Todos somos candidatos a asquerosos. Pero puesto Manuel de espaldas a todo, de culo ante el mundo entero, no sería ilegítimo considerar que el verdadero asqueroso puro de toda esta feria fuera él. A muchos hombres y mujeres, el Manuel del exilio cerrado y ciego, les resultaría un asocial, un indeseable. No un asqueroso más, sino el que más.

No se equivocarán. Pero él será el asqueroso singular cuya asquerosía nadie tendría que sufrir. A Manuel, metido en su celda estanca, no le va a padecer nadie. El vicio se trocará en virtud porque sólo computará beneficiados (él) y ningún perjudicado. Su apartamiento no ocasionará damnificados ni acarreará perjuicios, por causa de fuerza mayor (Los asquerosos, Santiago Lorenzo, 2018:217).

Reseña: Los asquerosos 

Al ser humano ya de humano le queda solo el nombre de la especie, si es que el hecho de padecer lo «humano» tendría que convertirnos en buenas personas. Somos hipócritas hasta con el lenguaje. Lo «humano» es bueno, digno, cándido como el protagonista de Voltaire… y nos lo creemos. Quizá los depresivos lo son porque piensan que antes éramos dadivosos y perfectos, que estábamos en lo más alto y decidimos suicidarnos. Pero ¿y si nunca estuvimos allí? ¿Y si nos mentimos? Pues preferimos creer que hubo una época en que fuimos buenos hermanos, como en algún cuento bíblico, pero Caín se cargó a Abel y nosotros nos hemos cargado el concepto de «humanidad», nuestras relaciones, nuestros deseos, nuestra vida, nuestra naturaleza y a nosotros mismos. Somos los asquerosos.

O tal vez no.

¿Quién sabe?

El escritor Santiago Lorenzo explora en Los asquerosos este dilema que surge a partir de una historia que podría ocurrir en cualquier esquina de nuestro país. El joven Manuel sale un día del cuchitril donde vive y, cuando llega a la salida, se topa con un antidisturbios que le ve cara de manifestante y decide darle de palos. Pero el talismán de Manuel es un destornillador y le hace diana en el cuello a la autoridad con él… Y pone los pies en polvorosa hasta casa de su tío, quien nos narra la historia de cómo le busca refugio a Manuel en un pueblo fantasma, Zarzahuriel, donde poco a poco Manuel, en su soledad, en su penuria, comprenderá que nunca había sido más feliz.

Si por algo brilla esta novela (y la ha hecho merecedora del Premio Cálamo, Premio Los Libreros recomiendan, Premio de las Librerías de Navarra y una de las mejores obras de 2018 según El Periódico y Babelia —lo dice la faja promocional, no lo digo yo), es por la forma en la que el narrador, el tío de Manuel, nos cuenta la historia, con esa mezcla de humor, retorcimiento casi barroco y cercanía a pie de calle que nos hace quedarnos embelesados ante una de esas personas que llena de floritura su boca sin escupir sandeces, sino muchas veces verdades. Quevedo se frotaría las manos.

Los asquerosos brilla por la forma en la que el narrador nos cuenta la historia, con esa mezcla de humor, retorcimiento casi barroco y cercanía a pie de calle. Quevedo se frotaría las manos. @Carlos_Eguren, @BlackieBooks. Share on X

El escritor Santiago Lorenzo cuenta que él solo escribe cuando tiene muchas ganas de escribir y se percibe a lo largo de sus páginas, habla de aquello que le da asco y se sorprende a sí mismo siendo divertido y conmovedor para el lector, como declaró en Página Dos (olvídense de la entrevista de La Resistencia que, ya que estamos, da vergüenza ajena e incluso asco, viendo como el pobre Broncano se dedica a hablar de portadas y faldones editoriales, no fuera a ser que tuviera que leer; en Página Dos se leyeron el libro). Esa emoción de Lorenzo se traslada a sus páginas, cargadas de ese término filosófico y vital que es la mala leche.

El escritor Santiago Lorenzo habla de aquello que le da asco y se sorprende a sí mismo siendo divertido y conmovedor para el lector. Los asquerosos, @BlackieBooks. Reseña: @Carlos_Eguren. Share on X

En esta época de confinamiento, fases y epidemias, hemos visto o hemos recordado una vez más cómo somos los seres humanos. Si nos dejan salir, nos pegamos y a vivir la buena vida. Si no podemos salir, nos ponemos a gritar en balcones que parecemos la Gestapo. Si empezamos a padecer la fiebre de la cabaña, dejamos notitas a nuestros vecinos sanitarios a los que luego les aplaudimos mientras como zoquetes cantamos el «Resistiré», no vaya a ser que nos acusen de traidores de la patria buenrrollista del Instagram y las redes sociales y la madre que los parió a todos. ¿Y el resto de las redes —o telarañas— sociales? La SS del retuit. Puede que una novela como esta consiga recordarnos que, a menudo, escapar de todo es la única forma de lograr la felicidad, que la soledad no es algo tan feo, que los mensajitos de Míster Wonderloquesea uno los puede utilizar para rellenar la basura y que puede que descubrir que no necesitar nada es mejor que necesitar algo. En un mundo donde todos padecemos la avaricia, deberíamos empezar a padecer la avaricia por tener nada.

La novela que arranca siendo una especie de actualización de El Lazarillo de Tormes, con el esperpento del Buscón, con ese estilo que se acerca a una especie de barroquismo moderno y callejero, evoluciona para ser una historia articulada en torno al conflicto filosófico: ¿la sociedad mejora al ser humano o lo empeora? ¿O es que el ser humano ya es deleznable y exigimos a la sociedad ser lo que los ciudadanos jamás podrán ser? Por fortuna, tampoco olvidemos que la obra no intenta ser una especie de «viva el campo» (no vaya a ser que caigamos en el beatus ille y nos rompamos los dientes), sino en una especie de reverso de Robinson Crusoe: mientras que el bueno de Robinson quería que lo encontrasen, Manuel no quiere que lo encuentren ni en broma. No es insólito ver reflejado en él al autor, que vive en una pedanía segoviana de veintitrés habitantes (y aguardamos que, por su salud, sin mochufas).

Somos lo que somos

Los asquerosos explora esta sociedad de la crisis, la precrisis, la poscrisis y la crisis que se nos viene encima (ya explorada en su anterior novela Los millones), esa España tan nuestra, del empleo mediocre, de los estudios que son papel mojado, del «sí tú destacas, clavito, yo soy el martillo que voy a hundirte y romper la tabla, aunque ambos nos caigamos», de los padres inútiles, de los hijos perdidos y de la sensación de que poco queda de la pasión y las auténticas ganas de vivir, las auténticas, no esa que te venden con un anuncio a toda pantalla donde las sonrisas parecen postizas. Explora lo que es ser español, vaya.

Los asquerosos de Santiago Lorenzo, @BlackieBooks explora esta sociedad de la crisis, la precrisis, la poscrisis y la crisis que se nos viene encima. Explora lo que es ser español, vaya. @Carlos_Eguren. Share on X

Muchos nobles críticos (adjetivo y sustantivo me dan ganas de reír aquí) señalan la novela más como un ensayo social que como una novela de por sí y uno, que le gusta ahorrar términos, se pregunta: ¿no puede ser ambas? ¿Ya hemos olvidado a los novelistas de la Generación del 98? Bueno, ¿cómo olvidarlos si ya ni se leen? El gran problema de nuestro país es que tenemos toda nuestra historia en papel, con grandes voces, con historias que nos retratan en el esperpento de Valle-Inclán y nosotros preferimos pasarnos la vida con gente que pide ser salvada o espejos privados para encefalogramas planos y masa gris que más que gris es de un color cercano al excremento, pues hace tiempo que se ha podrido y, ya se sabe, de lo que se come se cría. Como dijo el autor en la entrevista a Jotdown:

[…] Yo no sé si es un problema la España vacía porque junto a ese problema hay otro: la España llena sí me parece un problema. Un problemazo: la España saturada. A mí vivir aquí no me ha creado ningún problema. Todo lo contrario. No tengo que aguantar la revocación del Madrid Central.

La novela (me niego a quedarme simplemente en el ensayo, disculpen) se divide en dos partes: la primera es cuando Manuel huye y encuentra su felicidad en la soledad y la austeridad de Zarzahuriel y la segunda es cuando llega la Mochufa (permitan la mayúscula, este término se lo merece), esa gente que, como dijo su autor, por ejemplo, «se la da de patriota y no sabe poner Almería en el mapa». El libro bien podría ser un análisis sobre la Mochufa, ya que, desde la visión de Manuel, se disecciona sobre esta gentuza que contamina, que no cae bien y que producen asco.

Donde muchos verán sátira o una autopsia paródica de la sociedad (que sí, que también lo tiene), nosotros observamos una historia clara sobre cómo buscar la felicidad o, mejor dicho, cómo un infortunio acaba haciendo que la hallemos sin darnos cuenta, pero ¡ah, cuando nos damos cuenta, ya solo nos queda disfrutarlo y saber que al perderla nos condenaría! Y es que resulta conmovedor cuando este pequeño paraíso terrenal de Manuel se pone en peligro por culpa de unos que bien podríamos ser, me temo, nosotros y esta sociedad consumista que se colapsa y se cimienta en necesidades pueriles que nos anuncian a toda pantalla como si pudiéramos entrar en la ficción de esos anuncios estudiados y requeteestudiados.

Los asquerosos de Santiago Lorenzo, entre asquerosos, mochufa y Robinson Crusoe 1

El fenómeno mochufil

Tenemos derecho a estar solos, Santiago Lorenzo nos lo recuerda en su novela y uno sabe que merece la pena, que hay mucho de sabiduría en eso de «más vale solo que mal acompañado». No nos cabe duda de que, como afirmó en la entrevista que dio a El Salto, se ha quedado bien servido, desahogado tras exponer su visión del mundo, porque, desgraciados que somos, bien me temo que todos nos acercamos más a la puerilidad de la familia Mochufa que llega a Zarzahuriel a «huir de la ciudad» y acaban montando el Belén antes de tiempo entre griterío de los críos, idioteces de los padres y ordinarieces de ciudad de la abuela.

Los asquerosos plantea bien el viejo derecho a la soledad, a ser un ermitaño como aquellos antiguos filósofos que huían de la polis para crear su propia vida, pero en un mundo cada vez más interconectado, tristemente lo sentimos como algo utópico. Para plantear esa soledad, Lorenzo olvida los diálogos directos para buscar esa soledad y ese aire de oralidad lleno de metáforas puramente literarias. Con ella, los cortos capítulos se leen en un santiamén y se disfruta incluso cuando nos pasamos todo un capítulo viendo a Manuel desguazando su coche de quinta mano o poniéndole electricidad a esa casa abandonada que se convierte en su refugio. Fruto de esa soledad, de ese confinamiento autoimpuesto, reiteramos que Manuel encuentra la auténtica felicidad: hacer lo que le dé la maldita gana y crear su propia filosofía para que su vida como una especie de ermitaño lejos de ser una frivolidad New Age sea incluso envidiable no solo para su tío sino también por el lector.

Pero ahí están los eternos mochufos, extendiéndose como un cáncer incurable. Todo un festival donde Manuel expone abiertamente su pensamiento sobre cómo es nuestra sociedad, que confunde objetos con triunfos, que piensa que la felicidad es ponerse la crema exfoliante y que tienen que tener un portarrollos de papel que se caliente para limpiar sus cavernas, que ni siquiera son la de Platón. Como decía en El club de la lucha, al final, tú acabas perteneciendo a tus pertenencias. Recordemos lo que dijo Santiago Lorenzo en El Salto:

La definición de este fenómeno mochufil es de 60 páginas en el libro pero, como en prensa no puede haber 60 páginas, he hecho una lista de usos que definirían la mochufa —no privativos y no vinculantes, intercambiables y compatibles—. Está lo de creerse los ‘productos bancarios’. Está considerar que la semana es un castigo que se acerca al premio que es el viernes, porque eso significa que tú esperas que tu vida consista en quemar etapas, lo que es el suicidio… Esa cosa de ‘eh, por fin es viernes’, ‘llevo cara de lunes’: pero tío, tú vives una vida muy mierda. Estaría lo de usar los diminutivos como Flanders. Estaría creer en el tarot telefónico; hacer cola el 18 de diciembre para una opción entre 10 o 15 millones para una lotería, creerse las manipulaciones de OK Diario, eso es ser muy mochufa; y creerse que Ana Rosa Quintana va en serio cuando se emociona, no entender que se está descojonando en tu puta cara, es de ser mochufa. Considerar que es un hombre serio [Jorge] Fernández Díaz, o considerar que Esperanza Aguirre es una mujer cachondísima, eso es de ser un pobre diablo. Paulo Coelho y tal. Y por ahí anda. Rasgos intercambiables y combinables como una chaqueta de entretiempo.

Y al final, el propio tío, Santiago Lorenzo, le da la vuelta a la trama y nos deja la idea de que quizá ese Manuel deseando vivir solo, haciendo lo que desee, fuera de la sociedad, se convierte en el ser marginal, en el auténtico asqueroso de la historia. Y en ese punto es donde el lector debe decidir con quién se queda.

Y al final, el propio tío le da la vuelta a la trama: quizá ese Manuel se convierta en el ser marginal, en el auténtico asqueroso de la historia. Y el lector decidirá con quién se queda. @Carlos_Eguren. @BlackieBooks. Share on X

Por ahora, nos quedamos en Zarzahuriel, aguardando más al bueno de Manuel o su tío, aunque bien me temo que todos acabaremos siendo como la familia Mochufa. Todos podemos ser asquerosos, pero ojalá nunca seamos Mochufa. Qué vida esta…

 

Los asquerosos de Santiago Lorenzo, entre asquerosos, mochufa y Robinson Crusoe

 

Los asquerosos

Santiago Lorenzo

Blackie Books

 

 

 

 

Reseña de Carlos J. Eguren

El antro de los vampiros y otros monstruos

Portada de la reseña por David de la Torre

 

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