Alberto Giacometti (Borgonovo, Suiza, 10 de octubre de 1901 – Coira, Suiza, 11 de enero de 1966) estudió dibujo, pintura y escultura en la Escuela de Bellas Artes de Ginebra. Después se fue a París, a la Academia de la Grande Chaumiere, en Montparnasse, y estudió escultura bajo la tutela de Antoine Bourdelle, artista cercano al círculo de Rodin. En esta época adquiere un estilo propio y una concepción surrealista de su arte.

En tiempos de Picasso, Giacometti presencia el arte africano y queda impresionado por él.

Se rompe con el neoclasicismo. Gauguin se va a la Martinica, los colores son diferentes, se busca un aire fresco.

El arte africano atraviesa el arte de todo el mundo. Un ejemplo: Las señoritas de Aviñón, las máscaras o la Cabeza de toro de Picasso, calcan el aire de la escultura africana.

El arte africano atraviesa el arte de todo el mundo. Un ejemplo: Las señoritas de Aviñón, las máscaras o la Cabeza de toro de Picasso, calcan el aire de la escultura africana. @pilarmariagr Clic para tuitear
Giacometti, El objeto invisible, Picasso y otra realidad más allá de lo visible 3

Cabeza de toro de Picasso

El egipcio se cruza con lo griego.

Hay una experiencia simultánea: presente y pasado tienen que ver con la emoción estética que se produce en la presencia y reflexión de la obra de arte.

Y los artistas se centran en cómo se presenta y con qué lenguaje —ese que mueve sentimientos— se nos presenta.

Hablamos de profundidad con sentido, de historia.

El objeto invisible de Giacometti y su significado mágico-simbólico

Es el caso de la obra de la que os hablo: El objeto invisible. Al verla por primera vez sentí un especial estremecimiento.

Y es que hay un elemento simbólico que nos hace reaccionar al observar una obra de arte. Aquello que nos enferma en el sentido etimológico del termino, que significa encerrar, es aquello que tenemos encerrado como lo inexpresable.

Un aspecto mágico-simbólico que puede tener el objeto que miramos, mágico y simbólico porque tiene la capacidad de significación y actuación, que consigue una respuesta que se puede traducir en emoción, admiración, enfrentamiento con el misterio, estupefacción.

En general, y en esta obra en particular, lo que produce el arte y que podemos sentir tiene connotaciones con la presencia de lo sagrado: nuestra pertenencia al origen del universo, a la memoria pretérita que nos ata al sentido de la vida, de la muerte.

Esta presencia implícita que nos produce un tipo de sobrecogimiento, tiene que ver con esa presencia inconsciente de lo sagrado, transferir a un objeto la capacidad mágica de transformación de quien lo observa.

Las manos y la cara: los lugares de mayor intensidad

El objeto invisible nos habla con lenguaje africano, tiene mucha presencia la máscara, la propia estructura de la masa del cuerpo tiene la capacidad de síntesis propia del arte africano. Su misterio central se sitúa en dos polos: la cara y las manos.

Giacometti, El Objeto invisible, Picasso y otra realidad más allá de lo visible 1

El artista ha dispuesto el equilibrio en la materia para que sean estos dos polos nuestros focos de atención y tengan la capacidad de fascinación o imán. Para ello hay un hieratismo enormemente simétrico.

Las estatuas de Giacometti representan a una mujer hierática frente a las de los hombres en movimiento. Se podría interpretar esa visión de la mujer como eje, pilar sobre el que gira el mundo.

Las estatuas de #Giacometti representan a una mujer hierática frente a las de los hombres en movimiento. Se podría interpretar esa visión de la mujer como eje, pilar sobre el que gira el mundo. @pilarmariagr@ Clic para tuitear

Para que esta simetría de la que hablamos funcione, son importantes tanto el hueco como la masa, el ritmo que se ejerce y en qué ritmo se está dando.

El vacío, una constante en el arte, lo envuelve. La escultura descansa en él. Y la escultura crea un espacio.

Agarrado de la mano del vacío, así se encuentra el hombre ante el dolor, ante la vida, ante la muerte, ante la herida:

La belleza no tiene otro origen que la herida, singular y distinta para cada uno de nosotros, visible o escondida, que todo hombre guarda dentro de si, que preserva y en la que se refugia cuando quiere retirarse del mundo para hallar una soledad temporal pero profunda.

Jean Genet. En el taller de Giacometti, Michael Peppiatt.

De frente, la figura está en un reclinatorio que no pertenece a la cultura africana sino a la cristiana; se acude a los elementos de la liturgia cristiana y africana, ya no es solo simbología, sino liturgia.

Liturgia, actos repetitivos, ritos que en la medida en que se repiten tienen un sentido, un carácter invocativo-mágico.

Las artes beben de las liturgias —introducción de lo divino o lo sagrado— y a partir de ahí surgen los signos con los que trazamos esa especie de diálogo con el más allá.

Aparecen los lenguajes, la palabra que lleva a un concepto activo; mediante una serie de actos revivimos todo lo que las culturas conllevan de representación y de rememoración: de traer la presencia de su dios.

En la liturgia se hace revivir algo.

El ser humano actúa y tiene poder de la actuación de lo sagrado.

El arte se apodera de ello.

En El objeto invisible (también conocida como Agarrados de la mano del vacío) surge esa presencia de lo sublime más o menos patente, de eso que nos trasciende lo sagrado desconocido pero que nos atrae porque la muerte se sitúa allí a la vez que la vida.

Hay una calculada disposición en los elementos en el espacio para que sean capaces de convocar el recuerdo de lo sagrado.

Dice Jean Genet que cualquier obra de arte, si desea alcanzar las más grandiosas proporciones, debe descender los milenios, unirse a la inmemorial noche poblada de muertos que van a reconocerse en ella.

La noche de los muertos: la simultaneidad del arte, la liturgia simultaneada, la infinitud de lo simultaneado

En la cultura cristiana el perímetro en una hornacina enaltece lo sagrado.

Giacometti, El Objeto invisible, Picasso y otra realidad más allá de lo visible

Alberto Giacometti – The Invisible Object (Hands Holding the Void), 1935

Entre las manos parece que no tiene nada.

Podemos observar el ritmo circular, a lo que creamos dentro de un círculo le creamos un centro, lo de dentro de las manos es un círculo dentro de otro círculo. Si se fijan, se percibe un círculo de los hombros paralelo al círculo de la cabeza. Hagan la prueba deslizando su ratón. Es fascinante cuando uno descubre los ritmos en escultura y comprueba cómo puede recorrer de un solo trazo las obras o parte de ellas.

El mayor recurso de fascinación está degenerado para que lo más importante sea lo que no se muestra. Dirige nuestra mirada a lo que jamás podremos ver, donde hay mas significado es donde menos materia hay.

Utiliza el recurso de innovación en el arte africano para renovar los recursos del arte, lo ajeno y lo extraño son una cualidad permanente de lo sagrado.

La cara, ese enigma que le sitúa en una lejanía a la obra, una inaccesibilidad propia de lo sagrado. Lo inaccesible.

Como decíamos antes, el centro de atención especial al que nos conduce esta obra son las manos y la cara. Son los lugares de mayor intensidad. Para que esta intensidad destaque tienen mucha importancia los lugares de menor intensidad, ya que estos resaltan a los de mayor.

Mediante la línea, las paralelas verticales, se produce una sensación de quietud.

La estética Taoista en arte dice que aporta más lo sugerido que lo explícito.

Quisiera destacar la evolución de la obra de Giacometti a lo largo de su vida, tras unos años luchando por atrapar la realidad aparente, única realidad visible, hasta llegar a esta obra y las sucesivas, donde aparece lo invisible de la otra realidad del ser, el más allá de lo visible. La escultura como mirada interior.

El arte en su vertiente mágica, sagrada, mezcla de la memoria pretérita presente en la figura africana; y lo sagrado, lo inaccesible al ser humano.

Giacometti y el existencialismo

Llama especialmente la atención el taller de París donde se refugia Giacometti tras volver de Ginebra, donde vivió durante la Segunda Guerra Mundial.

Giacometti, El Objeto invisible, Picasso y otra realidad más allá de lo visible 2

Alberto Giacometti by Brassaï, 1965

Un estudio donde predominaba el gris monocromo y un destello sombrío del bronce, de cinco por cuatro metros cuadrados.

Era un reflejo de su modo de vida modesto, no quería ser prisionero del confort, no quería ser prisionero del sistema, quería ser libre.

Asumió de manera radical el existencialismo con su modo de vida.

En palabras de Jean Lescure: «el artista no crea como vive, vive como crea».

Giacometti entablará amistad con los filósofos Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, y el escritor, también existencialista, Albert Camus. Sartre se refería al artista como «una forma de estar en el mundo entre el ser y la nada». Giacometti vive como crea y su obra se impregna del yo del artista pero también del yo del taller.

Ya se atisba en la infancia del artista ese retirarse del mundo y esa soledad profunda a la que alude Genet.

#Giacometti asumió de manera radical el existencialismo con su modo de vida. Como dijo Lascure, «el artista no crea como vive, vive como crea». @pilarmariagr Clic para tuitear

Relata M. Peppiatt que el propio Giacometti cuenta en Hier, sable mouvants, cómo, de niño, junto con sus amigos, pasaba las horas escondido en los recovecos de una gran roca hueca. Y cómo le gustaba excavar hoyos en el campo nevado, en un lugar secreto, huecos donde solo cupiera él, camuflados de manera que apenas se viera una mínima apertura desde la superficie, y en los que, dice, le hubiera gustado pasar todo el invierno encerrado y solo.

Empezaba a despojar de peso la materia, a ahuecar la densidad de la masa, a descubrir el espacio.

Percibo esa quietud que desprende El objeto invisible. Todo lo que entra por nuestros sentidos encuentra una referencia en nuestro interior. Ese sentimiento de herida, de guarida, de refugio, de soledad que acompañó a Giacometti lo he percibido a lo largo de mi vida en muchas ocasiones. La presencia de una cueva, unas raíces, y la necesidad de guarecerme en ellas y abrazarme a aquello que me trasciende y me hace mas pequeña. En ese revivir la liturgia, la huella de la vida y de la muerte. La levedad del ser, «la náusea y la nada» de Sartre.

Artículo de Pilar García