El hilo va a la estrella

donde está mi tesoro.

Mis alas son de plata,

mi corazón es de oro.

El hilo está soñando

con su vibrar sonoro.

El maleficio de la mariposa, de Federico García Lorca

En 1920 se estrenó en el Teatro Eslava, en Madrid, la primera de las obras dramáticas de Federico García Lorca (1898-1936), El maleficio de la mariposa. Duró tan solo cuatro representaciones y cosechó, en palabras de su autor, «un hermoso pateo».

Sin embargo, el público del Eslava estaba habituado a espectáculos de vanguardia, y García Lorca había llevado hasta allí a una buena claqué procedente de la Residencia de Estudiantes. No hubo caso, no fue suficiente para evitar que la obra fuese un estrepitoso descalabro. Desconocían aún a quien habría de ser uno de los mayores poetas en español del siglo XX, si no el mayor.

Hay en El maleficio de la mariposa algunos de los rasgos del teatro posterior de Lorca, pero hay también, a primera vista, una puesta en escena determinada por el escenario en que se desarrolla la tragedia: un prado observado bajo una potente lupa, con sus cucarachas, sus gusanos, su mariposa y su alacrán. Todos estos insectos protagonizan este drama que tiene algo de enaltecimiento franciscano del mundo natural insignificante. No es el único, otros manuscritos dramáticos anteriores de Lorca, que no llegaron a estrenarse y de los que solo se conservan fragmentos, también dan voz a las bestias. Es el caso de Del amor (teatro de animales) (1918), pieza de un solo acto protagonizada por una paloma y un cerdo, en la que también intervienen un coro de cigarras, un asno y un ruiseñor.[1]

En 1920 se estrenó #ElMaleficioDeLaMariposa de #Lorca. Cosechó «un hermoso pateo» Reseña @avazqvaz Clic para tuitear

Lorca había contactado en la Residencia de Estudiantes con el ultraísmo, el surrealismo y con algunas de las figuras señeras del mundo de la escena de la época. Él mismo participaba de los movimientos vanguardistas. No parece aventurado dar voz a los insectos del prado, vestirlos con las pasiones humanas, imaginar sus cuitas como si fuesen pequeñas personas. Sin embargo, en el estreno, el rechazo a las cucarachas fue superior a la valoración estética del drama. Se impuso el asco, y las cucarachas quedaron, por el momento, sin su meritado reconocimiento sobre las tablas.

La génesis de la obra no pudo ser más humilde. Lorca conoció en el Centro Artístico y Literario de Granada a Gregorio Martínez Sierra, director del Teatro Eslava. Ante él y ante Catalina Bárcena —su esposa y primera actriz de la compañía—, Lorca recitó un poema en el que una mariposa con un ala rota cae sobre un nido de cucarachas. Estas la cuidan y la sanan. Cuando la mariposa recobra el vuelo, deja herido de amor a un pequeño cucaracho, que muere.

Ian Gibson —que no estuvo allí, pero se lo han contado— recogió las palabras de Martínez Sierra cuando Lorca acabó de recitar el poema:

¡Este poema es puro teatro! ¡Una maravilla! Lo que tiene usted que hacer ahora es ampliarlo y convertirlo en teatro de verdad. Yo le doy mi palabra de que se lo estrenaré en Eslava.[2]

Cuando Federico terminó de recitar —explica Gibson— Catalina Bárcena tenía la cara llena de lágrimas y el entusiasmo de Martínez Sierra era incontenible.

Federico García Lorca hacia 1925

Federico García Lorca hacia 1925

El joven Lorca —no era infrecuente— había entusiasmado a su auditorio. Lorca accedió gustoso al encargo de Martínez Sierra, emocionado con la idea de poder estrenar en el teatro más vanguardista de la capital. La obra recibió el nombre de Comedia ínfima, luego el de La estrella del prado y, finalmente, por sugerencia del propio Martínez Sierra, se intituló El maleficio de la mariposa.[3]

Se estrenó el 22 de marzo de 1920, con música de Griegg, decorados cubistas de Mignoni y vestuario de Barradas. Encarnación López, la Argentinita, representó el papel de Mariposa herida, y Catalina Bárcena el de Curianito el Nene.

El texto, en verso, es, en opinión de Lorca, un pecado de juventud. Años después, en entrevista a Juan Alfarache para el único número publicado de la ambiciosa revista «Miradero», editada por José Gallo Renovales, García Lorca declararía que estrenó la obra cuando era casi un niño, y manifestaría su reticencia al uso del verso con fines dramáticos: «la prosa nos va haciendo dueños de nosotros mismos al paso de los años».[4]

Además de vanguardia y de gusto por el teatro de los muñecos, hay también en El maleficio de la mariposa los elementos modernistas del primer Lorca: la sinestesia, el léxico musical, las acotaciones preciosistas e icónicas, el gusto por la miniatura, por el detalle ínfimo… No obstante, como genuino partidario de la vanguardia, Lorca no se atiene al canon modernista, sino que lo subvierte: no son bellos todos los insectos que forman parte del dramatis personae de El maleficio de la mariposa. El gusano contiene el germen de la belleza, pues se metamorfoseará en mariposa. El alacrán es la encarnación del mal, el peligro del bosque: es, por tanto, feo, como en los cuentos infantiles. La mariposa es toda belleza. Belleza y muerte. Y la cucaracha… ¡Ay la cucaracha!

Lorca dignifica a la humilde cucaracha, no desprecia a este animalillo modesto y repudiado, en ningún momento recalca su fealdad. Al enamorarse Curianito el Nene de la Mariposa, Lorca reproduce la relación de la Bella y la Bestia, pero sin Bestia: hace a los dos bellos. No hay Bestia, no hay fealdad en Curianito el Nene. Sin embargo, no lo entiende así la crítica ni el público madrileño, quienes tildan de grotesca, de un feísmo innecesario, la elección de las cucarachas como protagonistas del drama.  Hay este reproche en la crítica de Andrenio (Eduardo Gómez Baquero) aparecida en La Época: el error fundamental de Lorca fue presentar un drama entre escarabajos, pues estos no podrán nunca ser «un símbolo poético»[5]. Por su parte, Manuel Machado matiza su rechazo a la obra. No ve el posible desarrollo dramático de una trama protagonizada por cucarachas, pero salva los «bellísimos versos» de Lorca. Intuitivamente, escribe:

He aquí una cosa hecha para ser escuchada con respeto…, que no supo hacerse respetar. ¿De quién la culpa? ¿De un público inquieto y propenso a la eutropelia, más o menos distinguida? ¿De unos cómicos medianos, en cuya boca los versos se convierten en canturria monótona como romance de ciego, y pierden —con el matiz— el prestigio eufónico y sentimental? … Más bien del error en que muchos poetas tan inteligentes y finos como el señor Lorca, y más experimentados incurren, impenitentes de confundir la poesía lírica con la dramática. El hecho, crudamente, es que una curiana —o curianita— con una espina clavada en el corazón, no puede permanecer largo rato diciendo o escuchando bellísimos versos —bellísimos— sin que ocurra otra cosa más que su dilatada agonía, muy patética, pero poco accidentada y teatral, en el buen o, por lo menos, en el imprescindible sentido de la palabra.[6]

Rechazo, pues, de la cucaracha —por simple, no por asquerosa— pero encomio de la poesía de Lorca. Ya prevé Manuel Machado la futura trayectoria del poeta.

El caso es que, en efecto, El maleficio de la mariposa es mucho más de lo que parece. No estamos aún ante el mejor Lorca, pero ya apuntan los modos poéticos lorquianos, y ya se contienen algunos de los motivos que caracterizarán su teatro posterior: la pasión erótica no correspondida, el amor imposible, la muerte… Pasiones que no son encarnadas en una joven, un joven, un padre…, sino en los insectos del bosque.

Tal vez para proyectar sobre ellos un halo de simpatía, Lorca había denominado a estos animalillos de mala fama con el término andaluz, «curianas». De ellas, de las curianas, que llevan «trajes sombríos», afirma Lorca que brillan «como el azabache», que «sus patas son ágiles y delicadas», o —de Curianita Silva— que «en su clase de insecto repugnante es encantadora». Y pide para ellos comprensión:

¿Por qué os causan repugnancias algunos insectos limpios y brillantes que se mueven graciosamente entre las hierbas? ¿Y por qué a vosotros los hombres, llenos de pecados y de vicios incurables, os inspiran asco los buenos gusanos que se pasean tranquilamente por la pradera y tomando el sol en la mañana tibia? ¿Qué motivo tenéis para despreciar lo ínfimo de la Naturaleza? Mientras que no améis profundamente a la piedra y al gusano no entraréis en el reino de Dios.

Hay, por tanto, reivindicación de lo humilde, de lo feo, de lo que marginamos; y reprobación de los hombres, «llenos de pecados y vicios incurables». Y todo ello se presenta a nuestra imagen, tamizada —eso sí— por el filtro de la cucarachez.

Así, el amor es dulce y negro, de alas pequeñas, de negro caparazón. Exclama Curianita Silva, enamorada de Curianito el Nene:

¡Amor, quién te conociera!

Dicen que eres dulce y negro,

negras tus alas pequeñas,

negro tu caparazón

como noche sin estrellas;

tus ojos son de esmeraldas,

tus patas son de violetas.

Cosmos, por tanto, del prado liliputiense presidido por San Cucaracho, cúspide y origen de la cosmogonía cucarachil, aspiración de los creyentes y duda de agnósticos y poetas enamorados. Pesaroso, se pregunta Curianito el Nene:

¿Y si San Cucaracho no existiera? ¿Qué objeto

tendría mi amargura fatal? Sobre las ramas,

¿no vela por nosotros aquel que nos hiciera

superiores a todo lo creado?

Sobre este mundo a escala, aterriza un ser no mucho mayor: una mariposa con un ala rota. El revuelo es inevitable. Rompe el corazón de Curianito el Nene, joven cucaracho intoxicado por la poesía, pues un poeta abandonó sobre la hierba un poemario, y Curianito lo leyó. Esta es la advertencia del Prólogo:

Se prendó de una visión de algo que estaba muy lejos de su vida… Quizá leyó con mucha dificultad algún libro de versos que dejó abandonado sobre el musgo un poeta de los pocos que van al campo, y se envenenó con aquello de «yo te amo, mujer imposible». Por eso, yo os suplico a todos que no dejéis nunca libros de versos en las praderas, porque podéis causar mucha desolación entre los insectos.

La mariposa, en cambio, no está por la labor. Primero porque convalece. En segundo lugar, porque es consciente de su naturaleza efímera y de su aún más efímera visita al mundo de las cucarachas:

Y la Muerte me dio dos alas blancas,

pero cegó la fuente de mi seda.

Ahora comprendo el lamentar del agua,

y el lamentar de las estrellas,

y el lamentar del viento en la montaña,

y el zumbido punzante

de la abeja.

Porque soy la muerte

y la belleza.

«Porque soy la muerte y la belleza», #Lorca, #ElMaleficioDeLaMariposa. Reseña @avazqvaz Clic para tuitear

La versión de El maleficio de la mariposa de Carlos Manzanares y Trece Gatos

Mariposa herida, Curianito el Nene y Silfo escapado de un libro del gran Shakespeare. Versión de Trece Gatos

Mariposa herida, Curianito el Nene y Silfo «escapado de un libro del gran Shakespeare». Versión de Trece Gatos

¿No es todo este material de teatro imposible el más adecuado para que Trece Gatos pueble de poetas, insectos y enamorados las tablas de la Sala del Mariano?

No se conserva el libreto completo de El maleficio de la mariposa. Falta el final en los manuscritos que han sobrevivido. Carlos Manzanares ha culminado la obra y le ha añadido las canciones y la música. Trece Gatos la ha puesto sobre la escena en la Sala del Mariano, en Madrid. (Ya hemos hablado de Trece Gatos a propósito de Sueño de una noche de verano, de Cluedo, y de A buen fin no hay mal principio).

Acertadamente, Trece Gatos respeta el espíritu ligero de El maleficio de la mariposa. La tragedia es mínima, como el tamaño de sus protagonistas. Se mantiene el ritmo y la musicalidad del verso lejos de cualquier grandilocuencia. Sus intérpretes no buscan destacar, sacudir, epatar. Hay una extraordinaria naturalidad en las actuaciones de los trece actores y actrices —sobre todo actrices—, aun en un contexto dramático tan bizarro.

Las canciones añadidas subrayan las emociones de los personajes. Hay en la música sencilla de Carlos Manzanares un chantaje emocional que se acepta con agrado. Hay también una apelación constante a los sentidos: la sinestesia, la oscuridad total con que se anuncia la apertura del drama, con sus roces y pequeños pasos…, la oscuridad llena de sonidos, que alerta y predispone a la contemplación de la belleza.

Fiel a su estética postpunk, Trece Gatos presenta a los caracteres con maquillajes siniestros y vestuario postindustrial. Trece Gatos hace, además, un uso extenso del espacio escénico. Al escenario añade gran parte del patio, del que ha retirado las butacas, colocándolas en forma de U. El bosque queda en el centro, a dos alturas. Trece intérpretes, por tanto, sobre la escena, y un prado diminuto ampliado para esta pequeña tragedia. Pequeña no porque las pasiones sean menos fuertes —ya se ha dicho—, sino por el humilde origen, insignificante, de sus protagonistas las cucarachas, los gusanos, el alacrán y la mariposa.

El maleficio de la mariposa, primer estreno de Federico García Lorca. Del Teatro Eslava a la Sala del Mariano

Raquel León y José María Mora en El maleficio de la mariposa

Otra innovación de Carlos Manzanares: aprovecha el prólogo y las acotaciones escénicas de Lorca como si fuesen un personaje más —en realidad lo es—. Lorca menciona a un silfo con muletas «escapado de un libro del gran Shakespeare». A modo de demiurgo, aparece este silfo junto a una reproducción en miniatura de la propia escena del bosque. Cosmos y microcosmos nuevamente reproducidos. Junto al pequeño mundo dentro del pequeño mundo, el silfo pronuncia el prólogo y las acotaciones como si fuesen su parlamento. Carlos Manzanares recupera así para la escena textos lorquianos de una indudable belleza, originalmente concebidos —al igual que en el teatro de Valle Inclán— como una forma muy sofisticada de acotar la escena.

El resultado es un espectáculo delicioso para niños y para mayores que se dejen llevar por las palabras del silfo.

#ElMaleficioDeLaMariposa #Lorca @Trece_Gatos. Déjate llevar por las palabras del silfo. @avazqvaz Clic para tuitear

Ahí va el prólogo completo:

Señores: La comedia que vais a escuchar es humilde e inquietante, comedia rota del que quiere arañar a la luna y se araña su corazón, El amor, lo mismo que pasa con sus burlas y sus fracasos por la vida del hombre, pasa en esta ocasión por una escondida pradera poblada de insectos donde hacía mucho tiempo era la vida apacible y serena. Los insectos estaban contentos, solo se preocupaban de beber tranquilos las gotas de rocío y de educar a sus hijuelos en el santo temor de sus dioses. Se amaban por costumbre y sin preocupaciones. El amor pasaba de padres a hijos como una joya vieja y exquisita que recibiera el primer insecto de las manos de Dios. Con la misma tranquilidad y la certeza que el polen de las flores se entrega al viento, ellos se gozaban del amor bajo la hierba húmeda. Pero un día… hubo un insecto que quiso ir más allá del amor.

Se prendó de una visión de algo que estaba muy lejos de su vida… Quizá leyó con mucha dificultad algún libro de versos que dejó abandonado sobre el musgo un poeta de los pocos que van al campo, y se envenenó con aquello de «yo te amo, mujer imposible». Por eso, yo os suplico a todos que no dejéis nunca libros de versos en las praderas, porque podéis causar mucha desolación entre los insectos.

La poesía que pregunta por qué se corren las estrellas es muy dañina para las almas sin abrir… Inútil es deciros que el enamorado bichito se murió. ¡Y es que la Muerte se disfraza de Amor! ¡Cuántas veces el enorme esqueleto portador de la guadaña, que vemos pintado en los devocionarios, toma la forma de una mujer para engañarnos y abrirnos las puertas de su sombra! Parece que el niño Cupido duerme muchas veces en las cuencas vacías de su calavera. ¡En cuántas antiguas historietas, una flor, un beso o una mirada hacen el terrible oficio de puñal!

Un viejo silfo del bosque escapado de un libro del gran Shakespeare, que anda por los prados sosteniendo con unas muletas sus alas marchitas, contó al poeta esta historia oculta en un anochecer de otoño, cuando se fueron los rebaños, y ahora el poeta os la repite envuelta en su propia melancolía. Pero antes de empezar quiero haceros el mismo ruego que a él le hizo el viejo silfo aquel anochecer de otoño, cuando se fueron los rebaños. ¿Por qué os causan repugnancias algunos insectos limpios y brillantes que se mueven graciosamente entre las hierbas? ¿Y por qué a vosotros los hombres, llenos de pecados y de vicios incurables, os inspiran asco los buenos gusanos que se pasean tranquilamente por la pradera y tomando el sol en la mañana tibia? ¿Qué motivo tenéis para despreciar lo ínfimo de la Naturaleza? Mientras que no améis profundamente a la piedra y al gusano no entraréis en el reino de Dios.

También el viejo silfo le dijo al poeta: «Muy pronto llegará el reino de los animales y de las plantas; el hombre se olvida de su Creador, y el animal y la planta están muy cerca de su luz; di, poeta, a los hombres que el amor nace con la misma intensidad en todos los planos de la vida; que el mismo ritmo que tiene la hoja mecida por el aire tiene la estrella lejana, y que las mismas palabras que dice la fuente en la umbría las repite con el mismo tono el mar; dile al hombre que sea humilde, ¡todo es igual en la Naturaleza!». Y nada más habló el viejo silfo. Ahora, escuchad la comedia. Tal vez os riais al oír hablar a estos insectos como hombrecitos, como adolescentes. Y si alguna honda lección sacáis de ella, id al bosque para darle las gracias al silfo de las muletas, un anochecer tranquilo, cuando se hayan marchado los rebaños.

El maleficio de la mariposa

Autor: Federico García Lorca

Dirección y versión: Carlos Manzanares Moure

Reparto: Himar Armas, Teresa Bailón, Ana Blanco, Vanessa Bou, María Díaz, Celia Ferrer, Estefanía Hernández, Ángeles Laguna, Raquel León, Paloma Maestre, José Mora, Elena Sanz, Carlos Manzanares Moure

Música original: Carlos Manzanares Moure

Producción: Trece Gatos

Cartel de El maleficio de la mariposa, versión de Trece Gatos

Notas:

[1] Cf. Juan Antonio Rodríguez Pagán, El otro lado de El Público de Lorca, Isla Negra Editores, San Juan, República Dominicana, 1999, p. 34.

[2] Ian Gibson se basa en los testimonios de José Mora Guarido y de Miguel Cerón; Cf. Ian Gibson, «En torno al primer estreno de Lorca (El maleficio de la mariposa), en Ricardo Domènech (edit.), La casa de Bernarda Alba y el teatro de García Lorca, Madrid, Cátedra, 1985, p. 63.

[3] Cf. Juan Antonio Rodríguez Pagán, El otro lado de El Público de Lorca, Isla Negra Editores, San Juan, República Dominicana, 1999, p. 42.

[4] Cf. Liz Perales, «Lorca: mi primer estreno fue un hermoso pateo», El Cultural, 23 de febrero de 2012.

[5] Citado por Manuel Fernández Nieto, «El maleficio de la mariposa en el teatro de su tiempo», Estudios ofrecidos al profesor José Jesús de Bustos Tovar, vol. 2, Edición a cargo de José Luis Girón Alconchel, F. Javier Herrero Ruiz de Loizaga, Silvia Iglesias Recuero y Antonio Narbona Jiménez, Facultad de Filología de la U.C.M., Instituto de Estudios Almerienses, Madrid, 2002, pp. 1361 y 1362.

[6] Ibídem, p. 1362.