Reseña de La muela, de Rosario Villajos, por Antonio Tocornal.
Conocí a Ramona Ucelay antes que a Rosario Villajos. Fue en el año 2018, y Ramona Ucelay era un avatar de la propia Rosario que me cautivó con sus publicaciones cotidianas en el muro de su perfil ficticio de Facebook. Aquellas entradas, que me tuvieron enganchado durante meses, fueron finalmente recopiladas y editadas, y se convirtieron en un libro, Ramona, que fue publicado por la editorial Mrs. Danvers en marzo de 2019. Fue entonces cuando supe de la existencia de Rosario Villajos, una escritora de gran talento que había que seguir; de un talento como a mí me gusta: sensible y al mismo tiempo gamberro y visceral. El libro es una maravilla, y ya escribí sobre él en su día. Por desgracia, si en España no se publica dentro de los dos grandes monopolios editoriales, maravillas como Ramona, al igual que otras muchas, acaban por enterrarse en el olvido y solo quedan como un reducto en la memoria de algunos lectores que tuvimos la fortuna de que cayeran en nuestras manos y en nuestras bibliotecas; pero eso ya se sabe.
Aparte de la novela gráfica Face, (Fanfare Ponent-Mon, 2017), Ramona fue la opera prima narrativa de Villajos, y había algo de parto en ella; de parto con dolor, como según la Biblia debe ser. Como es lógico, sus fans esperábamos con curiosidad la continuación. Hace un par de años escuché en directo de boca de una escritora de las de premio de relumbrón para grandes masas, que «es en el segundo libro donde se ve si hay escritor». Decía que un primer libro impactante y de calidad no siempre es el inicio de una brillante carrera; que es en el momento en que el escritor —uso el genérico, lógicamente; no haría falta decirlo, pero uno ya nunca sabe—; que es en el momento en que el escritor —decía— se plantea una segunda obra después del parto de la primera, cuando ha de demostrar que tiene madera. No menciono a la autora de esa observación porque sus obras no están entre mis lecturas y me temo que no lo estarán nunca, pero aquello no impidió que me pareciese que ese planteamiento podría tener su lógica. Fue con esa curiosidad que emprendí la lectura de La muela (Aristas Martínez, 2021); como dijimos, la segunda obra narrativa de Rosario Villajos y, según la escritora no mencionada anteriormente, una suerte de «prueba de fuego».
Al igual que en Ramona y que en Face, el libro gira en torno a un personaje femenino y contemporáneo, una inadaptada social; al igual que en Face, la acción también transcurre en Londres, lo cual ya nos da pistas de que el libro, si bien no es autobiográfico y tampoco autoficcional, se ha inspirado en situaciones que la autora o alguien de su entorno ha vivido o ha podido vivir en su pellejo —la misma Rosario Villajos aguantó varios años en Londres y de hecho hay un breve «autocameo» en la parte final del libro—. Al ser la tercera vez, ya uno sospecha cuál es la zona de confort en la que la autora se mueve con soltura y construye sus escenarios narrativos.
Solal, el protagonista de la monumental novela de Albert Cohen Bella del señor, es un rico y atractivo joven acostumbrado a que cualquier mujer caiga rendida ante sus encantos sin apenas mover un dedo para propiciarlo. Al principio de la historia, se disfraza de mendigo desdentado por ver si sería capaz de despertar pasión en Ariane, la mujer que anhela, si estuviese despojado de su atractivo; por ver si ese amor, de producirse, sería sincero, y si sería su alma, y no su cuerpo, quien despertase esa pasión. Por desgracia, solo consigue provocar repulsión, y el mismo Cohen reflexiona sobre este hecho en una entrevista hecha por Bernard Pivot en su mítico programa de la televisión pública francesa Apostrophes (emisión de 1977 felizmente rescatada en Youtube). Si mi memoria no me falla, se preguntaba si Ana Karenina hubiese sentido la misma pasión hacia el conde Vronski si a este le hubiese faltado algún diente —«apenas un par de centímetros de hueso y esmalte»— en una parte visible de la boca. Rebeca, la protagonista de La muela, era la más bella de su pueblo; su belleza era tal vez lo único que tenía, o lo más valioso, pero, al llegar a Londres, ¡ay!, pierde una muela y su belleza se disipa.
¿Por qué ese exilio a un lugar tan hostil cuyo idioma chapurrea apenas a nivel de supervivencia? ¿Para huir de la muerte no superada de un padre como dice en el texto de la contracubierta (si bien esa circunstancia apenas se menciona en la novela)?, ¿para huir de la responsabilidad —que debería compartir con su hermana menor— de cuidar de una madre casi ciega?, ¿o será tal vez por una necesidad de medirse a sí misma en un entorno no tan fácil y plano como el su adolescencia, donde su máxima aspiración sexual y de autoestima era excitar a sus jóvenes admiradores para dejarlos con las ganas? ¿No será que como tantos españoles acomplejados tiene una visión distorsionada de Londres —cuyo cosmopolitismo no es sino una forma cara y perversa de ser pueblerino— y quiere encontrar su personalidad más sofisticada en esa ciudad-falacia?
Como si se tratase de un bajorrelieve, y a pesar de que el título del libro que hemos leído es La muela, el verdadero protagonista no es esa muela que le falta a la protagonista, sino el hueco que deja, como una metáfora del hueco más grande en que se ha convertido la vida de Rebeca, la joven que, más que vivir, sobrevive en Londres, como tantos jóvenes españoles —«ella no es española, es catalana»— con infratrabajos cercanos a la esclavitud; viviendo en infrapisos de precios abusivos compartidos con ratones y con trashumantes sociales como ella, donde ha de dormir en colchones mugrientos y alimentarse de bocadillos de oferta porque están a punto de caducar; junto a amigos que son también infraamigos desesperados como ella misma; donde, cuando se siente sola, recurre a la ilusión afectiva de infranovios pescados en Tinder que son caricaturas de donjuanes, que solo buscan aprovecharse de ella o utilizar su cuerpo para verter sus desahogos esporádicos aderezados ocasionalmente con alguna enfermedad de transmisión sexual.
El verdadero protagonista no es esa muela que le falta a la protagonista, sino el hueco que deja, como una metáfora del hueco más grande en que se ha convertido la vida de Rebeca. #LaMuela, de @RosarioVillajos @AntonioTocornal. Share on XHay en esta historia una falta de esperanza, un darse de bruces con una realidad en la que no parece haber futuro; en la que la ciudad es una selva y sus habitantes forman una jauría de fieras que luchan por sobrevivir. Ante un panorama tan hostil, solo le queda a la autora el recurso de dibujarlo con humor, con la pátina de la ironía que, lejos de endulzarlo, la da un aspecto aún más triste o más amargo, de desencanto o de descreimiento. Un filtro que es como la reja de una jaula desde la que los despojados o los miserables del siglo XXI, jóvenes de clase media con estudios, miran al exterior, al mundo de los triunfadores sin piedad que el neoliberalismo ha hecho proliferar y cuyos beneficios les estarán por siempre vedados.
Villajos utiliza, sin abusar de ellos, recursos peritextuales muy variopintos y contemporáneos para acompañar la narración: fotografías pixeladas, capturas de pantalla con conversaciones de WhatsApp, croquis de mapas, páginas de fotonovelas a modo de «memes»… Si bien estos recursos no están de más, a mi juicio tampoco son imprescindibles; es decir: sin ellos, el texto habría mantenido intactas su fuerza y su coherencia —de hecho, si la editorial decidiera publicar una versión de La muela en audiolibro, no creo que se viese afectada por la merma de esas imágenes—. Sin embargo, por encima de todo, emplea un recurso igual de original y mucho más literario: una acertadísima «voz en off», resaltada en cursiva, dosificada con una economía precisa y que es como una vocecilla interior del propio narrador o de una especie de Pepito Grillo irónico que le saca punta a todo. Ese recurso es la pizca de sal para que el guiso quede bien sabroso. Casi tienen la misma función que los rótulos del programa Cachitos de Nochevieja.
Billy es un personaje interesante por sus matices. Es uno de los infranovios rescatados de Tinder, un desahuciado de la sociedad que vive en la indigencia aunque tiene un smartphone pagado por sus padres, y cuya relación con Rebeca me evocó la película Los amantes del Puente Nuevo, de Leos Carax, con la Binoche. Así habla Rebeca de Billy —o Bilis, como ella lo llama en secreto—:
Las uñas, que aparecen breves después de años mordiéndoselas, muestran una fina y constante medialuna negra. Los dientes, lo que queda de ellos, tienen el mismo tono marrón que los posos del té, solo que, en lugar de futuro, dejan ver en ellos perfectamente el pasado. Y luego está el olor; no es solo el sudor, sino la acidez de su PH mezclada con grandes cantidades de tabaco y, sobre todo, de marihuana. Hasta el semen te huele a marihuana, piensa Rebeca cuando el hombre le pasa papel higiénico por la barriga.
Villajos tiene la rara habilidad de encontrar imágenes poéticas en un estercolero (si aún no conocen los dibujos que hace sobre el alicatado de la ducha con sus propios pelos, búsquenlos). Una de las metáforas más conseguidas del libro la protagoniza el mismo personaje, Billy. Adicto a los videojuegos, pasa sus horas jugando a EVE, un juego en el que tiene que pilotar naves espaciales y combatir contra otras, pero, cuando se ve en apuros, lo que hace, en lugar de enfrentarse al enemigo, es sacar su nave de la zona de conflicto y pilotarla en solitario en una galaxia virtual y vacía, sin peligros ni posibilidades de encuentros, alejándose cada vez más —ad aeternum— de la civilización, en una pantalla negra y vacía, mientras fuma un porro tras otro para olvidar que hace tiempo que se dio por vencido.
No hay piedad en la forma de narrar de Rosario Villajos. No hay concesiones. No puede haberlas, porque el desencanto de la protagonista ha contagiado a un narrador omnisciente que no tenía ninguna obligación de tomar partido. La historia es incómoda, oscura, y a la vez tierna. Como si la vida fuese un catálogo de heridas que deja un mundo hostil. También hay cierta escatología como una forma necesaria de agresión; de hecho, en la nota biográfica que me envió la autora para esta reseña y que reproduzco sin modificaciones al final, exhibe la palabra escatología como marca de la casa.
No hay piedad en la forma de narrar de @RosarioVillajos. No hay concesiones. La historia es incómoda, oscura, y a la vez tierna. La muela #Reseña de @AntonioTocornal. @aristasmartinez. Share on XLa ilustración de la cubierta es también obra de Rosario Villajos, que además de escritora es ilustradora, artista plástica y música; toda una mujer del Renacimiento. En la ilustración se ve a una mujer-infusión que poco a poco deja diluir su cuerpo en el interior de una taza humeante; por su mirada melancólica, se diría que con resignación. De su trenza cuelga la etiqueta con la marca, como si toda ella fuese un producto mercantil, y el jugo pardo que desprende es consumido por un ser sin rostro que exhibe alrededor de su cuello una muela como si fuese un trofeo o una joya. Es decir: la ilustración, en sí misma, ya es un relato.
La muela es un retrato abrumador del desencanto de una generación que cayó en la trampa del neoliberalismo; del grupo de jóvenes —que ya han dejado de serlo aunque sea duro admitirlo— a quienes engañaron diciendo que estudiando triunfarían, pero a quienes nadie dijo que, sin padrinos y sin quebrantar leyes, solo serían el abono con los que otros engordarían su «estado de bienestar», ya que nunca accederían por sus propios méritos a una vivienda digna ni a un trabajo digno; ni siquiera a una vida digna, porque llegaron demasiado tarde a todo.
La muela, de @RosarioVillajos, es un retrato abrumador del desencanto de una generación que cayó en la trampa del neoliberalismo. #Reseña: @AntonioTocornal @aristasmartinez. Share on XNo mencionaré si la autora cae en la tentación de acabar la historia con un happy end porque algo hay que dejarle al lector, pero si invitaré a descubrirlo.
Rosario Villajos nació en Córdoba en 1978. Dedicó su infancia exclusivamente a dibujar, leer y ver películas. Formada en Bellas Artes, ha trabajado en la industria musical, cinematográfica, artística y hostelera. Se dio a conocer en las redes por sus dibujos hechos con pelo en la ducha. Gran parte de su trabajo artístico tiene la marca de lo efímero y escatológico, de lo que no podrá ser reciclado ni restaurado. Ha vivido en ocho ciudades diferentes, entre ellas Londres, donde obtuvo un récord de permanencia de siete años. Actualmente, trabaja cuarenta horas a la semana para el departamento digital de una editorial científica y tiene veinticinco días de vacaciones al año.
En 2017 publicó la novela gráfica FACE (Fanfare – Ponent Mon) y en 2019, Ramona (Mrs. Danvers), su primer libro con más de tres mil caracteres.
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