Un debate que nunca creímos que llegaría: la vida digital frente a la vida analógica. Qué es mejor, cuál ofrece más o dónde se pierde menos. Y la balanza se inclina peligrosamente… Parece increíble estar asistiendo a una oposición de tal calibre; pensar que las bondades de lo virtual acabarían suplantando las bondades de lo tradicional. Y así pinta.

Vivimos conectados a aparatos como si se nos jugara ser o no ser; como si lo digital fuese una suerte de pulmón artificial, sonda o sustituto de cualquier otra función vital. Hay síndromes descritos que son producto de estos nuevos escenarios y que ya relatamos aquí.

¿Eres de los que piensan que estamos viviendo una era #digital que nos absorbe hasta el punto de que estamos perdiendo el norte? ¿Qué te parece lo que nos cuenta @marianRGK? Clic para tuitear

Educación para un mundo obsoleto

Todavía se mantiene el modelo de educación que preparó a millones de personas para enrolarse en la apisonadora industrial, aunque una revolución de mayor calado se iba abriendo paso. Las máquinas llegarían a hablar, a pintar, a hacer operaciones matemáticas de extraordinaria complejidad; a practicar operaciones quirúrgicas.

Hace doscientos años, hace cien, la industria necesitaba mano de obra especializada. A las ciudades les urgía reconstruirse. La utopía de que la sociedad podía y debía ser de otro modo tomaba cuerpo.

A mediados del siglo pasado lo intentó la contracultura, con su alegato antibelicista y anticapitalista y su propuesta anárquica. Pero el modelo capitalista tenía por delante un recorrido próspero y terminó imponiéndose como único posible.

Ahora estamos de lleno en la contorsión de un mundo cuyos valores se han vuelto ineficaces, difusos. Aun así, se espera de los adolescentes que escojan carreras que los catapulten a un mercado que no hace sino consolidar la precariedad; en el que la competitividad parece ofertarse como único motor.

Las ventajas de la vida digital

Que lo digital nos ha facilitado mil tareas es indudable. El mundo se nos ha acercado hasta un punto increíble. Hemos hecho amigos que de otro modo no hubiera sido posible.

Hay más aspectos decisivos: la vida digital frente a la vida analógica se narra en términos profesionales. Cada vez hay más personas trabajando desde casa o de forma deslocalizada, generando contenidos, siendo creativas, actualizándose en formaciones no regladas; redecorando sus vidas. Los medios están ahí, a golpe de clic; no hay que desplazarse para asistir a cursos ni para localizar profesionales; tampoco para comprar o hacer transacciones. Consultar todo lo consultable, comparar precios o entretenerse es simple. También lo es cada vez más salvaguardar derechos.

Está claro que si todo esto dependiera únicamente de manos humanas, habría que moderar de forma sustancial la velocidad a la hora de recabar datos.

Otra ventaja de lo digital que a lo mejor a alguien le espanta, pero que tiene su gracia: poder hacer cosas sin forzarse a contar con nadie. No tener que hacer vida social a la fuerza ni verse obligados a aguantar compañeros y jefes insoportables. Los empleos emergentes vienen a auxiliarnos.

Las ventajas de la vida analógica

Existía algo llamado vida analógica a cuyas ventajas aún podemos acceder. La mayoría de nosotros nos hemos cocinado en ella. Puede que los más jóvenes estén un poco despistados, pero habrá que recordarles que no es posible hacer niños por Internet. Ni comer. Ni hacer ejercicio ni dormir. Ni oler flores.

Antes de que la vida digital empezara a anegarlo todo, leíamos sin interrupciones. No teníamos que sacrificar el provecho de la lectura profunda en favor de ser «meros descodificadores de información». Son palabras de Maryanne Wolf, autora de Reader, come home. Esto conlleva que las distracciones sin filtro y la memoria a corto plazo suplantan la memoria a largo plazo; una memoria que es la sede del entendimiento, tal como afirman los neurólogos, la que conforma nuestra capacidad intelectual. Nos volvemos expertos en ciertas áreas porque podemos asociar esquemas a dichos conceptos.

Habrá a quien le traiga al pairo oler flores o dormir ocho horas sin asaltos que no añaden likes ni reportan seguidores. El estado de agitación está tan presente que acaba tiñendo la vida ordinaria: los límites entre vida analógica y vida digital se difuminan para acabar absorbidos por esta. También el comercio de proximidad que tradicionalmente garantizó el contacto y el cuidado se resiente.

Desde la vida analógica hablábamos de felicidad, un concepto que en lo virtual cada vez se menciona menos.

Antes de que la vida digital empezara a anegarlo todo, leíamos sin interrupciones, hablábamos de felicidad y de tú a tú. ¿Harán falta trincheras frente a la #vidadigital? @marianRGK Clic para tuitear

Trincheras frente a la vida digital

Más nos vale preguntarnos en  qué lugar estamos frente a todo esto. Hay quienes lo saben y se han montado su propia trinchera como salvaguarda. No son ermitaños ni gente huraña, pero ni duermen con el móvil en la mesilla de noche ni lo consultan a cada rato a ver si entró un wasap o una notificación. Clara ventaja de la vida analógica frente a la vida digital.

David Macián es cineasta, cabeza visible de una tribu urbana de desconectados. Ha renunciado a la vida virtual. Su principal objeción y la de otros como él es la servidumbre que impone. «Cuando paso por una terraza y veo a dos personas sentadas la una frente a la otra mirando cada una su móvil, me pongo malo. Estamos perdiendo las conversaciones, las relaciones cara a cara, lo auténtico, lo natural. Nos venden que gracias a las redes sociales estamos cada vez más conectados, pero mi sensación es la contraria: creo que nos aíslan, nos hacen cada vez más individualistas». Puedes leer más aquí y aquí.

Macián pone el eje en algo que no parece preocuparnos a la mayoría: la protección de nuestros datos. En esto precisamente hace hincapié Sal de la máquina, de Sergio Legaz. Y Marta Peyrano en esta charla TED, con un título tan inquietante como este: ¿Por qué me vigilan si no soy nadie?

Macián, Marta y Sergio, nada sospechosos de ser carcamales que abominan del progreso, sienten la amenaza de la máquina. La máquina no solo abre posibilidades, sino que también las cierra. Sirve a la humanidad, pero pasa al cobro sus buenos costes.

Soluciones de compromiso

Los ejecutivos de Google y Apple se decantan por las escuelas Waldorf ubicadas en Silicon Valley para llevar a sus criaturas. Sin ordenadores ni tabletas ni la socorrida tele. Acuarelas, lápices de colores, papel. De nuevo, gana la vida analógica frente a la vida digital.

Cuando el río suena…

No parece una buena opción cerrar los ojos: las amenazas a la seguridad y a la privacidad están ahí, aunque cada innovación encaminada a protegernos implique un desafío para el etical hacking y el pentesting.

Pero tampoco parece recomendable que hipotequemos nuestra atención, por muy seguros que nos sintamos. Ni que a la mayoría nos entusiasme pasar de Internet o de las redes sociales.

Eso sí: sepamos que cada microsegundo en la red son pepitas de oro que recoge el big data (la espectacular inteligencia), como muestra en el vídeo Marta Peyrano. Los métodos con los que intenta captar nuestra atención son los propios de cualquier secta: promesa de felicidad en forma de likes y followers.

Por otra parte, la posibilidad de reinventarse en lo profesional no se encuentra en la vida analógica, sino en la digital. O es harto complicado hacerlo en la primera. Tienen trabajo quienes lo tenían y no siempre. Y, sin embargo, la crítica que se les hace a estas nuevas modalidades es la baja calidad de los puestos que generan.

La verdad, la confianza y la reflexión viven un momento de cuarentena, a la espera de que terminemos de decantarnos.

Reflexiones para solventar el debate entre vida digital y vida analógica

Internet nos entrega información, opiniones, datos, pero no hay diálogo real. No hay un otro ahí con quien reflexionar. No se generan espacios de confianza o se generan de forma ilusoria, porque la confianza tiene lugar en entornos de convivencia.

Las reflexiones que uno hace tienen que ver con lo que le pasa. Si hago esto o dejo de hacer, tiene que ver con lo que me pasa.

Como dice el filósofo Humberto Maturana, la competencia nos saca del presente porque nos saca de nosotros mismos para poner al otro como referente. «Yo actúo según lo que hace alguien que se supone tiene más éxito». La obligación es ser mejor que el otro. Y me pierdo la posibilidad de escoger desde mí.

Crisis de pánico, depresiones y demás sintomatología relacionada con sentirnos de menos frente a quienes tomamos como referentes. Los entornos digitales alimentan los egos hasta un punto que, de no colocar las cosas en su justo término, se vuelve enfermizo.

Soy yo quien hace o deja de hacer; yo quien acepta o rechaza; yo quien se administra; quien cuelga o no su vida en Facebook de forma indiscriminada; yo quien se deprime si no obtiene los likes suficientes (¿y cuánto es suficiente?); yo quien está a punto de no saber vivir fuera de ahí; yo que empiezo a pertenecer a la cultura del metro cuadrado.

Si no soy capaz de dirigir mi mirada reflexiva y ver qué me está pasando, seré una hoja a merced del viento. ¿Y cómo me voy a relacionar desde ahí?

 

Soy yo quien cuelga o no su vida en @Facebook de forma indiscriminada, yo quien se deprime si no obtiene los likes suficientes. Urge #reflexión para solventar el debate entre #vidadigital y #vidaanalógica @marianRGK. Clic para tuitear

 

Un artículo de Marian Ruiz Garrido

Portada de David de la Torre