El día que me encontré a un señor en la cocina

Acababa de salir de la ducha cuando me encontré a un desconocido en la cocina.

Horrorizada, miré mis piernas. Comprobé, con alivio, que estaban depiladas. Habría sido muy desagradable que ese señor fuese un asesino y me hubiese pillado con las piernas sin depilar. ¿Qué habrían pensado de mí la policía científica y el juez encargado del levantamiento del cadáver? Pero todo estaba bien: iba a ser una asesinadita de lo más presentable, recién duchada y sin pelos en las piernas.

Reconfortada en ese punto, me aseguré de que tenía bien anudado el albornoz y miré al intruso. No tenía cara de asesino. Por su aspecto, parecía más bien un antisistema. «Cómo estarán las cosas —me dije—, para que me aparezcan antisistemas en la cocina». Me fijé mejor en él. Era guapo. ¿Convendría que, como en un descuido, dejase que se entreabriese un poco el albornoz? No me pareció buena idea, así que lo dejé quieto e hice lo que cualquier mujer habría hecho en esa situación: saludé.

—¡Hola! ¿Qué tal?

—Muy bien. ¿Y tú, qué tal?

—Bien, bien… Ya ves.

—Fresquita, ¿eh?

—Pues sí.

Imaginadnos a los dos de pie en la cocina, mirándonos como tontos, con una sonrisa de oreja a oreja. Por cierto, el antisistema tenía una sonrisa preciosa.

«No podemos seguir así», pensé, así que decidí agarrar el toro por los cuernos.

—Esto… perdona, pero ¿tú de dónde sales?

—De Barcelona.

—Ah, de Barcelona, estupendo.

¡Un agujero de gusano! Se había abierto un agujero de gusano en mi cocina y, de un momento a otro, comenzarían a irrumpir en ella viajeros procedentes de Barcelona, con sus maletas, bolsas de viaje y demás. ¡Y yo cubierta solo por un albornoz!

—Estoy muy a gusto en Barcelona —me explicó el intruso.

—Ah, mira, pues me alegro.

—Pero no soy de allí. Soy chileno.

Lo entendí todo. No me preguntéis por qué, pero me pareció muy razonable que apareciesen en mi cocina chilenos procedentes de Barcelona. Aunque me apenó un poco desechar la idea del agujero de gusano. Me habría hecho ilusión.

Sales de la ducha y allí está él, el antisistema de la sonrisa preciosa @Arteyprecine Clic para tuitear

Equívocos conyugales y ciencia ficción

Algún tiempo después, durante un cena, el hombre que había aparecido en mi cocina y yo estuvimos hablando de novelas de ciencia ficción. Él no recordaba el nombre de un autor y, con las informaciones que me proporcionó, no pude decirle de quién se trataba.

Después de una larga sobremesa, me fui a casa y dejé solos a nuestro anfitrión, al desconocido que ya no lo era y a mi marido. Nada más llegar me acordé del nombre del escritor, así que mandé un SMS a nuestro amigo común: “J.G. Ballard. Crash”.

Según me contaron después, nuestro amigo vio que había recibido un mensaje mío. Le pasó el teléfono a mi marido.

—Es de tu mujer.

—No entiendo nada —dijo él, al leerlo.

—A ver… Qué raro, parece un mensaje secreto. Para mí que se lo ha querido mandar a un amante, se ha equivocado y me lo ha enviado a mí.

—¿Qué dice? —preguntó, interesado, el antisistema que no era antisistema. ´

Le pasaron el móvil, leyó, se echó a reír y exclamó, alegremente:

—¡Ah, el mensaje es para mí!

Parece ser que los otros dos se quedaron algo intrigados. Sobre todo mi marido. Pero eso les pasa por no ser aficionados a la ciencia ficción. Yo soy inocente.

 

La autora, Carmen Pinedo Herrero, se recuperó del susto. Su marido también.

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