Javier Morales evidencia en La moneda de Carver, el poder que tiene la literatura para replicarse y palpitar, casi como si fuese una esencia animada, mientras transita sobre las huellas de otros autores, sin perder por ello, una mirada propia. Esta colección de narrativa breve es un tributo al arte que envuelve la escritura y a los narradores que, de una u otra forma, han sido significativos para él y han acompañado su trayectoria, tanto vital, como literaria. Pero sería simple afirmar que solo es un homenaje a las letras, ya que también lo es a la narración, implícita o no, que emana de lo pictórico y de la imagen.

La moneda de Carver, @reinodecordelia, es un tributo al arte que envuelve la escritura y a los narradores que han sido significativos para su autor, @javiermoralesor, y han acompañado su trayectoria vital y literaria. @MaraJes77574155. Share on X

Las ocho historias de vida que conforman La moneda de Carver, editado por Reino de Cordelia, se distribuyen en tres espacios, en los que los personajes nos hacen partícipes de sus pequeñas y grandes reflexiones y de su devenir, a la par que evolucionan y van adquiriendo mayor nitidez en su progreso.

En el primer espacio, «El tiempo del tabaco», nos acercamos en un relato inicial del mismo nombre a Samuel, un niño que, criado en un entorno rural, ha de ir aprendiendo a ser hombre quizá antes de tiempo, deslizándose en ese proceso entre campos de tabaco y siembra, pero en el que va germinando, sin que él sea aún consciente, la semilla literaria. En el segundo relato, «Cementerio alemán», un Samuel ya adolescente se pone a resguardo del mundo en ese rincón, donde aprovecha para leer, recreándose en la calma del paraje, y en el que tendrá lugar un encuentro inesperado que le ligará aún más a los libros.

De nuevo Samuel, parapetado entre soledades y sueños, reaparecerá en el segundo espacio, «Ninguna necesidad», llamado así por el poema homónimo de Carver. En «Viaje a la Ciudad Blanca», se trasladará a una Lisboa de finales de los ochenta, una capital luminosa, que recorrerá guiado por la voz poética de Ángel Campos Pámpano y por su poemario La ciudad blanca. Volveremos a encontrárnoslo en Gayga, siendo ya un hombre maduro que recuerda sus primeras lecturas y que anda tras los pasos de José Antonio Gabriel y Galán, autor nacido en su misma localidad, cerrando así el círculo de la siembra que comenzó en los campos de tabaco, y en el que ha fructificado ya el deseo de conocer otras vidas, otros espacios. Morales finaliza así la trayectoria de este personaje, que ya ha aparecido en alguno de sus anteriores libros. Los cuatro relatos que abordan su acontecer quedan delimitados por el deseo de huida, la búsqueda de la belleza y la necesidad de ampliar el horizonte vital, abrigados por un delicado aire melancólico, que provoca en el lector un agradable sentimiento de nostalgia.

Aún en ese segundo espacio, Morales incluye «La moneda de Carver» que funciona como divisa de cambio, abriendo el camino a los textos que ocupan el espacio final. En este cuento entrevera ficción y realidad, incorporando un cameo literario del propio Carver, cuya prosa en ocasiones minimalista pero plagada de símbolos contextuales, se convoca en forma de moneda que se desliza de forma casual a lo largo del mismo, cuyo título da nombre al libro. Una historia contada en primera persona por una escritora que viaja a Port Angeles, última ciudad de residencia de Carver, y que deja una interesante modulación femenina que recuerda, en algún aspecto, a Alice Munro.

En el tercer espacio, «Nuevas miradas», nos encontramos con evocaciones a otros escritores como Cheever, en «La casa de Eccles Street», que incluye un guiño en su título a Elisabeth Costelo, o Chejov en El perrito de la dama, relato contado en segunda persona a propósito de una tarea que la protagonista ha de elaborar para un taller de escritura en el que participa y que la llevará a adentrarse en un terreno interior inexplorado. Por último, en «Habitación de Hotel» nos zambullimos en la obra de un Hopper capaz de narrar con sus imágenes desamparadas, lo furtivo, lo que no se ve pero que, en cierta manera se vislumbra, y a un Chema Madoz y su otra mirada, para ser testigos de lo que acontece en otra habitación de hotel que da cabida a lo impensado. En este tercer espacio parece que Samuel se ha difuminado, que ha quedado atrás, aunque quizá no sea así y se encuentre también ahí, como un sujeto omitido en una frase subordinada.

En definitiva, La moneda de Carver es un tributo al arte de contar, de diseccionar, de desdoblar, de hacer sentir. Un diezmo que el autor paga a la literatura, haciendo su propia contribución con una visión amable, y que de forma impecable y amena, sin excesos superfluos, nos aproxima a lo que la narración tiene de luminosa, a la superación de las cotidianidades que a veces constriñen.

La moneda de Carver es un tributo al arte de contar. @javiermoralesor ofrece una visión amable que nos aproxima a la superación de las cotidianidades que a veces constriñen. @reinodecordelia. Reseña de @MaraJes77574155. Share on X

Para terminar, tomaré prestados los primeros versos del poema «Oasis» de Campos Pámpano, que aparece en La ciudad blanca:

 

Te lo dirá el aire si procuras

el trazo abierto,

el sitio justo de la luz

en el poema.

 

La moneda de Carver halla ese sitio exacto donde se irradia la luz, como lo acaba encontrando siempre la buena literatura.

 

La moneda de Carver halla ese sitio exacto donde se irradia la luz, como lo acaba encontrando siempre la buena literatura. Colección de narrativa breve de @javiermoralesor @reinodecordelia. #Reseña de @MaraJes77574155. Share on X

 

 

 

La moneda de Carver: el arte de encontrar el sitio justo de la luz

 

 

La moneda de Carver

Javier Morales

Reino de Cordelia

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Reseña de María Jesús Mena

Portada de la reseña: David de la Torre

 

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