El final de la lluvia es un relato que escribí en 2014. Pueden considerarlo profético, pueden pensar que me adelanté  seis años a la crisis provocada por el Coronavirus (nada que ver, como comprobarán) y que ya por entonces me imaginaba al conjunto de la CAV afrontando su fase 1 de desescalada con valentía, esperanza y, también  —por qué no, todos somos pecadores—, cierta preocupante tranquilidad, rayana, quizás, en la negligencia.

El final de la lluvia es un relato inspirado en una fotografía que tomé por aquel entonces en una visita al Museo de Guggenheim de Bilbao. Yo soy de San Sebastián.

Este relato, profético o no —distópico tal vez—, lo escribí como homenaje a una ciudad en la que viví «momentos mastodónticos».

Feliz desescalada, amigos de la luna.

El final de la lluvia es un #relato que escribí en 2014. Profético o no, considérenlo un homenaje a los habitantes de una ciudad maravillosa: #Bilbao. Lo firma una donostiarra: @txaro_cardenas. #COVID19. #desescalada. Clic para tuitear

El final de la lluvia

Nuestro paseo transcurría con total normalidad.

La lluvia había azotado la ciudad sin interrupción a lo largo del último año anegándolo todo. La situación se agravó con el desbordamiento de la ría: el nivel amenazaba con alcanzar las viviendas de los primeros pisos, el agua se agolpaba en los cantones del Casco Viejo y el oleaje azotaba furiosamente el mobiliario urbano. Las palomas habían desaparecido, no se escuchaba el trino de los gorriones… Algo estaba cambiando en la villa: la crecida arrasó todo rastro de existencia humana, instalando en sus calles un silencio paulatino y sepulcral.

Sin embargo, aquella mañana la lluvia se batió en retirada ante un sol que, tímidamente, recuperaba su protagonismo.

Fue entonces cuando decidimos salir a la calle, compartiendo miradas de alivio con los vecinos que, como nosotros, se habían animado a callejear tras un año de aislamiento forzoso.

Al principio, los cambios de las zonas habituales llamaron poderosamente nuestra atención. Las aceras estaban cubiertas de fango, los árboles que jalonaban las avenidas habían alcanzado dimensiones extrañas, pero a medida que nuestros pulmones se llenaban del aire fresco de la mañana, aquellas irregularidades nos importaban cada vez menos. Las alteraciones en la fauna urbana no conseguirían perturbarnos.

Nada nos impediría disfrutar de nuestro paseo.

Ni siquiera la mastodóntica araña que se acercaba con intenciones aviesas lograría pisotear nuestra libertad.

Ante todo, aquella era nuestra ciudad.

¡Por algo somos de Bilbao!

 

Relato y fotografía: Txaro Cárdenas

San Sebastián, 8 de mayo de 2014

Portada para la reseña: David de la Torre

 

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