Tacto invidente de Pilar Sastre Tarduchy viene precedido por cuatro poemarios suyos: Doctora del alma (2009); Los gestos del mundo (2015); Elementos para un pensamiento homogéneo (2016) y Rosa de invierno (2017). Esta licenciada en psicoenergética, terapeuta floral y maestra de Reiki, dirige Ediciones El Búho Búcaro Poesía y Danza Española. Como poeta destacan los siguientes galardones: en el XXV Certamen de Poesía de Editorial Torremozas, Premio «Selección voces nuevas»; Mención de Honor en el Concurso Internacional de Poesía Botella al mar (Uruguay, 2014). Su labor de gestora cultural ha sido asimismo laureada: distinción «Justino Zabala Muñiz» en Punta del Este (Uruguay); medalla al mérito por gestor cultural en el Duodécimo Encuentro Internacional de Poesía en Punta del Este. También ha participado en el Festival de poesía Voix Vives (Toledo, 2017) y en el Primer Encuentro Internacional de Poesía Ciudad de Cabra (Córdoba, 2017). Sus poemas han sido publicados en revistas españolas, italianas y argentinas, y traducidos al italiano, inglés, portugués y rumano.
En esta cuarta entrega de Poemarios para un verano sin crímenes, Manu López Marañón nos recomienda Tacto invidente, de Pilar Sastre Tarduchy. Ediciones El Búho Búcaro. Compartir en XEl cuarto poemario que presentamos este verano en MoonMagazine Tacto invidente, gira en torno a un tema muy original y, desde luego, inédito en las anteriores ediciones (ocho) dedicadas aquí a este género literario. La ceguera. En este su quinto libro de versos descubrimos que los ojos de Pilar Sastre Tarduchy dejaron de ver, pero también cómo su brillo íntimo, secreto, sus párpados cayendo hasta llegar muy adentro, consiguen alcanzar la certeza de una nueva fulguración: la que se posee cuando se introduce el tacto en la llaga de lo oculto para lograr adquirir la certeza de su presencia y de su verdad.
El poeta zaragozano Ángel Guinda dejó escrito: «Como el ángel ciego, el poeta ve voces», y Leopoldo de Luis, su colega cordobés, aseguró: «La poesía es una mujer ciega que nos conduce lúcida y segura». Leyendo la personal e intensa poesía de Pilar Sastre Tarduchy entendemos —mejor que nunca— estas preciosas palabras, ahora del gaditano Rafael Soto Vergés: «Pensé siempre que poesía es el desembrollo del caos. Pero no. No hay conocimiento. Al poeta tan solo le ha sido dado esto: orquestar la oscuridad de su existencia. Es como un guitarrista ciego».
La cotidianeidad de la ceguera, y una subjetiva apreciación, aparecen en «Bastón de luna [1], donde este adminículo, compañero fiel del invidente, custodia durante toda su vida a la poeta; «Abrazo de lluvia [3] muestra como unas finas gotas bastan para atenuar su dolor y acariciar heridas; en «Los medio ciegos estamos en «tierra de nadie»» [4] el número 11 marca la vida de la poeta: sus once dedos, sus once nietos, once pasos para recorrer el hogar en sombras, once páginas que puede leer del tirón y, por fin, los once mundos que rodean las sombras donde habita; y «La verdad de las manos» [16] es una demostración de cómo, a pesar de la ceguera, la poeta mantiene su curiosidad a la hora de mirar a los otros para poder reflexionar —y generarse dudas.
LA VERDAD DE LAS MANOS [16]
La verdad de las manos
dice el saber
de mirar a otros,
pero algunos
no escuchan jamás,
son fríos como la muerte.
No quiero que mis ojos
dejen de sentir,
he perdido mis preguntas.
Nací en cuna humilde
pero mi sangre tiene ritmo,
el alba se queja
y descalza, danza para mí.
Hoy sentada
en el camposanto
respiro dudas
y reflexión.
Fallando la vista, la importancia de los demás sentidos corporales es mostrada en «Tacto ciego» [2], donde, aparte de para orientarse, el tacto resulta esencial a la hora de recordarse como niña y compararse con un presente abarrotado de dolores; en «Desnudo respirar [6], buscando el conocimiento y la sabiduría, la poeta suma sus cuatro sentidos en plenitud para interiorizar melodías del paisaje y quedar ajena a preocupaciones; «Luz al raso» [10] enseña a borrar los miedos de la ceguera sintiendo sobre la piel el luminoso deseo, su fuego; «Fría visión» [11] presenta a la poeta caminando descalza sobre una agua que la hace sentir más que al resto de los mortales, enredados en cenagosas palabrerías; en «Nuevos códigos» [12] la poeta utiliza el Braille, para, desde esta traducción de sus libros favoritos, encontrar nuevos goces, y en «Calle empedrada» [15] chirría el ruido provocado por nocherniegos borrachos, algo que causa el desprecio de la poeta, sorda a cualquier presagio de bulliciosas inquietudes.
NUEVOS CÓDIGOS [12]
Los tambores son danza ancestral,
las palabras en la sangre
vibran para aprender
con la punta de mis dedos
los nuevos códigos.
Cada grueso y número
de puntos es una palabra,
en las librerías me guío
por instinto y toco el lomo.
Me dejo llevar, no puedo
leer los títulos,
las palabras desaparecen
entre colores y luces estridentes.
Respiro profundamente, segundos de un ritual,
y mis manos eligen textura
danza y compás,
siempre encuentro el libro
que me pertenece, afuera llueve.
El paso del tiempo y la muerte asoma en «Recuerdo invidente» [5], donde la fragilidad de la vejez es mostrada en un pueblo con cada vez menos ancianos paseantes, y en «¿Cómo quedarán mis ojos?» [9] cuando la poeta se pregunta, una vez fallecida, por el estado de unos ojos, —los suyos—, poco llorosos y sin malas miradas, que quisieran permanecer sabios hasta el último aliento.
¿CÓMO QUEDARÁN MIS OJOS? [9]
¿Cómo quedarán mis ojos
cuando ya no respire?
¿En qué párpado inmóvil
como si una cuidadosa enfermera
los hubiera dispuesto?
¿Intentando mirar, ver el último rayo
o el gorrión que un adolescente
piadoso de su sangre
traería para suavizar la despedida?
O de forma sencilla ambos fijos en mi rostro
delatando todo aquello que quisieron ver
inseparables como han sido siempre
de mi hilo de vida […]
La poesía como acto creativo de salvación personal está presente en «Tiempo invisible» [7], unos versos donde la poeta, escribiendo, descubre su desnudez dando un significado propio e intransferible a las palabras que le llevan a sentir las invisibles alas de la danza, pero «Sin ver, miedo» [8] la presenta buscando en el verbo un nuevo caudal de palabras y, al mismo tiempo, reconociendo su desidia a la hora de usar el lenguaje desde una insustancial rutina.
SIN VER, MIEDO [8]
Intento una y otra vez la caricia del verbo
para que las semillas sordas,
y perdidas en mi voz cansada
mueran el próximo invierno.
El espacio es frío y calculado
en este camino perdido y seco.
¿Has olvidado o todavía hay herida? […]
Una vida ajena y robada que lleva al silencio viene plasmada en «Plataforma [13], donde la soledad, la incomunicación y la falta de conciencia, latiendo en el alma humana, hacen sentir nuestras vidas como ajenas y robadas por quienes, manipulándolas, las han llevado a este frío y triste silencio; «Último pensamiento» [14] muestra a la poeta fundiéndose con los poderes espirituales para establecer con ellos un fructífero y callado diálogo que le ayude a alejarse de los miedos y rabias de quienes pretende escapar, y, en «¿Dónde estás?» [17] la poeta invidente busca a la joven de dieciocho años que fue (y que todavía veía) en un intento por no bailar sola en una vida de lento caminar.
PLATAFORMA [13]
[…] ¿Qué esperamos de un mismo camino
si las lindes no son símbolo de respeto?
Amansar la fiera salvaje
y manipulación de códigos nos robó vidas
y ahora, solo es leer entre líneas,
pues quieren borrar nuestras huellas.
Hoy, el dolor ajeno, es una triste misiva
en la oficina de correos.
Aun hoy, sus majestades, dan mucho frío
y triste silencio.
El poeta parisino León Daudet avisó: «Los poetas son hombres que han conservado sus ojos de niño», y Ángel González insistió sobre los ojos de los vates: «Los poetas prudentes, como las vírgenes —cuando las había— no deben separar los ojos del firmamento». Puede resultar paradójico terminar esta reseña sobre Tacto invidente hablando de los ojos de quienes pueden ver, pero si algo nos enseña Pilar Sastre Tarduchy es que desde la ceguera también se mira.
Porque la distancia que media entre la realidad y nuestros ojos solo la cubre la palabra. Y a las de Pilar, generando para ella misma y sus lectores novedosas realidades a la hora de mostrar el camino entre lo que se ve y lo que se intuye, las recorre el subyugante poder de la metáfora. Cuando lean Tacto invidente van a descubrir cómo a mayor riesgo corresponde siempre mayor posibilidad de visión. A mayor distancia, mayor escalofrío. No se pierdan esta maravilla de poemario.
Cuando lean Tacto invidente van a descubrir cómo a mayor riesgo corresponde siempre mayor posibilidad de visión. A mayor distancia, mayor escalofrío. No se pierdan esta maravilla de poemario de Pilar S. Tarduchy. Manu López Marañón. Compartir en X
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