Es un placer iniciar la tercera edición de «Poemarios para un verano sin crímenes» reseñando Brigid o el fuego de la transformación, el séptimo de Isabel Blanco Ollero –donostiarra de origen pero afincada en Pamplona desde 1984–, una poeta muy querida por nosotros ya que tanto en 2017 como en 2018 nos hemos ocupado,respectivamente, de El cuaderno de Montparnasse y de Salmo de tu cuerpo.

En la nota previa la propia autora explica cómo Brigid es una divinidad celta que representa por igual al fuego, a la sanación y a la poesía. La llama de sabiduría creativa equipara a esta Brigid con la Minerva romana, y es a través de su lado purificador como Isabel pretende sacudir del letargo a tantas y tantas almas acunadas por la más impenetrable molicie. Doble vertiente, pues, del fuego: arranque del numen y arma que sacude, que incendia la ignorancia. Alguien dijo que la poesía es un fuego blanco que, como la música, funde todas las cadenas. Emily Dickinson ratificó este aserto con su particular manera de transmitir experiencias íntimas: «Si leo un libro y éste vuelve mi cuerpo tan frío que ningún fuego jamás puede calentarme yo sé que eso es poesía».

Brigid es una divinidad celta que representa por igual al fuego, a la sanación y a la #poesía. Brigid o el fuego de la transformación, de Isabel Blanco Ollero, un #poemario imprescindible. @torremozas. #Reseña de Manu López Marañón. Clic para tuitear

Una notable novedad encontramos en Brigid o el fuego de la transformación. Si bien en los poemarios anteriormente leídos predominaba una trabajada unidad temática (la desolación por el amor perdido en Salmo de tu cuerpo, la construcción de la memoria poética en El cuaderno de Montparnasse), en este brilla una provocativa variedad que abarca desde la poesía de denuncia a la celebración del amor a cualquier edad, pasando por homenajes a seres queridos y sin desdeñar las intuiciones de la muerte.

Poemario de Isabel Blanco Ollero (@torremozas) de provocativa variedad que abarca desde la #poesía de denuncia a la celebración del amor, pasando por homenajes a seres queridos y sin desdeñar las intuiciones de la muerte. Clic para tuitear

Isabel Blanco Ollero sabe sortear esa tentación difícil de evitar que tienen muchos vates de «antologizarse» a sí mismos (con mayor o menor suerte, que de todo hay) negándose a entregar un texto en el que prime la dispersión. En efecto, al terminarlo la sensación predominante, la que nos embarga, es la de haber leído algo, a la vez, concentrado y vivo… Y es que si la poesía absorbe las facultades más elevadas del espíritu humano se debe a la gran intensidad y amplitud del pensar que requiere. Brigid o el fuego de la transformación no es un libro fácil, cada poema ascendente suyo supone una criba de espíritus incapaces. «La poesía es, fundamentalmente, experiencia de la intensidad de la palabra» dejó escrito Jose Ángel Valente, y perseguir semejante tipo de expresión no genera precisamente versos de aluvión…

Las cuarenta y dos composiciones de que costa Brigid o el fuego de la transformación vienen divididas en cuatro partes.

La primera, «Pasajes de la furia y el dolor», se inicia con seis poemas que combinan angustias por el paso del tiempo y recuerdos de aquellos rostros «de interminable ceguera»; aparecen luego celebraciones varias y la explícita mención al fuego –en «La conciencia del fuego»–como creadora salvación. Sigue una serie de composiciones centradas en el conflicto de Alepo y sus desplazados. Isabel inaugura aquí su faceta de denuncia social subrayando –con versos humanitarios y trágicos al mismo tiempo– el dolor causado en cualquier guerra sobre las víctimas más inocentes (niños y madres) para remover nuestras conciencias.

El frío es como un pájaro sin alas / y el suburbio de la muerte no es ninguna superstición / se llenan las preguntas de insatisfechas alambradas.

A las once piezas de que consta «El amor nos defiende» las une la temática amorosa. Varios poemas aclaman este sentimiento en entornos paradisíacos (así «La gruta no amenaza» y «Edades en el mar» son poemas de sugerentes aromas homéricos) a través de no importa cuál estación («Como si fuera otoño»,«Junio y luz») ni morada («De ser luz»): en todos se elogia al amor como personificación de lo soñado y utópico. Pero también tienen cabida en esta segunda parte de Brigid o el fuego de la transformación las desazones por la ausencia del amado («El territorio»), el silencio que se instala en una pareja o los desengaños y despedidas (en «Plenitud y extravío»). He dejado para el final la que, para mí, es la más conmovedora joya de este libro: «En Donostia-San Sebastián». Isabel Blanco Ollero recuerda su adolescencia dirigiéndose de forma espectral a un desaparecido amor estudiantil con quien recorre la geografía mítica de una ciudad ya inexistente: sus barrios, los paseos, los cines, en una atmósfera entre adivinada y soñada que se acerca muchoa las logradas por Patrick Modiano en sus novelas. Un poema inolvidable.

Parece que ya olvidamos / aquellas idas y venidas / por el barrio de Amara de San Sebastián, / la sombra de nuestras miradas / que pasaba de balcón a balcón / a través del cristal de las aulas. / Camino solitario en horas que nunca se ponían de acuerdo / para hacer coincidir tus pasos con los míos / y no desperdiciar aquellas miradas / bajo el rugido de una derrotada adolescencia.

De la tercera parte, «Con la impaciencia de un águila salvaje», destaco los homenajes al mundo de la pintura, otra de las actividades artísticas que ocupan a Isabel y que la han llevado a convertirse en experta. En «Paredes partidarias de la felicidad» los cuadros de una galería exploran la vida y asaltan el valor de la belleza. «Persones, coses y moments» está centrado en una exposición de la pintora Yolanda Coronat centrada en retratos de niñas de diferentes partes del mundo –«niñas de agua, niñas de nube»– que saben transmitir mejor que nadie la verdad y la belleza. Sobresalen también dos poemas en los que la poeta da cuenta de su maternidad. «Siempre nazco» festeja a la hija recorriendo su vida: desde los momentos felices de aquella infancia a estas ausencias actuales de una mujer ya hecha y derecha que obligan a la poeta a tomar trenes en una sucesión de estaciones para reencontrase con ella; pero esa voz, a veces inapresable, de la hija, siempre consigue renacer a esta madre sin nido. «Ángela» vuelve a mostrar a una madre añorante de su hija que se siente «como las campanas de iglesia en las madrugadas».

Soy una sombra de agua / viajando en trenes indefensos, / estaciones que dudan sin tregua / andenes que me poseen / en cada despedida.

De la cuarta y última parte, «Algunos días», elijo «El cielo más cercano» donde se contrapone un bosque de arces (fresco y lleno de vida) con un hospital navarro para convertir al bosquecillo en cobijo temporal para dolores propios y ajenos. «Aquí la luz» es una sucesión de epifanías provocadas por el color, las sombras, la música, la ternura…, pero sobre todo provocadas por el resplandor que desprenden los luminosos cuadros del pintor Natxo Barberena. Por último, en «Deseo» el fuego purificador de Brigid se hace presente ahora en el violento roce de los cuerpos sedientos de una locura siempre insatisfecha y que configura una poética siempre peliaguda: la erótica. Un broche de oro para Brigid o el fuego de la transformación, poemario de excepcional madurez.

Exigimos la perpetua llamada de la desnudez / y mis caricias y sus tormentos / se convierten en quemadura de nuestros labios / e iluminan el puerto de nuestros goces.

 

Brigid o el fuego de la transformación

 

 

Brigid o el fuego de la transformación

Isabel Blanco Ollero

Torremozas (2019)

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Reseña de Manu López Marañón

Diseño de la portada de la reseña de David de la Torre