The Suicide Squad de James Gunn es un recorrido desquiciado, caótico y brillante por el universo de DC. Lo que pudo ser la película de David Ayer, la versión de Gunn lo es a todo su electrizante potencial. Desde el humor de doble sentido, el subtexto salvaje y subversivo, hasta la connotación del entretenimiento convertido en un mensaje, James Gunn logra convertir la película en la que nadie tenía fe en un espectáculo embaucador, vulgar y extraordinario que revitaliza el género de las películas de superhéroes. 

#TheSuicideSquad de @JamesGunn es un recorrido desquiciado, caótico y brillante por el universo de DC. Un espectáculo embaucador y extraordinario que revitaliza el género de las películas de superhéroes. #Crítica de @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Crítica: The Suicide Squad

Para cuando James Gunn llegó a la producción de The Suicide Squad en el 2018, atravesaba quizás la peor época de su vida. Acababa de ser despedido de forma ignominiosa de Marvel, luego de la publicación que un puñado de antiguos tweets con humor ofensivo saliera a relucir en medio de un debate político candente. Gunn, que nunca disimuló su inclinación por el humor profano, se disculpó, pero no fue suficiente. El estudio decidió prescindir de sus servicios y dejar claro que la conducta del director no representaba «la identidad del estudio». 

Eso, a pesar que Guardianes de la Galaxia Volumen I se había convertido en un inesperado éxito de taquilla y una de las películas más populares del estudio en el 2014. Su secuela del 2017 no fue tan popular, pero sí dejó claro que Gunn era una bocanada de aire fresco en Marvel. El universo cinematográfico del estudio, comenzaba a estar superpoblado y el grupo de antihéroes del director tenían la suficiente personalidad para ser un punto de interés de especial relevancia para un acérrimo grupo de fanáticos. De modo que su despido decepcionó, desconcertó y entristeció por las posibilidades perdidas. Pero en especial, por todo lo que Gunn podría haber dado y que, con toda seguridad, jamás llegaría a pantalla. 

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Fue entonces cuando DC decidió hacer una jugada desconcertante y contratar al director. Un riesgo a un nivel nuevo que asombró a los medios especializados y desconcertó al público. Además, le encargó un proyecto imposible que implicaba desde el origen, la posibilidad de un error monumental. Warner estaba decidido a retomar The Suicide Squad, su fracaso más rentable del 2016 dirigido por David Ayer y recomenzar la premisa del grupo de perdedores con un propósito levemente heroico. De modo que se trataba de un doble reto: por un lado, Gunn debía demostrar que había vida después de Marvel. Y por el otro, que una producción venida a menos, considerada basura fílmica y que casi había condenado al universo cinematográfico expandido DC a su desaparición tuviera una segunda oportunidad. Gunn aceptó el reto y comenzó una producción accidentada, llena de todo tipo de comentarios y quizás, una de las más extrañas de los últimos años. No sólo se trataba de un reboot de una película de menos de cinco años de estrenada sino una, en la que no volvería ninguno de los personajes originales. ¿Qué pretendía Gunn?

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Precisamente lo que logró: The Suicide Squad es un éxito porque es un acto de rebeldía a un nivel sorprendente en el cine actual. No sólo tiene un humor gamberro, descarado y vulgar que sorprende por inteligencia, sino que además es una película construida para celebrar lo más violento y frenético de un tipo de propuesta que basa su efectividad en no ser complaciente. Si algo se agradece en The Suicide Squad, es el hecho que desde las primeras escenas  — ese gran prólogo presentación de una brillante elocuencia —  es que Gunn realiza un ejercicio directo para celebrar lo que debería ser el cine de superhéroes. Los grandes perdedores de DC, convertidos en héroes por accidente y que trata de salvar a un mundo que les considera criminales y prescindibles, tienen una paradójica capacidad para atravesar varios registros a la vez. Gunn compromete todo lo aprendido en su paso por Troma y crea una relación entre los personajes y la historia que en esencia, es una celebración al descalabro. Estos héroes de la basura  — como se llaman a sí mismos más de una vez —  celebran como pueden y cada vez que pueden, su libertad de no ser nada en un sistema que le utiliza como peones pero también le ofrece la posibilidad de transgredir todo tipo de límites. 

The Suicide Squad es en sí una ruptura con cualquier propuesta sobre lo heroico hasta ahora. Y lo es, porque es capaz de desdoblarse en varias capas de interés a la vez. Gunn creó una atmósfera insólita para el film y hace uso de esa sensación destartalada y grotesca. En The Suicide Squad nadie quiere agradar y de hecho, los primeros quince minutos son una broma trágica y oscura que permite a Gunn desarrollar a sus personajes por separado. Esta vez, no hay equívocos, se trata de la Task Force X, un equipo de criminales que trabajan en un desatinado y forzado equipo para lograr rebajas en sus respectivas condenas. Pero si en la versión de Ayer había un cierto aire de miseria y de la corrosión de la víctima, Gunn prescinde de cualquier imagen amable y dota a sus antihéroes de una estrafalaria vitalidad. Son villanos, les gusta serlo, no quieren salvar el día. Destrozarían todo a su paso de poder hacerlo, pero en realidad, quieren sobrevivir. De modo que obedecen a Viola Davis (más inquietante, irascible y violenta que nunca), no sólo porque no tienen otro remedio, sino porque es la vía más fácil para ganar algo en medio del caos. 

De hecho, la película basa su efectividad en lo inesperado. Desde el uso del primer tramo para presentación y también, una breve pirueta argumental al ritmo de People Who Died de Jim Carroll Band, hasta la gran broma provocadora en la que termina por convertirse la película entera, la película tiene un ritmo incesante y convierte a todos sus héroes en paradigmas de lo roto y lo extravagante. Idris Elba muestra lo que parece ser un alter ego malvado y satírico a todos sus papeles como héroe y asombra, la forma como el actor, que se ha quejado en más de una oportunidad del mundo de los superhéroes, crea una criatura ambigua, homicida e imparable de considerable eficacia. Al otro lado del espectro, está John Cena, que habla de pacificar al mismo tiempo que planea asesinatos en masa; Shark Man que con la voz de Sylvester Stallone se convierte en una especie de bestia malvada con aires infantiles que lleva algunos minutos asimilar. Y por supuesto, está la Harley Quinn de Margot Robbie, mucho más malvada, siniestra y con verdaderos motivos para formar el equipo de los que Ayer jamás pudo mostrar. Esta versión de Quinn es temible por el mero hecho de ser incontrolable y con sentido agresivo del propósito que desconcierta. Gunn prescinde de toda sexualidad  — aunque la hay, de manera sutil y en otras como un arma —  para brindar al personaje un nuevo tipo de influencia. En conjunto, estos antihéroes degenerados, burlones y ofensivos saben que van a morir, pero se divertirán mientras una bala les atina o un monstruo les arranca la cabeza. 

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Quizás el mayor triunfo de The Suicide Squad sea su capacidad para el sarcasmo. La película es absurda, por momentos abrumadora en su capacidad para cambiar de registro y ritmo, pero en realidad también es un chiste perverso bien contado. Gunn, el rebelde, el temerario, el del humor blasfemo, está aquí en todo su esplendor y sus personajes lo reflejan como algo más poderoso y elocuente. The Suicide Squad llegó para destruir todos los cánones del bien heroico y ese sin duda, es su mayor mérito.

The Suicide Squad de @JamesGunn llegó para destruir todos los cánones del bien heroico y ese sin duda es su mayor mérito. Te la recomienda @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Un artículo de Aglaia Berlutti

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