Con Los poemas menguantes, primera publicación no académica de Alfonso Larrea, este joven autor entra con pie firme y paso seguro en la literatura. Viene de la mano de Tierra Trivium, que nos ofrece una edición tan cuidada en lo externo como en sus aspectos internos (el genial epílogo de David Llorente al que aludiremos en un par de líneas). No merece menos. Auspiciado por algunos premios literarios y por una formación que se adivina sólida, tanto como abundantes sus lecturas, en ese «amor a la palabra» que subyace literalmente en la filología, Larrea ofrece al lector una serie de poemas de una audacia apabullante y una búsqueda chocante de la forma sintética y perfecta. Sorprenden y sacuden, sí, Los poemas menguantes, también por su madurez, si se tiene en cuenta la edad del autor. Detrás de ellos hay una profusa labor limae, una dedicación de escultor o de orfebre que pule hasta la saciedad el último detalle de su obra.

Sorprenden y sacuden @lpmenguantes de @alarreag, que entra con pie firme y paso seguro en la #literatura. Cuidada edición de @TierraTrivium y genial #epílogo de David Llorente @smrtelna. #LecturaRecomendada: @rosaggv. Clic para tuitear

Desde el punto de vista temático, los universales de la poesía sobrevuelan como libélulas las páginas de Los poemas menguantes: la propia identidad, la nostalgia, el paso del tiempo, el amor o el desamor personificado en una segunda persona de singular (¿una mujer?, da lo mismo), las pérdidas, el pasado, las expectativas de futuro. Y también, no sólo como metáfora, sino también como protagonista, un mar omnipresente que se adueña, abrumador, de las últimas páginas de la obra de Larrea, repartiendo todo su poder destructor en un crescendo de ruido, de olas y de tempestades hechas de palabras. Hablamos del último poema, uno de los muy pocos que cuentan con título propio más allá de la numeración romana de toda la primera parte: con «Pero la mar también eres tú» asistimos a un alarde de manejo del lenguaje extremo, donde las palabras asumen el crecimiento de una pleamar física, gráfica, muy clara. Sobrepasan, incluso, la altura del lector, desbordan todo lo que le rodea. Lo hunden, al fin, en un naufragio asfixiante y lo sacuden de un lado a otro, mientras pelea por salir o se deja vencer en la violencia agotadora del torbellino. Y, por fin, en la pieza final, que ostenta el enigmático título «90; 11; 15» Larrea lleva al lector al estado maltrecho del náufrago arrojado a una orilla calma, a salvo, pero mareado y confuso. O como el pedazo de plástico que el mar ya no quiere, si los pedazos de plástico tuvieran conciencia o dudas o confusiones.

Detrás de @lpmenguantes hay una profusa labor limae, una dedicación de escultor o de orfebre que pule hasta la saciedad el último detalle de su obra. @alarreag @TierraTrivium #Reseña de @rosaggv. Clic para tuitear

Tal es la danza bestial que emprende el lenguaje en Los poemas menguantes. El poeta sabe, y así lo señala el entusiasta epílogo al preguntarse por la razón que subyace al título del poemario, reducir ritmo, lengua y vocabulario a la mínima expresión. Estamos de acuerdo: Larrea toma el lenguaje y lo mima, pero luego lo oprime, lo estruja, le saca todo el excedente. Lo reduce a lo esencial en un mundo (y en un mundillo, el literario) en el que se lee poco, se escribe mucho y se publica, las más de las veces, demasiado. Con Los poemas menguantes asistimos a una primera explosión de talento pulido, resultado de una profusa labor limae que resulta, a mi entender, el único modo respetuoso de acercarse al hecho poético. En tanto que la poesía es uno de los pocos caminos para acercarse al infinito (lo dice también David Llorente), se trata también de un lenguaje místico, casi sagrado. Paradójicamente, Alfonso Larrea respeta tanto más la poesía cuanto más rompe las palabras, las masacra y las secciona en pedazos imposibles para volver a juntarlas en connotaciones y ritmos sorprendentes.

@alarreag toma el lenguaje y lo mima, pero luego lo oprime, lo estruja, le saca todo el excedente. @lpmenguantes, una primera explosión de talento pulido, el único modo respetuoso de acercarse al hecho poético. @rosaggv @TierraTrivium. Clic para tuitear

Si pronunciar, conforme a una creencia tan antigua como el ser humano, es crear, el autor de Los poemas menguantes es un creador con todas las de la ley. Entre sus páginas fluye una sensualidad rozagante («un hormiguero / nace y bulle bajo tus piernas»), imágenes de un poder evocador tremendo («me había crecido una piel de niño que sufría / trepando por mis pies como raíces», «la percha vacilante / esperando mi disfraz», «ondas de fruta en las sábanas»…) y neologismos que van delante de la vanguardia (ensalitrando, lumpendamnificado, abismoabismo…).

Lejos de exigir una explicación o una interpretación, Los poemas menguantes salen de la mano de su autor para golpear directamente contra el rostro del lector. Se opondrían, con toda la resistencia del buen arte, a una versión unívoca. Tomemos, por tanto, este poemario como lo que debería ser cualquier poemario que quiera serlo: un juego de colores, de imágenes audaces, de ritmos descarados, una sinfonía de recursos que abrazan emociones universales, aunque lo intrincado de la expresión de Larrea haga temer a veces por la comprensión del contenido. ¿Qué importa? La emoción, la capacidad para generarla, para reavivar voces que todos, si nos paramos a pensar y a observar el mundo (aunque esto puede resultar mucho pedir) llevamos en alguna parte entre el estómago y la corteza cerebral.

Tomemos el primer poemario de Larrea como un revulsivo de emociones. Y esperemos el segundo.

Tomemos el primer poemario de @alarreag como un revulsivo de emociones. Y esperemos el segundo. #Reseña: @lpmenguantes, @TierraTrivium. Epílogo de @smrtelna #LecturaRecomendada por @rosaggv. Clic para tuitear

Los poemas menguantes, de Alfonso Larrea: reinventar el lenguaje para aproximarse al infinito

 

 

 

 

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Reseña Rosa García Gasco

Montaje de la portada de la reseña: David de la Torre

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