La familia Marlo, de Desirée Peris Pérez es el tercer relato de finalización del Curso Online de Técnicas Narrativas impartido por Néstor Belda que os presentamos en MoonMagazine.

La familia Marlo, de @BoopDesy. Curso Online de Técnicas Narrativas @NessBelda. Clic para tuitear

La familia Marlo

A la salida de MontGaudier, siguiendo la carretera principal, un cartel borroso indica el sendero que lleva hasta la casa de las Marlo. Nunca se encontraron los cuerpos. La gente del pueblo cuenta que fueron pasto de los animales del bosque y que, si en mitad de la noche, permaneces en silencio, se puede escuchar el relincho de un caballo y el llanto de Isabel buscando a su madre.

La mañana primaveral del 13 de Abril de 1432, Isabel despertó con escalofríos, sudores y vómitos. Miriam, la madre, estaba en su puesto de inciensos y plantas medicinales del mercado, en la plaza central del pueblo, cuando Jimena llegó azorada y le dijo:

―Miriam, han llamado al clérigo.

―No es un castigo de Dios, Jimena.

―La deshidratación de Isabel está muy avanzada.

Miriam salió a toda prisa, dejando su puesto ambulante a merced de ladrones y codiciosos. Recorrió el mercado intentando abrirse paso entre las pieles recién degolladas. El humo de las carnes asadas, se unía con el olor de los perros, halcones y campesinos. Siguió abriéndose paso entre los juglares, trovadores y otros espectáculos en los límites de la plaza. Entró en la calle Macías y tropezó con un hombre que le suplicó un trozo de pan. Miriam abrió el bolso de madera que ella misma había tallado y sacó un puñado de castañas.

―Gracias, señora―le dijo―. Dios la bendiga.

Continuó por la calle de la Pobreza hasta llegar al hospital. Entró preguntando por Isabel. Recorrió la sala, maloliente y sucia, entre multitud de enfermos y mendigos, hasta encontrar la cama en donde habían dejado a Isabel. Su rostro tenía pústulas moradas y respiraba con dificultad. El clérigo le dijo:

―Está a merced de la muerte negra. Dios salvará su alma.

―¿Dios? ―preguntó irónicamente Miriam—. Vamos, Isabel, volvemos a casa.

―¿Está loca? No puede llevársela.

Cogió a Isabel en brazos y la puso en una carretilla. Apareció Jimena cortándole el paso y le dijo:

―Miriam, ¿qué vas hacer? Los ungüentos y remedios caseros no servirán.

―Dios tampoco servirá…

Jimena le indicó que su puesto ambulante estaba afuera. Subieron a Isabel y doblaron por la calle Librado, casi donde termina el pueblo. Después de despedirse de Jimena. Miriam cogió el sendero que las conduciría a casa.

La familia Marlo, un relato ambientado en la época oscura de la peste negra. #Fantasía Clic para tuitear

Después de comprobar que Isabel dormía, hizo los preparativos. Miriam encendió una antorcha y salió en mitad de la noche. Traspasó la cerca que limitaba el huerto y se adentró en el frondoso bosque. Los matorrales y las piedras dificultaban su camino, pero continuó caminando hasta encontrar el claro. Contempló la luna y calculó su posición. Dibujó un círculo de sal a su alrededor. Encendió cuatro velas Se arrodilló, cogió el puñal y exclamó al viento: ¡Te ordenó que te presentes! ¡Oh, Padre! Se cortó la palma de la mano y la cerró con fuerza, dejando caer su sangre en la copa ceremonial. ¡Esta es la sangre de tu hija que vive en ti! ¡Apiádate de tu sierva!negras al tiempo que rezaba una oración. En una limosnera, colgada de su cintura con un cordoncillo de piel, oculta bajo su vestido, escondía un puñal. Se arrodilló, cogió el puñal y exclamó al viento: ¡Te ordenó que te presentes! ¡Oh, Padre! Se cortó la palma de la mano y la cerró con fuerza, dejando caer su sangre en la copa ceremonial. ¡Esta es la sangre de tu hija que vive en ti! ¡Apiádate de tu sierva! ¡Repudia la muerte negra que condena a Isabel! Un silencio abrumador inundó el lugar. Un ruido se hacía eco entre los árboles. Su mano seguía goteando. ¿Estás aquí? Una bandada de pájaros interrumpió la escena, volando sin rumbo fijo. El aire de sus plumas negras apagaron las velas, dejándola a merced de la luna. Pero el diablo no se presentó. Recogió todo y volvió a casa. Curó su herida y se dedicó a tallar un talismán con forma de flecha en una pequeña piedra de malaquita. Cuando acabó, la sumergió en una infusión de salvia. Entró sigilosamente en la habitación de Isabel. Colocó la infusión debajo de su cama y se fue a dormir.

Al día siguiente, cuando despertaron, Miriam se acercó a su hija.

―Tengo un regalo para ti, Isabel ―le dijo colocando el talismán alrededor de su cuello huesudo.

Aquel día solo vendió unos cuantos jabones y un puñado de hierbas aromáticas. Cuando estaban a punto de cerrar el puesto, un hombre preguntó:

―¿Miriam Marlo?

―Sí, ¿qué desea?

Miriam observó al hombre. Era alto y vestía de negro. Un gran sombrero tapaba su rostro. Con un gesto sutil, la saludó. El hombre dijo: «No aceptaré que me pagues con hierbas y mejunjes», y le preguntó a Miriam qué podía ofrecerle. Ella contestó: «Mi vida, señor». Cogió su mano y apretó su herida hasta que dejó de sangrar. «Esa cicatriz te recordará nuestro contrato.»

―¡Que pasen un buen día! ―dijo sonriendo mientras desaparecía entre el gentío del mercado.

Pasaron los días y la mejoría de Isabel era evidente. La gente del pueblo comentaba que era brujería, y aunque todos la temían, la curiosidad era más fuerte y el puesto ambulante de Miriam Marlo siempre estaba atestado de clientes en busca de hierbas medicinales y especias aromáticas, jabones y velas artesanales, piedras de bienestar y talismanes de protección. Miriam elaboraba remedios caseros contra el mal de ojo y preparaba ungüentos para paliar enfermedades; tallaba amuletos que guardaba en bolsitas de seda, dentro de las cuales colocaba fragmentos de textos clásicos del ocultismo.

El nombre de Miriam Marlo fue conocido en los territorios colindantes. Los viajeros llegaban a MontGaudier desde lugares lejanos en busca de soluciones mágicas. Un amuleto para la protección de sus esposas e hijos, hierbas que aumentaran la libido de sus maridos, proporcionándoles una vida amorosa plena y fértil. Era lo más vendido.

En el pueblo, todos consideraban que Miriam era una bruja, pero callaban porque el tránsito de los peregrinos, clérigos y mercaderes que venían a verla iba en aumento. Se alojaban en posadas, bebían cerveza y vino, consumían en sus tiendas… y las mozas ofrecían sus servicios. Su fama de bruja trajo la prosperidad al pueblo.

Pero a Miriam solo le importaba la vida de su hija.

Todas las noches, Isabel esperaba a que su madre la arropara y le contará un cuento.

¡Mamá!, exclamó Isabel. Háblame del talismán. Miriam le contó que estaba bendecido por las lágrimas Se arrodilló, cogió el puñal y exclamó al viento: ¡Te ordenó que te presentes! ¡Oh, Padre! Se cortó la palma de la mano y la cerró con fuerza, dejando caer su sangre en la copa ceremonial. ¡Esta es la sangre de tu hija que vive en ti! ¡Apiádate de tu sierva!del creador, y que protegería a la niña que lo poseyera. Tendrá buena salud y sueños hermosos. En un lejano momento deberás usarlo. ¿Lo entiendes? Debes llevarlo siempre, insistió. ¿Es mío?, preguntó Isabel, como si no la hubiera oído. Isabel se sentía especial tocando su talismán y se quedó dormida.

Nueve años después, Miriam escuchó un relincho fuera. Retiró con sigilo la cortina de la ventana y vio a un jinete galopando hacia la casa. Se acercó a la puerta y esperó a que llegara. Cuando estuvo cerca, el hombre descabalgó, cogió las riendas del caballo y se detuvo frente a la ventana. Buenas noches, le dijo. Serán para usted, señor, contestó Miriam. Pasaron al salón y Miriam se agachó a la altura de Isabel, la agarró delicadamente por la cintura y le susurró al oído. Esta se tocó el colgante y abrazó a su madre.

El hombre, ansioso, las interrumpió.

―Enternecedor ―dijo haciendo sonar sus palmas ―. Ya es suficiente…

Miriam soltó la mano de Isabel. El hombre se quitó el sombrero dejando su calva al descubierto. Se acercó a la madre y le dijo que podía ser rápido, si lo deseaba. Agarró el cuello de Miriam y aprisionó sus labios contra los suyos. Isabel se preguntó, perpleja, si lo que estaba contemplando era el amor de la muerte.

La esencia de Miriam comenzó a abandonar su cuerpo. Cuando no quedó nada de Miriam, el hombre se inclinó hacia Isabel y le dijo que viviría muchos años. Entonces Isabel recordó las palabras de su madre y le preguntó si podía darle un abrazo.

—Al final te cogeré cariño ―dijo el hombre.

―Quiero que me beses. Te doy mi vida a cambio de la de mi madre —continuó Isabel.

—No puedes pedir eso ―dijo el hombre.

Ella le replicó que no se lo estaba pidiendo y puso las piernas alrededor de su cintura y lo besó. Arrancó el talismán de su cuello y clavó la flecha en su corazón. Siguió hundiéndolala hasta que su mano rozó las entrañas del infierno. Una luz empezó a salir de él e Isabel cayó al suelo. El fuego de la chimenea se avivó y alcanzó las cortinas. Isabel se mantuvo quieta, observando. Las cuencas de sus ojos y el rostro cadavérico del hombre quedaron al descubierto. Aquella luz se hacía cada vez más intensa, envolviéndolo por completo. Su cuerpo huesudo explotó e innumerables centellas se esparcieron en el aire. Solo el amuleto quedó intacto. Continuaba ensimismada, sin percatarse de que el fuego seguía avivándose a su alrededor. Las vigas estaban cediendo y las paredes crujían. La casa estaba en llamas pero Isabel seguía mirando las centellas que flotaban en la habitación, como intentando encontrar su sitio. El rostro de su madre, y de muchas otras vidas, sonreían a Isabel. Recogió el talismán y se lo colgó al cuello. Se tumbó en el suelo y dijo en voz baja:

―Mamá, cuéntame un cuento.

Y el fuego arrasó la casa.

Esta es la historia de la familia Marlo.

Solo estoy aquí para recordaros que la muerte tiene un plan. Y, en su plan, nunca fracasa. Si en mitad de la noche pronuncias mi nombre, no te asomes a la ventana.

#fotografía: @jbedrina, #narrativa: @BoopDesy. Cursos @NessBelda, apoyo de @RevistaMoonM Clic para tuitear

 

La familia Marlo, de Desirée Peris Pérez

Relato final del CURSO ONLINE DE TÉCNICAS NARRATIVAS NÉSTOR BELDA

Fotografía de Javier A Bedrina