A los jurados de los premios importantes de la literatura española, aquellos que reconocen la obra y la trayectoria de un escritor, parece que se les ha olvidado que, desde las antiguas preceptivas, los géneros literarios se han venido clasificando, tradicionalmente, en tres grupos. A saber: narrativa (o épica), lírica y dramática. Es lo primero que se aprende de Poética. El Premio Miguel de Cervantes y el Premio Nacional de las Letras Españolas han recaído mayoritariamente en narradores, después vienen los poetas y, al final, los dramaturgos; pero muy al final, pues solo a uno, el mismo, le han sido concedidos los dos premios: Antonio Buero Vallejo, que en 1986 recibió el Cervantes y diez años después el de las Letras. La pregunta que cabe hacerse, por tanto, es si solo un escritor de teatro lo ha merecido desde que comenzaron a entregarse, el primero en 1976 y el segundo en 1984.

El Cervantes y el Nacional de las Letras han recaído mayoritariamente en narradores, después en los poetas. Solo a un dramaturgo, el mismo, le han sido concedidos los dos premios: Antonio Buero Vallejo. Manuel Sánchez-Campillo. Clic para tuitear

Hay una respuesta, la más simple: que los jurados de las distintas convocatorias no los han tomado en consideración porque no los han leído. Esta respuesta, tal vez, sea demasiado sencilla y poco refinada, pero, quizá por eso, sea la que más se aproxime a la verdad. No obstante, podemos ponernos más estirados y buscar una explicación sutil que tenga que ver con la sociología o con las modas que recorren la historia del teatro. Algunos dirán que no hay premios para dramaturgos porque durante toda la transición y el asentamiento de la democracia no ha habido ninguno con el peso literario suficiente. Solo Buero Vallejo pudo recibir el galardón en reconocimiento a ese teatro de posguerra que supo esquivar con maestría la censura franquista. Es un tópico repetido que, eliminada la censura, los escritores no supieron qué hacer con la libertad, cómo llevarla a los textos. La censura representaba un desafío que los obligaba a buscar nuevas formas con las que eludir su vigilancia. Esta explicación, que mezcla lo sociológico y lo psicológico, nos deja a los españoles como tontos y es difícil de demostrar, pues nombres los ha habido, y algunos no estropearían la lista de los insignes premiados; pues ¿acaso José Luis Alonso de Santos no está a la altura de Raúl Guerra Garrido o de Joan Coromines?; ¿o Francisco Nieva a la de Francisco Brines o Gabriel Celaya? No pretendo quitar méritos a los que lo han recibido, solo muestro mi sorpresa por el desconocimiento de la obra de nuestros escritores de teatro, ya que hay más nombres: Alfonso Sastre, Romero Esteo, José Martín Recuerda, Fermín Cabal o Sanchis Sinisterra. No es momento de ser exhaustivo.

Antes apuntaba a que puede haber otra explicación relacionada con el gusto, con la moda. El triunfo en los años ochenta de grupos como la Fura dels Baus hizo que la atención se desplazara del texto al espectáculo; del autor al director. El teatro solo era representación; concebirlo como literatura era un lastre que lo convertía en una antigualla. Todo teatro que valorara la palabra era un teatro burgués y adocenado. La consecuencia fue que, aparte de los clásicos y alguna obra a la que adornó el éxito, apenas se publicó teatro. Aun reconociendo el peso de esta interpretación, no sé por qué me da a mí que aquella primera explicación burda y simplona se aproximaba a la verdad. No estoy diciendo que los jurados del Cervantes y del Nacional de las Letras tengan que ir a las representaciones; de lo que hablo es de leer teatro. El teatro es literatura, y contiene unos valores estéticos comunes a toda obra literaria, además de los propios de su género. Existen cientos de obras que nunca han llegado ni llegarán a las tablas; sin embargo, son literatura y merecerían una consideración.

Existen cientos de obras que nunca han llegado ni llegarán a las tablas; sin embargo, son #literatura y merecerían una consideración. #Teatro #LiteraturaDramática. #Artículo: Manuel Sánchez-Campillo. Clic para tuitear

Creo que el momento actual es bueno para la literatura dramática e irá a mejor. Hay autores que están publicando casi toda su obra: Juan Mayorga, Angélica Liddell, Yolanda García Serrano, Alberto Conejero, Antonio Álamo, Alfredo Sanzol. Hay editoriales que procuran editar sus libros desafiando los formatos y diseños de la narrativa: La Uña Rota, Esperpento, Antígona, Fundamentos, Ñaque. Incluso están apareciendo agencias de representación de autores: L&L, De Arteche Agency. Hay, sin embargo, algo que echo de menos: la atención de la crítica literaria. No es por ponerme pesado, pero la crítica ha olvidado este género. Pocas son las revistas y suplementos literarios de periódicos que se atreven a mantener un espacio fijo donde reseñar textos teatrales, quedan para revistas especializadas con una limitada difusión.

Uno se siente tentado de decir que apoyar la literatura dramática sería un acto de justicia; mucho me temo que la justicia es ajena al arte y a la literatura; aunque sí sería conveniente fijar más la atención sobre una escritura que está dando buenos resultados estéticos, imaginativa, que se abre al exterior y para la que hay un público esperando.

Sería conveniente fijar más la atención sobre una escritura que está dando buenos resultados estéticos, imaginativa, que se abre al exterior y para la que hay un público esperando. #Teatro. Manuel Sánchez-Campillo. Clic para tuitear

 

Manuel Sánchez-Campillo

Escritor y profesor

Fotografía de portada:  Peter Lewicki en Unsplash

Montaje: David Verdejo

 

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