La opinión de Teresa Suárez hoy con Una mirada perdida, de Salva Alemany.

Una mirada perdida, de Salva Alemany

Las comedias tienen sus sazones y tiempo, como los cantares

Miguel de Cervantes

No lo voy a negar.

Cuando empecé a leer la última novela de Salva Alemany lo hice con grandes dosis de escepticismo. ¿Motivo? Siempre he pensado que hacer reír es muchísimo más difícil que hacer llorar y saber que Una mirada perdida se anunciaba como comedia me hizo removerme incómoda en mi sillón de lectura.

Casimiro, ciego de nacimiento, Conchita, empleada de hogar, y sus apechusques (esa palabra que, en la comarca de La Manchuela, además de útiles para una profesión significa también problemas de salud, se hizo viral en mi tierra cuando, allá por 2013, una vecina de la localidad conquense de Honrubia preguntada sobre qué suponía el cierre de las urgencias nocturnas, emprendido por el PP, para los habitantes de los municipios afectados, respondió:«Como te dé una miaja de apechusque, la roscas»), Julius, un médico del amorrr que siempre viste de blanco, el orondo guardia civil Benancio y la señorita Pérez, un chucho «famélico al que se le marcan todas las costillas en el lomo» y que suspendió el examen para perro guía, conforman el equipo que bajo el nombre de La Central emprende su carrera como detectives de barrio a lo grande.

En su bautismo de fuego como investigadores sin licencia, escasos conocimientos y menos seso, esta variopinta cuadrilla se introduce en el mundo delictivo con un caso en apariencia sencillo pero que, según avanza, les hará comprender que pecaron de ilusos, imprudentes y temerarios. Aprenderán que jugar a «los chinos» (juego de azar) es mucho más fácil que jugar «con» chinos (mafias organizadas) porque, en este último caso, ganar al contrincante además de adivinar lo que los jugadores esconden en su mano derecha exige tener mucha mano izquierda.

Desde los primeros capítulos, el personaje de Conchita, su forma de hablar, la relación con sus hijos y, sobre todo, los chistes fáciles sobre «ver o no ver» en sus dimes y diretes con el patrón invidente, me recordaron a algunos de los productos televisivos españoles de los últimos tiempos cuyo éxito (avalado por el número de temporadas que llevan en antena) nunca he entendido. Esas reminiscencias me hicieron detestar la historia y casi me convencen de abandonar la lectura. Casi.

Poco a poco fui dejando a un lado Aída, Aquí no hay quien viva o La que se avecina, series que no soporto, y retrocedí hasta las tiras de historietas dibujadas (conocidas en nuestro país como tebeos), en concreto al 13, Rue del Percebe de Francisco Ibáñez, una comunidad de vecinos que en palabras de Antonio Guiral Conti, crítico, editor y guionista de cómic español, durante sus seis primeros años de existencia «se erigió en ejemplo de cómo sacar el máximo partido de una parodia de la vida cotidiana, demostrando así el oficio de su creador para el humor de protagonismo social».

Siguiendo la pista de «ese» acento cáustico que persigue Salva Alemany, nombres como Luis García Berlanga, José Isbert, José Luis Cuerda o José Sazatornil «Saza», máximos exponentes de la sátira y la crítica social en el cine español, repiqueteaban en mi mente.

Creo entender lo que pretende el autor, me dije.

Escoge a los protagonistas de Una mirada perdida entre la plebe y, como mandan los cánones del género, los va colocando en situaciones difíciles, absurdas o simplemente embarazosas, que no solo buscan la hilaridad del respetable sino hacernos reflexionar sobre los problemas de accesibilidad y adaptación a los que se enfrentan cada día las personas con capacidades diferentes, las dificultades de las mujeres solas para sacar adelante a sus hijos, las relaciones vecinales, la desconfianza hacia los inmigrantes y la soledad que no entiende de edad, nacionalidad, sexo ni clases sociales.

En la estructura narrativa de la comedia abundan las casualidades, el disparate, las sorpresas y los cambios de ritmo. De todos y cada uno de esos recursos se nutre la novela de Salva Alemany.

En la estructura narrativa de la comedia abundan las casualidades, el disparate, las sorpresas y los cambios de ritmo. De todos y cada uno de esos recursos se nutre #UnaMiradaPerdida de @jacksshadows. #Reseña: Teresa Suárez. Clic para tuitear

Llegados a ese punto me pregunté, ¿proporcionan esos elementos todo lo necesario para el funcionamiento de Una mirada perdida?

La respuesta es NO.

Pese a que el autor parece tener claro el tipo de personaje atípico que pretende, la historia que desea contar y el dónde, cómo y cuándo sorprender al lector (cosa que logra en algunos capítulos), fracasa al trasladarla al papel.

Una mirada perdida entretiene pero no engancha.

¿Por qué? Creo que autoetiquetar su obra de comedia acaba pasándole factura y mientras persigue ese tono mordaz, que se le resiste, Salva se dispersa y termina cerrando la novela de manera embarullada y nada creíble.

Además, he echado en falta ese halo de romanticismo y ternura que, pese a la violencia, envolvía sus anteriores historias. Si tu voz áspera te hace idóneo para el blues, el soul  o el  jazz, ¿por qué empeñarte en interpretar pachanga?

En fin…

Puede que en esta frase, atribuida a Aldous Huxley, se encuentre el secreto de mi desafecto hacia esta novela: «Participamos en una tragedia; en una comedia sólo miramos».

 

Una mirada perdida, de Salva Alemany

 

Una mirada perdida

Salva Alemany

Editorial Amarante

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La opinión de Teresa Suárez

Detalles del diseño de la portada: David de la Torre