La escritora de Kilómetros de tiempo, Carmen Castellote (Bilbao, 1932) es una de esas mujeres que esperan a que sus vivencias y recuerdos maduren, porque su poemario Con suavidad de frío (1976), lo publica a los 44 años. A ese libro siguen Vuelo de nieve a sol (1979), Diálogo con la esfinge (1983), Acta de renacimiento (1985) y Gavilla de horas, un inédito recogido en Kilómetros de tiempo, que reúne la poesía completa de la última poeta viva del exilio republicano. Autora de los relatos Ristra de magdalenas (editados en Méjico durante 2015), Carmen Castellote estudió historia y por su ensayo De Pushkin a Tolstoi y Mayakovski fue galardonada en Moscú con la medalla Pushkin. Tras casarse con un socialista polaco vivió en Polonia hasta 1956. En 1958 viaja a Méjico donde se reencuentra con su padre, Ricardo Castellote, secretario general, allí, del Partido Comunista español. Fijada su residencia en Méjico, Carmen ha trabajado veinte años en el departamento de geografía e historia de la editorial Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana (UTEHA).

Del País Vasco salieron alrededor de 14.000 niños con destino a Inglaterra, Francia, Bélgica y la Unión Soviética. En total, el gobierno republicano consiguió evacuar al extranjero, durante la guerra civil española, a unos 33.000 niños.

La guerra civil española, Antony Beevor, Crítica 2005

Carmen Castellote fue uno de estos «niños de la guerra», «niños de Rusia» en su caso. El 13 de junio de 1937, desde Santurce, partió en barco hacia Leningrado. Refugiada y protegida en una «Casa» en Jerson, Ucrania (por su sentimiento de hogar así se llamaban esas colonias), debido a la invasión nazi la niña debe emprender nuevo camino hacia el este. Tras cruzar el mar Caspio recorre Uzbekistán, Kazajistán y llega —finalmente— a una aldea siberiana. Terminada la Segunda Guerra Mundial, los niños españoles son reagrupados en Moscú, donde Carmen inicia estudios superiores.

Poco se han tratado en nuestra poesía las vivencias de los «niños de la guerra». En Kilómetros de tiempo, Carmen Castellote nos impacta con la tremenda experiencia que sufrió de niña. @torremozas. #Reseña: J.M. López Marañón. Clic para tuitear

De los poemarios que conforman Kilómetros de tiempo nos centrarnos en los dos primeros. No es que los demás sean de menor calidad, pero por una temática tan dolorosa como poco tratada en nuestra poesía, la del exilio originado por una guerra (algo de rabiosa actualidad), elegimos Con suavidad de frío y Vuelo de nieve a sol para esta reseña poética en MoonMagazine buscando llegar al mayor número posible de aficionados a la gran poesía.

CON SUAVIDAD DE FRÍO (1976)

Un enorme vate mejicano, José Emilo Pacheco, fue quien avisó: «La poesía es la sombra de la memoria». En su cuarta década de vida Carmen Castellote, apurando con exhaustiva precisión el basto cajón de los recuerdos, pone por escrito la tremenda experiencia que sufrió de niña.

Una doble dirección poética tiene esta catártica labor.

Es derramada, primero, por una serie de punzantes evocaciones: así, el duro e inhumano invierno ruso [1], el viaje a Siberia en un vagón atestado como símbolo de la desesperanza y la infancia robada [8], el gélido frío, el hambre, y el extrañamiento que caracteriza a la escuela rusa [9], la desnudez con que se viste la pobreza dentro de una isba [12], y la muerte de una compañera de escuela originando los suspiros de la poeta [13].

[8] EN EL VAGÓN

Estoy en un vagón de carga, hogar de ruedas,
frente a esta guerra que mató las casas
y enmudeció los sueños.
Hacemos más chica la vida que nos queda,
la estrujamos para que entre en la nave,
que huye y hunde a la muerte.
No hay un vacío para dormir.
Las cabezas están de pie sobre la noche,
que despierta tan viva y vertical.
En la calle el verano logra flores.
Las aves del mundo se mueren de aire,
mientras aquí somos este pulmón ausente,
la nada que rueda enloquecida.
Exiliados en la muerte, hacemos escala
para arrojar el excremento
que se aprieta y duele en los cuerpos.
El tren enciende sus orejas largas,
los silbatos inundan la hierba, el aire,
y regresamos con un ardor sombrío,
con la sed clavada en los cuerpos.
Un anciano, que se durmió en el tiempo,
me mira sin huellas,
un niño patalea el silencio
con delirante ruegos de pan,
mientras otro, más niño, 
quiere matar a las estrellas.
Un camino de voces se rompe en la garganta.
Se aniquila la infancia como un rayo
que se suicida para siempre en el vagón.
Qué oscuridad debo abrir, qué puerta llamar,
si la tiniebla es un incendio sordo.
Dicen que llegamos, ¿a dónde?
Unas manos despiertan la noche.
La calle renueva el látigo de luz y sombra.
Nos espera otro tren, el de la otra ausencia.

Tres evocaciones traen alegría a los empáticos lectores de Con suavidad de frío: las flores y el maíz de Bieshtao, sus montañas y el soleado lago… un tiempo vivo en la crónica del exilio sin final [7], también el cariño y la ternura de las mujeres siberianas, amorosas y hogareñas [10], o ese olor a madera de la isba, su samovar y los susurros de rezos, impresiones que quedan fijadas al modo proustiano [11].

[7] MONTAÑA DE BIESHTAO

La nave humana, con el nervio herido, llegó a Bieshtao,
que quebraba el silencio con su rostro de cinco cabezas
y bebía la niebla del Cáucaso en copas de hayas y de encinas.
Un nuevo paisaje entró en nosotros sin cautela de sombras.
Las flores jugaban en su espalda y nosotros con ellas,
y cuando la carne y el pan eran camino hacia el frente,
de Bieshtao nos llegaron las mazorcas,
el insólito mar de maíz.
No sé cuántas veces subí mi piel a su piel de montaña,
cuántas rodé por sus vertientes, disfrazada de tierra,
una mata de espinos jugando en el cabello,
y cuántas llevé sus piedras, sus ramas,
al lago que amanecía a sus pies.
En su vena abultada de nodriza
bebí verdes horizontes de sol,
voces de lluvia rotas entre los matorrales.
Pero en Bieshtao, en su alambrada vegetal,
la guerra dio con nosotros,
hizo suyo el escondite, mató los juegos,
ensució la montaña.
La infancia se tornó vieja nube de pájaros,
tan alta que ya nunca regresé a Bieshtao.

La guerra sin concesiones es el otro sentido en que se vuelca, en este libro, el atormentado quehacer de Carmen Castellote. A pesar del tiempo transcurrido, los muertos de la guerra ocupan la mente de la poeta [2]; la impotencia sentida ante el dios de la guerra [3]; el nuevo exilio obligado por la invasión nazi o la incertidumbre de una guerra sin final [4]; las bombas cayendo sobre la ciudad [5]; la guerra no respetando ni a los ancianos, que mueren en el destierro o en condiciones de pobreza extrema [6]; y por último, gracias a Dios, el final de la guerra como el final de la soledad de las mujeres, sus bodas, la luz entrando en las escuelas y la salud [14].

[3] CAMINO

Llegas a mí desde las cuerdas del tiempo,
cuando tibias las sombras amanecen
y el cuerpo, lento, se descalza.
En un golpe de silencio eres la guerra,
niños estrangulando palomas que no nacen
y ancianos durmiendo una muerte que no es suya.
Cubres a los que no están con el polvo de siempre,
con las estrellas que robas a la noche.
¿Quién dice que el camino es huella estéril?
Fui tu sangre cuando la guerra abrió los hornos.
Respiré la menta fría de los cuerpos,
asidos a tus brazos ausentes.
El miedo fue anterior a la palabra.
Los que sabían hablar se fueron lejos.
Yo me quedé contigo para amasar la muerte.
¡Qué pueden los gritos frente a tu silencio!
Tú y yo somos un gesto derrotado.
¿A qué vienes, si la herida late
y tu polvo me invade para siempre?

VUELO DE NIEVE A SOL (1979)

El romántico Shelley dijo: «La poesía es la memoria de los momentos mejores y más felices experimentados por los espíritus mejores y más felices». Y el afán poético de Carmen Castellote recorre los activos temas de una memoria perdurable, quizá más disfrutable en este segundo poemario.

Persisten vivencias y evocaciones del exilio: la semblanza de una compañera que se convierte en vital referencia [1]; el recuerdo de un amor ruso mezclado con el aroma de los girasoles [2]; las vivencias del exilio conformando un carácter «de piedra y fuego» [3]; la sensación de estar viva desde el recuerdo de haber sido en otro lugar [8]; los recuerdos fantasmales cercando la realidad y convirtiendo a la poeta en una hoja movida por el viento [9]; pero, una vez se ha llegado, crece el exilio interior de un tono invernal y descorazonador [11] aunque conocidos rostros conjuran a la noche como anticipo de muerte [12].

[12] NOCHE + LUZ

Cuando la noche viene para vivir la ausencia,
cuando el mundo es ensayo de muerte
y mi miedo una luna redonda de nieve,
traigo los rostros que mi mano conoce,
los múltiples rostros y los ojos sin voz
y es como volver a ser niña,
entrar en un sótano oscuro
que es un coro y milagro de luz.

Hay en Vuelo de nieve a sol un catálogo de extrañamientos. Así, el principal: el lugar al que se llega tras el prolongado exilio [4]; la búsqueda de ese espacio inatrapable, azuzada por el miedo [6]; el mar interior percibido desde la perspectiva de un náufrago [7]; la noche a la que, a duras penas, pone fin el amanecer [10], o esa otra noche, misántropa, que choca con la sociabilidad [13], o el amor por las cosas de la calle que hace sabia a la poeta [14].

[4] YO LLEGUÉ DESDE NUNCA

Y no preguntes por mi hogar sin mapa,
por el árbol que durmió mis cabellos
con su rumor de agujas,
ni qué sol salpicó mi piel,
ni qué pasaporte da fe de mis heridas.
Ahora vivo entre montañas que son asfixia y luz,
y me bebe tu mar, y me tumba tu viento,
el mismo horario nos encorva la espalda.
¿Dónde, pues, lo extraño? ¿A qué tu asombro
si mis manos te desnudan sin acento
y te aman en el idioma del hombre?

Otro grupo lo genera la obsesiva ausencia del amado. De tal tamaño resulta que ni la luna consuela [5] y de tan intensa que es, llega a hacerse presente [15] esfumándose casi al convertirse la poeta en «la mujer de la multitud» [16]; sintiéndose limpia ella se dirige al amado desde la noche estrellada [17] y el recuerdo de sus caricias la extravía [18] haciéndose efectiva ahora la ausencia con palabras y miradas recordadas [19]; además esta ausencia es asimismo percibida como anticipo de la muerte [21] pero también encuentra su espacio entre la flora y sus dones [22] o paliándose desde la reinvención [23] en un mundo mudo al que la poeta responde [25] convirtiendo al ausente, desde su inalterable querer, en otra nueva presencia [26].

[19] COMO SI NO TE FUERAS

Tus palabras me asfixian la mejilla,
gestos tuyos navegan solos por mi piel,
y amanecen tus rostros en la noche más sucia
como pasmo de luna bondadoso.
Hay ojos tuyos que repiten mi mano,
sombras que despertamos tú y yo,
porque al irnos, nos quedamos un poco.


Carmen Castellote, sensitiva y misteriosa, no quedará entre nosotros por sus estudios de historia ni por su trabajo para una de las más importantes editoriales latinoamericanas. Son sus poemas lo que la sostienen fuera del tiempo, en un incesante exilio físico y espiritual. Convertida en poeta de paso sobre un existir de interior intensidad, su obra testimonia mejor que ninguna el talento forjado a base de penalidades y tesón.

Kilómetros de tiempo

Carmen Castellote

Torremozas, 2021

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Reseña de Manu López Marañón

Portada de la reseña: Jone P. Cárdenas

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