Poco menos de cien años separan Honeyland de Nanook of the North, dos importantes obras del cine documental. Sobre sus paralelismos nos habla, en esta su primera intervención en Revista MoonMagazine, Iván Baena, graduado en Historia y especializado en Cultura del Conocimiento y de la Imagen.

Honeyland o el Nanook of the North del siglo XXI

El género documental tendría que aguardar hasta la aparición de Robert J. Flaherty para alcanzar su mayoría de edad, con el material visual construido y articulado con sentido e intención y centrado sobre el hombre, con sus afanes y sus luchas, en calidad de gran protagonista.


Román Gubern (2014)

En el presente ensayo se aspira a constituir una serie de paralelismos, alegorías y correspondencias harto significativas que convergen entre los documentales Nanook of the North (1922) y Honeyland (2019); pues, a pesar de la centuria escasa que separa al uno del otro, no parece extraño advertir un sinnúmero de arquetipos que determinaron la obra de Flaherty en este largometraje macedonio.

A modo de consideración preliminar, resulta cuanto menos evocador que al contemplar la cinta dirigida por los noveles Ljubomir Stefanov y Tamara Kotevska, se tenga la sensación de estar presenciando ciertamente el Nanook of the North del siglo XXI, pues se atisba en su seno un elenco de similitudes, alusiones (intencionadas o no) y dechados comunes, tanto en el marco argumentativo como en el genuinamente narrativo, que nos retrotrae a las entrañas del documental clásico mediante la utilización de fotografías puramente etnográficas, antropométricas y cronográficas. Por ende, ambas producciones documentalistas atesoran un evidente interés etnológico, donde la esencia de la narración reside íntegramente en las vicisitudes de la vida cotidiana. Así, partiendo de la condición salvaje de sus protagonistas, asentados en páramos aún no corrompidos por la civilización blanca, se pretende examinar la subsistencia del otro, lo que otorga a los metrajes una considerable universalidad y un notorio exotismo.

#Honeyland o el Nanook of the North del siglo XXI, un artículo de @IvanBaena10 que establece paralelismos entre el documental de Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov, nominado a los #Oscar2020, y la pionera obra de Robert J. Flaherty. Clic para tuitear

De esta manera, sendos documentales, propiamente observacionales, lineales e integrados, a mi juicio, en lo que se terminaría bautizando como «cine directo», nos deleitan asiduamente con secuencias prolongadas en las que sólo se vislumbran, como se advierte en los instantes iniciales, paisajes naturales de gran belleza. En el caso particular de Nanook of the North, filme con el que nace el documental como género cinematográfico, se exploran cuantiosos relieves polares e infinitas hectáreas de agua y hielo específicas de la región canadiense de Barren; mientras que en Honeyland, del mismo modo, se divisan numerosos planos en los que recae todo el protagonismo sobre la beldad natural de las cordilleras balcánicas y la desolación e inhabitabilidad de éstas.

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Nanook-Honeyland. Desliza el cursor sobre la barra vertical para ver las imágenes

Asimismo, otro agente que respectivas películas de la no-ficción acopian en su regazo, es la sensación constante de abandono de los personajes y la comunión que éstos mantienen con la naturaleza de un modo místico. Son un conjunto de ligaturas y vínculos que definen y deslindan los modos de vida, los acervos y las tradiciones de ambas familias. No obstante, esta especie de conexión o alianza espiritual de los sujetos con el medio en el que residen se escruta en estos documentales de formas muy parejas, pues la dependencia que mantiene la apicultora Hatidze Muratova con las abejas y la del esquimal Nanook con los peces o las focas son irónicamente parecidas. De la misma manera, otra de las dualidades que sostiene esta privativa correlación, se descubre en la correspondencia existente entre el mundo natural y el aislamiento, el retiro y la soledad, ya que los despoblados recodos de los Balcanes rememoran, a mi parecer, las desérticas zonas canadienses ilustradas por Flaherty.

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Honeyland-Nanook. Desliza el cursor sobre la barra vertical para ver las imágenes

De modo análogo, los recursos alimenticios que sustentan tanto a Hatidze y a su madre  — Nazife Muratova —   en Honeyland, como a Nanook y su familia en Nanook of the North, dependen única y exclusivamente de lo que estos cabeza de familia recaban. Hatidze por medio de la apicultura silvestre y Nanuk de la caza y la pesca, puesto que ambos son especialistas en la subsistencia con unas meritorias destrezas en la ejecución de sus menesteres. Además, despierta poderosamente la atención que tanto Hatidze como Nanook, partiendo de sus respectivos predios, se desplazan hasta el mercado más próximo adoptando actitudes curiosamente cercanas: los dos comercian, negocian y regatean con los mercaderes, siendo, igualmente, agasajados por parte de éstos con varios obsequios (en el caso de Hatidze con un abanico para su madre y en el de Nanook con galletas y manteca para los pequeños inuit). También se manifiesta esta relación entre los documentales, en la guisa en que los padres de familia enseñan a sus hijos los diversos oficios. En Honeyland se evidencia por medio de la figura de Hussein Sam  — forastero turco que se asienta con su familia en la pequeña aldea de Hatidze — , quien instruye a su prole a criar abejas, cuidar del ganado o asistir los partos de los animales. Mientras que en Nanook of the North se muestra cuando éste trata de formar a uno de los pequeños, en las inmediaciones del iglú, en la caza con un arco y una flecha aprovechando un trozo de hielo con forma animal.

Honeyland-Nanook. Desliza el cursor sobre la barra vertical para ver las imágenes

Cabe apuntar, a este tenor, el modo en que la realidad interfiere en el devenir de sendos documentales, alterando notablemente el rumbo de la estructura narrativa, con la llegada de la estridente familia de pastores itinerantes, por ejemplo, en Honeyland, o durante la escena eminente de la pesca del salmón en Nanook of the North. Además, la improvisación característica de los gestos de los protagonistas, así como la fluidez de sus conversaciones y las singulares tendencias de los animales, otorgan a los metrajes una significativa originalidad. Empero, se aprecian con claridad los movimientos perfectamente coordinados de las cámaras, pues los planos empleados requieren de una diestra preparación y una versada planificación previas. Asimismo, como glosa de interés, conviene revelar que en el interior de la casa de Hatidze descubrimos una pared que nunca se exhibe, lo que nos invita a deducir que posiblemente no exista, como sucediera con el iglú erigido por el propio Nanook, al que le faltaba, como bien sabemos, la parte posterior.

Para #cinéfilos: Ensayo de @IvanBaena10 que establece «paralelismos, alegorías y correspondencias harto significativas que convergen entre los #documentales Nanook of the North (1922) y Honeyland (2019)». Clic para tuitear

Por esta concatenación de asertos, se considera que sendos metrajes son un indeleble estudio de carácter vérité y una nostálgica mirada a una luenga tradición en vías de extinción. De esta manera, lo íntegramente documental trasciende en ambas cintas la ordenanza de pura representación de las cosas (propia de las primeras producciones cinematográficas no-narrativas de la historia  — Le Prince, Louis Lumière, Francis Doublier, Léar — ) para transformarse en un drama cultural fidedigno «sin trampa ni cartón», en las que se ambiciona rodar las epopeyas de la lucha del ser humano contra una naturaleza indómita. Por ende, uno y otro, poseen esa dramática rudeza que sortea el dúctil enardecimiento rousseauniano del «buen salvaje».

A colación de este conjunto de nociones narrativas, en un marco genuinamente artístico y creativo, conviene subrayar la presencia en respectivas películas de planos hermosos (panorámicas, planos retrato, contrapicados, picados, primeros planos, planos cenitales) en los que se aspira a representar con magnificencia la exótica belleza de lo humano y lo natural. Razón por la que puede considerarse que el simbolismo de los planos contextualiza, y el de la fotografía construye. No obstante, ambos documentales integran diversos modelos ficcionales o de actuación con la pretensión de narrar una historia concreta y dirigir la atención del espectador. Así, entre éstos, se consideran como más relevantes  — por su legado en los campos de la docuficción y el docudrama —  el suspense, la acción permanente, la heroificación de los personajes principales o la incorporación de algún momento cómico puntual entre tanto dramatismo. Sin embargo, como no puede ser de otra manera, se columbran asimismo diversos elementos distintivos entre ellas. Conviene señalar, por su alcance y efecto en la composición, la ausencia de sonido sincrónico en Nanook of the North y la enjundia semiótica del color en Honeyland, máxime del amarillo.           

En consecuencia, y a modo de valoración final, huelga destacar que, a pesar de los fundamentos diferenciadores antedichos, la suma de todos estos factores configura un retrato idiosincrático en la construcción dramático-narrativa de la realidad. Por lo que principios comunes como el humanismo, los paraísos originarios, el primitivismo, el azar, la etnografía de salvamento o la postrimería de costumbres prístinas provocan que mientras se estén presenciando fragmentos de uno se evoquen irremisiblemente piezas del otro.

Honeyland, 2019

Duración: 85 min.

País: Macedonia

Dirección: Tamara Kotevska, Ljubomir Stefanov

Documental

Artículo: Iván Baena

Montaje de portada: David de la Torre

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