Cuando gritan los muertos es que no están a gusto.

Empiezo a leer Cuando gritan los muertos, la última novela de Paco Gómez Escribano. No sé de qué trata ni dónde se ubica (no he querido enterarme y he mantenido la sorpresa hasta tener el libro entre mis manos), pero empiezo a disfrutar, aun antes de saber que vuelvo a Canillejas y a sus personajes desesperanzados pero ilusionados con poder arrastrarse un día más por sus calles, descampados y garitos de todo pelaje.

Es difícil ser creyente cuando lees aquello de «… y Dios creó al hombre a su imagen y semejanza…» y luego conoces al Cuqui, un psicópata amnésico, borracho, camorrista, politoxicómano, atracador y expresidiario; vamos, un hijo de la gran puta.

La cárcel no es un buen lugar para la salud mental de nadie. Si a los diez años de cárcel añades la estancia previa de otros cinco en un hospital, en coma por un disparo en la cabeza, entonces tu cordura ha desertado definitivamente, la memoria te abandona cuando más falta te hace y solo te queda golpearte la cabeza con los puños para tratar de resintonizarla como si de un televisor antiguo y averiado se tratara.

Hace quince años, el Cuqui y otros amigos (el Tente, el Brujo, el Bolas…) trabajaban para el Dandy atracando por encargo y repartiendo el botín con el propio Dandy y un par de policías. Se aseguraban así las dosis diarias de caballo, dinero suficiente en el bolsillo para sus otros variados vicios y la protección policial. Pero en su último atraco algo salió mal o a alguien le interesó que algo saliera mal. Terminaron todos muertos, excepto el Tente y el Cuqui. El primero se encontró con una pierna amputada y el segundo con una bala en la cabeza. El Tente salió hace unos meses, el Cuqui está a punto hacerlo.

Yo sabía que el Cuqui estaba a punto de salir del trullo, pero no sabía la fecha exacta. No tardaría en encontrármelo, porque el pasado siempre vuelve, y los muertos y los fantasmas a veces echan una partida al mus en cualquiera de las esquinas del barrio. No envidan. Ya no están tampoco para órdagos. Pero joden a los que aún están vivos.

Quien así habla es el Mochuelo, narrador de esta historia. El Mochuelo es el hermano del Brujo. Ahora por el barrio deambulan los hermanos y primos de aquellos que murieron hace quince años. Salvo meterse caballo (lo dejaron cuando se dieron cuenta de que empezaban a estar rodeados de muertos por sobredosis), siguen los pasos de los héroes que les robaron: delincuencia, alcohol, perico y porros. No quieren pensar demasiado en sus muertos prematuros. Es preferible seguir adelante sin pensar, sin recordar. De esa forma duele menos y no se percibe con tanta crudeza el destino que probablemente les espera.

Pero los muertos gritan, los de aquel tiroteo gritan, los del caballo gritan, y toda esa amnesia autoinfligida se va al garete cuando aparece el Tente con una muleta de más y una pierna de menos y el Mochuelo lee en sus ojos que la vida de todos va a cambiar para siempre.

Unos meses después sale también el Cuqui. «Salir del trullo es un problema. Sobre todo si no tienes nada ni a nadie porque tus padres han muerto, la mayoría de tus colegas han muerto y el mundo que conocías ya no existe». Y lo poco que aún perdura de la época anterior no existe porque no lo reconoce porque lo ha olvidado. Y es que el Cuqui vuelve con su carga de amnesia (esta vez forzosa y no deseada) y de locura (en parte genética y en parte adquirida en el trullo).

En cuanto regresa el Cuqui, el Tente pasa a la acción en su empeño por dejar de oír los gritos de los muertos. Y como solo se le ocurre una forma de hacerlos callar, a ello se pone. Y a ello se pone el Cuqui  que, con todo y su amnesia, en eso consigue centrarse, vaya si lo consigue. Y puede que les vaya la vida en el empeño, pero su vida tampoco es tan valiosa y para vivirla poblada de gritos fantasmales, mejor enmudecerla, aunque sea del todo y para siempre.

Y a ello se ponen también el Mochuelo y el Elena, porque uno es hermano del Brujo y el otro, primo del Bolas y, aunque son mucho más jóvenes y con más vida por delante «si un cojo y un tarado le iban a echar huevos, ellos dos solos, yo no iba a ser menos sin estar impedido de nada». Por eso y porque recuerda los años vividos después de aquella maldita masacre que le robó a su hermano, se llevó por delante a su madre y a su padre y terminó con cualquier esperanza de una vida normal para él que, quince años después, piensa que tiene que ayudar a los colegas de su hermano, aunque tenga que invertir la vida en ello.

Cuando gritan los muertos nos vuelve a pasear por Canillejas en algún momento del incipiente siglo XXI. Zapatero gobierna o ha gobernado porque a él se le echa la culpa de no poder fumar en los bares (en este país hasta de las Guerras Carlistas tiene la culpa Zapatero); la crisis ya ha llegado porque hay mujeres de setenta años que tienen que trabajar porque no les llega «la pensión para ayudar a sus cuatro hijos en paro».

Cuando gritan los muertos nos sigue poniendo ante los ojos a todo el lumpen de Canillejas: yonquis, manguis, cadáveres, camellos, colgados de cualquier movida. En el mundo de el Mochuelo hasta los perros son alcohólicos. En esta novela, Paco Gómez Escribano nos muestra a las víctimas de una estirpe de seres corruptos que ahora viven su impunidad en chalés de lujo y conducen coches más lujosos aún; que han olvidado a los pequeños delincuentes a los que manipularon, usaron y después tiraron a la basura cuando ya no les servían, para volver a empezar con otras víctimas en otros barrios… o se retiraron a disfrutar de las ganancias tan miserablemente obtenidas. Lo malo para ellos fue que, en su estúpida sensación de intocables, dejaron dos flecos sueltos, y esos dos flecos ahora han venido a enredarse en su lujosa vida y amenazan con estrangularla aunque para ello tengan que jugárselo todo a un envite de órdago.

En #CuandoGritanLosMuertos @gomezescribano nos muestra a las víctimas de una estirpe de seres corruptos que se lo jugarán todo en un envite de órdago. Reseña: @RosaBerros. @AlrevesEditor Share on X

El Cuqui es un hijo de puta, «pero un hijo de puta de barrio que, al fin y al cabo, siempre lo es menos que uno de esos listillos con estudios que en cuanto tocan poder roban, desfalcan y asesinan como si nada».

Con guiños a alguna de sus otras novelas, Paco Gómez Escribano nos cuenta una historia que, sin tener nada que ver con las demás, en lo que trama y argumento se refiere, lo tiene que ver todo porque entre todas ellas van perfilando la historia del barrio, una historia que empezó mucho antes cuando «era un pueblo que fue anexionado a Madrid el 30 de marzo de 1950». Y aunque «las enciclopedias de historia de los barrios no existen», ya sumamos cuatro tomos a la enciclopedia de Canillejas. Cuatro tomos escritos con la prosa ágil y desenfadada, y el humor ácido y un poco negro de Paco Gómez Escribano; con la aceptación de una fatalidad que no se plantea si es buena o mala porque no tiene sentido lamentarse, es lo que hay y, como no se cansa de decir el autor, «no somos na» y menos para pretender cambiar la realidad, aunque hay realidades…

#CuandoGritanLosMuertos @gomezescribano nos sigue poniendo ante los ojos a todo el lumpen de Canillejas con su prosa ágil y desenfadada y su humor ácido y un poco negro. @AlrevesEditor. #Reseña @RosaBerros Share on X

Si quieres enamorarte de un barrio, sus calles, sus garitos y sus personajes, lee además:

Yonqui

Lumpen

Manguis (Novelpol 2016)

 

Cuando gritan los muertos

 

Cuando gritan los muertos

Paco Gómez Escribano
Año de publicación: 2018
Idioma: Castellano
ISBN: 978-84-17077-39-6
Número de páginas: 208
Dimensiones: 15 x 23
Formato: Rústica con solapas
Precio: 18,00 €

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Cuando gritan los muertos

Reseña de Rosa Berros Canuria

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