«Colgada en la cordillera» es un relato breve de José Manuel Matallana para el  Curso online de Técnicas Narrativas impartido por Néstor Belda.

 

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Colgada en la cordillera

Con el rostro desencajado y las mejillas manchadas de lágrimas, por la ventanilla, cuando partía hacia Lima, vi a mi hermanita soltarse de su madrina y correr detrás del autobús.

Luego de seis meses trabajando en la capital, había vuelto a mi pueblo para visitar a mi madre y a Clarita, mi hermana menor, que esa semana cumplía diez años. Ella, emocionada desde que amaneció porque estrenaría el vestido que le había llevado para su cumpleaños, no dejó de sonreír en todo el día, hasta que, por la tarde, mi madre, que nos había ocultado su mal sin quejarse, se cogió el pecho, me miró y se desvaneció. La sujeté antes de que cayera. Clarita se acercó con prisa, la abrazó, agarró su cabeza y la miró con lágrimas en los ojos. Mamá no soportó más y nos abandonó.

Dos días después, me reuní con mi tía y su esposo, padrinos de Clarita, para acordar el futuro de mi hermana. Luego del almuerzo, llamé a Clarita desde la habitación de la abuela. Al entrar, sin dejarme hablar, sonrió y me dijo que estaba lista y me preguntó a qué hora nos íbamos. Eh… Nos iremos en una hora, le dije. Perfecto, hermano. Verás que no molestaré y te cocinaré, como me enseñó mamá, todos los días después del colegio. Clarita… Sí, nos vamos, pero no vendrás conmigo a Lima… ¿Cómo? Pero… tengo la maleta lista. Y acabas de decir que nos vamos. Los dos, replicó ella. Sí, pero tú irás con tus padrinos. Con la muerte de mamá y el desinterés de nuestro padre, ellos son tus tutores legales. No, no, no… Yo no quiero irme con ellos. Tú eres mi hermano, tenemos la misma sangre, me dijo con los ojos inundados. Clarita, ¿qué pasa? ¿Por qué no quieres quedarte con la tía Consuelo? Mi madrina es mala, me trata mal, siempre está amargada y mamá siempre decía que es una envidiosa. ¡Clara! No inventes cosas por querer viajar a Lima, le grité. Y ella, enfadada, salió de la habitación.

Hora más tarde, la encontré sentada en el patio junto a Capitán, su perrito. Clarita, es tiempo de irnos, le dije y le cogí el hombro. Ella lo alzó, sacó mi mano y con un quejido me dio la espalda. Clarita, despídete de tu hermano, no seas majadera… Yo no soy tu madre, así que, a partir de ahora, te tienes que comportar como una niña, dijo la tía Consuelo, que estaba junto a mí. Clarita, por favor, entiende… Es lo mejor para ti. Además, volveré en dos meses y te traeré más vestidos, zapatos y libros…, le insistí. ¿Me lo prometes?, dijo Clarita con un puchero. Por supuesto, si tú prometes portarte bien con tu madrina. Convencida, me abrazó y, junto a mi tía, fuimos a la parada de autobús.

Como se lo había prometido a Clarita, dos meses después volví al pueblo. Llegué por la mañana y fui directo a casa de la tía Consuelo. Llamé a la puerta varias veces hasta que mi tía me atendió.

—Hola, Humberto… Qué sorpresa… Adelante, por favor… —dijo con la mirada perdida.

—Hola, tía. Gracias… —le dije y entré—. ¿Dónde está Clarita?

—Eh… Ella está en el establo, fue a traer leche para el desayuno.

—Ah… Bueno. Y cómo se ha comportado…

—Bueno, hijo. Qué te puedo decir… Clarita es muy conflictiva, no quiere obedecer, no quiere ayudar en casa y no quiere ir al colegio. Es más, hoy casi tuve que obligarla a que traiga leche.

—Lo siento, tía. No creí que te fuera a causar tantos problemas…

—No, hijo. No tienes por qué disculparte. Nosotros somos sus padrinos y es nuestro deber guiarla y educarla. Por algo Dios no nos dio hijos y nos bendice con tu hermana aquí en casa. Pero, poco a poco, me va ayudando y aprendiendo…

—Gracias, tía. Para mí es difícil tenerla allá conmigo, la vida en la capital no es tan fácil como lo parece…

—Tú tranquilo, hijo. Ella estará muy bien aquí con nosotros… Y puedes venir a verla las veces que quieras.

—Gracias. ¿Y el tí…

—¡Maldita niña! No puede ser que se desaparezca… La he buscado por toda la cordillera y nada de aparecer… —gritaba Aurelio, el padrino de Clarita, mientras caminaba del patio al comedor junto al salón.

—Buenos días, tío —dije con voz fuerte y me levanté del sillón—. ¿Cómo es eso que mi hermana está desaparecida? ¿No está en el establo?

Miré a ambos directo a los ojos, con mucho enfado, pero ninguno contestó. Cogí mi sombrero y fui hacia el establo seguido de mis tíos… Como sospechaba, no había nadie.

—¿Dónde está mi hermana? —les grité.

—Hijo, por favor, cálmate. Ayer estábamos alistándonos para ir al trueque, Clara encinchó mal su caballo y se le escapó. Ella, con su perrito, se empeñó en traerlo, pero hasta ahora no ha vuelto. No quería preocuparte luego de tan largo viaje —se excusó mi tía con lágrimas en los ojos.

—Tío Aurelio, déjame un caballo. Iré a buscarla —le dije.

El tío, en silencio, me dijo que sí con la cabeza, y con la mano me indicó que lo siguiera. Cogí una silla y al galope subí la cordillera. Luego de un par de horas, escuché unos ladridos y cabalgué entre las montañas hacia donde me dirigía el eco, hasta que encontré al perro. Y Capitán, cuando me reconoció, me guió hasta Clarita. Encontré a mi hermana colgada del tobillo, soportado por unas raíces, en un abismo frente al nevado. Me acerqué con cuidado y la levanté agarrándola del pie suelto. Estaba inconsciente, con los labios cuarteados, las sienes manchadas de lágrimas secas, el pie morado y la cabeza caliente. Le mojé la nuca con agua fresca y con golpecitos en la mejilla traté de reanimarla. No, no, no…, dijo forcejeando y la sonrisa me volvió al rostro. Abrió los ojos, me abrazó y me dijo que había oído a mamá llamándola. La levanté colgada de mi cuello, la monté en el caballo y extendió las manos para pedirme agua. Antes de entregarle la bota, le vi las manos maltratadas y las muñecas reducidas.

—Clarita, ¿qué te ha pasado en las manos?

—Me hice daño cuando llevaba los baldes con comida para los chanchos —dijo Clarita luego de beber agua.

—¡Qué…! ¿Por qué lo hacías tú?

—Porque mi madrina me levantaba de madrugada, cuando los chanchos chillaban de hambre, y dejaba el balde, repleto de comida apestosa, junto a mi cama para que lo lleve hasta el corral.

—Pero… ella me ha dicho que no quieres ayudar en casa y tampoco quieres ir al colegio. ¿Por qué no quieres ir al colegio, Clarita?

—Yo sí quiero ir al colegio, pero mi madrina me tiró leche sobre la ropa y me engañó. Me dijo que se llevaría mi uniforme a lavar, pero no se lo llevó al río, lo quemó en el patio.

—¡Te quemó el uniforme?

—Sí, y cuando se lo reclamé, me dio un puñetazo y me salió sangre de la nariz y la boca, mira… —dijo Clarita y se levantó el labio para mostrar sus heridas…

—¿Te han golpeado más veces?

—Sí…, me han dado cocachos, me han tirado de las patillas, del pelo y ayer mi padrino me dio un correazo en la espalda.

—¿Por qué te ha pegado?

—Porque me mandó a encinchar los caballos para irnos al trueque y, cuando se montó, se cayó. Yo me reí de él y me miró con rabia, me dio un correazo y me envió a buscar los caballos.

En ese momento, me arrepentí de haber dejado a mi hermanita con ese par de monstruos y de no haberla escuchado cuando me lo advirtió.

—Y también vi que mi padrino le pagó al alcalde para que no vaya al colegio…

—Bueno, Clarita. Cálmate. Ya no vivirás más con ellos. En cuanto lleguemos, coges tus cosas y nos vamos a Lima —le dije.

Ella sonrió, me dio un beso y me abrazó. Monté delante y, camino cordillera abajo, se durmió abrazada a mi espalda.

Llegamos a casa de los tíos y Clarita tenía mejor semblante. Alistó con mucha prisa sus maletas mientras yo encaraba a mis tíos. La tía Consuelo lloraba y me suplicaba que no me la llevase, que Clarita era como su hija, y yo pensé que por algo Dios no les había dado hijos.

 

«Y también vi que mi padrino le pagó al alcalde para que no vaya al colegio...». Clarita se quedó en casa de sus padrinos y acabó colgada en la cordillera. Relato breve de José Manuel Matallana, alumno de @NessBelda. Clic para tuitear

 

«Colgada en la cordillera»
©José Manuel Matallana

 

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