Una de mis fotografías favoritas es un misterio. O al menos, a mí me gusta pensar en ella de ese modo. Uno de esos enigmas desperdigados en lo cotidiano que, de súbito, encuentran un significado por razones sorprendentes. Una fotografía puede crear ese tipo de pequeños prodigios, pienso mientras miro la imagen. Porque la fotografía puede detener el tiempo y crear dimensiones nuevas de una misma cosa. Construir una idea nueva sobre algo que es parte de algo mucho más sutil y sofisticado. Y en este caso, la fotografía es una noche atrapada en el tiempo. La imagen de la prostituta Bijou en el Bar de la Luna tomada por Brassaï en Montmartre  — París —  durante el agitado año 1933, tiene la cualidad mágica y, de hecho, es una pieza exquisita de arte. Tomada en gelatinobromuro de plata, pequeña, una tarjeta que podríamos llevar a salvo en un bolsillo, o en nuestro recuerdo, es quizás la fotografía más representativa de su autor y de su extenso legado.

La ciudad misteriosa y Brassai: el París de lo prohibido y lo dulcemente humano 1

Bijou en el Bar de la Luna. Brassaï

La imagen es sencilla, como todas las de Brassaï. Una mujer vieja, llevando todo tipo de abalorios exagerados: un sombrero de ala ancha y velo, envejecidos y gastados, un abrigo de chinchilla que conoció mejores épocas, una inquietante profusión de hilos de perlas que envuelven las manos y el corto cuello de la mujer. Los dedos llenos de enormes anillos. La ropa gastada y aparentemente un poco raída. Los encajes sucios del cuello del vestido desaparecen en la confusión de estrafalarios accesorios hasta crear un único punto focal. Frente a ella, un plato vacío (pequeño y manchado) y una copa de agua  — no de vino, tampoco de champagne — , solo agua. Decadencia, una sutil sensación de melancolía. No obstante, lo que le da un verdadero sentido a la imagen es el rostro de la mujer: envejecido, casi masculino, las facciones toscas e hinchadas, el maquillaje exagerado, delineando grotescamente las cejas. Los ojos oblicuos empequeñecidos, la boca delgada, torcida en un leve rictus de lo que podría ser el asomo de una sonrisa. Las mejillas flácidas, la piel apergaminada. Un sueño marchito. La belleza que se desploma lentamente en medio del dolor. O quizá la simple experiencia. La sensación vertiginosa de que esa mujer podría hablarme de un París remoto y concreto, más allá de las luces y la rutilante estética del estereotipo. Pero es que esta mujer no pertenece a la luz, pienso, mientras observo la imagen, fascinada y un poco angustiada. Esta mujer, con sus joyas pasadas de moda, su pesado abrigo anacrónico, pertenece a la oscuridad, a las sombras entrevistas, al dolor y a la conjetura. Esta mujer, magníficamente plasmada por la imagen del fotógrafo, es el rostro de la ciudad subterránea, secreta y palpitante de un deseo correoso y exquisito. El tiempo de las Hogueras, en cualquier momento, bajo cualquier ideal. Esta Dama rota, cansada, temerosa pero a la vez tan segura de su lugar en la cronología de su propia historia, está a punto de sonreír. Los labios apretando para contener el gesto, la salvaje alegría. La insatisfacción brillando en sus ojos, la ternura de la mejilla polvorienta. La ausencia de la desesperación venial.

Bijou en el Bar de la Luna. Solo un ojo entrenado o un amante de la oscuridad podría captar tantos matices de un momento cristalino. Y probablemente, #Brassaï era ambas cosas. #Fotografía. Artículo de @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear
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Paris de Nuit. Brassaï

Solo un ojo entrenado o un amante de la oscuridad podría captar tantos matices de un momento cristalino. Y probablemente, Brassaï era ambas cosas. Después de todo Gyula Halász, conocido a partir de 1921 bajo el seudónimo Brassaï (de Brasso, su ciudad natal), era un hombre decadente, que comprendía mejor la penumbra que la luz radiante. Comenzó estudiando Bellas Artes en Budapest (1918–1919 ) y frecuentó muy temprano los círculos formados en torno a László Moholy-Nagy, Vasili Kandinsky y Oskar Kokoschka, que por entonces eran el rostro visible del arte en Europa. De ellos, supongo, aprendió el firme control sobre la luz y la oscuridad, pero también el carácter en sus fotografías. Luka estaba obsesionado con la penumbra. Se cuenta que en más de una ocasión, sus amigos más cercanos se asombraron de su propensión a ocultarse bajo capas de ropa y llevar los ojos cubiertos con sombreros. «Soy de la noche» dijo en 1924 cuando se trasladó a París como periodista. Su célebre obra París de noche, que tomó en 1932, es la culminación de esa percepción sobre las sombras. Para entonces Brassaï se había obsesionado con París, pero no con la evidente, sino con la paralela, la que habitaba la penumbra. París, la ciudad de la medianoche. Se acostumbró a recorrerla en plena oscuridad, sin llevar lámparas que le iluminaran y lo que le provocó más de un accidente. Cierta vez, se presentó ante uno de sus editores con una herida en la frente y moretones en el rostro. «Una caída», explicó, «Amar a París tiene su precio». En sus peregrinaciones, lo que también fascinaba a Brassaï, era la vida nocturna de la gente. En los bares y las calles, fotografió los noctámbulos de la ciudad, los vagabundos, las prostitutas, las parejas de amantes, las bailarinas y otras figuras típicas. La prostituta Bijou se cuenta entre las fotografías más conocidas de esa época. La imagen de esta parisina regordeta, espesamente maquillada y cubierta de joyas, estimuló a Brassaï para tomarle esa fotografía. Su reproducción en París de noche provocó la cólera de la vieja Dama, que Brassaï sólo logró mitigar mediante un puñado de billetes.

#Brassaï se había obsesionado con París, pero no con la evidente, sino con la paralela, la que habitaba la penumbra. París, la ciudad de la medianoche. Un artículo de @Aglaia_Berlutti. #Fotografía #Fotógrafos. Clic para tuitear
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Prostituta. Brassaï

Al mirar las fotografías de Brassaï, sus medio planos en sombras, sus diminutas grietas de luz, siento que le puedo comprender en sus obsesiones, que sus piezas fotográficas son para mí por completo familiares, un suspiro en medio de un tiempo privado que casi podría considerar como exclusivamente mío. Miro de nuevo a la Dama solitaria, a la Dama oculta en el telón de fondo de una historia entrevista. Sonrío, porque casi puedo admirar el símbolo de su historia en medio del tiempo fatuo que la rodea, enervante, espléndido, implacable. Todos los rostros de una construcción de sombras y rutilante expresión, en un instante congelado en el tiempo, inolvidable y venial.

La ciudad misteriosa y Brassai: el París de lo prohibido y lo dulcemente humano

Bijou en el Bar de la Luna. Brassaï

 

 

Un artículo de Aglaia Berlutti

 

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