Las fotografías de Francesca Woodman suelen ser espectrales. En todas ellas, hay un aire inquietante de belleza frágil, etérea pero también tenebrosa que las define mejor que cualquier otra cosa. La fotógrafa casi siempre aparece desnuda o llevando vestidos y trajes de aspecto atemporal y extrañamente infantil: faldas acampanadas, blusas de encajes, zapatos de cinto. Pero además, Francesca casi siempre procura mirar a la cámara. Un gesto lánguido, pero a la vez duro, que tiene mucho de desafío. Cuando comenzó a fotografiar, Francesca Woodman tenía apenas trece años. Un poco más de medio lustro después, su trabajo llenaba paredes enteras con pequeñísimos cuadros de formato cuarenta por cuarenta. La niña que había sido era ahora una mujer de rostro duro y helado. Unos meses después de tomar su última fotografía, Francesca se sentó en el alféizar de la ventana del lugar en que vivía y se dejó caer al vacío.
A pesar de que su trabajo es conocido y apreciado en la actualidad, de Francesca Woodman — la mujer — se ha escrito bastante poco. Una idea bastante extraña si analizamos su trabajo desde la óptica de su impulso esencial, el hecho mismo que lo motiva: una búsqueda profundamente simbólica del yo, una necesidad casi angustiosa de definir esos espacios interiores vacíos y silenciosos que habitaban en la mente de la artista. Y es que Francesca se batió durante toda su vida con Francesca la artista en un debate ciego, que según se cree — ¿y quién podría negarlo? —, la llevó a la muerte.
Comenzó a #fotografiar con apenas 13 años y plasmó toda su vida en imágenes. Se suicidó a los 26. #FrancescaWoodman, la #fotografía como una búsqueda simbólica del yo. #blackandwhitephotography @Aglaia_Berlutti. Share on XFrancesca Woodman: el yo como creación artística
Quizás por ese motivo, la figura de la fotógrafa Francesca Woodman está rodeada del halo de lo trágico, aunque quienes le conocieron aseguran que era una mujer vital, apasionada y violentamente obsesionada con la fotografía. Aun así, su trabajo abordar el dolor, la angustia frenética y el asombro de una mujer que se descubre a sí misma a través de sus imágenes pero que, además, elabora un discurso consecuente y profundo sobre el sufrimiento espiritual en clave de un depurado simbolismo visual. Sus imágenes — diminutas, claustrofóbicas, fantasmales — tienen el poder de reflexionar sobre el sufrimiento desde un punto de vista nuevo y poseen una personalidad única. La fotógrafa dedicó buena parte de su trabajo a analizar con cuidado la naturaleza femenina, pero también las grandes preguntas existenciales de nuestra época. Para Francesca no había nada obvio y por lo tanto, había niveles de lectura muy claros en cada una las historias que sus imágenes contaban. Desde el aire ultraterreno y etéreo, la mirada fija y angustiada hacia la cámara, hasta los espacios imposibles y extraordinarios que creaba con una economía de recursos que aún desconcierta, el trabajo de Francesca Woodman es una percepción ideal sobre un universo interior repleto de una riqueza única. Con Francesca no sólo no hay nada sencillo, sino además, la complejidad toma tintes líricos y se manifiesta a través de un poesía visual deslumbrante.
La fotógrafa por supuesto, tenía un bagaje cultural lo suficientemente amplio como para que su obra artística tuviera un peso específico y poderoso. Woodman provenía de una familia de artistas: sus padres Betty y George eran reconocidos fotógrafos antes que la muerte de su hija los convirtieran en personajes trágicos de una historia mucho más amplia. También lo era su hermano Charlie, de quien poco se sabe, diluido en la mitología formidable de su hermana. Francesca, el monstruo artístico de ego obsesivo y frágil coexiste también con la mujer, la secreta y la artista, prolífica y profundamente necesitada de expresar en imágenes la manera como concebía el mundo. Toda su vida está plasmada en imágenes: sus padres conservan un archivo de casi 800 imágenes que cuentan, mucho mejor que cualquier palabra, las vicisitudes que atravesó Francesca en su búsqueda incesante de identidad. Desnudos de inquietante belleza, juegos de símbolos y una sexualidad tan profundamente asimilada como sutil, hacen de sus imágenes una búsqueda de metáfora de la feminidad. Y aunque el trabajo de la fotógrafa no podría definirse como esencialmente, «femenino» si podría llamársele intimista. Profundamente ansiosa por demostrar su cualidad artística — aferrada quizás a esa vanidad creativa tan arraigada en sus obras —, comenzó a fotografiar siendo una niña con una determinación que superaba con creces su poca experiencia fotográfica: en blanco y negro y de pequeño formato, sus autorretratos cuentan una historia borrosa de desasosiego y asombro por el medio artístico que le permitía construir sus ideas que sorprende a propios y extraños.
#FrancescaWoodman comenzó a #fotografiar siendo una niña. Sus autorretratos, en blanco y negro y de pequeño formato, cuentan una historia borrosa de desasosiego y asombro por el medio artístico. @Aglaia_Berlutti. Share on XLa fotógrafa maduró con rapidez. De la principiante fascinada por la naturaleza exterior flores y ramas, pequeños escenarios perfectamente controlados que jugaban una idea sensorial sobre su propuesta artística — el mundo de Francesca se amplió como una reinterpretación de su propia idea, intento figurar el concepto del yo más allá del tema fotográfico. Un concepto visual que lo abarcaba todo, que parecía crearse así misma imagen tras imagen. Francesca Woodman es una criatura mitológica inventada a partir de sus propias fotografías. Fugaz, poderosa, efímera, sus imágenes captan no sólo esa percepción sobre la fragilidad del propio reflejo — el reencuentro del yo, la reconstrucción de la identidad — , sino también el trayecto elemental hacia la creación utópica de una constante existencial. Con una capacidad alegórica sorprendente, creó una nueva manera de construir lenguajes visuales basados en el análisis insistente del ego.
#FrancescaWoodman, una criatura mitológica inventada a partir de sus #fotografías. Francesca elabora un discurso consecuente y profundo sobre el sufrimiento espiritual en clave de un depurado simbolismo visual. @Aglaia_Berlutti. Share on XFrancesca se suicidó con apenas veintiséis años. Y sin embargo, su trabajo posee la profundidad de una alma tan vieja como esa visión del mundo que indaga en el significado, en la manera de mirar el tiempo que se vive como una experiencia y más allá, el misterio del yo como una creación artística. Tal vez, ahí radique su mayor mérito. Tal vez, ese sea su mayor legado y también su condena: la decisión de encontrar en su propio espacio interior un lenguaje crepuscular.
Artículo de Aglaia Berlutti
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