«La nueva era» es un relato breve de la bloguera, ingeniera, y ahora autora novel, Lola Mérida para el Curso online de Técnicas Narrativas impartido por Néstor Belda.

Para amantes de las distopías: #Relato #LaNuevaEra, de la escritora novel @merida_lola. #CursoOnline #TécnicasNarrativas @NessBelda. #Fotografía: Thomas Kelley @unsplash. Clic para tuitear

La nueva era

Cuando volviste a París, te sentías solo. Estabas perdido.

No había otros humanos en la ciudad de las luces. La Tercera Guerra Mundial os había hecho huir de las grandes ciudades por falta de recursos. Mirabas a todas partes mientras bajabas las escaleras de Trocadero, sin darte cuenta de que los murmureos que empezabas a oír venían de mí.

Los edificios haussmanianos estaban deshabitados. Habían sobrevivido a otra guerra más, no pudisteis acabar con ellos. Sentías que te observaban, pero el metal y la piedra no tienen consciencia. No piensan, no sufren. Al contrario que los animales. Nunca antes habías visto París tan vacío de ratas y gatos callejeros. La ausencia de palomas, cuervos y gaviotas te entristecía. Los buscabas en el cielo anaranjado del atardecer. Solo algunas hojas muertas volaban empujadas por el viento. Tiritaste.

¿Tienes frío?, oíste dentro de ti, y pensaste que era tu cabeza. Cruzaste los brazos para conservar tu calor corporal y seguiste andando. Ya estabas llegando al puente de Iéna. El agua del Sena estaba contaminada, lo sabías, pero nada te había preparado para percibir el olor ácido que desprendía. Fue un error envenenar a los peces, a las plantas acuáticas y, por supuesto, a la población de humanos que dependían del agua corriente. Los que tomaron la decisión tenían sus depuradoras, sabían abastecerse de agua potable. Muchos de los que no tuvieron la opción de elegir fallecieron en cuestión de semanas.

¿Estás llorando? Te has parado sobre el puente, mirando al agua, pero tus pensamientos están con una mujer a la que querías mucho. La recuerdas sonriendo unos días antes de que bebiera un vaso de agua del grifo. La besas y le acaricias el vientre, estaba embarazada. De pronto, otras imágenes te nublan la vista, las de cuando cargaste con su cuerpo hinchado para enterrarla. Tus lágrimas caen desde el puente y se unen al Sena.

El sol se está ocultando poco a poco y el agua refleja la enorme luna. Vuestra guerra de humanos ha destrozado el equilibrio entre la Tierra y la Luna, y ahora el satélite estaba ligeramente más cerca. Esa variación de la distancia potenció las mareas y ha acelerado los procesos biológicos de las plantas. Notaste que el nivel del agua del río estaba subiendo por la marea alta. Lo quisiste entender como una llamada.

¡No te tires!, te grité para evitar que esa idea que te había atravesado el espíritu se apoderara de ti. Esta vez pensaste que la voz venía de otra persona. Te giraste buscando de quién, pero no me viste. Al menos había conseguido distraerte.

¡Continúa andando!, te pedí para que atravesaras el puente hacia la Torre Eiffel. Me escuchaste y seguiste mi consejo. Esta vez comprendiste que esas voces que oías no eran ecos que se propagaban con el viento. Me estabas buscando, pero tus ojos se posaron en la Torre Eiffel, tan grande y a la vez tan pequeña comparada con la vegetación que la rodeaba. Te sorprendió ver que el césped de los campos de Marte llegaba a la altura del primer piso, y poco a poco empezaste a fijarte en mí.

Mis raíces eran fuertes. Buscando agua habían atravesado los diques de piedra que contenían el Sena. Las toxinas del río no fueron perniciosas para todos los seres, sino que habían favorecido un crecimiento inusitado en la vegetación. Mi tronco era del espesor de uno de los pies metálicos de la Torre Eiffel, que albergaba escaleras y ascensor. La dama de hierro, de color anaranjado, ahora estaba cubierta por un pelaje verde de plantas trepadoras, y me servía de apoyo.

Me has encontrado, te dije. Tenemos que hablar.

Tuve que agitar mis ramas para que vieras que no estabas soñando, que era yo el que te hablaba. Te paraste en seco a los pies de la Torre Eiffel, y como un loco me gritaste: ¿Qué quieres de mí?

Había visto cómo París afrontaba guerras, inundaciones del Sena, contaminación del aire, pandemias… Había observado cómo mis hermanos eran aislados en calles donde no podían crecer, donde tenían un cubículo fijo para sus raíces, sin ninguna cooperación posible con otras plantas. Habíamos sido diezmados para favorecer la ganadería. Los incendios habían atacado nuestros entornos más valiosos. Y esos últimos meses había presenciado esa guerra donde los humanos se mataban unos a otros para subsistir con míseros recursos, mientras una élite se protegía en zonas amuralladas.

Lo había visto todo, como un observador silencioso, sin posibilidad de comunicarme con nadie salvo a través de componentes químicos.

Durante siglos me había enfrentado a plagas e incendios que alteraban mis procesos biológicos. Mis hermanos fueron explotados para uso y beneficio de los humanos. Sabíais que podíamos devorar el dióxido de carbono y producir oxígeno, al contrario que los animales, ¿y no pensasteis que vuestras toxinas podrían hacernos más fuertes? Nos infravalorasteis.

Tenemos que hablar, te respondí, y agité de nuevo mis ramas.  

Diste un paso para atrás. ¿Creías que yo podría arrancar mis raíces del suelo y perseguirte, o que una de mis ramas vendría a darte un golpe? Me resultó graciosa la imaginación de los humanos.

Mi fuerza no consiste en velocidad o violencia, como los animales. El poder de las plantas está en el aire, en los componentes químicos que emitimos. Llevabas un rato respirando un producto que te hacía capaz de oírme. Como si de una mofeta se tratara, podría emitir toxinas que te matarían en cuestión de segundos.

Pero no es lo que quiero. Siento tu tristeza y tu soledad, tu empatía te hace sensible a lo que te rodea. Sé que algunos humanos habéis sido justos con la naturaleza. No pretendo destruir todo, como la humanidad habría hecho.   

Queremos proteger la vida en la Tierra, te expliqué.

¿Quién eres?, me preguntaste.

Querías entender, pero seguías limitado por tu patrón de pensamiento humano. Todavía me veías como una entidad, como un simple árbol, sin entender que yo solo soy una consciencia. A través de las raíces, de los hongos y del plancton, potenciados por la Luna y las mareas, toda la vegetación del mundo está comunicada. Hemos centralizado nuestra memoria. Me acuerdo de los incendios del Amazonas y de los bosques de Australia como si hubieran ocurrido en París.  

Es la era de los árboles y las plantas, pero nosotros no queremos la extinción de los humanos, te dije. Tenías miedo. Todavía no podías asimilar que la humanidad estaba cerca de su fin. Cada vez estaba más oscuro. La marea había hecho desbordar el agua del Sena. Te diste la vuelta y viste que el puente de Iéna estaba cubierto. Pronto, los pies de la torre Eiffel donde te encontrabas también se hundirán. Súbete a mí, te propuse. Conseguiste trepar a una de mis anchas ramas y, como tus antepasados los simios, dormiste junto a mí, gracias al susurro de mis hojas y el silencio estrellado que te rodeaba.

Es la era de los árboles y las plantas, pero nosotros no queremos la extinción de los humanos, te dije. La nueva era, relato distópico de @merida_lola. #CursoOnline #TécnicasNarrativas @NessBelda. #Fotografía: Thomas Kelley @unsplash. Clic para tuitear

En ese mismo momento, en varios lugares de la Tierra, otros humanos y otros animales también me oyeron hablar. Así empezamos a tender puentes de comunicación que nos permitirán construir nuestro nuevo mundo, en una nueva era.

«La nueva era»

Un relato de Lola Mérida

Fotografía de portada de Thomas Kelley. Unsplash

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