Caperucita no tiene quien la lea
Caperucita Roja es, probablemente, uno de los cuentos más atroces en la historia de la literatura. Proveniente de una tradición oral cuyo origen se remonta al medievo, es un cuento cargado de tintes eróticos y canibalismo explícito que prevenía a las jovencitas contra los encuentros con desconocidos. Reelaborado en varias ocasiones por diversos autores, son las versiones de Charles Perrault (descarnada y ejemplarizante) y la de los Hermanos Grimm las más conocidas en la actualidad.
Alrededor de la historia de Caperucita existe un detalle que posiblemente no haya trascendido demasiado, pero que dada la intención de este artículo editorial (luego la descubrirás), es imprescindible subrayar: ¿Sabías que este cuento fue vetado en EEUU durante la Ley Seca porque la inocente niña llevaba una botella de vino en su cesta?
La rubia Caperucita —cuya vestimenta se tornó azul en el bando nacional— no ha sido el único contenido literario universal en el que se cebó la censura a lo largo del siglo pasado. Existen muchos casos que provocan el asombro de nuestra mirada lectora, como los motivos por los cuales se censuró, también en EEUU, El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien, una de las obras cumbre de la fantasía épica.
En uno de sus artículos para esta revista, nuestro colaborador, Javier Alcover, analizaba el personaje de Tom Bombadil como la representación de Illúvatar (Dios), lo cual no está en discordancia con los argumentos que utilizaron los censores en este caso, que acusaron la obra por su supuesto carácter satánico y sus similitudes con la Biblia.
Algo parecido sucedió con El Principito de Saint-Exupéry en Argentina, aunque si lo pensamos bien, el «exceso de fantasía» resulta un motivo más que curioso a la hora de vetar un libro considerado vox populi como una obra de altos valores humanos.
Sobre censura y lobos
Si analizamos estos u otros casos de censura sobre contenidos infantiles o juveniles, es fácil llegar a la conclusión de que ninguno de ellos se fundamenta en una supuesta protección de los derechos del menor, sino en intereses más oscuros.
Ahora bien, llegados a este punto, conviene plantearse una cuestión: ¿hay algo que realmente ponga en peligro la educación de nuestros hijos en un contenido literario de ficción?
He hablado con mi hija y con sus amigas. Ellas, al contrario de la mayoría de sus detractores, han leído 75 consejos para sobrevivir en el colegio, de María Frisa. Se han reído —es una obra de humor, lo normal es reírse— con el retrato de las ««populares», a las que, por cierto, odiarían parecerse «porque las pobres no leen y tienen otras prioridades». Mi hija y sus amigas me recuerdan otros tiempos en los que alucinábamos con las travesuras de Pippi Calzaslargas, a pesar de la reprobación de nuestras madres. Estas niñas de ahora disfrutan con el carácter rebelde de la protagonista —Sara, una niña traviesa que cuenta en primera persona sus problemas y su particular versión de su realidad cotidiana en el colegio— y tuercen el gesto cuando alguien pronuncia la palabra «novio». Son niñas, no tontas. Y saben discernir la ficción de la realidad.
La literatura solo alimenta el intelecto. @txaro_cardenas. Ilustración: Harry Clarke. @MFrisa Share on XQuienes se empeñan en linchar a la autora de este ejercicio de irreverente e inteligente sarcasmo han demostrado que no leen. Y más les valdría hacerlo, leer es adquirir cultura. Entonces sabrían que ficción y adoctrinamiento son cosas diferentes. Se darían cuenta de que el machismo, el bullying y el acoso infantil se alimentan de todas las actitudes violentas e intransigentes que generamos.
La literatura solo alimenta el intelecto.
Si en el nombre de un pensamiento correcto, perseguimos escritores, quemamos libros y opinamos sin saber, mal ejemplo daremos a nuestros hijos. Estaremos legitimando la descalificación y el insulto; iremos en contra de aquello que deseamos defender: la libertad y el respeto.
¿Es asumir el rol del más rancio poder lo que deseamos?
Si la respuesta es sí, encendamos la luz de alarma.
Volviendo a Caperucita, en la versión de Roald Dahl, esta le descerraja un tiro al pobre «bobo lobo».
Incitar a la desobediencia es cada vez más necesario.
Artículo editorial correspondiente a agosto. Txaro Cárdenas
Os dejo el enlace del libro de María Frisa AQUÍ
Entrad, los libros no muerden.
Me parece muy interesante el planteo.
Muchas gracias, amiga Evangelina. Bienvenida.
«Son niñas, no tontas. Y saben discernir la ficción de la realidad». Yo empezaría por ahí para combatir el alarmismo y, con bastante menos elegancia que tú, levantaría la mano y el dedo corazón en defensa de cualquier libro.
Cuando el escándalo estalló me fui de las redes sociales unas horas. Demasiada tontería. Mucho tiempo libre por parte de la Nueva Inquisición. ¿Qué el libro es desagradable o que incluso que repugna? Ea, fácil. Ciérralo y no vuelvas a abrirlo nunca. Pero es posible que otras personas se diviertan con su lectura.
Hace tiempo pasó algo similar con el libro «Nosotros los tíos», de Dave Barry. Es irreverente, predecible, profundamente cargado de clichés y de diferencias entre sexos. De gilipolleces, en definitica, y de ficción. En el libro nos califican como poquito más que dulcemente tontos. Y yo sigo riéndome mucho cuando lo leo. Porque sé que es ficción 😉
No hay un solo contenido consumido por el público juvenil que sea totalmente blanco. La ficción es lo que tiene: corta cabezas, llama Imbécil al hermano pequeño, ensarta con su acero al infiel, fuma paja y hace pellas mientras prepara un pudding de carne. ¿No te parece que hemos salido muy «normales» después de leer y ver semejantes atrocidades?
Gracias por leer y comentar, un placer tenerte por aquí.