El poeta extremeño Víctor Peña Dacosta (Plasencia, 1985), residente en la localidad murciana de Águilas, ha publicado los poemarios La huida hacia delante (2014) y Diario de un puretas recién casado (2015). Este mismo año entrega a la imprenta su último trabajo: Obsolescencia programada. Mientras espera poder vivir con desahogo de sus versos, este autor sigue trabajando —para completa felicidad de sus alumnos— como profesor de Secundaria.
Ha habido suerte con Peña Dacosta. Para cerrar la tercera edición de «Poemarios para un verano sin crímenes» nada mejor que éste, desconcertante en su amenidad y que, en muchas de sus composiciones, elige al humor como forma directa de llegar a sus lectores; pero no un humor insustancial o simplemente chocarrero, olvídense de eso. Y es que Obsolescencia programada aporta ironías hirientes y descarnados sarcasmos dirigidos —sin mesura— hacia cualquier actividad humana, como detallaremos. La obra de Quevedo Sueños y discursos de verdades soñadas, descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo, parece haber estado en la mesilla de Peña Dacosta tutelando la redacción de sus, por otra parte, personalísimas composiciones.
#ObsolescenciaProgramada de @VictorPeDa aporta ironías hirientes y descarnados sarcasmos dirigidos —sin mesura— hacia cualquier actividad humana. #Reseña: Manu López Marañón. @VictorPeDa. @RILEditores. Share on X«La vida en las ventanas», primera parte de este libro, trabaja en una amarga y despellejadora descripción de las Redes Sociales. Elegimos diez poemas ([1], [3], [5], [7], [8], [12], [13], [14], [15] y [16]) que abarcan: la rutina de las redes sociales presentadas como carente de alicientes y sin interacción real; un exhaustivo censo de las insustancialidades de Facebook (solicitud de amistades, etiquetas, recordatorios de cumpleaños, eventos…); las ventanas de Windows, que han sustituido a las otras (antes para ver qué tiempo hace abríamos una ventana, ahora lo consultamos en la Tablet); la soledad de ese hombre tan popular en las redes que luego vaga solo por las calles; una sucesión de bulos en Internet que puede poner a la verdad en entredicho; las actividades cotidianas de una joven de su tiempo que gracias a las redes termina convertida en una cretina; las nuevas herramientas de Facebook que no parecen tener límite para suscitar nuestro asombro; al varón que consume porno por Internet como gran premio a otro día anodino; al adicto a los selfies que cuelga luego en Facebook, otra nueva patología; y al enfermo mental que gracias a Internet vive en una realidad paralela incomprensible incluso para su psiquiatra.
Autorretrato
Tengo 1400 seguidores / en Instagram, 1214 / en Twitter, 3813 / amigos en Facebook y nadie / que me acompañe esta madrugada / a lanzar ebrio por las calles / absurdas proclamas trasnochadas / o a gritar que todavía te quiero.
La segunda parte de Obsolescencia programada lleva como título «Balconings». Creo oportuno convocar al poeta palentino Gabino-Alejandro Carriero que, ya hace dos siglos, dijo: «El poeta debe ir alegre a la poesía, es decir, con sencillez y desenfado, pero él mismo no es alegre. Conoce la realidad de las cosas y así no se puede ser alegre». Al risueño Víctor, desde luego, se le ha tenido que congelar la sonrisa pariendo el subgrupo más numeroso de esta devastadora parte, el protagonizado por adicciones de todo tipo: en «In media veritas»[20], excitaciones y relajos son las dos caras de la vida moderna; «El vacío»[24], avisa de la vana voracidad del consumidor compulsivo; «Metafísica»[26], cuenta el día a día del cocainómano encerrado en baños de bares para aspirar su olvido blanco; en «Memento mori»[27], se recoge otra absurda forma de morir al límite; «Desintoxicación»[30], encierra graves sarcasmos hacia el alcohólico; y «Deshabituación»[31], es un poema de gran escepticismo que ve muy difícil cómo un alcohólico normalice su vida (la célebre sentencia de Francis Scott Fitzgerald: «Cuando un alcohólico ha bebido, nadie quiere estar a su lado; cuando un alcohólico está sobrio no quiere nadie a su alrededor» parece haber servido de inspiración a Peña Dacosta). No menos escalofriantes resultan las radiografías que el extremeño extrae de una serie de arquetipos de nuestra sociedad. Así, en «Escaladores»[21], compara la vida laboral con una carrera ciclista sin etapas, con la adrenalina a tope y las falsas palmaditas de los gregarios; «La caza»[23], retrata al poderoso que dejó de serlo: sin amigos, solo, con sirvientes y sobrellevando su existencia gracias a putas caras; «La pequeña ayudita de mamá»[25], nos recuerda a aquella ama de casa en la película ¿Qué he hecho yo para merecer esto? pero sustituyendo el entorno proletario por el de clase media-alta, aunque, eso sí, con una protagonista que tira de pastillas para aguantar a otro marido insufrible. Dos invitaciones al viaje radical, de aliento rimbauidiano rematan esta parte: «Jägermeister»[22], instando al viaje liberador que no excluye el deliro al que lleva la noche profunda, y «La gran escapada»[29], proyecto de fuga que prepara una muerte al menos justificada.
La adicción en la mayoría / de los casos es una enfermedad / con la que naces. Otras / veces se desarrolla. / La alimentas con tu sangre / como a una planta carnívora. // Pero una vez la has contraído serás / adicto toda la vida. Bebas o no, / te drogues o no, adicto. / Para siempre. No lo olvides.
«Menchevique» se llama la tercera parte de este sustancioso libro. Ocho de los once poemas de que consta tienen que ver, de alguna u otra forma, con el desengaño político. Entramos de lleno, pues, en el terreno de las creencias e ideologías de cada cual, pulsiones colectivas que Peña Dacosta aborda con causticidad no exenta de valentía. Gaspar Núñez de Arce, otro decimonónico poeta, vallisoletano, atinó al decir que: «La poesía, para ser grande y apreciada, debe pensar y sentir, reflejar las ideas y pasiones, dolores y alegrías de la sociedad en que vive; no cantar como el pájaro en la selva, extraño a cuanto le rodea y siempre lo mismo». Los poemas elegidos ([33], [36], [37], [38], [40], [41], [42] y [43]) nos muestran: a los nietos de los brigadistas internacionales en España para morir esta vez insolados, etilizados o corneados; una sarcástica crítica hacia la socialdemocracia reformista ejemplificada en ese militante que levanta el puño y luego pone alarmas en su piso de vacaciones; al arte como vía de escapatoria ante la revolución perdida; las complicaciones de llevar a buen puerto cualquier revolución; que asaltar hoy los cielos debe hacerse siempre pactando ignominiosamente con el Poder; el carpe diem del voraz perro Chaak, envidiado por el poeta; a ese Dios a quien se compara con cualquier rey de hoy en día; y hasta una autobiografía pirada del autor donde este se pone en la piel de los más malvados de la historia. Los poemas de todo este grupo entran de lleno en una contravención, expresa o tácita, del sistema represivo de la sociedad, y por ello no pueden ser considerados como cómplices de semejante sistema. Han conseguido quedar fuera y de ahí su honesta validez.
La revancha
Perdimos la Guerra Civil. Perdimos / la Transición, perdimos elecciones, / la vergüenza y el neocapitalismo. // A ver si ahora al menos ganamos / aunque sea la luz o el relato.
«Españolía», cuarta y última parte de Obsolescencia programada, transforma el desengaño político en desencanto profundo hacia la sociedad con la que convive el poeta. Los ocho poemas donde esto se ve más claro ([44], [45], [46], [47], [48], [49], [52] y [54]) pintan un sombrío panorama. Así: la ropa tendida en su patio radiografía al vecindario del poeta, que poco espera de él; o el poner las ilusiones en personajes políticos, que sólo lleva a la decepción y la vergüenza; tampoco cabe esperar mucho de los actuales líderes políticos, sin cultura ni oratoria; o de esta España, que ha dejado de ser «camisa blanca de mi esperanza», para convertirse en un país ingrato con los suyos; o la envidia, que domina a la envilecida generación de Peña Dacosta, y que sólo desea el fracaso de los amigos para compartir la miseria; España otra vez, presentada ahora como la suma de 45 millones de gritones que tiran de vino, drogas y telebasura; pero también la realidad imponiéndose a los sueños de juventud: ni París ni cielos asaltados, solo mierda; y, por último, en «Campos de fresas a ratos»[54], el poeta predice su propio futuro, abarrotado de pereza, necesidad de dinero y rutinas, y en el que prevé convertirse en su padre. Y es que ya lo sentenció Jorge Tellier: «A su debido tiempo, me parece que todo poeta en esta sociedad se suele considerar un sobreviviente de una perdida edad, un ente arcaico».
Suspiro
He visto a varios de mi generación destruidos / por el precariado, el miedo y la envidia, / deseando que los amigos fracasen en sus negocios, / exámenes o matrimonios para no quedarse solos. // Como los mendigos que arrancan / los ojos de sus perros. / Y los acarician.
Quiero acabar con Víctor Peña Dacosta —y también con mis reseñas poéticas para MoonMagazine en este verano que ya declina— recordando a Fernando Lázaro Carreter: «Hay que salvar la poesía. Por su enorme valor enriquecedor, de solidaridad y catarsis, es una de las pocas fuerzas espirituales que sobreviven en una sociedad como la actual, en la que todo invita a la deshumanización». Pues eso: cuando crean que todo está perdido, abran un libro de poesía. Obsolescencia programada, por ejemplo.
Cuando crean que todo está perdido, abran un libro de #poesía. #ObsolescenciaProgramada, por ejemplo. #RecomiendoLeer #Reseña: Manu López Marañón. @VictorPeDa. @RILEditores. Share on X
Obsolescencia Programada
Víctor Peña Dacosta
RIL Editores
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Reseña de Manu López Marañón
Diseño de la portada de la reseña: David de la Torre
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