El norte de España es como el sur de Irlanda —afirmó—. No para de llover, todo alrededor es verde y todo el mundo es católico. Te encantará.

Quirke en San Sebastián. Benjamin Black
#Reseña de Quirke en San Sebastián, de Benjamin Black. ¿Es la San Sebastián que conocemos los que conocemos San Sebastián? Teresa Suárez, @pitosporum, nos lo cuenta. @AlfaguaraEs. Clic para tuitear

Sinopsis

«Arrastrado por su vitalista esposa Evelyn a unas vacaciones en San Sebastián, el patólogo Quirke pronto deja de echar de menos el lúgubre y sombrío Dublín para empezar a disfrutar de los paseos, el buen clima, el mar y el txakoli. Sin embargo, toda esta calma y hedonismo se ven perturbados cuando un accidente algo ridículo lo lleva a un hospital de la ciudad. En él se cruza con una irlandesa que le resulta extrañamente familiar, hasta que finalmente cree reconocer en ella a una infortunada joven, amiga de su hija Phoebe. Si la memoria, o el abuso del alcohol, no le juegan una mala pasada, se trataría de April Latimer, presuntamente asesinada (aunque su cadáver jamás fue hallado) por su perturbado hermano en el transcurso de una sórdida investigación en la que el propio Quirke se vio implicado años atrás. Convencido de que no ha visto a un fantasma, insiste a Phoebe para que visite el País Vasco para salir de dudas. Lo que Quirke ignora es que la acompañará el inspector Strafford, por quien siente una aguda antipatía, y que, además, un asesino a sueldo muy peculiar emprenderá idéntico trayecto».

La opinión de Teresa Suárez (que conoce San Sebastián)

¡Odio al Sr. Black! Bueno, puede que la palabra odio sea excesiva, así que dejémoslo en ¡me cabrea el señor Black!

Con su empeño en enviar a mi patólogo favorito de vacaciones a Donostia (« ¿Sabes ese nombre que oímos a todo el mundo mencionar, Donostia? — preguntó Quirke— . Pues significa San Sebastián en vascuence. — O San Sebastián significa Donostia en español — respondió su mujer»), ha conseguido borrar de un plumazo la imagen que tenía del sombrío, beodo y descreído, aunque respetado, Quirke, para transformarla en la de un turista gruñón más que, vestido de forma extraña y algo ridícula, visitan la geografía española con una imagen bastante limitada de nuestra cultura en general y un desconocimiento total de las peculiaridades de las nacionalidades y regiones que la integran.

El placer de caminar sin rumbo fijo:

Fotografía de Teresa Suárez

La última hora de la tarde era su preferida, cuando llegaba el crepúsculo y todo se ralentizaba a la espera de las ruidosas emociones nocturnas que estaban a punto de empezar. Saldrían del hotel y pasearían cogidos del brazo por el paseo marítimo.

Quirke en San Sebastián. Benjamin Black

Contemplar el mar:

Fotografía de Teresa Suárez

La arena tenía el color de un caramelo chupado y parecía igual de lisa y brillante. Creía haber leído en alguna parte que la playa de La Concha no era una verdadera playa, que llevaban cada año la arena en camiones desde otro sitio antes de que empezara la temporada turística. ¿Sería cierto?

Quirke en San Sebastián. Benjamin Black

Las impresionantes vistas desde el Monte Igueldo:

Quirke en San Sebastián
Fotografía de Teresa Suárez

La oscuridad, cuando caía, caía deprisa en esas latitudes, y una vez establecida se detenían […] y contemplaban la bahía, tan negra y tan brillante como un enorme cuenco de petróleo y salpicada por los reflejos de las casas de la ladera a la derecha o del islote de Santa Klara en la boca de la bahía.

Quirke en San Sebastián. Benjamin Black

Perderte por sus calles:

Quirke en San Sebastián
Fotografía de Teresa Suárez

Había un café en una plaza de la parte vieja que se convirtió en su lugar favorito por las tardes.

Quirke en San Sebastián. Benjamin Black

Solo encuentro sentido a esta novela si pienso que al señor Black le han pagado una pasta gansa para promocionar San Sebastián.

Seguro que con su manera de describir la satisfacción que supone alojarte en uno de los lujosos hoteles de la ciudad («Así que el Hotel de Londres y de Inglaterra, ¿no? —dijo leyendo el nombre en el folleto—. ¿Por qué no podemos alojarnos en un hotel español?»), disfrutar de la gastronomía («Quirke quería volver a cenar al hotel, pero Evelyn propuso que se quedaran allí. Podrían arreglárselas perfectamente, dijo, con los aperitivos ensartados en un palillo que los vascos llamaban pintxos. Pero el pintxo, en opinión de Quirke, no era sino una versión un poco más elegante de los aburridos bocadillos de toda la vida»), tomarte unos vinos en bares y tabernas («El vino local más popular, un blanco muy bueno con un poco de aguja, se escribía txakoli. Fue una palabra que Quirke aprendió a pronunciar enseguida: chacolí»), comprar en tiendas de esas de toda la vida («Encontraron una sombrerería no muy lejos del hotel. Se llamaba Casa Ponsol. Un cartel sobre la puerta anunciaba con orgulloso donaire que se había fundado en 1838») y, por supuesto, el Donostiako Nazioarteko Zinemaldia («Debía de haber pensado que la tomarían por una famosa estrella de cine internacional que viajaba de incógnito, ¿no había un festival de cine anual en San Sebastián?»), mi querido Benjamin, al igual que hicieron otros escritores antes (Pamplona y sus San Fermines siempre estarán en deuda, o no, con Hemingway y su Fiesta), logrará que muchos de sus lectores, sean irlandeses o de otros rincones del planeta, ansíen visitar Donostia.

Si ese era el objetivo, Quirke en San Sebastián hará un buen papel como catálogo de viajes.

Como novela, Quirke en San Sebastián es una intriga sin complicaciones. La acción, que la hay, es reposada y tranquila, como corresponde a una trama que se desarrolla en España, en un punto de la costa, a finales de la primavera y principios del verano, cuando la siesta no es un placer sino casi una obligación. Si a todo eso le añadimos que el protagonista, alcohólico reconocido en permanente rehabilitación, suele empezar sus sesiones de pimple cotidiano en el desayuno, es evidente que Quirke en San Sebastián no podía ser un thriller trepidante.

Aunque, según un estudio del Departamento de Ciencias Psicológicas de la Universidad de Missouri, sobre la clasificación de los bebedores en función de la forma de asimilar el alcohol y en cómo afecta a su comportamiento, Quirke pertenecería al tipo Hemingway (personas que, cuando se emborrachan, mantienen prácticamente intactas su nivel de conciencia y capacidad intelectual), entre los efectos de los vinitos, las vacaciones («Notaba la cabeza vacía. Suponía que era eso a lo que la gente llamaba relajarse. No le gustaba demasiado») y la temperatura («Ya apretaba el calor. Quirke se sentía soñoliento»), Quirke, que con la chucha no puede con su vida, acostumbrado a ejercer de mosca cojonera, para no aburrirse acabará metiendo a toda su familia en un embolado que dará como resultado más de un cadáver, cosa que, siendo él patólogo, parece buscar.

Ambientada en los años cincuenta, plena dictadura franquista, generalizaciones y estereotipos campan a sus anchas por Quirke en San Sebastián. ¿No me creen? Bueno, pues aquí tienen un ejemplo de las apreciaciones de Quirke sobre algunas de las costumbres y el aspecto de  los vascos y vascas con los que interacciona durante sus holidays

Ambientada en los años cincuenta, plena dictadura franquista, generalizaciones y estereotipos campan a sus anchas por Quirke en San Sebastián. ¿No me creen? He aquí unos ejemplos. La opinión de Teresa Suárez, @pitosporum. Clic para tuitear

Casanovas, seductores a la caza y captura de las nórdicas, suecas preferiblemente: «Merodeaban en torno a las jóvenes norteñas de palidez lechosa, de las que llegaban nuevas bandadas en los vuelos chárter cada semana. A los aspirantes a donjuán no parecía importarles que fuesen guapas o no, la clave era la palidez».

Disfrutones: «Los españoles no tienen pudor a la hora de exhibirse en público —observó Quirke—. —¿Y por qué iban a tenerlo? —preguntó sorprendida Evelyn […] Claro, ya entiendo. Es un placer que los irlandeses no han aprendido nunca: sentarse sin más y observar las cosas normales que ocurren en el mundo».

Amantes de la música: «¿Qué era? ¿Una voz de mujer cantando flamenco? Se esforzó por captar las notas distantes y quejumbrosas mientras subían y bajaban subían y bajaban. Tenía que hacerse con la traducción de alguna de esas canciones, para averiguar qué terrible tragedia lamentaban con un fervor tan punzante».

De apariencia dudosa: «Había comprado una camisa nueva para el viaje, de rayas rojas y azules y mangas anchas. No estaba muy seguro de que le gustase. Temía parecer un bailarín español o, peor aún, un marica […] ¿Qué más daba? Todos los hombres españoles tenían una apariencia un poco dudosa, con sus pantalones apretados, sus zapatos con alzas y sus bigotitos».

Los toros: «Pero en España… April en España si encajaría. Sin duda ese país sería lo bastante animado incluso para ella, con sus corridas de toros y sus bailarinas de flamenco».

Camareros como toreros («El camarero parecía un torero caduco») y camareros como bailarines («Se abrió una puerta batiente detrás de la barra y salió el camarero, secándose las manos con un trapo. Era joven, moreno, ágil como un bailarín»).

El color de la piel de ellos («El taxista, que era moreno, gordo y un poco maloliente, cogió las maletas de Phoebe y Strafford y las guardó en el maletero») y de ellasEra menuda, menos de metro y medio según sus cálculos […] ojos negros y brillantes y una manos pequeñas y morenas que le hicieron pensar en algún animalillo peludo»).

El cabello de mujeres («Su pelo le fascinaba, tan negro y brillante. Nunca había visto un pelo así, solo a algunas quincalleras del oeste de Irlanda») y hombres («Era bajo y moreno y un poco sudoroso, con el pelo negro y aceitado»).

El olor: «El tren fue mejor aunque más ruidoso […] el  vagón olía a ajo, a sudor y a algo que no podía identificar. Era solo, supuso, el olor del Extranjero».

Toda la noche en la calle sin dejar de hablar («Esa gente no paraba nunca, pululaba por todas partes y todos parloteaban como cotorras») y hacerlo siempre demasiado alto («Abajo la calle estaba tan bulliciosa como siempre. ¿Es que no se cansaban nunca de ir de acá para allá y de gritarse unos a otros).

¡Ahí es !

Como novela, Quirke en San Sebastián resulta insulsa y, en ocasiones, cómica sin pretenderlo aunque, eso sí, maravillosamente escrita, porque si de narrar de manera elegante se trata, tanto Black, Benjamin Black, como Banville, John Banville, saben una jartá.

Quirke en San Sebastián resulta insulsa y, en ocasiones, cómica sin pretenderlo aunque, eso sí, maravillosamente escrita, porque de narrar de manera elegante, tanto Black, como Banville, saben una jartá. @pitosporum. Clic para tuitear

Escriba lo que escriba, siempre es un placer leerlo, sobre todo cuando se trata de las descripciones de sus personajes:

Era delgado [el inspector Strafford] hasta casi parecer demacrado, con muñecas pálidas y huesudas y un pelo rubio un tanto peculiar. Su rostro era tan fino que daba la impresión de que si se ponía de lado se reduciría a dos dimensiones y se convertiría en una línea recta y estrecha […] No parecía un policía. Podría haber sido un profesor universitario o un cura que hubiese colgado los hábitos.

Quirke en San Sebastián. Benjamin Black

Después de todo lo dicho, que cada cual decida si lee o no esta novela.

Quirke en San Sebastián

Quirke en San Sebastián

Benjamin Black

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Reseña de Teresa Suárez
Montaje de portada de la reseña: David de la Torre

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