A los escritores de fantasía (también conocidos como apóstatas de los sueldos decentes y las pensiones dignas) nos fascina una cosa llamada worldbuilding. ¿Y en qué consiste? Pues en una pantomima de proporciones colosales que permite a los autores escribir puras locuras y, a los lectores, evadirse de los horrores cotidianos de una industrialización cada vez más invasiva y deshumanizadora. Esto es causa de gran júbilo, y por eso hoy vamos a estudiar los entresijos que hacen que un worldbuilding sea efectivo y nos sumerja en sus letras, para poder así evadirnos de la insoportable levedad del ser.

Empecemos por el principio, que comenzar por el final no suele salir bien: no hay nada más fabuloso para un juntaletras que crear universos de la nada, pues le convierte automáticamente en un semidios capaz de arengarnos sobre sistemas mágicos, razas y mitologías salidas de su ardiente (aunque usualmente poco imaginativa y excesivamente Tolkieniana) inspiración. Cualquier tipo de sociedad es posible, cualquier clase de credo tiene cabida entre las páginas en blanco. El potencial es casi ilimitado, pero apenas nos acercamos a sus fronteras.

El #worldbuilding permite a los autores escribir puras locuras y, a los lectores, evadirse de los horrores cotidianos de una industrialización cada vez más invasiva y deshumanizadora. @MiguelWrites #literaturafantástica. Clic para tuitear

Solo conseguimos repetir los mismos errores una y otra vez. Ah, e imitar a Tolkien. Por favor, dejemos de escribir sobre elfos, enanos y orcos. Por favor. Pero hay otros problemas que dificultan más la lectura.

Seguro que vosotros también lo habéis sufrido. Todos hemos empezado alguna novela que acabamos abandonando con desazón, agitación e ímpetu colérico por su manía de no escatimar en detalles. Quizá la historia nos abruma con una cornucopia de apelativos imposibles de recordar o relacionar entre sí. Quizá el escritor haya querido ponerle un nombre innovador a cada pequeño concepto hasta el punto de que parece que estemos leyendo otro idioma.

Otro problema, muy relacionado con el anterior, son los nombres. Quizá los protagonistas se llaman Cibal, Rosicler, Hialino, Tarquinada y Zangarriana, y su misión es luchar a muerte contra los villanos Ignavia, Odalisca y PelafustánNunca es buena idea tratar al lector como si fuera tonto, pero peor es pensar que todas sus neuronas están centradas en recordar y entender la regurgitación que el chupatintas del autor ha tenido a bien hacernos sufrir. Si ni siquiera J.R.R. Tolkien o G.R.R. Martin consiguen que recordemos todos los nombres de personajes memorables, tú tampoco lo harás.

¿Te suenan estas situaciones? Son la clase de momentos que justifican que acabemos en la cárcel por escritoricidio, pero lo peor y más común es que rompe el pacto ficcional con el lector. En otras palabras: ya no nos creemos la historia ni nos sentimos parte de ella.

Las descripciones de eventos y lugares son útiles, sí, siempre que acompañen a la trama, en lugar de retenerla; jamás deberían detener el flujo de la lectura. @MiguelWrites #worldbuilding #literaturafantástica. Clic para tuitear

Antes que nada, hay que decir que el worldbuilding de por sí no es indigno. Más bien al revés: la mayoría de las veces se trata de la savia que dota de vida a su obra. Autores como J.R.R. Tolkien, Ursula Le Guin, J.K. Rowling o Patrick Rothfuss han ideado mundos con un nivel de detalle y complejidad que nos atraen como una polilla a una vela. ¿Quién no fantasea con a qué casa de Hogwarts pertenece? ¿Quién no se pregunta si sucumbiría ante el influjo del Anillo Único? ¿Quién no exploraría cada isla de Terramar? En cuanto a Poniente, creo que ahí nadie quiere ir. Estamos bien, gracias.

Entonces, ¿qué tiene de malo el worldbuilding?

Más que ser un problema en sí mismo, es un originador de desastres si se aplica mal… y se suele aplicar mal. Aquí os dejo con una indignante recopilación de algunos de mis tropos favoritos:

Dedicar párrafos y párrafos a describir el mundo de la novela sin avanzar la acción. Las descripciones de eventos y lugares son útiles, sí, siempre que acompañen a la trama, en lugar de retenerla; jamás deberían detener el flujo de la lectura. Puede que del Jardín Empíreo de Fluxión broten un sinfín de fuentes de marfil iridiscente que susurran leyendas de un tiempo otrora glorioso pero ahora desvanecido en las brumas del ocaso, donde antaño estremécese Éter del leve mecer del relente en el verde césped del vergel del Edén; pero, por el amor de Dios, ese jardín sigue siendo un mero escenario en el que debería estar pasando algo. De lo contrario, corres el riesgo de que el lector se aburra y dé mejor uso a tu libro nivelando una silla que cojea.

La cosa empeora cuando cada árbol y cada roca tienen su propia historia, que pasa a detallarse en extenuante detalle. A menos que ese árbol caiga sobre un dragón y lo mate, o la roca acabe quebrándole el cráneo al jefe final, entonces no les dediques más de un par de líneas. Hay un límite a la cantidad de cosas que la memoria del lector puede retener, así que no abuses de ella con detalles inútiles. J.R.R. Tolkien es la única persona que puede hacer esto y salirse con la suya.

¿Y qué hay de las armas? Si dedicas tres páginas enteras a contar la historia de la espada sagrada Excaliascalogram, haz que alguien haga algo crucial con ella, o todo ese bloque de texto no habrá servido para nada. Y lo mismo se puede decir de cualquier otro artefacto místico. Está muy bien que tu universo esté tan meticulosamente planeado que incluso ese piano de la esquina tenga una trágica historia que contar, pero si dedicas el valioso tiempo del lector a describir artilugios que luego no tendrán relevancia en la historia, estarás traicionando su confianza, y una de las principales leyes de construcción de la ficción, la de la pistola de Chekhov.

Hay un límite a la cantidad de cosas que la memoria del lector puede retener, así que no abuses de ella con detalles inútiles. @MiguelWrites #worldbuilding #literaturafantástica. Clic para tuitear

Por último, hay que hacer mención a la obsesión con renombrar objetos cotidianos solo para hacerlos parecer especiales. En algunos libros, como en El nombre del viento, te encontrarás nombres inventados para designar conceptos abstractos tales como el alar, la simpatía o la letanía, todos ellos muy bien definidos y útiles para la narración. Si creas un nuevo sistema de lucha, creencias, magia, etc., es más que comprensible que uses un término especial para que la gente se vaya acostumbrando y sepa distinguirlo. Pero si llega el punto en que Thöthôthóth, el Grandevo de los Gorigori, escurrimbrea respicentemente el zamborotudesco de Faramallarago por la infestidencia de Lampobrucio, quizá debas detenerte a pensar si toda esa terminología es realmente imprescindible.

El género de la #fantasía muchas veces trata los temas más duros y serios a través de su lenguaje simbólico. Los escritores debemos usarlo con responsabilidad @MiguelWrites #worldbuilding #literaturafantástica. Clic para tuitear

En definitiva: crear un mundo nuevo es lo que hace que la fantasía sea un género tan amado por lectores y escritores. Sin embargo, si nos olvidamos de los conceptos universales del mundo real, corremos el riesgo de crear una obra demasiado densa para los lectores y que, en definitiva, no les convenza. Puede que el género se llame fantasía, pero muchas veces es el que trata los temas más duros y serios a través de su lenguaje simbólico. Tenlo en cuenta, y tómatelo en serio: la fantasía tiene mucho poder, y los escritores de este género debemos usarlo con responsabilidad.

Cómo no crear un worldbuilding creíble, un artículo de Miguel Olmedo Morell

Portada de la reseña de David de la Torre 


Todos los artículos de Revista MoonMagazine están sujetos a derechos de propiedad intelectual. Está prohibida su utilización (copias, duplicados y capturas) en cualquier medio sin el consentimiento expreso y por escrito de los autores y de la revista. Copyright MoonMagazine.info © Todos los derechos reservados.