Mónica Velasco (Salamanca, 1979), autora de Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro ha editado los poemarios Trazos. En torno a Anglada-Camarasa (2018); Llumantia líquida en coautoría con el Premio Nacional de Poesía Antonio Colinas (2019); y en edición bilingüe español-inglés Llumantia líquida – The Wavering Blaze, traducido por Collin Reyman, con textos inéditos e ilustraciones de Carmen Borrego. Su poesía, artículos y reseñas son publicados en la revista filológica Verbeia; Repertorio Americano; Álamo; Crear en Salamanca; Papeles del Martes y Acalanda Magazine. Antologías en la que aparece son De la Intimidad (Ed. Renacimiento; Llama de amor viva) y en obras corales como A poema abierto o Femenino Plural. Mónica Velasco es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y ha cursado estudios en Université Paris IV Sorbonne y en las Universidades de Sevilla, Huelva y Córdoba (cursos de doctorado en Literatura Española de los Siglos de Oro). Actualmente es profesora en Salamanca de Lengua Castellana y Literatura en Enseñanza Secundaria y Bachillerato.

El tercer poemario de Mónica Velasco, del que hoy nos ocupamos, consta de tres partes: «Bosques», «Pájaros» y «Especias».

«BOSQUES». En mayor medida, la poeta, en esta parte de Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro, se identifica con la naturaleza obteniendo de ella tesoros estéticos que traslada al papel desde una ética y un tono panteístas.

En «Bosque» se autorretrata como si fuera un bosque agradecido al arroyo, que nutre las raíces de sus árboles y cuya agua permite respirar. «Origen» funde a la poeta con flora y fauna, algo que le permite desplegar su mundo personal y compartir con ellas, desde su desnudez, un común origen. En «El envés de las hojas» descubre, en la nervadura de las hojas, el milagro de la vida. «De la escritura» presenta a la autora desplegando sentidos e inspiración al acecho de la verdad, sabiendo que tendrá que pagar tributo a la realidad, presentada como un nocturno cazador. En «Tejido del mundo» convoca a diferentes manifestaciones de la vida que crean un tejido luminoso lleno de beneficioso fósforo para su piel. «Hoja, apenas» presenta ahora a la poeta transfigurada en hoja para, desde su vibrátil talle, sentir el divino temblor que da sabor a su contempladora visión. Y en «Tentación» apenas resiste su impulso de ser mordida por un tigre, o una abeja, para, desde esos peligrosos riesgos, mitigar lo efímero de la vida.

HOJA, APENAS

¿Quién puede atestiguar que este temblor
no es vibración del mundo?
¿Quién si en las hojas
heridas del otoño no es donde
la frente Dios reposa o su latido?

¿Quién de este tronco
en su altura de bosque
no cantaría la dicha,
no la aurora?

Alcanzada la garganta del sabor.
Punzado el iris de mis ojos.
Soy yo contemplación y vibro,
hoja apenas sostenida
de su tallo.

«PÁJAROS». Del plano general para registrar la amplitud de esta visión cósmica de la poeta, se cambia, durante la segunda parte de su excepcional libro, a planos más enfocados en el cielo y sus pájaros. Quedan así impresionados, siempre desde una apabullante ubicuidad creadora, diferentes grados de identificación con el aire y las criaturas de las alturas y, en paralelo, variaciones anímicas suscitadas —generalmente placenteras y radiantes.

En «Pájaros» su vuelo, esencia de aire que no necesita alas, regala a la autora una arrebatadora felicidad. «Llama», constata, en la comparación con un pájaro, cómo ella sale perdiendo por el vuelo y la proximidad celeste del ave, para, sin desánimo, saber fusionarse con el aire y volcar el fuego de su pecho en él. En «Nube» la contemplación de un pájaro disolviéndose entre las nubes hace dudar a la poeta si ella misma no será esa ave. «Ojo de pájaro» muestra su pena por carecer de la visión pajaril que distingue desde alturas elevadas, pero, a cambio, goza del sonido de las campanas y del rocío sobre las hojas. En «Grafemas» la poeta descubre el abecedario que el vuelo de los pájaros, sin ligadura alguna con la tierra, traza sobre el éter y al que es inútil buscar significado. En «Alas» desde un abeto se entrevé un blanco aleteo (en forma de vendaval oleaje) que provoca interrogantes sobe su pureza. «Soledad» alaba el canto del pájaro disgregado de la bandada y que de forma perdurable canta sobre el tejado de la poeta. En «Elemento de aire» el sonido del aire se condensa en la nubecilla que sus pasos levanta, fecundando propósitos. En «De dónde los pájaros», tras preguntarse sobre el origen de los pájaros, ella, vencida, se duerme mientras les pide su canción favorita. Y «Poeta» plantea dudas sobre la capacidad de la escritora para transmitir emociones de la manera más desnuda pero a partir de la llama que brota —y un luminoso aire desde su propia mano le alienta en el jardín.

POETA

¿Qué hacer de esta emoción, con qué certeza,
pretender, partir, tomar tu voz desnuda?
Saberlo todo así y así decirlo.
Cantar la luz del brote, de la llama
que es todo lo que somos, lo que fuimos.

La mano entre las letras que describen
trazando por el aire
el aire que frondoso en el jardín
recoge de la luz su sol temprano.

«ESPECIAS». Para la RAE, especia es «la sustancia vegetal aromática usada como condimento». En los once poemas de esta tercera y última parte de Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro la poeta salmantina esparce ahora sobre ellos, desde sus preparados dedos, dotados también de culinaria sabiduría, condimentos necesarios (amor, resistencia, creación, música, el saber…) para que la vida humana, que tanto sabor pierde, recupere pronto los de la alegría y el vigor.

En «Hay algo en el amor» el ímpetu amoroso muestra inaprensibilidad en esa fuga que, dejando un rastro de luz, origina una sensación de victoria que hace más resistente la vida. «Resisto a la intemperie» se centra en otra forma de resistir —ahora, antídoto contra la soledad— contenida en un luminoso abrazo del amante. «Ángulo» demuestra cómo el ángulo formado por la lluvia y la materia contra la que choca equivale al formado por el dulce golpe de crear a la amada dándole su nombre. En «Si no es de amor» se afirma que de los despojos del amor, luces dispersas por el viento, surgen cenizas en las que escuchamos una música que es rumor de dioses. «Quevedo lo sabía» sirve a Mónica Velasco para establecer un desigual paralelismo entre el pétreo corazón del mundo con la voz amada, presentada aquí como un conjunto de vibrátiles hebras enamoradas. «Velo» invoca a una flor a la que, hermanándose con ella, ruega advierta de los peligros de la noche y del látigo del mundo. En «Solo el signo» se asiste a otra integración de la poeta con el entorno natural, reconociéndose ya solo en palabras como pájaro, rama, fuente y latido. «La escucha» contiene una petición: que el viento traslade la danza de los trigos allá donde no llega su luz (a bosques, océanos, valles sombríos…, y también hasta la autora). En «Las olas» su erosionadora labor sobre la arena crea la intuición que nos hace sentir parte del mundo finito. «Más alla» prescribe, desde la intemperie de uno mismo, dar con el secreto de lo simbólico en la vida, para desde ella «sostener el vuelo del pájaro», un vuelo cuyo rumor queda más allá de todo. Finalmente, en «Sin alas, tan desnuda», desde su herida desnudez, la poeta camina con un rumor de estrellas sobre su frente, sin respuestas a nada, pero sabiéndose en posesión de la llama del conocimiento.

SIN ALAS TAN DESNUDA

¿A dónde pertenezco, sin alas, tan desnuda?
Herida como voy con un tesoro a cuestas
que es llama, incendio, tan valioso.

¿Dónde reposo este rumor de estrellas
que pacen sobre mi frente
que sabe de amor?

No tengo respuesta a casi nada
pero dentro de mí
algo se conmueve y dice
que estoy en lo cierto:
con la mirada puesta en el lejano bosque
y el pecho, con su llama, sobre el mundo.

Como de admirable manera revela la poeta y catedrática salmantina Asunción Escribano en su imprescindible diccionario La estación más ardiente —que tanto impulso ha dado a las reseñas poéticas de este verano—, «la construcción del mundo en cada amanecer es una tarea de orfebres y de pájaros. Los poemas rinden pleitesía a su luz quedando ante ella mudos por el asombro».

Y a este magistral libro que hemos reseñado, lleno de la luz de la naturaleza, con sus bosques y cielos, y con la benéfica llama del arte que inmortalmente la ha sabido expresar de tan fecunda y continuada forma, pensamos que le viene pintiparada una frase del poeta madrileño Antonio Lucas: «La poesía no es sólo un cobijo, sino el lugar donde uno encuentra la llama de entusiasmo, de sus porqués, de sus demonios».

Con un poemario tan globalizador, y dueño de un matizado optimismo telúrico y celestial, como es este Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro de Mónica Velasco, ponemos memorable punto final a nuestra VIII edición de Poemarios para un verano sin crímenes.

Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro, Mónica Velasco. Ponemos memorable punto final a nuestra VIII edición de Poemarios para un verano sin crímenes con un poemario goblalizador y dueño de un matizado optimismo telúrico y celestial. Share on X

Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro

Mónica Velasco

Email: monicavmes@gmail.com

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Desde Donostia y Bilbao: ¡Hasta el verano que viene, amigos!

Reseña de Manu López Marañón

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