Carlos Salem (Buenos Aires, 1959), autor de Solamente muero los domingos, es un novelista y poeta que desde 1988 reside en Madrid. Tales motivos hacen que este argentino se incorpore a nuestro ciclo poético de 2020 para que represente a la colonia de vates latinoamericanos establecidos en la capital, un abundante grupo de artistas creando en nuestro diverso y colorista idioma.

Galardonada en la Semana Negra de Gijón 2008, su primera novela, Camino de ida, es señalada por la crítica como una de las mejores del año. Con Matar y guardar la ropa Salem gana el premio Novelpol en 2009. Cracovia sin ti y Un jamón Calibre 45 mantienen la calidad en un frenético ritmo de producción. En 2019 aparece su última novela, Donde el tiempo ya no duele (surrealista historia de carretera que apenas esconde una oda a la amistad). Autor de varios poemarios (Si dios me pide un bloody mary, Follamantes) desde ese año auroral que para él es 2008, a Solamente muero los domingos ya le ha salido autocompetencia con La rebelión de los follamantes, editado en 2019. La vocación de agitador cultural de este talentoso porteño lo lleva a fundar el Bukowski Club, un bar literario en plena Malasaña. Asimismo crea unas Jam sessions de poesía que van ya por los dos centenares de recitales. Junto al poeta Escandar Algeet, Salem ha recorrido España durante cuatro años con el espectáculo poético «Confieso que he bebido».

Incorporamos a nuestro homenaje poético a #Madrid al poeta argentino @carlossalem para que represente a la colonia de vates latinoamericanos establecidos en la capital. #Reseña: Solamente muero los domingos, @MueveTuLengua_. Clic para tuitear

Solamente muero los domingos, intenso y extenso libro de 78 poemas (no pocos ocupan varias páginas), viene dividido en cuatro partes. El espacio asignado a esta reseña no permite un estudio más detallado que el propuesto.

«Mujeres de barro y hueso», la primera parte, está formada por 11 composiciones, 10 de las cuales presentan diferentes tipos de mujer. Solo el poema inaugural, «¿El ciclo sin fin?», la describe como integrante de un género al que aún se asesina sin represalia. Desfilan después 10 arquetipos femeninos: la mujer lanzada rumbo al país de los sentimientos [2], la mujer en permanente búsqueda [3], la mujer que decide dejar de ser maltratada [4]; la mujer valiente [5]; la mujer alcohólica [6] [10]; la mujer feliz [7]; La mujer-hija que alegra y disgusta a su padre-poeta [8]; la mujer fiel [9], y la mujer rebelde, retoño de Albert Camus, que aprendió a decir NO [11].

 

¿EL CICLO SIN FIN?

Las hojas

caen.

 

Las estaciones

se acaban.

 

Las ideas

pasan de moda.

 

Los imperios

cambian de dueño

con un lavado de cara

en la fachada.

 

Los amores

se gastan.

 

Los amigos

se distancian.

 

Los hijos

crecen.

 

Los matrimonios

se disuelven.

 

Los hombres

mueren.

 

Las mujeres son asesinadas.

Los 27 poemas de la segunda parte «Quererte fue un all in contra el olvido» repasan la emoción que, por ahora, predomina durante este verano de poesía madrileña: el amor. Carlos Salem lo estudia de tal manera que pareciera que nada ajeno a él quede sin poetizar, pero, en ningún caso, mostrándolo con arrebatos románticos ni pataleando con esa furia de quien lleva mal su desamor. No, las profundidades del yo nunca lo llevan al exceso: sus versos –aquí, y en todo el poemario– no aspiran a ser espeleológicas expresiones de una obsesiva (y cargante) subjetividad, sino a recoger el mágico instante en que el yo poético se encuentra con ese mundo compartido que es la experiencia común. Esta interacción entre esencia y existencia es lo que dinamiza al poeta Salem. Conseguir tal entrelazamiento de forma dialéctica genera una peculiar e identificable poesía: cada verso suyo transmite sin molestos ruidos de fondo realidades anímicas muy vivas –y esto es privilegio de unos pocos–… Así, los poemas de esta parte de Solamente muero los domingos cartografían de manera nítida y penetrante al sentimiento amoroso.

De un monstruoso prisma el poeta desmenuza, una a una y con paciencia prolija, esas 27 caras del amor. La suma nos aporta la sensación del concienzudo estudio, del producto bien acabado en su aparente descuido… El amor rememorado («me quedo con lo que tuvimos y no con lo que perdí») [12], el amor vigilante, comparado con el vuelo del águila [13], el amor sin memoria para que mejor prenda el deseo [14], el amor perfumando la batalla [15], el amor como cuento infantil al que hay que darle la vuelta [16], el amor como un viejo coche con el depósito lleno [17], el amor en el fondo del mar rodeado de ciudades perdidas [18], el amor como idioma inventado por cada pareja [19], el amor como caricia y no como escritura [20], el amor como salida al aburrimiento [21], el amor o cómo una lobita domestica a un ogro [22], el amor a destajo o la supuesta vagancia del poeta [23], el amor como batalla transformadora [24], el amor convirtiendo al poeta en hereje [25], el amor convirtiendo al poeta en rey y cavernícola [26], el amor complementario [27], el amor como poesía [28], el amor como metempsicosis final de la amada [29], el amor compartiendo instante y eternidad [30], el amor con el invierno al acecho [31], el amor en fuga [32], el amor incomprensible [33], el amor sin enraizar [34],  el amor desgastado [35], el amor maldecido [36], el amor viajado [37], y, por fin, el amor incompatible en «Tango final»: dos piezas que no encajan [38].

 

TANGO FINAL

Nos parecíamos tanto

querida mía

como un crepúsculo y un amanecer.

 

Te desnudabas y yo no distinguía

mi fracaso de tus ganas de perder.

Si soñaba de noche

tú dormías.

Si quería tu cuerpo

te marchabas.

Si pedía que te fueras

tú volvías.

Si lograba olvidarte

me llamabas.

 

Creímos ser las piezas especiales

del puzle de una historia verdadera.

Y solo fuimos dos piezas desiguales

igualando los bordes a tijera.

 

Éramos tan parecidos

querida mía

que no hubo vencedores ni vencidos.

 

Yo me fui para olvidar lo que sabía.

Tú para amortizar tiempos perdidos.

Y por suerte me diste por vencido.

 

Y por suerte

yo tampoco te quería

querida mía.

A «Donde ya no me recuerdo (Intermedio para días sin sol)», tercera parte de Solamente muero los domingos formada por 23 poemas, voy a definirla como «poesía de la experiencia», una poesía esta sencilla de componer que aparentemente sólo necesita, para abordarla, algo de memoria selectiva. Por su simplicidad tantos y tantos la abordan hasta conseguir que esté de moda, pero hace falta que de esa «facilidad» brote el interés para el lector, que derive el conocimiento… Y eso es más complicado…, porque si el poema está realmente conseguido la voz que habla en él, al final, casi nunca es la de alguien con su propio bagaje. El poeta ambicioso trabaja su memoria sobre experiencias y emociones suyas, pero que sólo acaban entrando en el poema –tras un proceso de abstracción– como contempladas, no tanto como vividas.

Definir la soledad como «una caricia de la nada» [39], recordar una estancia parisina como algo a medio escribir [40], el pesimismo que crea al poeta la visión de ciertas parejas [41], comprobar cómo la vida va siempre con el paso cambiado [42], admitir que el sueño de ser piloto termina en las largas esperas de los aeropuertos [43], dialogar con uno mismo a modo de aviso [44], la poesía sin sustancia comparada a «un beso soplado en el vacío» [45], una mesa nueva que no transmite ganas de escribir [46], el peligro de conjugar mal los verbos [47], el destierro en «Donde ya no me recuerdo» [48], imaginar la propia muerte [49], estrechas calles cortazarianas que llevan a ese «otro lado» [50] y [60], el deseo como gasolina para el futuro [51], el alcohol como remedio [52], besos incumplidos de la juventud [53], el poso de hiel de las fechas importantes [54], maletas rebosantes de ganas de regresar [55], elegías a la muerte del padre [56] y [61], el ascensor metáfora de vida limitada [57], el choque con la realidad al despertar [58], 48 mudanzas en una vida [59]… de cualquiera de estas experiencias –algunas bien triviales– brota la difícil magia de destilar poesía. Carlos Salem es un gran poeta de la experiencia.

 

DONDE YA NO ME RECUERDO

Preparo mi viaje a la argentina

con más ganas que miedo

y todo lo contrario.

 

El que vuelve no es el que se fue

y el que se quedó seguro que ya

no se me parece en nada.

(O se me parece demasiado

y no sé si podría soportarlo).

 

Mi memoria

es una bandera transparente

y mi patria

la suma

de todos mis destierros.

 

Me ha llevado media vida

descubrir

que el único sitio

donde soy completo

es

donde ya

no me recuerdo.

 

Termino con la parte titulada «…Y los lunes ya me siento bien (arrebatos de optimismo)». Un «optimismo» particular el de Salem brotando de estampas, imágenes e iluminaciones de lo que fue el mundo moderno, un mundo (el de 2018) sin ser aún azotado por la covid 19. Sin saber la que nos venía encima, con esta radiografía de la ya caduca postmodernidad, el poeta lega un testimonio de primerísima mano sobre cómo se vivía en las ciudades, algo que, si las circunstancias no cambian, en muy pocos años será leído con estupor.

Virtudes y defectos de la humanidad [62], definiciones de poesía para ignorantes [63], elogios a un poeta hispano-sirio [64], de cómo las ganas son fundamentales para triunfar [65], sin utopía no hay patrias posibles [66], fantasmas del pasado que se presentan los domingos [67], Barcelona tras 2017 [68], Madrid como ciudad querible / ciudad puta en «La muy puta» [69], Méjico como país ideal para burlar a la muerte [70], diatriba contra poetas que se creen el ombligo del mundo [71], bares madrileños que siempre te esperan [72], la pareja de barrio destinada a vivir junta y a la que el destino desbarata [73], una canción, La bohème, que hiere la sensibilidad [74], el colorido de unos árboles [75], cruzar un puente [76], el rechazo de Salem a ser etiquetado como poeta o novelista [77] o su confianza en que los versos de este patético (sic) pero necesario poeta hispano-argentino venzan al apocalipsis son algunas imágenes de este álbum de fotos, muestrario de intrahistorias urbanas.

 

LA MUY PUTA

Madrid me llora

me amenaza tormentas

me pinta de gris las ilusiones

me vende paraguas defectuosos.

 

Y cuando estoy a punto de rendirme

 

me cuenta que todo era una broma

y que una caña más

y luego otra

 

y que la primavera

no es patrimonio de los calendarios

porque la llevamos

en el bolsillo pequeño del vaquero

 

como el metro bus

la servilleta con un número de teléfono

que ya se habrá borrado

 

y el billete de 20

para las emergencias

que siempre gastas

antes de tiempo.

 

Madrid.

 

Tan querible

la muy puta.

 

 

Solamente muero los domingos, intenso y extenso #poemario de @carlossalem, estructurado en 4 partes (la mujer, el amor, la poesía de la experiencia y «…Y los lunes ya me siento bien») #RecomiendoLeer #ManuLópezMarañón. Clic para tuitear

 

 

 

Solamente muero los domingos, de Carlos Salem. Poesía madrileña (V)

 

 

Solamente muero los domingos

Carlos Salem

Mueve tu lengua, 2018

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Reseña de Manu López Marañón

Diseño de la portada de la reseña: David de la Torre

 

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