Tras cinco años sin pronunciar apenas una palabra (solo una enigmática frase, «ahora que estamos juntos, todo va bien»), Nawal Marwan muere en Canadá. Testa a favor de sus dos hijos mellizos. A Simón, el varón, le deja un cuaderno de su puño y letra y un encargo: entregará a su hermano, cuya existencia ignoraba, una carta; A Jeanne, la mujer, le deja una chaqueta con el número 72 en la espalda y el encargo de entregar otra carta a su padre, a quien creía muerto.

El testamento desvela la existencia de un hermano y de un padre. Esa búsqueda, que lleva a los personajes al país natal de Nawal Marwan, constituye el meollo de la trama de Incendios. No se menciona el Líbano, pero se reconoce en su guerra civil. El país natal de Nawal es la guerra, la del Líbano, la de Oriente Medio.

Incendios es una de las piezas mayores de Wajdi Mouawad (Beirut, 1968), de quien hemos hablado aquí a propósito de su monólogo Un obús en el corazón. Es la segunda parte de la tetralogía La sangre de las promesas, que conforman Litoral, Incendios, Bosques y Cielos (1999-2006).

Apenas comenzamos el siglo XXI y Wajdi Mouawad ya ha sido calificado como el mejor tragediógrafo del siglo. Aún nos deparará mucho el siglo en curso, pero es cierto que Mouawad ha logrado reavivar y continuar la tradición de la tragedia de Sófocles y de Shakespeare. Es esta la perspectiva temporal válida para abordar la obra de Wajdi Mouawad: estamos con alguien que dialoga con los clásicos.

Mouawad hereda de Shakespeare la potencia del texto. Los monólogos de Nawal Marwan, o las últimas palabras de Abu Tarek ante el tribunal que lo juzga equivalen a los parlamentos de Shylock, o de Macbeth. Cada palabra, cada idea, la ordenación retórica…, todo está preñado de sentido. Pero de un sentido universal que no se agota con una sola lectura, con una sola interpretación.

De Sófocles hereda el empleo magistral de la anagnórisis: al caer Edipo en la cuenta de quién es Yocasta, su madre y esposa, sabe, al mismo tiempo, quién es Edipo. Así ocurre uno tras otro con los personajes de Mouawad, que en el reconocimiento del otro encuentran el espejo donde se ven a sí mismos. También de los clásicos griegos hereda Mouawad la desmesura, la hybris; y de Sófocles en particular la concepción de que lo mejor que le puede suceder al ser humano es no haber nacido.

Laia Marull y Nuria Espert en Incendios

Laia Marull y Nuria Espert en Incendios, de Wajdi Mouawad

Todo está escrito a la medida de la biografía de Wajdi Mouawad. Es de origen libanés, refugiado en Francia primero y luego en Canadá. Presenció en su país, a los ocho años de edad, desde lo alto de un edificio, el ametrallamiento de un autobús lleno de refugiados palestinos por parte de milicias cristianas. Incluyó este episodio en Un obús en el corazón y en Incendios. Pero todo lo demás tiene también esa raíz: la de su infancia. De origen cristiano maronita, Wajdi Mouawad fue educado para abominar de los musulmanes, los judíos, los drusos, los palestinos, los israelíes… Solo el exilio lo salvó del círculo vicioso de la violencia[1]. Es por eso que sus personajes indagan en el pasado, buscan en la infancia y en sus ancestros quiénes son realmente. Así, en Incendios, Nawal Marwan se refiere a la infancia como un «cuchillo clavado en la garganta» del que no es fácil desprenderse.

En Mouawad no hay predestinación, ni oráculo, ni dioses. Su tragedia alcanza lo humano en pleno siglo XXI. La guerra no ha cambiado, pero nuestra relación con los dioses sí. En cambio, la sangre, las relaciones de familia y la guerra están en los tres trágicos, en Shakespeare, en Sófocles y en Mouawad.

El planteamiento de cualquiera de las obras que conforman la tetralogía La sangre de las promesas da idea del potencial trágico del teatro de Mouawad. Brevemente: en Litoral, Wilfrid recorre su tierra de origen acarreando los restos de su padre, a quien no conoció en vida, sin conseguir encontrar un lugar para darle sepultura, pues la guerra ha llenado los cementerios; en Incendios —lo hemos visto—, el testamento de Nawal Marwan revela a sus hijos mellizos, Jeanne y Simón, que su padre está vivo y que tienen un hermano cuya existencia desconocían; en Bosques, la adolescente Lobo remonta el hilo de sus orígenes a través de seis mujeres de su familia, atravesando guerras y masacres, hasta llegar a su madre; en Cielos, un grupo de científicos capta el mensaje de los hijos de todas las guerras avisando de una venganza devastadora, pero son incapaces de comprender la naturaleza del mensaje.

En todos los casos, los protagonistas se enfrentan a una situación que desconocían sobre un fondo de guerra. A partir de una revelación enigmática, han de encontrar una verdad ulterior. Esa búsqueda, ese camino, los confronta con su propia identidad pues, sin saberlo, se buscan a sí mismos. La revelación cobra la forma del acertijo, del mismo modo que la enigmática esfinge pone a prueba a Edipo antes de que Tebas lo corone. El conocimiento es pues un camino lleno de obstáculos que tiene como finalidad el propio yo.

Nawal Marwan lo expresa así en Incendios: «la verdad no se puede contar, sino que debe ser descubierta». Todas las obras de Mouawad giran en torno a este principio. Pero el autor solo expone algunas pistas que conducen a dicha verdad, que se configura como un puzle. Y esa verdad no se limita a la identidad del protagonista, sino que alcanza a la naturaleza trágica del ser humano.

Incendios, se compone de tres partes, «El incendio de la infancia», «El incendio de Janaanee» y «El incendio de Sarwan». En la primera, la de la infancia, además de concurrir a la lectura del testamento de Nawal Marwan, asistimos a la historia de su juventud, en su aldea natal. Ella, cristiana, tiene un hijo con un refugiado árabe. La separación forzada de su bebé, fruto de una relación prohibida, será la ignición de la trama, tanto en el presente de la joven Nawal, en su Líbano natal, como muchos años después, en Canadá.

Ramón Barea, Álex García y Candela Serrat en Incendios, de Wajdi Mouawad

Álex García, Ramón Barea y Candela Serrat en Incendios, de Wajdi Mouawad

Las otras dos partes, los otros dos «incendios» llevan a los protagonistas, Jeanne y Simón, ella matemática, él boxeador, a la búsqueda en la tierra de sus orígenes de su hermano y de su padre. Es este viaje a los orígenes, guiado por los lazos de sangre, lo que conducirá a la revelación final, a aquella verdad que ha de ser descubierta porque no puede ser dicha.

En la versión de Mario Gas ocho intérpretes dan vida a veintitrés personajes. Mario Gas no se arredró tras el montaje de Incendios del propio autor, que el mismo Gas programó en 2010, en francés, en el Teatro Español, cuando era director de la institución. Mario Gas dirigió la obra por primera vez en castellano y la estrenó en septiembre de 2016. Desde entonces, Incendios ha crecido como un clásico de nuestro tiempo. La factura es impecable; las interpretaciones, sobrecogedoras. El espacio escénico, de Carl Fillion, mantiene el espíritu minimalista y sumamente eficaz del modelo del montaje de Mouawad. Gas imprime a la obra el ritmo original, donde las escenas se superponen mezclando tiempos y espacios, como si el pasado dialogara con el presente.

En el año 2009, en el festival de Aviñón se representaron las cuatro partes de la tetralogía de manera continuada, a la manera de los ciclos trágicos griegos.

Aún no es tarde para acudir a una de las representaciones de Incendios. Ha agotado todas las entradas antes de su primera función en su próxima vuelta al Teatro de la Abadía, en Madrid, del 21 de junio al 16 de julio. Pero podrá verse en el mismo teatro del 7 de septiembre al 8 de octubre de 2017.

Yo no me la perdería.

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La experiencia dramática de Incendios no es comparable a su versión cinematográfica, pero no es en absoluto desdeñable la versión que el cineasta quebequés Denis Villeneuve realizó en 2010. Una versión notablemente fiel al original, si bien las tres horas originales de la pieza dramática han sido reducidas a 130 minutos.

Incendios

Autor: Wajdi Mouawad

Director: Mario Gas

Intérpretes (por orden de aparición):

Ramón Barea: Hermile Lebel, El Médico, Abdessamad, Malak

Álex García: Wahab, Simon y El guía

Candela Serrat: Jeanne

Alberto Iglesias: Ralph, Antoine, Miliciano, El conserje, El hombre, Chamseddine

Laia Marull: Nawal joven

Germán Torres: Nihad

Nuria Espert: Jihane, Nazira, Nawal

Lucía Barrado: Elhame, Sawda

Traductor: Eladio de Pablo

Escenografía: Carl Fillion

Escenógrafa asociada: Anna Tusell

Vestuario: Antonio Belart

Videoescena: Álvaro Luna

Espacio sonoro: Orestes Gas

Iluminación: Felipe Ramos

Fotografía: Ros Ribas

Ayudante vestuario: Cristina Martínez

Ayudante de dirección: Montse Tixé

Regidora: Eloísa Díaz

Realización de escenografía: Mambo Decorados

Realización de vestuario: Sastrería Cornejo

Realización de atrezzo: Luis Rosillo

Productores delegados: Paco Pena y Alicia Moreno

Gerente Ysarca: Elisa Ibarrola

Subdirectora Ysarca: Pilar Garcia de Yzaguirre

Producción ejecutiva: Pilar de Yzaguirre / YSARCA S.L.

 

[1] Cf. Alex Vicente, «El rey de la tragedia se llama Wajdi Mouawad», El País, 8 de febrero de 2014; También David Morán, «Wajdi Mouawad: “Dentro de mí hay un insecto detestable”», ABC, 1 de marzo de 2014.

 

Reseña de Alfonso Vázquez