Pienso en bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita mía.

Lolita de Vladimir Nabokov, una novela de terror

Cuentan que Sting, un día, fue encontrado por una pareja en la calle y, aparte de los saludos consabidos y del «oh, qué grande eres», le dijeron que habían utilizado el Every breath you take como gesto de su gran afecto y esa canción resonó en su fiesta de boda. Para ellos, era una canción de amor. Para Sting, irónicamente, era un tema sobre un monstruo obsesionado con su «amada», un acosador incapaz de sentir otra cosa que el deseo de poseer y vigilar a alguien. Sting recordaba esta anécdota así: «Una pareja me dijo: “Oh, nos encanta esa canción, ¡fue la canción principal de nuestra boda!” y yo pensé: “vale, buena suerte”».

Es irónico cómo el público puede reinterpretar una obra artística, en ese caso el conocido Every breath you take. Y este punto de vista es aplicable también para un clásico de la literatura: Lolita de Vladimir Nabokov.

Desde su publicación en 1955, Lolita ha cosechado una serie de polémicas y debates que todavía hoy se mantienen, revitalizados por la evolución de la moral de una época a otra. Lo que en los cincuenta se encontraba como libidinoso y solo digno de ser publicado en una editorial de literatura pseudoerótica, ha pasado, en los dos mil, a ser fruto del debate posmodernista del patriarcado y el machismo que autoras como Laura Freixas han popularizado recientemente. Nabokov diría, ya en su momento: «en un país libre no debe esperarse que ningún escritor se inquiete por el límite exacto entre lo sensible y lo sensual». El autor señalaba otras lecturas como la idea de cómo Europa (Humbert) pervirtió al Nuevo Mundo (Lolita) o su reflejo de sus escarceos con la literatura romántica o la lengua inglesa. Pero ¿qué es Lolita después de tantos años desde que apareciese como la víctima de un mundo terrible?

#Lolita, una obra que ha pasado de calificarse como literatura pseudoerótica a ser objeto del debate del patriarcado y el machismo. #Nabokov #Reseña: @Carlos_Eguren. Clic para tuitear

El petersburgués dijo una vez que: «los profesores de literatura tienden a plantear problemas tales como: «¿cuál es el propósito del autor?» o, peor aún, «¿qué trata de decir este tiempo?», pero ¿qué sería hablar de una obra sin lo que significa para nosotros? Donde algunos ven una historia de amor incomprendida, otros encontramos una novela de terror, que nos introduce en la mente de un monstruo como lo es Humbert Humbert (seudónimo a lo William Wilson de más de una lectura: «sombra», «farsa», «pervertido»…). ¿Era lo que pretendía Nabokov? Y, en realidad, ¿qué importa? Él no buscaba lo trascendental del acto creativo sino crear: «Ahora bien, ocurre que yo pertenezco a esa clase de autores que al empezar a escribir un libro no tiene otro propósito que librarse de él y cuando le piden que explique su origen y desarrollo, debe valerse de términos tan antiguos como interrelación o inspiración y combinación…. Todo lo cual, lo admito, suena como un mago que explica un ardid llevando a cabo otro».

Humbert Humbert, uno de los grandes villanos literarios del siglo veinte

Escudándose bajo la confesión y lo irritante (por su tendencia al uso del francés a las primeras de cambio como modo de… ¿confesión? ¿Pedantería del propio personaje?), Humbert naufraga en una experiencia de la niñez para justificar todo lo que hace; en la niñez y también en las constantes alusiones literarias (hallando en Edgar Allan Poe y su Annabel Lee una especie de apología a su perversión). Humbert Humbert es uno de los grandes villanos literarios del siglo veinte y confiesa, a través de las páginas, ser un pederasta, pero lo hace como si esto fuera un delirio romántico más, que el resto del mundo no puede entender. Las niñas son las culpables; ellas son las nínfulas, figuras míticas, sádicas y ansiosas de colmar su sed de pecado, y él es un pobre artista (que, irónicamente, jamás crea nada y nunca alude a ser simplemente un vividor). En ningún instante, Humbert acepta su monstruosidad. En todo momento, leemos la versión de sus hechos, los de una mente trastornada, que desdibuja la realidad, según él lo desea. Y no es un enigma que algún lector llegue a perderse en el punto de vista de Humbert, mientras que otros nos topamos con un ser espeluznante. Desde su punto de vista, todo lo que hace es correcto. Nabokov nos otorga así la visión escalofriante de uno de los personajes más terroríficos de la literatura del siglo XX.

Freixas habla del patriarcado y no olvidemos el subtítulo ficticio de la obra Confesiones de un viudo de raza blanca. Tampoco obviemos uno de los inicios más conocidos de la literatura, en el cual algunos hallan romanticismo y otros obsesión y perversidad: «Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita».

Desde el falso prefacio de John Ray Jr. (de merecida relectura una vez finalizado el libro, debido a cómo completa el desenlace de los personajes), atisbamos la diversidad de lecturas de una historia sobre un degenerado, que siempre busca un modo de ver el mundo a su imagen y semejanza. Él, para sí mismo, es un romántico perdido, a la par que Lolita, una cría de doce años, es una peligrosa tentación; en ningún momento, ve la realidad como es (o no le interesa verla): él es un pederasta y Lolita es una víctima.

Mediante los mecanismos dignos de una bestia, Humbert (con su manía de referirse a sí mismo en tercera persona) trepa en la escala social, persigue a Lolita, se convierte en su padrastro y la acorrala, la corrompe, aprovechándose de ella, hasta transfigurarse en un parásito de la joven. Es así como él se describe como un amante irremediable y atormentado, pero, en realidad, tenemos a una inmunda criatura que trae la desgracia, ya sea a Lolita (marcándola de por vida) o a la trágica madre de esta. Por ejemplo, citemos: «pero yo la retuve con fuerza y en verdad la lastimé bastante (¡así se pudra por ello mi corazón!) y una o dos veces sacudió el brazo con tal violencia que temí romperle el puño». Con frases como esta, vemos cómo Humbert busca engañarse a sí mismo y al lector. No es que él esté a punto de romperle el brazo; es ella la que tiene la culpa: de querer escapar de una vida infeliz, de desear huir de un pederasta, de querer ser solo una niña. Él queda retratado en todo momento: es un manipulador que no duda, en cierto momento, en la idea de embarazar a Lolita para, cuando esta le abandone o deje de ser una niña, él tener otra a la que violar. Espantoso.

Puede que, por ello, quizás, ese final vengativo al que se consagra Humbert Humbert sea más bien una justificación de por qué ha acabado en la cárcel que una necesidad puramente dramática. Su enfrentamiento con el otro amante de Lolita, otro pederasta que realiza fiestas y orgías para los poderosos, es simplemente Humbert Humbert observando a otro de su calaña y, cualquier afirmación que hace de este otro patético ser, podría ser aplicable al patético ser que es él mismo.

Un mundo sin esperanza para Lolita

Otro aspecto terrorífico de la obra es que no hay esperanza para Lolita. En ningún momento. Fuera de Humbert Humbert, tampoco halla nada que la ayude: su autoritaria madre, sus amigas entre lo naíf y la madurez precoz, aquellos que intentan aprovecharse de ella, sus profesores… Véase el discurso de la directora de la academia y su defensa de no crear «ratas de biblioteca», sino hacer que las niñas sean víctimas de los grupos sociales, buscando que la «deliciosa Dolly» ingrese pronto en un grupo en que las relaciones signifiquen para ella «tanto como los negocios, las relaciones sociales, los éxitos financieros para usted» (refiriéndose a un Humbert que vive de las rentas y las apariencias). No hay futuro para ella, salvo un triste y pobre matrimonio más por supervivencia que por amor y el deseo de tener un hijo como forma de tener una nueva vida, una forma de redimirse y encontrar el amor… Todo ello, para acabar con su trágico desenlace.

La visión posmoderna promete diversos acercamientos al texto del autor ruso. Desde aquellos simpatizantes de una teoría más clásica hasta otros que defienden que libros como este deberían prohibirse (tal y como sucedió en Francia y Reino Unido). No dejemos de lado a aquellos que suman la perspectiva del patriarcado y otras tendencias de estos tiempos. Sin embargo, el lector debería acercarse a la obra con la sempiterna curiosidad y con esperar ver qué refleja de sí mismo en ella. Lolita es un espejo y su lectura, de grandes variantes, permite que algunos vean lo que realmente son. En el caso de un servidor, ve una de las historias de terror más siniestras y reales de la literatura moderna. Aquí no hay vampiros, aberraciones o asesinos en serie nacidos de la tumba, aquí tenemos a un villano que podríamos encontrarnos al salir de casa y, lo más alarmante, sin descubrirse en ningún momento. Y eso es, cuanto menos, inquietante.

En Humbert Humbert tenemos a un villano que podríamos encontrarnos al salir de casa y, lo más alarmante, sin descubrirse en ningún momento. #Nabokov #Reseña: @Carlos_Eguren. Clic para tuitear

Hoy, Lolita es ya un mito. Adaptada en dos ocasiones a la gran pantalla (una por Stanley Kubrick, otra por Adrian Lyne) y convertida en referente cultural que aparece en diversas formas artísticas, por ejemplo, canciones como las cantadas por Alizée o Lana del Rey (temas que, quizá, no captan el auténtico espíritu de la obra por el simplismo pop o porque vuelven a convertir a Lolita en la villana, cuando es la víctima). Además, Lolita se transformó en un término para referirse, según el Diccionario de la Real Academia Española, como: «adolescente seductora y provocativa» (diccionario, hijo de su sociedad, donde nunca aparece el término «humbert» para hablar sobre un pederasta violento, manipulador y psicótico). Aparte, su huella literaria es detectable en otras obras como La flaqueza del bolchevique de Lorenzo Silva.

Más allá de los mitos (o confabulándose con ellos), los libros nos permiten vivir otras vidas y descubrir perspectivas lícitas o no sobre la realidad. Lolita continúa siendo un libro necesario, digno del debate y la reflexión, como los grandes clásicos de la literatura. ¿Qué nos quedará cuando las voces callen? ¿Qué perdurará cuando pasemos la última página de libro? ¿Cuántas Lolitas viven en un mundo devastador, en silencio, aguardando la tragedia traída por figuras mefistofélicas como Humbert? ¿Qué ocurre cuando seres reales vigilan cada paso que da, cada vez que respira, a la niña Lolita? ¿Qué queda cuando el mundo continúa girando y nosotros solo aguardamos algo de esperanza para Lolita? ¿Qué queda?

Los libros nos permiten vivir otras vidas y descubrir perspectivas lícitas o no sobre la realidad. #Lolita continúa siendo un libro necesario, digno de debate. #Reseña: @Carlos_Eguren. Clic para tuitear

 

Lolita de Vladimir Nabokov, una novela de terror

 

 

Lolita

Vladimir Nabokov

Editorial Anagrama

Ilustración de portada: Henn Kim

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 Reseña de Carlos J. Eguren