Con Antología personal de María Aveiga la revista MoonMagazine abre sus reseñas veraniegas a la poesía que se hace en Latinoamérica. Para ello elegimos el libro de esta gran poeta ecuatoriana, antropóloga y empresaria en sus ratos libres. Además de los de que nutren esta antología, Oc (Quito, Abrapalabra, 1993) y Puerto Cayo (Quito, Eskeletra, 2000), María Aveiga del Pino ha escrito —entre otros libros— Cuentos populares y mitos indígenas del Ecuador (Mallorca, Olañeta/Librimundi, 2003) y un estudio etnográfico titulado La Pasión de Jesús. Alangasí (Premio Ministerio de Cultura del Ecuador, 2012). Al poemario que hoy comentamos, editado en formato bilingüe español/inglés, lo prologa y traduce Alison Poley, estudiante de doctorado en español por la Universidad de Virginia (USA).

Degustando los versos de María Aveiga del Pino, aquellas palabras de Julio Cortázar sobre cómo la poesía verdadera era una aventura hacia el infinito que sale del hombre y a él debe volver, retoman la vigencia que nunca debieron perder. Configurada por registros poéticos muy diferentes (pero siempre intensos), a esta antología la ensancha una gracia creadora que retrata cualquier dimensión humana, y no precisamente rondándolas desde fuera, sino acercándose a ellas desde su epicentro.

En este poemario encontramos la valerosa decisión de no ceder a esas normas de falsa y cómoda autenticidad que abarrotan tanta obra contemporánea. Partir de un país con una rica herencia cultural como es el Ecuador, de su acervo, así como absorber los correspondientes a lugares muy distantes de Quito —en los que la poeta ha vivido—, terminan por decantar su quehacer poético hacia un acto de plena sustancia, ajeno a cualquier apariencia. El lirismo valioso brota siempre de un rico y silencioso sedimento al que, de pronto, da por crecer en imágenes que lo devuelven fuera ya del tiempo. El aliento poético de María Aveiga es de esos que engañan a quienes lo creen fácil por dejarse leer generosamente.

Muchas composiciones de esta Antología personal se suceden desnudas, lisas, a veces como estatuas mutiladas. El oído del fiel lector de poesía —el más fino literariamente hablando— completa las músicas y detecta la presencia caliente del músculo bajo el duro torso. Otros tantos poemas sostienen a la autora fuera del tiempo, en una especie de exilio físico y espiritual que dejan testimonio de su precario existir, con esa intensidad interior que permea siempre su obra.

Las manos de María Aveiga del Pino demuestran saber crear lo esencial: el misterio poético. Un misterio que al mismo tiempo resulta esencial y solidario con ese otro misterio que es el hombre. Para aquellos que buscan arcanos de superficie, esos donde basta ser sensitivo para acceder y compartir, esta completa muestra del quehacer poético de una grandísima poeta ecuatoriana seguramente hará ensanchar, —¡ojalá!—, sus preferencias.

Las manos de María Aveiga del Pino demuestran saber crear lo esencial: el misterio poético. #AntologíaPersonal. @valparaisoed. #Reseña de Manu López Marañón, que lo ha seleccionado para su lista de #Poemariosparaunveranosincrímenes. Clic para tuitear

1. Oc (1993)

El poeta hispano mejicano Tomás Segovia dijo: «La creación más inmediata y radical del espíritu, el establecimiento de un suelo espiritual sobre el que arraiga todo el resto de la cultura humana, se ha llamado siempre, de Grecia a nuestros días, poesía. Es claro que no podemos vivir sin ese suelo, y esto no es en absoluto una metáfora». En su primer poemario María Aveiga recurrió, para cimentar su personal suelo, a crear esos original characters —OC— que vendrían a ser personas, animales, especies, e, incluso, categorías espirituales sobre las que sobresale su peculiar manera de afrontar la vida. A través de sus OC la poeta ha buscado: refugiarse en un fuego intemporal capaz de competir con Dios (I); cobijarse en la noche, propicia para monstruos sin rostro (II); compararse con Poseidón, poderoso en la profundidad océanica (III); compararse con un árbol que se deshoja (IV); descifrar, antes de su muerte, a un animal (V); sufrir a esa mantis que devora su cuerpo (VI); disfrutar del amante que da placer ilimitado (VII); padecer una maternidad castradora que cegará cualquier luz (VIII); resplandecer de deseo ante un amante (IX) e incendiar, tras su posesión, a ese otro amante de apetecibles garras (X).

VII
  
 Su boca transgrede mi vejez
 y el sueño
 recipiente que se parte 
 deshabitado.
 Sin límite ni duración
 bajo el vello rojo
 mi mano. 

Menthos

La palabra Menthos viene de mentira y María Aveiga la toma como representación del poder absoluto, un poder cuyos mayores temores residen en la libertad y en las pulsiones humanas (una de las más temidas por Menthos sería la fuerza del erotismo femenino). El poeta y teólogo decimonónico inglés Matthew Arnold dijo: «La poesía tiene una voluntad y un poder de comunicación más allá de los dogmas, de las ideologías, de un poder económico o político determinado». Y el poeta y ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger apostilló: «La poesía debe mostrarse incorruptible ante cualquier poder político. La poesía que se vende, sea por error o por vileza, está condenada a muerte, sin posible indulto». Ante Menthos: la poeta se queja de la opresión sobre su condición de mujer [XI]; no queda otro remedio que reconocer el triunfo de Belial (el demonio sobre la tierra) [XII]; ni la maternidad sirve de paliativo, su faceta castradora debe ser desatendida en este mundo del que Dios está ausente [XIII]; se debe aguantar este futuro configurado por los siervos del poder, ante el que poco sirve luchar por la palabra bella [XIV]; debemos esperar a la muerte, para la que no hay escondrijos [XV]; creamos un OC, en este caso un árbol plantado en la memoria [XVI]; nos esmerarnos con cosas pequeñas pero esenciales [XVII]; no nos dejaremos engañar por su falsa belleza, la cual, tras una sonrisa simulada, aparece con un látigo [XVIII], y finalmente aguantaremos la extinción del deseo carnal, manifestación de nuestra impotencia y de su potencia [XIX].

Menthos [XII]
  
 La hoguera resquebraja este día.
 Un rumor me inunda las manos
 arenas de reloj
 donde todos molieron sus huesos.
 Hollada e innombrable
 silencia mi oración.
 El cielo cesa.
  
 Belial ha florecido. 

2. Puerto Cayo (1999)

En el jardín

En este primer cuaderno centrado en la muerte encontramos, poetizados, sus atributos: la adaptabilidad a cualquier forma viviente (I); hacer envejecer incluso al tiempo [IV]; alcanzar a la vida [V]; la inflexibilidad con quienes acumularon dones [VI], y su inevitabilidad a la hora de hacernos partir [VII]. María Aveiga presenta después desiguales combates con la muerte: en el primero, la divinidad, representada por un levitante que bien puede ser Cristo, no puede evitar la fusión con la oscuridad (III); en otro, el amor —y sus buenos y felices momentos— quedan arrinconados por la poderosa sombra. Luego hay poemas que incluyen presagios: algunos, terrestres, una vez accedemos a ese reino del que nadie volvió, resultan entrañables (II); no lo son tanto ni el final de la pasión física [XI] ni esa contemplación del cuerpo tan deseado, hoy arrasado [XII], destempladas antesalas de la muerte; incluso un mar sobre el que miles de astros reflejan su luz acarrea siniestras preocupaciones para la poeta [XIV]. Finalmente, descripciones como la de ese impetuoso Tsunami [X] o la contemplación de una ahogada [IX], epilogan esta lóbrega recopilación solo atenuada, in extremis, por algunos recuerdos de los padres de la poeta, cuyo amor hacia ellos se enfrenta, valeroso, a la idea de morir [XIII].

Para Heinrich Boll «la poesía es la sensación de estar siempre con la muerte» y Antonio Gamoneda parece estar de acuerdo: «La poesía existe porque existe la muerte». La interrelación entre poesía y muerte nosotros, desde luego, nunca la hemos encontrado de tan manifiesta forma como en estas catorce composiciones de María Aveiga.

 
 I
  
 algo se agolpa
  
 desnuda toma 
 la flor del médano
  
 espléndida
 repasa la secreta forma
  
 nacida y sin piedad
 la muerte nos deja
 la furia oculta
 entre las sombras
   

Mar

Seis composiciones describen un mar sacudido en cuyo fondo abisal rige el tiempo que hace naufragar todas las promesas. Ese cementerio marino y secreto, al igual que la muerte, celoso de quien lo abandona, devora al hombre en cualquiera de sus edades… Y solo la poeta es capaz de percibir belleza en esta furia.

 

 VI
  
 viento marino, ubicuo manantial
 en mi violencia por consumir
 tus médanos en la playa
 la silueta anclada en el sueño
  
 yo, a quien intuyo 

Otros lugares

María Aveiga del Pino deja constancia en esta excepcional antología de su dominio en un registro, no menos complicado que el poema, como es el microrrelato. En «Itzama», bajo la advocación de ese dios maya, la poeta pone nombre a las cosas con un rezo que prevé dirigido a nadie. «Nueva York» muestra a la capital del mundo ensimismada y secreta tras la partida de un amante. En «Manakara», ciudad de Madagascar, sabiduría y felicidad llegan aunadas para satisfacer a la poeta. «Madagascar» describe decapitaciones de bestias sagradas, y pescas y posteriores ingestas de peces. Un barco encallado simboliza el destino de tanto viaje y anhelo.

New York 

Sí, la recuerdo, geisha devastada inyectándome su secreto. Cabellera íntima en mi noche sin el amante que acaba de  partir. Caminamos por el viñedo donde el antiguo néctar no se petrifica.
  
Tras el dosel el puerto indiscutible se levanta. 

3. Fronteras (inéditos)

Se recogen aquí cinco microrrelatos y dos poemas que María Aveiga del Pino, vate sin prisa pero sin pausa, corrige para que cuando se publiquen estén como ella pretendió durante el largo proceso de gestación. En «Tren» una mujer solitaria viaja con un dibujo de su hija a modo de talismán. «Camuflaje» critica las campañas urbanas de publicidad con personas disfrazadas. En «Cruz rosada» lápidas sin nombre nos causan desconcierto. «Salamandras» muestra esos síntomas que anuncian el final de los ciclos vitales de la mujer. En «¿Estás ahí?» nuestras imperfecciones hacen preguntarnos quién está al otro lado. El poema «Clandestino» lamenta la separación de dos cuerpos enamorados y en «Sofía» una adolescente despierta al mundo sensorial con un ímpetu en el que, para su madre, todo está permitido si ello colabora a aumentar su sustancia vital.

 Sofía
  
 La sangre tibia de los descubrimientos
 invade tu boca.
 Yodo el riesgo. Azúcar la caza.
 Absorbes de la tierra el limo y las horas.
 Tu cuerpo es un río nuevo.
 Orillas, invades, luego duermes.
 En cada revelación muere una estrella
 aflora otra.
 El fuego que consumes marca mi rostro
 y el tuyo adquiere la certeza
 del agua y las lobas.
 Miénteme, no importa.
 Observaremos la ciudad
 y esa sustancia que rodea los cuerpos y
 las palabras
 hasta convertirnos en dilución
 desaparecerá por un instante.
  
 Ven, caminemos.

Si poesía es la intuición de la belleza, de la plenitud y del desgarro, y el latido que hace de la intemperie un lugar habitable. Si poesía es el mundo en su mejor lugar. Si la poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Y si en esta época terrible la poesía, pese a su casi invisibilidad, es el lugar donde, al ejercitar el asombro, aún se sostiene el misterio… Si alguien duda de que semejantes afirmaciones —dichas todas por grandes autores—sean ciertas, comprueben cómo encontraron su terreno más propicio en esta mágica Antología personal de María Aveiga del Pino.

Si poesía es la intuición de la belleza, de la plenitud y del desgarro, y el latido que hace de la intemperie un lugar habitable, requisitos que encuentran terreno propicio en esta mágica #AntologíaPersonal de María Aveiga del Pino. Clic para tuitear
Antología personal. María Aveiga del Pino. Valparaíso Ediciones

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Reseña de Manu López Marañón
Diseño de la portada de la reseña: David de la Torre

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