Este 2020 nació con un santo y seña siniestro: COVID-19 y más palabras para una emergencia. Palabras que fuera de la literatura y de contextos ajenos a quienes vivimos en la cara buena del mundo, pocas veces habíamos pronunciado: estado de alarma, pandemia, fómite, confinamiento, aislamiento, cuarentena, mascarilla, emergencia, tasa de letalidad, asintomático; coronavirus jamás formó parte del acervo popular; distancia de seguridad quedaba ceñida a lo relativo al tráfico; brote y rebrote siempre estuvieron ligadas a la primavera.

Dicen los físicos cuánticos que la mirada del observador modifica la trayectoria del electrón. Pues a falta de testigos y de mirones, una constatación: este ha sido un año sin primavera. 

Una emergencia, global y catastrófica, nos estalló en la cara; quedan en el asfalto las huellas del derrape, de la frenada. La vida, tal como la teníamos concebida, se fue a hacer puñetas.

En los primeros instantes de incredulidad, abrazamos el tiempo casero y festejamos su ralentí: nos dedicaríamos a ver series atrasadas, a hacer pequeñas chapuzas, a leer mogollón y a escribir otro mogollón más. Bien; no todos.

Una emergencia, global y catastrófica, nos estalló en la cara; quedan en el asfalto las huellas del derrape, de la frenada. @marianRGK repasa los aportes del año al #diccionario: COVID-19 y más palabras para una emergencia. Clic para tuitear

Esto fue lo que pasó

Como cuando teníamos un poco de malestar —a menudo, sobreactuado— y mamá nos perdonaba el cole, nos quedamos en casa. Lo más desconcertante fue que el malestar nos comprometía a todos, tirios y troyanos, infectados y presuntos.

La vida cambió de golpe: las calles se volvieron silenciosas y nos importó la suerte que correrían pájaros y palomas sin terrazas ni migajas que echarse al gaznate. Todo se volvió ficción; ficción distópica, para ser más exactos.

Palabras como esperanza empezaban a mudar de significado; se fueron tiñendo de miedo e incertidumbre con el cómputo de muertos y la curva ascendente de contaminados. Miedo e incertidumbre fueron dándose la mano ante la imposibilidad de saber de dónde, si había sido o no intencionado, si el lexema corona contenía o no algún tipo de antídoto en sí mismo o todo lo contrario.

Afrontamos el hecho más que posible de contagiarnos con solo acudir al supermercado. No hubo un solo día en que las noticias no fueran aterradoras y la posibilidad de escapar era nula. La única receta recomendable era quedarse en casa, lavarse las manos cada cinco minutos y tratar de engañar ese tiempo que se volvió hostil.

El planeta entero se había convertido en un cárcel y las palabras que decíamos daban cuenta de ello.

COVID-19 y más palabras para una pandemia

La vida es un ejercicio permanente de pérdida, pero no nos predisponemos para zarpazos así, violentos, que nos vuelven lo conocido del revés. Lo que pareció que duraría unos días y que volvería a ser lo de siempre en una quincena se volvió crónico. Lo llamaron nueva normalidad.

También una palabra común como casa adquirió un nuevo valor y se llenó de connotaciones: certeza, seguridad o cobijo. Pero hasta ella y sus adherencias mudaron porque la casa nos separaba de muchos de los seres queridos. La casa pasó a ser una celda dentro de la cárcel.

Y empezaron a colarse otras palabras como conspiranoia, un híbrido de conspiración y paranoia y que alguien de mente poco dada a veleidades sin fundamento científico armó con buena dosis de ironía y no poco desprecio.

El balcón se convirtió en el único atrio posible de comunicación vecinal, ciudadana, solidaria; y las ocho de la tarde, en la hora por excelencia. La vida empezó a articularse en torno a ese rito con los aplausos como protagonistas. Eso, los contagiados y los muertos era lo único que, en realidad, pasaba.

Por lo demás, la vida se había detenido, salvo para quienes atendían teléfonos con llamadas desesperadas, urgencias hospitalarias, transportes y reposiciones de mercancías. La limpieza pasó a llamarse desinfección. También al colectivo de quienes nos adecentan el escaparate le tocó salir a batirse el pecho en medio de un panorama semejante al de un escape nuclear.

Nos quedará la cicatriz

Las palabras no se las lleva el viento. Las palabras COVID-19 o SARS-CoV-2 o coronavirus tendrán siempre la huella de un costurón. La cicatriz quedará y las palabras quedarán como quedarán las imágenes: un IFEMA convertido en hospital de campaña; hileras de enfermos enganchados a respiradores; centenares de féretros plantados en el Palacio del Hielo como extrañas excrecencias. Las imágenes imposibles de difundir, pero tan reales e hirientes: los muertos en soledad; el duelo, difícil de sobrellevar en tantos casos.

Las palabras COVID-19 o SARS-CoV-2 o coronavirus tendrán siempre la huella de un costurón. La cicatriz quedará y las palabras quedarán como quedarán las imágenes. @marianRGK. Clic para tuitear

Las mascarillas y los geles hidroalcohólicos llegaron para quedarse.

La sensación de asalto y de fragilidad; la entrega de tantos profesionales; la solidaridad. La picaresca, que nunca ha de faltar en las situaciones más extremas y que nos recuerda esa otra cara del ser humano.

Hay palabras que llegaron para quedarse y otras que ni siquiera alcanzan para nombrar lo que ocurre.

¿Utiliza el poder ciertos mecanismos lingüísticos para hacernos creer, además, que somos los malos? ¿Está haciendo todo lo que puede o se dedica a rodear y a formatear un estado de cosas que, de entrada, es feo? No parece que se estén articulando grandes campañas para tratar con los despojos de la pandemia.

Palabras para mientras y para después de la pandemia

¿Algún indicio de que saldremos reforzados y de que acuñaremos palabras de nuevo aliento una vez que la COVID-19 pase a la historia? Además, ¿pasará? De momento, está difícil. Entre otras cosas, la información que obtenemos ni es clara ni es fácil de entender, más bien al contrario: está llena de contradicciones y ambigüedades, negligencias y carencias; de indicaciones que a menudo resultan absurdas. En lo individual, se vuelve difícil la tarea de reinventarse manteniéndose al margen.

¿Algún indicio de que saldremos reforzados y de que acuñaremos palabras de nuevo aliento una vez que la COVID-19 pase a la historia? Además, ¿pasará? De momento, está difícil. @marianRGK. Clic para tuitear

Dirán una cosa y otra, pero algo tiene esto de conspiración: todos los dedos nos apuntan a ti y a mí; somos nosotros quienes tenemos que animarnos, empoderarnos, ser creativos, darnos una solución. Está difícil que lo colectivo venga en auxilio, menos todavía en esta cámara de aislamiento sensorial que va siendo más y más acorazada. Distancia física, distancia social.

¿Habrá otra salida?

De hecho, no tenemos solo un virus contra el que luchar. Como humanos, nos dejamos llevar fácilmente por el sesgo de rebaño. En nosotros manda lo que hace la mayoría. Ya lo decía Nietzsche: «La verdad es la mentira más eficiente». Hoy día nadie sabe qué es qué. Verdadera acaba siendo aquella mentira que no acabamos de descubrir.

¿Se quedó corto George Orwell? ¿Estamos solo frente a una cuestión sanitaria o empiezan a confundirse los márgenes? Política y negocio muestran sus fauces.

Leer, crear, informarnos, empoderarnos. Ser claros. Reforzarnos, buscar soluciones individuales para apuntalar soluciones colectivas. Son palabras para que vivir siga valiendo la pena.

Leer, crear, informarnos, empoderarnos. Ser claros. Reforzarnos, buscar soluciones individuales para apuntalar soluciones colectivas. Son palabras para que vivir siga valiendo la pena. @marianRGK. Clic para tuitear

Frente a puerta de salida de la COVID-19 y las otras palabras tristes

Porque hay cosas que no se ven venir. Uno no lee en las nubes ni en los posos del café lo que se avecina. ¿Qué expectativas tenemos? ¿Qué hay en la puerta de salida? De momento, tendríamos que sujetar la ansiedad personal y tomarnos esto como algo que ha llegado para quedarse; no esperar confiados a cierta inercia propia que contiene lo que pasa. Esto no se irá de la noche a la mañana ni sabemos qué hay de verdad; tampoco qué vendrá después.

Hay indicios más que suficientes de que el mundo viejo, tal como lo veníamos conociendo, se viene abajo y de que esto no son sino dolores de parto. La pregunta es si vamos a quedarnos de brazos cruzados. Y qué nos hace sentirnos bien, seguros, confiados. Valientes. Qué queremos.

Si nos queda algún tipo de poder, es hora de actuarlo. A veces, parando; otras, acelerando. Parando aquello que no nos pita ni nos motiva; acelerando aquello que nos ilusiona y tiene sentido para nosotros. Dejando de pensar el mundo como si no fuera más que un negocio.

Cada segundo cuenta y nadie vendrá a llamar a la puerta. Es hora de inventar (o restaurar) nuevas palabras para habitarlo y crear ese futuro. Si debemos andar en prisas, es para eso. Y para echarle ganas, que todo se vuelve del revés en un suspiro.

 

Un artículo de Marian Ruiz Garrido

Portada de David de la Torre

 

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