Este 15 de septiembre se cumplen diez años de la quiebra de Lehman Brothers, la cuarta entidad financiera de Estados Unidos, que marcaría la explosión de una burbuja inmobiliaria de dimensiones continentales y el inicio de la crisis global financiera más grave de todos los tiempos. Nada nuevo en la historia del capitalismo, que cada cuarenta años advierte de los límites de la codicia, hace quebrar unos cuantos bancos, empresas y aseguradoras y deja en la calle a unas decenas de millones de trabajadores (también suele hacer saltar por los aires las economías de los países más débiles y de las clases menos favorecidas). Lo llaman ciclos económicos. Si la crisis de 1929 se saldó con el auge de los fascismos y del nazismo (que condujeron a una guerra mundial), la de 2008 aún solo ha provocado el ascenso de la ultraderecha, una ola de xenofobia, la caída de Grecia al pie de los caballos, la salida de Reino Unido de la Unión Europea y la llegada a la Casa Blanca de un «misógino racista decidido a destruir el estado de derecho» (Joseph E. Stiglitz dixit).
Hay quien atribuye el auge de la extrema derecha a la llegada de refugiados procedentes de países en guerra o en bancarrota. Pero no era necesaria esta afluencia para que repitamos la historia. Sabemos hacerlo nosotros solos. ¡No somos tan inútiles!
De momento todo va bien, dice el hombre que cae de un edificio de cincuenta pisos (La haine, Mathieu Kassovitz, 1995). La aparición de una nueva clase social, el precariado, el hecho de que el trabajo se haya convertido en una estafa y no sirva para salir de la pobreza, el riesgo de generar una o dos generaciones perdidas, de que los hijos vivan peor que los padres, la ruptura de la solidaridad intergeneracional, el aumento inmoral de las desigualdades… son ese tipo de cosas que suceden mientras se aproxima el suelo.
En el ojo de ese huracán se sitúan personas aparentemente normales. Henry, Emanuel y Mayer Lehman, hijos de un tratante de ganado de Baviera, llegaron al puerto de Nueva York en 1844. Recaban en Alabama, en las plantaciones de algodón del sur de Estados Unidos, donde primero comercian con telas y luego con algodón. Un incendio en las plantaciones propicia la acumulación primigenia de capital en sus manos que les permite pasar de ser comerciantes a ser «intermediarios». Esta ocupación, al parecer, es ajena al capitalismo primitivo, pero pronto constituirá su meollo. Años después ya son solo «inversores» y, poco después, su oficio es exclusivamente el dinero. Se les encuentra en la fundación de la bolsa en Wall Street, en el negocio del ferrocarril, del petróleo, de las armas, del café, de la aviación, de Hollywood, del canal de Panamá, en el negocio de la guerra en contra de su propio país…
Es cierto que poner la historia del capitalismo sobre las tablas es una completa temeridad. Por eso, el montaje de Sergio Peris-Mencheta (Madrid, 1975) sobre el texto de Stefano Massini (Florencia, 1975) tiene sus más y sus menos, si bien lo excelente supera con creces a lo menos fino. Vamos a decirlo de una para que la crítica no desdore el trabajo inspiradísimo de todos y cada uno de los creadores de esta obra ingente: el montaje es magnífico, el espectáculo es total, las interpretaciones de sus seis actores-músicos son soberbias. Lo que ocurre es que el empeño de Massini y de Peris-Mencheta es superlativo y, por tanto, sabe a poco: queremos más (así es la codiciosa naturaleza humana).
Son casi 160 años de capitalismo embutidos en tres actos de cincuenta minutos cada uno. El lapso es más propio de una saga, de una novela-río, que de una sesión dramática de apenas tres horas (lejos quedan las veinticuatro de Monte Olimpo de Jan Fabre). Tal vez el montaje merece las cinco horas que prevé el texto de Massini.
Peris-Mencheta transforma el texto de Massini en una «balada para sexteto en tres actos» (la música es de Litus Ruiz, Xenia Reguant, Ferrán González y Marta Solaz; el primero también interpreta a Henry Lehman y a unas cuantas docenas de personajes más). Cierto, a la charlatanería de la estirpe de los Lehman le va bien la música, de manera que el espectáculo alterna dos tipos de chantaje: lo melódico y lo mitinero, pues la automotivación de los personajes de Lehman Brothers Trilogy alcanza el nivel del discurso dramático.
Así, visto desde la parte humana, el capitalismo puede reducirse a una historia de superación protagonizada por gentes que creen fervientemente en todas y cada una de las afirmaciones de los libros de autoayuda. Sin esa autoconfianza tan cutre no se levantan imperios económicos ni se le hace la puñeta a la competencia. Lehman Brothers Trilogy no se limita a cantar las bondades de la compraventa de acciones y del interés, sino que, al hacerlo, evidencia la falta de escrúpulos de sus protagonistas (y la necesidad de una regulación en el uso del dinero).
El primer acto abarca desde 1844 hasta la Guerra de Secesión (1861-1865). Es suficiente para quedar asombrados y sabedores de que no se contiene Crimen y castigo en menos de seiscientas páginas. El acto segundo (hasta el crack de 1929) sucede a ritmo de ragtime e, in crescendo, el tercero (hasta 2008) a ritmo de twist. Así, conocemos bien la historia de los pioneros hermanos Lehman, pero la trama humana va adelgazándose a medida que nos acercamos a los acontecimientos más recientes. Tal vez esa aceleración es propia de la caída, pero sucede que el yupismo de los ochenta y noventa se va de rositas.
En ningún momento hay un tono didáctico o panfletario, pero sí cierto esquematismo en los últimos compases de la función. Como no se pretende un tratado de economía de una obra de teatro, sí se espera una buena caracterización de los personajes y un acertado desarrollo de las situaciones. En su lugar, cuando el esquema se impone al desarrollo, aparecen escenas de un gran valor interpretativo y cómico. Triunfa la velocidad, pero no decae el interés. Son memorables la elección de esposa por parte de Philipp Lehman, la rivalidad con los Goldman Sachs el día del Bar-Mitzvah de sus retoños, la visualización de la nueva forma de producción típicamente americana, el fordismo, un partido de squash que es en realidad una reunión de negocios…, por citar solo algunas de las escenas más asombrosas e hilarantes.
Además, al contar los aconteceres de la familia Lehman a través de tres generaciones, necesariamente se narra la historia de Estados Unidos y, si me apuran, hasta de la cultura pop: Herbert Lehman entra en política, se alude a la guerra de Vietnam, Bob Dylan hace de maestro de ceremonias, aparece The Beatles propiciando que el dinero corra a ritmo de twist & shout… A modo de testimonio, también hace acto de presencia la intrahistoria del sueño americano con la comparecencia de un bar en Nebraska y de un badulaque de 24 horas.
¿Qué más se puede pedir?
Lehman Brothers Trilogy contiene todo esto y mucho más, pues los seis actores que dan vida a más de cien personajes (Aitor Beltrán, Darío Paso, Litus Ruiz, Pepe Lorente, Leandro Rivera y Víctor Clavijo) lo bordan. Puede pasar desapercibido, pero son extraordinarias sus cualidades vocales. La dicción, que precede al canto. Y sus habilidades musicales y su vis cómica. Y su capacidad para representar personajes femeninos con el típico transformismo de hombre con bigote, peluca y falda, motivo de comicidad elegante a pesar de todo. También son magníficos el vestuario de Elda Noriega, la luz de Juan Gómez-Cornejo y el escenario en tres pisos de Curt Allen Wilmer, que confieren a la escena un tono sepia, de daguerrotipo. La cinta deslizante sobre el escenario (movida a pie por un sufrido andarín), por la que aparecen personajes a la velocidad del rayo, dinamiza el conjunto. No hay excusa. El espectáculo es prodigioso, no va a estar mucho tiempo en cartel (de momento solo hasta el 23 de septiembre), se está corriendo la voz y las localidades vuelan. Ustedes verán lo que hacen.
El auge y caída de la banca de inversión #LehmanBrothers convertido en musical por @PerisMencheta a partir del texto de @stefanomassini. No se lo pierdan. En @TeatrosCanal. Reseña @avazqvaz Share on XLehman Brothers Trilogy se estrenó el 17 de agosto en el Teatro Palacio Valdés, en Avilés, y está desde el 23 de agosto en los Teatros del Canal, en Madrid, donde permanecerá hasta el 23 de septiembre.
Stefano Massini, director del Teatro Piccolo de Milán, es también autor de Donna non rieducabile (Mujer no reeducable), sobre la periodista rusa Anna Politkóvskaya, que pudo verse en el Teatro Español, en Madrid, en febrero de 2016, con Miriam Iscla, bajo la dirección de Lluís Pasqual.
Sergio Peris-Mencheta, actor y director, dirigió en 2016 La cocina, de Arnold Wesker, para el Centro Dramático Nacional.
Actualización: en estos momentos todas las localidades para Lehman Brothers Trilogy en los Teatros del Canal, en Madrid, están agotadas. La compañía Barco Pirata anuncia su gira con estos destinos provisionales:
En 2018: 11 de octubre en Ponferrada, 20 y 21 de octubre en Bilbao, 26 y 27 de octubre en Granada, 23 y 24 de noviembre en Sevilla, 1 de diciembre en Badajoz.
En 2019: 12 de enero en Logroño, 19 de enero en Valladolid, 23 y 24 de enero en Málaga, 11 de mayo en Murcia, 24 de mayo en Albacete, 25 de mayo en Elche.
Lehman Brothers Trilogy
Autor: Stefano Massini
Versión y Dirección: Sergio Peris-Mencheta
Intérpretes: Aitor Beltrán, Darío Paso, Litus Ruiz, Pepe Lorente, Leandro Rivera, Víctor Clavijo
Escenografía: Curt Allen Wilmer (AAPEE) con estudioDedos
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo (A.A.I)
Vestuario: Elda Noriega (AAPEE)
Video y sonido: Joe Alonso
Dirección musical: Litus Ruiz
Composición musical: Litus Ruiz, Xenia Reguant, Ferrán González, Marta Solaz
Ayudante de dirección: Xenia Reguant
Asesor canto y baile: Óscar Martínez / Xenia Reguant
Ayudante de escenografía: Eva Ramón
Ayudante de vestuario: Berta Navas
Dirección Producción y Producción Ejecutiva: Nuria-Cruz Moreno
Ayudante de producción: Blanca Serrano Meana
Auxiliar de producción: Irene García
Director Técnico: Braulio Blanca
Fotografía: Sergio Parra
Diseño gráfico: Eva Ramón
Prensa: María Díaz
Distribución: Fran Ávila
Una producción de Nuria-Cruz Moreno y Sergio Peris-Mencheta para Barco Pirata
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