas y las heridas. El final del amor es abordado en [17], donde corazonadas y suerte no bastan para que el amor se mantenga en el tiempo, y en [73] una discusión sin salidas termina en resignado abrazo.
Del yo y del tú [66]
Si yo fuera el desierto, tú serías los ríos.
Si yo fuera los ríos, tú serías la selva.
Si yo fuera el fuego, tú serías el aire.
Si yo fuera el aire, tú serías el agua.
Si yo fuera la tierra, tú serías el océano.
Si yo fuera el océano, tú serías los ríos.
[62]
Te amo tanto
que el rozar de tu piel
me da escalofríos.
Te amo tanto
que he perdido la cuenta
de tanto soñarte.
[68]
Sucede que las lágrimas no lloradas
son las que más duelen.
Sucede que las heridas sanan,
pero uno ya no es el mismo.
Sucede que no sé a dónde huir,
todo mi mundo eres tú.
[73]
Tú me dijiste esto,
eso y aquello.
Y para no replicarte
no te dije ni eso.
Y para no desmentirte
nada decirte quise.
Al final, como no supe
qué decirte, acabé
abrazándote.
LA CREACIÓN LITERARIA queda tratada desde cuatro aspectos, complementarios e interrelacionados:
El poema. Desnudo y sencillo, solo el silencio da música al poema [1]; para vivir en él hay que sentir cada palabra suya [2]; editado, solo pertenece al lector [10-I y II]; cualquier poema es resultado de infinitas influencias [11-II] y también refugio de pervivencia [30]; las palabras y silencios orquestan la sorpresa del buen poema [51]; su sencillez es el resultado de saber mirar a los ojos de su creador [90]; el poema ofrece igual salvación que la de un hijo [101], y debe ser siempre hallado en el corazón del mundo [109].
Ars poética [51]
I
Y es que el poema
—a modo de dardo preciso—
siempre nos sorprende.
II
¡Qué sutil concierto!
La ola de las palabras
amasando silencios.
El poeta. En [45] lo poco que el poeta sabe palpita en sus versos; [47] define el oficio de poeta desde esa pequeñez obrera del verbo que busca en el temblor la verdad; el poeta riguroso sabe que la abundancia de palabras nunca está detrás del silencio creador [52]; [53] muestra los problemas del poeta con la realidad y [54] sus pensamientos, que abarcan desde su más profundo yo a la existencia que lo circunda; la memoria feraz del poeta abarca desconciertos y lecturas en [55] y [56] exhibe sus contradicciones en la edad, en su domicilio, en su región y hasta en su continente; en [77] al poeta solo lo salvan los libros y en [88], apostando por escribir desde la herida, fusiona su creatividad con el vivir de los demás.
[47]
El poeta es un decidor,
un obrero del verbo.
Se propone decir
un imposible: la verdad.
El poeta mide, sopesa
las palabras y recorre
un camino incierto,
hecho de voces reunidas
que no alcanzan
a expresar lo inefable,
pero que saben
como recién hechas.
El poeta es un héroe
de tinta. Se encarama
en las palabras y trata
de vislumbrar la única
de ellas que capte la música
del mundo y resuma
todo lo que pretende decir.
El poeta, desde la experiencia
vivida, desde la soledad,
desde la penumbra
hace brotar la poesía.
Desde su pequeñez,
frente al misterio
de la existencia tiembla.
Y frente al sinsentido del ser
y estar en el mundo tiembla.
Ese temblor es su verdad.
La poesía. Definida en [10-III y IV] como cobijo vital que naciendo del desgarro repara heridas dando sentido al mañana, en [76] se enseña a encontrar la poesía cotidiana de la vida, y [100] la desvela como fruto de miedos y pasados a olvidar, escrita desde la soledad, y alcanzando el territorio del sueño.
Sálvese quien pueda (de la rima) [100]
Todo el mundo tiene
algún miedo que ocultar,
algún mapa que trazar,
alguna frontera que franquear.
Todo el mundo tiene
un pasado que olvidar
y un presente que vivir.
Todo el mundo tiene
algún sueño por cumplir
o alguna meta que alcanzar.
Todo el mundo cabalga
sobre alguna soledad.
Todo el mundo tiene
algún verso que madurar.
La palabra y la escritura. La palabra poética queda definida en [26] como nuevo decir y elocuente silencio, y [42] muestra cómo sus entretelas ocultan, desde la razón y el sueño, esenciales secretos. [46] Presenta a la escritura desde un ámbito de absoluta libertad para no disfrazar la vida; [50] transmite, y de la mejor manera posible, el silencio de la creación; [78] define la escritura como un ejercicio mágico donde, a través de ella, se exorciza, conjura y repara; y en [98 y 99] queda plasmada como acercamiento a la siempre esquiva palabra, un acercamiento deslumbrando y alumbrando, a la vez, ese camino lleno de palabras escurridizas (a la espera de ser abrazadas para volverse sabias).
Oficio de escritor II [99]
Viejo oficio de reunir
las palabras sobre el papel.
La escritura es un camino incierto.
A menudo las palabras se tornan
escurridizas aunque a veces
logren volverse sabias.
Se trata más bien de quedar
a la espera del abrazo de Orfeo,
que nos salve del silencio y el vacío.
LA VIDA. A ¿Qué es la vida? [6] responde que es un regalo fraudulento al que aguarda un seguro final y [16] que es el miedo a lo desconocido; en dos composiciones [8 y 9] se indaga sobre el misterio y azares de la vida, acerca del presente y el futuro. La incertidumbre y la esperanza, la permanente contradicción que supone vivir, se remarca en [34], y cómo una existencia eterna perdería interés en [35]; [38] define la vida como algo huidizo donde nadie sabe qué papel juega en ella, y dos aforismos la despachan como suspiro [40] y breve espacio [41].
[16]
Es bien sabido
que lo que uno más teme
es lo que más desea.
Lo que en realidad
no nos deja vivir
es el miedo
a lo desconocido,
la incertidumbre.
Es notorio que la vida
es un paseo fugitivo
por calles
mal alumbradas.
La negatividad de la vida está más desarrollada en [18], donde sus más temidas realidades quedan confirmadas por el tiempo, y en [19] aparece presentada como algo triste, oscuro y resbaladizo; [20] previene de cómo la vida acaba siendo la rutina de las mismas desanimadas cosas y [22] de su incierta pero permanente equivocación; en [32] el desolador vacío de la existencia moderna encaja con el vacío del poeta en tres inquietantes senryus (forma poética japonesa similar al haiku); [43] incide en cómo para sobrevivir en esta historia mal contada que es la vida conviene olvidar quiénes somos, y [80] muestra la última sonrisa de la vida: la de nuestras calaveras.
Rumor de senryus [32]
En la parada,
el autobús recoge hoy
muchas ausencias.
*
El móvil deja de sonar
noche tras noche.
Corazón roto
*
Revolotea
en el andén del metro
la incertidumbre.
Su positividad la tenemos en [31-III], donde se lee que a veces la vida te besa en la boca y nos hace continuar; [82] prescribe amar la vida, aún desde su incomprensibilidad y [85] saber apreciar la música de los atardeceres para dar alas a la esperanza; en [97] gastronomía y estados vitales se funden en un reconstituyente menú; [107] muestra cómo abrir una ventana al optimismo compartido y [108] presenta a la vida como continua degustación.
A vivir aspiro [107]
A vivir aspiro
y no sólo a existir.
Quiero sentir el calor
y la alegría del vivir.
Quiero participar en el juego
arriesgado de la existencia.
Quiero enamorarme
de la belleza de la vida
y asirme a una chispa
de esperanza y abrir
una ventana al optimismo.
Quiero carecer
de pasado y porvenir
y abrazar el instante.
¿Quién me enseñará
a mirar con otros
mis ojos?
AUTOBIOGRAFÍA DEL POETA. Este autorretrato presenta dos caras. Por un lado tenemos aspectos y sensaciones optimistas y revitalizadoras. Así, en [23] el poeta presenta su soledad como algo benéfico, necesario para la creatividad, y cumplir 70 años [24]como una fusión de tristeza, felicidad y exaltación; en [39] el coloquio entre sus personalidades da origen a beneficiosos pactos, pero en [86] el Yo y el Otro, casi desconocidos pero obligados a convivir, perciben el abismo abierto entre ellos. Las pocas pero seguras certezas del poeta sobre la vida lo reintegran a la madre naturaleza [61], y en [89] nos cuenta cómo la tristeza, yendo y viniendo a su aire, forma parte de su felicidad cotidiana.
Soledad [23]
Uno siempre está solo,
pero a veces
está más solo.
Soledad:
apenas siete letras.
Y cabe tanto dentro,
que cuando
me calzo sus zapatos,
zozobro.
Dichosa soledad:
invitación a explorar
nuestro yo interior
y último refugio
de la libertad.
Pero negativismo y desánimo asoman en [28], donde el poeta se ve incapaz de librarse de chantajes emocionales; en [29] confiesa cómo su permanente complacencia desvela la impostura; en [37] que el tiempo de las fotos sólo le genera molestos recuerdos, porque, como avisa en [83], evocar el ayer solo supone ovillarse en ellos; en [87] el poeta reconoce que afirmar el ego supone deseo pero también dolor y [103] resulta rotundo a la hora de expresar angustia ante la irreparable pérdida de su única patria posible: la infancia.
Tiempo revivido [83]
Entre luces y sombras
camina la evocación.
Entre anhelos y desganas,
risas y lamentos.
Entre alegrías y sinsabores,
cordura y abismos,
pérdidas y asombros.
Entre desesperanzas e ilusiones,
incertidumbres y certezas.
Entre sueños y realidades,
aventuras y nostalgias,
confluye la remembranza.
Somos prisioneros
del ayer que fue.
No hay forma de apaciguar
las voces, los días rotos
del pasado.
Acabamos ovillándonos
en los recuerdos.
En la contraportada de Poemas mínimos leemos: «Atilano Sevillano, defensor del “menos es más”, muestra gran habilidad en su manejo del lenguaje (claro, austero y conciso, pero efectivo) y en su capacidad para transmitir al lector una inmersión en los sentimientos, emociones y reflexiones profundas. El enfoque y formato minimalista es fresco y original, capaz de atrapar a los lectores e impulsarles a mirarse a sí mismos. Muchos de los poemas se leen como si fueran susurrados». Juan Valera dejó dicho que el toque magistral de la poesía estaba en arrancar al alma el velo con que se encubre y mostrarla desnuda. Atilano Sevillano forma parte de ese bienaventurado grupo de poetas que acierta a hacerlo, —además de con mucho arte—, con el decoro y la destreza requeridos.
Poemas mínimos
Atilano Sevillano
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Reseña de Manu López Marañón
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