Cerezas amargas, de Elena Fernández

Tras haber ganado varios concursos de relatos, Elena Fernández (Barakaldo, 1965) se estrena ahora en la novela con Cerezas amargas. Dentro de las muchas ramas de las que goza el género negro, el tronco del árbol siempre estará constituido por la novela policíaca. Una de especial condición y factura es la que ha elegido esta autora para su debut. Hay crímenes, sí, pero quienes investigan son personas alejadas de esos arquetipos detectivescos a los que tan mal estamos acostumbrados.

Julio Cortázar le gustaba introducir en sus cuentos historias del pasado (podían remontarse a miles de años) que resurgían para influir sobre el presente, cuando no para modificarlo. Las armas secretas, La noche boca arriba o El ídolo de las Cícladas serían buenos ejemplos. Sin recurrir al elemento fantástico cortazariano y optando por un riguroso descifrado de documentos antiguos —en una compleja investigación histórica y jurídica— Elena Fernández armoniza también pasado y presente para terminar fusionándolos y llegar a las siguientes conclusiones: 1) la violencia de género es hoy igual de brutal que hace 300 años. 2) la ambición por el poder y el dinero perduran en cualquier época.

Las dos narraciones paralelas (una en primera persona que se desarrolla en los capítulos impares, y la otra, en tercera, para los capítulos pares) que conforman Cerezas amargas acontecen en Barakaldo. La protagonizada por Edurne es la correspondiente a fechas actuales. La investigación criminal en la que destacan el corregidor y los cabos Agustín de Retuerto y Crispín de Tapia nos retrotrae a comienzos del siglo XVIII, época de la anteiglesia de Varacaldo, localidad de apenas 1.000 habitantes.

La #ViolenciaDeGénero es hoy igual de brutal que hace 300 años. #CerezasAmargas, @Elenacerezas. Clic para tuitear

Su nexo de unión acaba siendo el arma homicida de ambos crímenes. Un huso de coser de madera terminado en punta metálica mortalmente hincado en las dos víctimas: en 1712 sobre el pecho de Concepción de Tellitu, una niña de apenas 14 años, y en 2015 sobre el de Leire Pérez, una joven de 19.

Existe en esta obra un aspecto metaliterario bien trabado. Edurne, mientras por su cuenta trata de aclarar el asesinato de Leire, descifra con toda su atención la carpeta que le ha pasado Ander —su amigo y profesor de toponimia— acerca de un hecho histórico acaecido tres siglos antes: el crimen de Tellitu. A cada página del manuscrito se le presentan a la lectora secuelas insospechadas que involucran, en ambos asesinatos, a personas poderosas e importantes de la localidad.

Edurne trabaja en el museo arqueológico etnográfico e histórico vasco de Bilbao y, como buena arqueóloga, se identifica con el pasado que explora y saca a la luz. Por el llamado de una vecina acude al banco de alimentos donde se ha encontrado a Leire Pérez con el huso ya clavado. Por haber sido alumna en un curso suyo se detiene a Ander como principal sospechoso. Convencida de la inocencia de su amigo, Edurne recurre a una abogada para que lo asista. En el caserío de Xabier (amigo de Ander y Edurne, un bipolar con frecuentes brotes psicóticos), entre viejas herramientas de labranza, aparece una fusayola (una base de cerámica) que podría corresponder al huso de coser que ha acabado con la vida de Leire. Por su cuenta y riesgo consigue Edurne entrar al Depósito de Armas y Pruebas de los Juzgados de Bilbao. Allí, con una lima, extrae una muestra del palo. Después, en el laboratorio del museo arqueológico, procede a su identificación. Un posterior registro al caserío de Xavier dará como resultado que tanto el palo como su base pertenecían a la misma herramienta. Viendo cómo el asunto escapa de sus aficionadas mañas de investigadora, Edurne cuenta todo a un inspector de la Ertzaintza.

Al mismo tiempo que se la juega por su amigo Ander, Edurne lee que, yendo a Bilbao para asistir a un festejo taurino, la niña Concepción de Tellitu es asesinada en el camino Real y arrojada al precipicio del castañal de Ventura de Abaro. El corregidor del señorío de Vizcaya (Juan Valcárcel), a través de los cabos Agustín y Crispín (bien apoyados por alguaciles) dirige la investigación, la cual, en aquellos tiempos alejados de cualquier asomo de criminología, se basa casi exclusivamente en los testimonios de cualquier testigo. En el triángulo formado por el sobrino del abad de Burceña (Antonio de Mesperuza), detenido como principal sospechoso; una mendiga portuguesa que miente más que habla (Dominga Gonzales), como principal testigo de los hechos, y el estudiante pelirrojo Perico de Deusto —criado de Pedro de Begoña— parecía estar la solución. Hasta que aparecen dos señoritas muy finas: María de Ollaqui (hija del muy poderoso Miguel de Ollaqui que no tolera que nadie se acerque a la niña de sus ojos) y su criada. Sus declaraciones al escribano dan un giro a la investigación y la conducen a su impactante desenlace.

 

Gran trabajo de documentación y una trama apasionante #CerezasAmargas. @Elenacerezas Clic para tuitear

 

Cerezas amargas

Autor: Elena Fernández Alonso

ISBN: 978-84-617-5553-0

EAN: 9788461755530

Editorial: Elena Fernández Alonso

Idioma: Castellano

Año de edición: 2016

Formato: Rústica

Número de páginas: 250

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Reseña de Manu López Marañón