No me hagas ser una optimista, arruinarías mi vida.

Fleabag

En 2001 se estrenaba Amélie, película que ha hecho más daño al ser humano que muchas enfermedades mortales. No nos extraña que Jean-Pierre Jeunet esté en la lista de más buscados por crímenes contra la humanidad debido a su estridente paranoia. El microcosmos de aquella pequeña francesita que tenía que caernos bien por culpa de la música machacona, una voz en off irritante y una fotografía cargante hizo que muchos considerasen que la mujer perfecta era aquella parisina encarnada por Audrey Tautou, actriz a la que le cayó un sambenito que no hay quien se lo quite. ¿El gran problema? Que se la tomó como modelo de conducta para toda una generación que ha vivido viciada a los filtros de Instagram, chutándose posts de Facebook y esnifando Tumblr (todo ello con música de Yann Tiersen, que queda mejor). Por suerte, algo habremos mejorado en veinte años, porque ahora es una chica sin pelos en la lengua la que rompe la cuarta pared, realiza un monólogo sobre la falta de expectativas y, mientras practica sexo, nos cuenta que la vida es una mierda (algo que ya todos sabemos, pero siempre se agradece que nos lo recuerden). De eso va Fleabag, de nuestra exasperante realidad, de envejecer y cometer errores, de saber que el nihilismo es también una forma de sobrevivir, nos guste o no. La vida es una mierda, sí, pero puede ser una mierda maravillosa.

Fleabag, la revolución de Waller-Bridge

Irreverente, rabiosa, vibrante, Fleabag se ha convertido en todo un fenómeno. Ganadora de varios Emmys, Globos de Oro, Choice Awards, BAFTA…, lo que en realidad importa es cómo ha conectado con unos espectadores que buscaban una historia que hablase de tú a tú sobre la cutrez, lo intrascendente y la belleza de una humanidad perdida en el paradigma del comienzo de un nuevo siglo. No necesitamos dulces melodías parisinas, no tenemos que caer en la pocilga de la artificial fotografía de un filtro, no debemos buscar que los demás sean lo que nosotros queramos que sean ni sacarnos fotos en fotomatones que más valdrían estallar en pedazos. Nos vale con saber que, aunque la vida sea horrible, tampoco hay otra opción mejor, que es lo que nos deja claro la serie británica.

Irreverente, rabiosa, vibrante, @fleabag es todo un fenómeno. Ganadora de varios premios, la #serie de #PhoebeWallerBridge nos deja claro que, aunque la vida sea horrible, tampoco hay otra opción mejor. Crítica: @Carlos_Eguren. Clic para tuitear

Fleabag («saco de pulgas») es el mote de la actriz y guionista Phoebe Waller-Bridge, quien se encumbró con esta serie que presentaba a una mujer de a pie que se enfrenta a la vida diaria sin superar sus propios demonios. Waller-Bridge supo entender a la generación actual, cómo se mueve en Internet y qué significa la vida para todos aquellos que no saben vivir, pero se engañan pensando que sí. Su serie es como lo que debería ser Twitter si no fuese un antro de escoria.

La escritora ya había participado en el desarrollo de la serie Killing Eve y, gracias a su labor (celebrada con varios premios), ha participado en Solo, una historia de Star Wars y en el guion de No time to die de James Bond). El espectador sabe que está ante el comienzo de una gran carrera artística siempre que no se pierda en la sordidez de lo vendible. Curioso, cuando ya en los primeros cinco minutos del piloto de Fleabag, su protagonista nos habla sobre prepararse para mantener una relación sexual como quien podría prepararse para ir a hacer la compra. Todo está vacío, somos la generación hueca, ¿qué más podemos hacer? Y Waller-Bridge se transforma en su cronista perfecta.

Fleabag nace del guion de una obra teatral y, gracias a ello, la economía de recursos surte efecto con una obra que recorre la vida de una treintañera que no tiene novio fijo, que se hunde igual que su cafetería, que mantiene una tensa relación con su hermana (casada con un imbécil) y cuyo padre la rehúye por culpa de una madrastra (la típica artista que amaría Amélie). Políticamente incorrecta, capaz de reflexionar sobre el feminismo (más allá del griterío de las redes sociales) y hablar de lo que significa seguir respirando, cada capítulo le basta con treinta minutos para encandilar a los espectadores con los mundanos problemas de su protagonista y los secundarios que la acompañan en este viaje. ¿Su secreto? Su capacidad para pasar de la comedia más salvaje al drama. Tal y como dejó claro en una entrevista publicada en The Guardian:

Escribo desde el punto de vista de lo que me gustaría ver. Siempre estoy satisfaciendo mi propio apetito. Así que supongo que eso significa hablar sobre mujeres transgresoras, amistades, dolor. Amo el dolor.

Y lo ama con fuerza, sin duda.

Como también lo hace After life de Ricky Gervais, Fleabag de Phoebe Waller-Bridge centra su humor y su tragedia en el día a día de una persona que siente que no tiene nada que hacer con su mundo. Si el protagonista de After Life quería morir, Fleabag no encuentra demasiados incentivos para estar viva o muerta. Atormentada por el suicidio «accidental» de su mejor amiga, sigue adelante con esa pequeña cafetería sin vida, con la cobaya que le regaló a su compañera, y sintiendo que nada tiene motivo de ser, como la vemos en ese último episodio de la primera temporada donde transita Londres, con lágrimas en los ojos, y la pintura de estos convirtiéndola en un nuevo Pagliacci de una civilización carente de sentido. La única forma que encuentra de escapar de la soledad es el sexo sin ningún significado, ante el temor de perderlo todo… El ser humano es su máximo exponente.

#Fleabag de Phoebe Waller-Bridge centra su humor y su tragedia en el día a día de una persona que siente que no tiene nada que hacer con su mundo. Crítica: @Carlos_Eguren. Clic para tuitear

Tu auge y caída

Fleabag se compone de dos temporadas de seis episodios cada una y son perfectos para hacer un maratón de cada temporada y ver las vicisitudes por las que se encuentra el personaje y aquellos que la rodean. La primera se centra en su caída, la segunda (que se inicia un año después) habla de su intento de renacer de las cenizas, como vemos en esa primera escena, donde Fleabag, en un baño de un caro restaurante, con un perfecto vestido de noche, maquillada y preparada para deslumbrar, se limpia la sangre del rostro tras que la hayan golpeado. De eso va la serie, de intentar alzarse. O recomponerse. O no dejarse destruir completamente, porque esto nos ha ocurrido a todos. Ya sea a través de la dirección sutil o un guion bestial, Fleabag atrapa al espectador del cuello y le presenta una historia que podría ocurrirnos a cualquiera. La historia busca centrarse en personajes a menudo sin nombre, como la propia Fleabag o como el Hot Priest, con tal de dejar abierta la puerta para que cualquiera se identifique con ellos y traslade la historia a su día a día.

Por todo ello, se agradece, frente a la tontería parisina de principios de los 2000, el auge del cinismo londinense que ha venido después. Frente al positivismo precocinado, Fleabag no tiene pelos en la lengua. El sexo, lo soez, la vida… se mezcla en sus palabras sinceras sobre lo horrible que es la vida. Continuamente, Fleabag rompe la cuarta pared ya sea para mirarnos, hacer un gesto o soltar una reflexión sobre lo que está por pasar, y ahí se vincula su conexión con nosotros y con la ficción que vemos. Al final de la serie, Fleabag se despide de la cámara, del espectador, y emprende su nuevo viaje sin fijarse tanto en los demás, en esa cuarta pared que ha roto continuamente. Es el adiós. Y es un nuevo comienzo. Es Fleabag. Es la vida.

Crítica de Carlos J. Eguren

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