Robocop de Paul Verhoeven no es una película sencilla de digerir. La trama no sólo resume los terrores de un colectivo hipertecnificado y distópico, sino también la mirada cruel del director sobre el sueño norteamericano, destruido por la codicia y convertido en una criatura sin rostro con una precisión para matar inquietante. A treinta y tres años de su estreno, la envergadura de su crítica social y cultural es mucho más visible y significativa de lo que podría haber imaginado su creador. Verhoeven no sólo filmó una película destinada a romper la noción de la violencia por la violencia —aunque hay mucha y muy gráfica— sino que se atrevió a pulverizar el sueño americano en algo más retorcido, brutal y sombrío. El Robocop encarnado por Peter Weller era poco más que un desecho de una ciudad en escombros morales e intelectuales, una criatura a medio crear sin otro impulso que hacer cumplir la justicia. Pero sólo de quienes tienen el poder. Un Frankenstein de infinita crueldad por su precisión, programado para encontrar a los delincuentes, pero sólo los que no controlan su cerebro reconstruido para beneficio de —por supuesto— una cruel corporación omnipotente.
A la distancia, la película está plagada de terrores culturales reconvertidos en una pieza cruel y repleta de momentos gore, que recorre la sociedad estadounidense desde el cinismo. Robocop recorre Detroit para cumplir su deber, pero su identidad fue borrada por la violencia. Tanto, que sólo conserva la mitad inferior de su rostro y unos cuantos recuerdos fragmentados, sin otro valor que el de contar al espectador la conexión que el monstruo de metal cromado guarda con el Alex Murphy que fue en algún punto del pasado. Pero Murphy —como personaje— carece de toda importancia. Robocop es una presencia colosal y aparatosa, cuyo caminar acompasado y pulcra capacidad para matar asombra y deleita por igual a sus creadores. La nueva policía del futuro es un subproducto mecánico ambicioso, sin razón ni conciencia. Un arma cuya efectividad los guionistas Edward Neumeier y Michael Miner describen desde una ironía dolorosa: el ser humano en Robocop es tan poco importante como la ley en la Detroit del futuro, que rivaliza contra el dinero, la avaricia y el pragmatismo del dinero como todo bastión de lucha. A su lado, la estatura de Robocop es mínima y su repercusión, una versión de la realidad endeble, rota, sin importancia. Todo lo anterior está envuelto en un apartado visual destartalado, sucio y a punto de la destrucción y de un sentido del humor absurdo, que resulta doloroso en su escasa sutileza.
¿#Robocop es una #película impensable en la actualidad? El #Frankenstein particular de Verhoeven, una combinación de discurso social, distopía y gore, a 33 años de su estreno. @Aglaia_Berlutti. Share on XUna sátira semejante no fue fácil de asimilar para el norteamericano medio, en especial, porque además había sido concebida por un holandés. El Robocop imaginado por Verhoeven no era sólo un arma avanzada al servicio de la ley: también era la última barrera entre ricos y pobres, entre desposeídos y poderosos, entre los que controlan los hilos del poder y los que deben padecer los rigores del control. La combinación del discurso social con la ciencia ficción creó una versión de la realidad que resultó incómoda para buena parte del público. Incluso en una época en que una considerable parte del discurso cinematográfico tocaba de manera tangencial temas con cierta connotación social, la burla grotesca alrededor del estilo de vida norteamericano molestó lo suficiente a la audiencia como para provocar todo tipo de reacciones.
#Robocop fue tachada de violenta, decadente, grotesca y vulgar y molestó a una audiencia que no estaba preparada para encajar esta sátira sobre el estilo de vida americano (dirigida, además, por un holandés). @Aglaia_Berlutti. Share on XLa audiencia no estaba preparada para algo semejante. Hubo burlas y opiniones encontradas. Varios programas de televisión de la época meditaron sobre el tono «vulgar» del argumento. La película fue tachada como excesivamente violenta, decadente, con un uso gratuito de lo grotesco por buena parte de la prensa norteamericana. En Variety la reseña incluía señalamientos sardónicos sobre sus «inadecuados toques de humor» y su «fotografía, más interesada en destacar el brillo cromado de Robocop que en sus actores». The New Yorker le dedicó un corto artículo, en el que mencionaba la necesidad del director holandés de «abusar de giros de guion que sólo propiciaban lo vulgar». Durante el fin de semana de estreno, la película se convirtió en la comidilla de los medios especializados, que desmenuzaron lo que llegó a describirse como un «despropósito extravagante, una burla a la sociedad». En medio de la moderada polémica, Verhoeven respondió a las críticas con su ya célebre frase «Filmé lo que vi».
El director no era ajeno al escándalo. Ya en su Holanda natal, Verhoeven había llevado adelante varios proyectos que habían suscitado incomodidad e incluso, directamente animadversión de la crítica y la audiencia. Desde Spetters, de 1980 (en las que muestra escenas sexuales consideradas directamente pornográficas), y De Vierde Man, de 1983, con su alta carga de prejuicios reconvertidos en un tipo de lenguaje simbólico hasta Flesh and Blood, de 1985, en la que el uso de la violencia causó un considerable escándalo y fue prohibida en varios países, el director había creado un universo personal cargado de ideas controversiales que le granjearon la antipatía de los grupos más conservadores de Holanda y también de una buena parte de Europa. Su uso del sexo como conexión entre personajes, la capacidad de sus argumentos para mezclar la violencia explícita y los prejuicios como crítica al absurdo existencial, convirtieron a sus films en pequeños debates inclasificables sobre la naturaleza humana.
El director ha dicho en más de una oportunidad que no tenía ningún intención simbólica ni mucho menos alegórica, con respecto a Robocop. En realidad, su imagen de la criatura en la que se convertiría el policía asesinado centro del guion, era su forma de llevar a la ciencia ficción — género con el cual no estaba familiarizado— su pesimista visión sobre el mundo, la sociedad y el espíritu de la época. Para Verhoeven, la imagen de Robocop avanzado con la impecable eficiencia de una máquina, era la conclusión conceptual de un largo trayecto de desprecio por lo humano, una mirada a la sociedad hipertecnificada y vulgarizada por la ausencia de ideales o ideas filosóficas. «Robocop es ambición pura […] Y eso nos representa mejor que cualquier otra cosa» declaró a Variety.
¿Podría filmarse una película como Robocop en la actualidad? ¿Podría Verhoeven usar de manera burlona la nueva sensibilidad moderna sobre temas como el machismo, la pérdida de la identidad estructural en pro de las ventajas del progreso, la misoginia, la homofobia y el miedo a la diferencia en beneficio de un discurso elaborado contra los corrosivos temores culturales? ¿Podría enfrentarse a una sociedad en la que su discurso incómodo, visualmente sugerente y burlón chocara de manera frontal con la forma en que la actualidad se debate la condición humana y sus relaciones con la cultura?
En toda su gloria impía, provocadora y violenta, Robocop es quizás el mejor ejemplo de un tipo de cine que probablemente resulte impensable en la actualidad pero que sin duda es imprescindible para hacer de él un vehículo de discusión y una formidable mirada sobre el bien y el mal, tal y como lo concebimos hoy. Quizás su mayor logro.
En toda su gloria impía, provocadora y violenta, #Robocop es el mejor ejemplo de un cine impensable en la actualidad pero imprescindible como vehículo de discusión y una formidable mirada sobre el bien y el mal. @Aglaia_Berlutti Share on X
Un artículo de Aglaia Berlutti
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