Se ha hecho pública recientemente, la carta de despedida de una de las últimas víctimas mortales por acoso escolar. Diego, de 11 años, se despedía de su familia y pedía perdón por su decisión de quitarse la vida. No soportaba la idea de volver al colegio. 

Solo en 2013 hubo 9 casos de suicidio infantil, la mayoría de ellos, presumiblemente, relacionados con el bullying o acoso escolar. ¿Qué debemos cambiar en la sociedad para que casos como el de Diego, Alan, Carla, Jokin o Aránzazu no vuelvan a producirse?

Joan Manuel Cabezas, Doctor en Antropología Social, nos habla sobre esta realidad desde un punto de vista que analiza el concepto de «infancia» como una etiqueta, que por sí misma, genera una visión distorsionada del problema. El acoso escolar es un síntoma de exclusión social.

El acoso escolar como síntoma

Uno de los máximos defectos que reconozco es el de tener demasiada memoria. Es decir: no tener memoria selectiva. Lo cual no es señal, a mi entender, de inteligencia, más bien todo lo contrario…

Solo en 2013 hubo 9 casos de suicidio infantil, la mayoría de ellos, presumiblemente, relacionados con el bullying o acoso escolar.Es por ese motivo que, por suerte o por desgracia, recuerdo muy bien mi infancia. La adolescencia pasó más rápida, con la mili por el medio y su monstruosa forma de ejecutar un supuesto «ritual de paso». Tengo muy retenida la infancia. Y la de mis hermanos, ya que soy el mayor de cinco hijos. Recuerdo cuando algún niño o niña lloraba, y los adultos reían, y decían con tono socarrón: «No pasa nada… son cosas de críos…». Me pareció, siempre, abominable. No lo digo como una ironía. De hecho, muchas cosas que están pasando derivan de ahí. También la falsa percepción de la infancia como una etapa «inocente», cándida…: he conocido infantes que eran verdaderos monstruos de inocencia igual a cero.

La infancia y su sucedáneo, la adolescencia (una invención de la modernidad con pocas décadas de vida, por cierto), son vistas con una condescendencia supremacista que adquiere ribetes de verdadera violencia simbólica. Con resultados probadamente nefastos en muchos casos.

Las personas menores, niños y niñas, ni tan solo son vistas como personas, sino como «personitas». Como seres «en proceso»… Desde mi punto de vista, no existe ni transición ni maduración cuando hablamos de los sistemas sociales. Una persona tampoco está «en tránsito» de un estado a otro: siempre configura, como una sociedad a pequeña escala, un conjunto de lazos y de estructuraciones dotadas de una cohesión que vive del conflicto y de la inestabilidad, las cuales son parte de la Vida y nutriente de la misma.

#AcosoEscolar Las personas menores, ni tan solo son vistas como personas, sino como personitas. Clic para tuitear

Después se entenderá mejor esta propuesta que expongo: ni exceso de monitorización (que solo acentúa los problemas) ni condescendencia «colonial» de raíz paternalista que presume sucumbir ante la «inferioridad» manifiesta del «Otro», en este caso, de la niña o del niño…. Ya saben: «son cosas de niños… déjalos… ya se les pasará…».

El actual escándalo de realidad genera unas tensiones, dislocaciones y rupturas que es evidente que descienden, impregnan y determinan, por así decirlo, a lo que algunos consideran todavía como un eslabón «inferior» de la condición humana: la infancia.  Se olvida que lo que llamamos «infancia» no existe fuera del mundo, sino que es parte constituyente del arquitrabe social. Cualquier problema, exclusión, explotación o injusticia que se cometa en el ámbito falsamente «exento» de la infancia forma parte del sistema social en su conjunto. No se trata de algo «menor» ni de una cuestión situada en un limbo llamado «crecimiento» o «adolescencia», como si existiese realmente ese invento denominado «madurez» y que nadie sabe realmente lo que es.

La infancia todavía continúa recluida en ese espacio que el dualismo propio del pensamiento moderno ha generado para recluir a todo lo que se sitúa en el extremo opuesto a lo considerado como «normal». La infancia no solo se patologiza como una «etapa» donde el ser humano todavía no está «formado», sino que se considera como un receptáculo que acogería los mismos defectos que otras identificaciones también abocadas a permanecer en el ámbito de la no-normalidad. Así, la «infancia» continúa enclaustrada en el mismo lugar que lo están esferas de lo humano consideradas, ni que sea de forma inconsciente, como de «baja intensidad». Por un lado, estaría todo lo que se asocia al varón blanco de clase alta (o su sucedáneo: la clase «media»), racional y cívico. La dualidad se depliega ad infinitum en múltiples escalas: civilizado/bárbaro, político/pre-político, avanzado/primitivo, moderno/tradicional, nuevo/arcaico, racional/irracional, público/masa, moderado/excesivo, ponderado/histérico, nacional/étnico-tribal… masculino/femenino y…  adulto/infantil.

El acoso escolar es un síntoma de exclusión social.

El acoso escolar como síntoma de una sociedad excluyente. Artículo de Joan Manuel Cabezas.

 

#AcosoEscolar. Algunos consideran la infancia como un eslabón inferior de la condición humana. Clic para tuitear

Sí, la infancia continua tratándose con esa mezcla de paternalismo, condescendencia y desprecio con los que, todavía, se trata a los pueblos «otros», a las mujeres, a las racionalidades no-utilitarias,  a los sistemas económicos opuestos a la mentalidad instrumental, y un largo etcétera. Nos topamos, de repente, con la evidencia de que la hegemonía cultural todavía dominante permite que exista una atmósfera dentro de la cual sean posibles casos tan espeluznantes como el del menor de 11 años que acabó con su vida porque no podía soportar, literalmente, ir al colegio.

Todas las edades humanas son lógicas, tienen sus lógicas, y sus racionalidades, a menudo ocultas. Para eso sirve la antropología: para hallarlas y explicarlas.

La hegemonía cultural dominante permite que un menor se suicide porque no soporta ir al colegio. Clic para tuitear

Olvidemos las dualidades antes comentadas, ya que son fruto meramente de construcciones ideológicas destinadas a promover la existencia de colectividades humanas situadas fuera de las normativizaciones (siempre artificiales) que, jerárquicamente, quieren taxonomizar a la sociedad. La sociedad es siempre infinitamente más compleja y más dinámica. Es un ente movedizo. Hay que estar atento a sus pulsiones desde la proximidad y contemplar todas sus modulaciones, también la de las personas en edad infantil, como una forma de vida más, plenamente constituida y válida por sí misma, que merece un trato en horizontal, igualitario y justo.

En antropología solemos usar el término de «metáfora cultural» para hablar de casos como el que nos ha ocupado. No se trata de una mera anécdota ni de un hecho aislado, ni tampoco de una patología circunscrita en una problematizada «mentalidad infantil» que no se puede separar de la «adulta», ya que todos los seres humanos compartimos el mismo registro intelectual y pensamos igual. Los resultados del pensar es siempre diferente, eso es cierto, pero los mecanismos son siempre idénticos. En definitiva, el luctuoso y terrible suceso al que nos hemos referido es un síntoma. Y muy preocupante…

 

El acoso escolar como síntoma

Joan Manuel Cabezas
Doctor en Antropología Social
Coordinador de la consultoría ETNOSISTEMA

www.etnosistema.com

Fotografía de portada de Timon Studler

Fotografía interior de Peter Hershey

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