«Sabes que te quiero» es un relato breve de Isabel Clemente Burcio para el Curso online de Técnicas Narrativas impartido por Néstor Belda.

 

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Sabes que te quiero

La noche que acampamos junto a la frontera, en la profundidad del bosque, se oía la melodía de un pueblo sin patria; música, cantos y palmas alrededor de una hoguera; caballos pastando atados a las ruedas de madera de los carros; brindis, gritos y risas. Huíamos de la guerra, abandonábamos el país que nos vio nacer. Esa noche celebrábamos la bendición de los sueños y nuestro desarraigo nómada.

Mi abuela estaba sentada en las escaleras de nuestra carreta. Barajaba el tarot con la torpeza de su artrosis y la mirada distraída. Su frente, cubierta por un pañuelo de falsas monedas doradas, mostraba más arrugas que las de la edad. La vieja bruja, alegre y mentirosa, había estado muy rara todo el día, y esa noche no bailaba. Cuando él se levantó y me pidió que lo acompañara, nos miró. La tristeza de sus ojos eran malos agüeros.

Él me cogió de la mano y nos alejamos del campamento, hasta que la música se convirtió en un murmullo y solo se oían los grillos, un búho y el rumor de un arroyo cercano.

—Mi gitana —dijo.

Suspiró, sujetó mi cabeza entre sus manos y me besó hasta dejarme sin aliento. Cerré los ojos y sentí arder mis entrañas.

—Sabes que te quiero.

No contesté. Miraba sus botas y daba pataditas a unas piedras invisibles. Mientras él buscaba las palabras adecuadas, yo escarbaba en mi interior en busca de algo que tampoco encontraba. En ese momento me di cuenta de que iba a necesitar odiarlo.

—¿Recuerdas la noche en que los payos vinieron del pueblo en busca de mi madre? —me preguntó.

—Sí, una señora estaba encinta y se les había complicado el parto.

—Esa noche sus criados llegaron al campamento gritando. Su ama se moría desangrada y la partera no podía parar la hemorragia. Antes habían ido en busca del médico, pero lo encontraron durmiendo la borrachera.

—Recuerdo que tu madre llegó al día siguiente en una carroza negra y brillante conducida por un elegante cochero que la ayudó a bajar como si fuera una dama. Recuerdo su cara de cansancio y la satisfacción de su mirada. Trajo botellas de vino y comida cara que le regaló el señor en agradecimiento por salvar a su esposa y a su hijo.

—Eso no fue lo único que le ofreció. —De nuevo bajó la mirada—. Madre dice que el día del parto el hombre lloraba agradecido. Le suplicó que le pidiera lo que quisiera.

—¿Y qué le pidió?

—Ya la conoces. Es una buena mujer y no quiso abusar, así que le dijo que no necesitaba nada, que estaba satisfecha con haberlo ayudado. Pensó que las palabras del payo eran huecas, pero hace unos días, cuando mis padres se acercaron al pueblo en busca de provisiones, antes de marcharnos, volvieron a encontrarse. De nuevo le dio las gracias y le reconoció su deuda.

—Debe ser todo un caballero.

—Sí, lo es. Padre le contó que nos marchábamos. Madre dice que el hombre se quedó pensativo y al final le ofreció ayudarla de la misma forma que ella lo ayudó a él.

—No te entiendo.

—Salvando a su hijo.

—¿Quieres explicarte de una vez? Me estas poniendo de los nervios. ¿Salvándote a ti? ¿Y en qué te va a ayudar?

—El payo va arreglar todo para que me concedan el acceso a la universidad.

—Vaya —dije en un hilo de voz, sin poder añadir nada más.

—Al parecer es un hombre muy bien relacionado. Un tipo de esos influyentes en el país, un hombre rico y con muchos contactos. Un hombre poderoso.

—¿Él pagará todos los gastos?

—Así es. Se ha ofrecido a pagar la universidad y el alojamiento. Aunque madre ya le advirtió que yo no era ningún vago y que pronto podríamos devolvérselo. Nosotros tenemos orgullo. Cuando acabe los estudios podré trabajar para pagar la deuda.

—Será mucho dinero —pensé en voz alta.

—Cuando acabe los estudios ganaré mucho dinero. Madre dice que es una oportunidad, que los gitanos somos un pueblo perseguido, que el pueblo gitano siempre pierde en las guerras.

—Tu madre tiene razón. Es una gran oportunidad. ¿Cuándo te vas?

—Mañana. Primero iré a su casa porque quiere prepararme. Dice que tendré que hacer un examen de acceso, que no tengo que preocuparme en exceso, pero quiere… ¿cómo le dijo a mi madre? Limarme, eso es, para que no se note que soy gitano.

—Ese hombre no te conoce. Eres listo como el hambre, no tendrás ningún problema.

—No quiero que pienses que me voy a olvidar de ti. En cuanto acabe mis estudios volveré a buscarte y nos casaremos. —Su mano buscó una caricia que no pudo completar.

—No te preocupes por mí. Estaré bien.

—Te escribiré. Enviaré la correspondencia al payo y él os la hará llegar a mis padres y a ti. Mantendremos el contacto.

—Eso espero. —Sentí que mis ojos se humedecían mientras se me hacía un nudo en la garganta. Notaba como si los pulmones se me hicieran cada vez más pequeños, hasta no poder respirar. No quise llorar a su lado. Respiré buscando la calma y lancé una mueca que esperaba que se asemejase a una sonrisa—. Volvamos, se hace tarde y querrás despedirte de los tuyos.

—De acuerdo. Volvamos.

No volvió a cogerme de la mano al volver al campamento. Creo que me besó en la frente al despedirse, pero no me acuerdo bien. Me senté en las escaleras del carromato. Mi abuela me ofreció un vaso de agua, me retiró el pelo hacia atrás y me limpió el sudor del cuello.

Nos quedamos en silencio, hipnotizadas por la hoguera, fascinada por el baile de luces y sombras doradas, el aroma ahumado de la combustión de las ramas secas y los brillantes tonos anaranjados de las lenguas de fuego. Unas nubes negras taparon la luna y pronto la lluvia se presentó acompañada de rayos y truenos. Los gitanos abandonaron la fogata y corrieron a refugiarse a sus carretas. Nosotras seguimos sentadas en las escaleras, mirando el fuego que luchaba por sobrevivir al aguacero.

En ese momento, me tapé la cara y me dejé llevar. Mi abuela no habló, solo me colocó su brazo sobre mis hombros. Luego me cubrió con su mantilla y me meció en silencio.

—Tú ya lo sabías. Sabías que me dejaría, bruja del demonio —dije separándome de ella.

—¿Se lo contaste?

—No.

—Bien hecho, es mejor así. ¿Sabes lo que opinarán los gitanos de una madre soltera, sobre todo si ocultas quién es el padre de la criatura?

—Nunca me perdonaría que perdiera la oportunidad de ir a la universidad por mi culpa. ¿Crees que estará bien?

—Sí, siempre que consiga ocultar su ascendencia gitana.

—Supongo. Eso significa que no volverá.

—No lo creo, mi niña.

—Pues es una pena que no pueda conocer a su hijo.

—A su hija. Tu bebé es una niña.

 

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«Sabes que te quiero»

©Isabel Clemente Burcio

 

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