Arpegios, codas, fugas, puentes, acordes… Resulta innegable para cualquier amante de la música, que entre los silencios de una melodía existe un espacio singular, un reactivo mágico que trasciende más allá de cualquier tiempo y espacio, conjugándose alrededor del propio ritmo. Esa simetría recurrente que acompasamos con golpeteos de la ¿Y qué fue de las compositoras?puntera o con un batir de palmas, puede tanto amansar a nuestra fiera interna —al modo de Orfeo frente a Cerbero— como conducirnos a páramos de inusitada melancolía o súbita e inexplicable alegría. Todos sabemos que es un mundo soberbio, creativo, elevado y solariego, que vio la luz con las primeras flautas de hueso prehistóricas, pero a veces ignoramos el androcentrismo que ha rodeado a la práctica musical durante siglos. Esta censura o «recogimiento creativo» se debía a la creencia de que el arte distraía a la mujer de su función como madre y esposa, y por ello solo las grandes damas (reinas y altos cargos nobiliarios) podían postularse como mecenas y justificar el disfrute de la pequeña delicia melódica. ¿Dónde habían quedado aquellas Safo de Lesbos y Erina de Telos que tañían sus arpas y elevaban sus himnos en los salones y las recepciones oficiales? ¿Dónde la libertad de la mujer para expresarse a través del ejercicio artístico? Pues bien, podríamos decir que con la llegada de las grandes religiones monoteístas y la re-conceptualización de los roles femenino y masculino, el pódium de la creatividad quedó vetado.

Esta transformación del pensamiento artístico —que en anteriores artículos comprobamos cómo había afectado incluso al ámbito pictórico y escultórico— se mantuvo impasible hasta casi el siglo XX, provocando que cientos de compositoras fueran cercenadas de nuestra memoria en favor de inmortales como Beethoven, Stravinski o Perotín (entre otros). Pero hoy es el día en el que volveremos a insuflarles vida porque, por medio de este artículo, sus voces y compases volverán a sonar y, quizá con algo de suerte, lleguemos a apartarlas del olvido.

Hoy te presento, querido lector, a cinco grandes compositoras que fueron aisladas de la fama y el reconocimiento atemporal que merecían.

Cinco grandes #compositoras que fueron relegadas al olvido. Un artículo de Tamara Iglesias que rescata a artistas como Maria Anna Walburga Ignatia Mozart, la hermana mayor de Amadeus. #MujeresCompositoras. Clic para tuitear

Estas son nuestras cinco compositoras

1. Compositoras relegadas al olvido: Beatriz de Día

Sororidad entre trovadoras

¿Habéis escuchado alguna vez ese refrán que dice «si la vida te da limones, haz limonada»? De pequeños nos lo repetían constantemente para que aprendiéramos a tener resiliencia y afrontar los acontecimiento negativos como parte de un todo, un ciclo madurativo y vital. Llegados a una cierta edad algunos olvidamos el dicho y otros prefirieron recomponerlo, adaptándolo a sus determinadas situaciones; en mi caso particular, uno de mis allegados me dijo en una ocasión: «Tamara, si la vida te da limones échale un chorrito de ron y me llamas; seguro que podemos celebrar algo bueno que te haya ocurrido y que estés pasando por alto». Y aunque a simple vista su discurso me pareció un tanto pro-ebriedad, lo cierto es que pensándolo a posteriori caí en la cuenta de que su mensaje era una declaración de inconformismo y pensamiento positivo. Al fin y al cabo… ¿por qué amargarnos por una mala experiencia si podemos sacar algo bueno de ella? Creo sinceramente que esto mismo pensaba Beatriz de Día —nuestra primera compositora olvidada— cuando decidió transformar el dolor de una traición en pura creatividad.

Cinco espléndidas compositoras que fueron relegadas al olvido

Nacida en 1140, Beatriz fue una de las trovadoras medievales más famosas de Europa, hasta el punto de que sus manuscritos y canciones circularon por toda Francia y el norte de Italia, llegando a formar parte de la colección de canciones —los «grandes éxitos” por decirlo así»— de Carlos de Anjou, el hermano de Luis IX. Aunque la mayoría de sus cantares se reconocen fácilmente por una fuerte carga romántica acompañada de referencias bucólicas, existe uno en especial que trasciende y se eleva por encima de su zona de confort. Hablo, por supuesto, de A chantar m’er de so qu’eu no volria (Ahora deberé cantar lo que no querría) que esconde en sus líneas la historia de un amancebamiento.

Trovadores y juglares. Trovadoras y juglaresas. ¿Por qué sabemos más de los primeros? El #arte distraía a la #mujer de su deber de esposa y madre. Y entonces conocemos la historia de Beatriz de Día. #compositoras. Tamara Iglesias. Clic para tuitear

Verás: según la hipótesis más extendida, Beatriz se casó con el conde de Viennois, Guillermo de Poitiers —no confundir con Guillermo I de Poitiers, el llamado Trovador, noveno duque de Aquitania, séptimo conde de Poitiers; ni con Guillermo II de Aquitania duque de Aquitania y conde de Auvernia— quien amaba la música casi tanto como los deslices matrimoniales y, dado que el suyo fue un matrimonio de conveniencia con apenas repercusión en el lecho conyugal, ambos resolvieron llegar al arreglo una relación con concesiones externas (lo que para el común de los mortales viene siendo una relación abierta). Adaptados a esta dinámica, Beatriz terminó enamorándose de uno de sus muchos amantes (el trovador Rimbaud de Orange) que le hizo jurar su absoluta abnegación a su figura; es decir, hizo que Beatriz le prometiera que no tendría más amantes que él, puesto que según parece «no podría soportar la idea de que otro hombre bebiera de su pasión». A cambio le prometió el oro y el moro pero, como imagino supondrás, terminó engañándola con la juglaresa Azalaís de Porcairagues, una mujer atribulada por la muerte de su gran amor de infancia (el monje Gui Guerrejat, hermano de Guillermo VII de Montpellier) de quien el trovador se aprovechó de mala manera. Tras conocer el engaño, Beatriz compuso A chantar m’er de so qu’eu no volria y decidió interpretar su pieza en un banquete que su marido organizó para todo el condado; la canción fue todo un éxito y, si bien la mayoría supuso que el destinatario de la dura letra era Rimbaud –lo que le supuso una considerable vergüenza-, el anonimato de Azalaís se mantuvo hasta que el trovador contó la historia con pelos y señales como venganza. (Ay, el ego herido qué malo es…)

Aquí os dejo la canción para que podáis disfrutarla:

2. Compositoras relegadas al olvido: Maria Anna Walburga Ignatia Mozart

Veto de hermanos

Cuando uno destaca por encima de los demás siempre surgen dos posibilidades: o bien te ganas una alabanza o bien tratan de cortar el tallo que sobresale (ya lo decía Sinatra cuando cantaba aquello de And as funny as it may seem, some people get their kicks stompin on a dream); pero probablemente Maria Anna Walburga Ignatia Mozart (Salzburgo, 30 de julio de 1751- Salzburgo, 29 de octubre de 1829) nunca supuso que la estrategia de su padre era retirarla del mundo de la música luego de allanarle el camino a su hermano.

Con quince años Nannerl (como la apodaba la familia) logró ser apreciada en las cortes de Viena y París por su extraordinario talento musical, llegando incluso a contar con admiradores entre la familia real. En sus ratos libres se dice que revisaba las composiciones para pianoforte de su hermano menor quien, si bien mostraba un gran talento musical, siempre resultó algo menos docto para la métrica. Por desgracia y a pesar de los lazos de sangre, cuando el pequeño Wolfgang Amadeus debutó para los dignatarios y nobles de la región exponiendo sus sonrosadas mejillas, el don de Nannerl se convirtió en una amenaza y Leopold Mozart forzó su retirada de los escenarios casándola con un magistrado. A los 18 años su marido le prohibió tocar en fiestas o banquetes, practicar y componer, considerando que estas actividades eran indignas para la esposa de un hombre de su posición; la única concesión de su cónyuge fue la docencia, permitiendo a Nannerl que tutorase a las hijas de buena familia que buscaban elevar su dote ampliando sus conocimientos.

Cinco espléndidas compositoras que fueron relegadas al olvido 1

Aunque obviamente la mayor parte de sus obras se han perdido —muchas fueron quemadas por su propio marido y otras, según se cuenta, se reutilizaron bajo la firma del pequeño Wolfgang—, aquí os dejo un enlace en el que podréis escuchar algunas de las que sí se conservan intactas:

3. Compositoras relegadas al olvido: Elisabeth Jacquet de la Guerre

El mutismo de la pequeña maravilla

Habitualmente no cuento gran cosa sobre mi vida privada, pero hace años mantuve una relación sentimental con una persona que (como yo) se había formado en Historia, y aunque nuestras especialidades eran muy diferentes cualquier debate sobre materia historiográfica terminaba en una acalorada discusión y la frase «Tamara, tú no tienes ni idea, así que mejor cállate». Mucho tiempo más tarde, cuando la relación terminó e iniciamos un mero tratamiento cordial, me confesó que su actitud siempre se debió a inseguridades varias y a la negativa de aceptar que yo pudiera estar más preparada que él. Lejos de hacer una crítica a un fantasma del pasado, tengo que decir que con los años me he dado cuenta de la cantidad de mujeres de mi entorno que han pasado por situaciones parecidas, con la frágil autoestima falocéntrica pretendiendo imponerse como telón de fondo. Pero no penséis que este fenómeno es nuevo o situacional, porque ya lo vivieron mujeres como Elisabeth Jacquet de la Guerre (Saint-Louis-en-l’Île de París, 17 de marzo de 1665 – París, 27 de junio de 1729) casada con un compositor mediocre que intentó hundirla por todos los medios para enaltecer su ego.

La increíble historia de Elisabeth Jacquet de la Guerre, bautizada por Mme de Montespan como la #PequeñaMaravilla, que triunfó a pesar de su marido, un compositor mediocre que le hizo la vida imposible. #Compositoras. Tamara Iglesias. Clic para tuitear

Hija de un organista francés, Elisabeth tuvo su presentación en sociedad con tan sólo cinco años, tocando una composición propia en la corte de Luis XIV; tal fue el impacto que causó la infante que Madame de Montespan la acogió a su servicio y la apeló como La petite merveille («La pequeña maravilla»). Tras años de práctica y esplendor en el séquito francés, se retira para trabajar en su carrera internacional y es aquí que conoce a Marin de La Guerre, organista de poco talento en quien creyó ver a su alma gemela. En 1687 publica su primer libro de composiciones —Premier Livre de Pièces de Ariette— un conjunto de piezas para clavecín que supuso el inicio de los enfrentamientos, pues su cónyuge (que no había conseguido elogio alguno por su precario trabajo creativo) comenzó a rivalizar con ella. En fiestas y conciertos no perdía la oportunidad de intentar ridiculizarla en público, criticando su supuesta falta de pericia, agilidad, capacidad para la música y para satisfacer al hombre en labores de cama. Estos comentarios vejatorios derivaron en un divorcio que se hizo efectivo en el año 1700 coincidiendo, por desgracia, con la muerte de sus padres y de su hijo de diez años. Elisabeth se había quedado sola y tenía que hacer frente a los rumores y comentarios maliciosos que su exmarido continuaba extendiendo por París. Incluso sus amistades terminaron por abandonarla, considerando que había sido imprudente por su parte anteponer su carrera musical a la satisfacción de su pareja (¡tela marinera con la «coherencia» de la elucubración social, oiga!). Durante los siguientes siete años, ella permaneció en silencio, sumida en una depresión que la apartó de la música y de cualquier compañía que no fuera la de sus alumnos; precisamente, se dice que fue la carta de uno de esos alevines exitosos, agradeciendo su instrucción y guía durante la infancia, la que insufló un connato de alegría en su vida, animándola a retomar sus investigaciones sobre sonata y cantata italianas. Sus descubrimientos en este último ámbito, motivaron su publicación en 1715 de la magna obra de la compositora: Cantates françoises, una serie magnífica de melodías entre las que se incluyen pasajes bíblicos tan interesantes como el Judith que ha querido verse como un paralelismo de su propia experiencia —la mujer derrocando al androcentrismo, a las habladurías, a Holofernes— convertido en un éxito capaz de saciar incluso el gusto de Maximiliano II.

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Una de mis piezas favoritas de esta artista es Sonata n°2 en Do mayor para violín y creo que merece la pena que te tomes unos segundos para escucharla y gozar con cada nota:

4. Compositoras relegadas al olvido: Florence Beatrice Price

¿La escalera al éxito o el premio del olvido?

Durante la carrera tuve que estudiar muchas prácticas antiguas referentes a la memoria y sin duda la que siempre me pareció más terrible fue la damnatio memoriae romana, un castigo consistente en eliminar todo cuanto recordara a una persona (imágenes, monumentos, inscripciones…). Personalmente, tengo la creencia de que en la actualidad empleamos esta misma práctica pero de manera inconsciente, relegando a grandes figuras por motivos de raza, género, preferencia sexual o incluso moda. Florence Beatrice Price (9 de abril de 1887 – 3 de junio de 1953) es un ejemplo perfecto de cómo una compositora afroamericana estadounidense que logró despuntar en la música clásica puede terminar en el cajón del olvido.

Florence Beatrice Price, compositora afroamericana estadounidense que logró despuntar en la música clásica para terminar en el cajón del olvido. #Compositoras #mujeresolvidadas. Tamara Iglesias. Clic para tuitear

Al igual que Narnnel, Florence compuso e interpretó su primera obra a los 11 años gracias a la instrucción de su madre (profesora de música en una pequeña escuela de Little Rock) y aunque la situación de su padre como dentista les daba cierta seguridad económica y respeto de cara a la comunidad, el linchamiento de un hombre de color en el año 1927 provocó su huida a Chicago, donde Florence trató de completar su formación inscribiéndose en varios conservatorios y escuelas de música (destacan por ejemplo el Chicago Musical College, el Chicago Teacher’s College, la University of Chicago y el American Conservatory of Music). Tras mucho esfuerzo y superación de las actitudes xenófobas de su entorno, pudo estudiar composición, orquestación y órgano con los principales maestros de la ciudad —Arthur Olaf Andersen, Carl Busch, Wesley La Violette y Leo Sowerby— lo que la permitió componer y publicar sus primeras cuatro piezas para piano.

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En 1931 los abusos de su esposo la llevaron a un duro divorcio y a convertirse en madre soltera y trabajadora a tiempo completo; dedicó su poco tiempo libre a trabajar como organista para proyecciones de películas mudas y componer canciones para anuncios de radio, firmando siempre los cheques bajo un pseudónimo que no delatara ni su sexo ni su raza. Sería el éxito de estas melodías junto con la insistencia de su amiga la cantante Margaret Bonds, los que motivaron a Price para presentarse en 1932 a los Premios de la Fundación Wanamaker con su Sinfonía en MI menor y su Sonata para piano. De este concurrido concurso (con más de mil participantes) salió galardonada con el primer y tercer premio respectivamente, y un año más tarde su sinfonía fue estrenada e interpretada por la Orquesta Sinfónica de Chicago, convirtiéndose en la primera compositora afroamericana cuyas partituras trascendieron a nivel nacional.

Aquí te dejo su famosa sinfonía que, espero, te apasione tanto como a mí:

5. Compositoras relegadas al olvido: Maddalena Casulana

Cuando no es una cuestión de género

Inicié este artículo con una reflexión sobre cómo el androcentrismo ha envuelto el mundo de la música desde la Edad Media y la imperiosa necesidad de representar a la mujer compositora en nuestras enciclopedias musicales. Y es por eso que, para terminarlo, quiero hablarte de Maddalena Casulana (1544-1590) la primera mujer de la Edad Moderna que publicó un volumen íntegro de sus composiciones sin tener que compartir espacio con autores masculinos.

Uno de los detalles más increíbles (a mi juicio) que tuvo Maddalena, fue la inclusión de una dedicatoria a Isabel de Médicis en su primer libro de madrigales (publicado en 1566), en el que señala que «Desea mostrar al mundo, tanto como pueda en esta profesión musical, la errónea vanidad de que sólo los hombres poseen los dones del arte y el intelecto, y de que estos dones nunca son dados a las mujeres». ¿Acaso no sabía la autora que esta declaración de intenciones provocaría el rechazo de la mayor parte de la sociedad y le cerraría muchísimas puertas? Sí, lo sabía. Y por supuesto, tuvo que enfrentarse a una censura terrible por parte de otros compositores varones, pero eso nunca la detuvo. Tanto es así que en 1568 publicó su afamado Il primo libro di madrigali, un conjunto de piezas que hizo las delicias de las cortes italianas y de Centroeuropa hasta tal punto que Alberto V de Baviera no permitía a Orlando Di Lasso interpretar más piezas que las de Maddalena. Posiblemente fue este apoyo popular el que evitó que la compositora fuera encasillada de los ámbitos populares, facilitándole además que pudiera continuar divulgando su trabajo (destacan especialmente sus volúmenes dedicados que publicará en 1570, 1583 y 1586).

Maddalena Casulana, la primera #mujer de la Edad Moderna que publicó un volumen íntegro de sus composiciones sin tener que compartir espacio con autores masculinos. #MujeresCompositoras olvidadas por la #historia. Tamara Iglesias. Clic para tuitear

Aquí te dejo, querido lector, uno de mis madrigales favoritos; cerraremos con él este artículo, bañando estas últimas palabras con sus magníficos acordes y esperando que se te haya abierto el apetito por conocer a todas las compositoras, artistas, escritoras, científicas, reinas y mujeres extraordinarias que la Historia repudió.

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Un artículo de Tamara Iglesias

Portada: David de la Torre

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