En el mundo de Lovecraft Country, el racismo es un tema perenne y en una época en que la sensibilidad colectiva se ha transformado en algo por momentos incómodo y una presión insistente, la mera idea de una serie que combine el concepto del prejuicio con el de criaturas monstruosas puede resultar forzada, dolorosamente evidente y, al final, incluso tediosa. Después de todo, Watchmen de HBO profundizó en el tema con un trasfondo que meses atrás ya resultaba retorcido e incluso forzado.

Nueva entrega de #LosSumarios de @Aglaia_Berlutti. Hoy, el tercer episodio de #LovecraftCountry, #HolyGhost, sin #spoilers. Sobre el #racismo y los temores colectivos. @LovecraftHBO. Clic para tuitear

Damon Lindelof se enfrentó a todo tipo de críticas sobre la forma en que moduló la tensión social estadounidense a complacencia e, incluso, se le llamó a su intentó por adaptar el mundo de Alan Moore y Dave Gibbons a una versión moderna, una nueva forma de forzar la barra hacia las grandes discusiones sobre temas álgidos. El showrunner no negó ni admitió sus intenciones, pero el mero hecho de mostrar al icónico doctor Manhattan como un hombre afroamericano  — o en todo caso, su decisión de parecer uno —  enardeció a los que consideran suficiente la obligatoriedad de la discusión cultural. La serie cerró en medio de un encendido debate sobre lo que se llamó su artificial giro de trama, en especial la manera en que pareció forzar las líneas argumentales de la historia seminal para hacerla coincidir con inquietudes de la última década.

#LovecraftCountry se enfrenta al espectro de una discusión dolorosa a nivel social y al desconcierto de un público que sigue sin entender del todo la necesidad del debate del #racismo como un hecho sistémico. @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

De modo que Lovecraft Country se enfrenta no sólo al espectro de una discusión dolorosa a nivel social, sino al desconcierto de un público más amplio que sigue sin entender del todo la necesidad del debate del racismo como un hecho sistémico. A algo semejante debió enfrentarse el escritor Matt Ruff cuando el libro original en que se basa el programa televisivo irrumpió en las librerías con una clara intención provocadora. Lovecraft es un escritor esencial para comprender el terror norteamericano y también, es una mirada durísima al arte que se sostiene sobre los dolores culturales de su autor. Entre ambas cosas, Ruff encontró un espacio de debate y creó una obra sorprendente de enorme valor argumental e histórico que logró unir líneas complicadas y abrir frentes de debate. ¿Qué necesitaba la historia que narró para ser creíble, dolorosa, inevitable?

Lovecraft Country (tercer episodio): el racismo y los temores colectivos en Lovecraft

Lo que ahora convierte a Lovecraft Country en un extraño suceso, quizás. El tercer capítulo de la temporada, «Holy Ghost», plantea desde ya la perenne percepción del monstruo humano, pero esta vez, coloca a Atticus, George y Leti en un Ardham de pesadilla, que además, es la patente encarnación de algo más inquietante y duro de asimilar. La serie bulle en monstruos y también en la concepción que depende de esa noción de lo sobrenatural mezclado con lo humano para sustentar su argumento. Si en el capítulo dos, William (Jordan Patrick Smith)  — ese extraño mayordomo de ambiguas intenciones —  era la encarnación de los terrores patentes, es evidente que en «Holy Ghost» el silencioso tránsito hacia la raíz de todos los secretos de Ardham es más cercano que nunca. Quizás no se trate del hecho de temer a unas criaturas reales, sino de esa sensación de que algo va muy mal en un pueblo donde nada es lo que parece, ni siquiera el tradicional racismo, prejuicio de la Norteamérica profunda, también aquí, en Lovecraft Country. Porque la serie toma la difícil decisión de usar los códigos incómodos de la crítica y crear algo más complicado y venenoso: los personajes saben que algo va mal por el mero hecho de que la violencia no es evidente y ese es, quizás, el sentido más profundo y poderoso de este extraño recorrido por los horrores de un país que trata de no mirarlos.

Lovecraft Country (tercer episodio): el racismo y los temores colectivos en Lovecraft 1

#LovecraftCountry bulle en monstruos y también en la concepción que depende de esa noción de lo sobrenatural mezclado con lo humano para sustentar su argumento. #LosSumarios de @Aglaia_Berlutti: tercer episodio @LovecraftHBO. Clic para tuitear

De nuevo, Lovecraft está en todas partes y quizás, la mirada más directa a esa suprapresencia  — por encima y entre las concepciones que la serie maneja a medida que los monstruos reales muestran su rostro —  es esa percepción que el escritor siempre tuvo: que la realidad es temible a la manera de lo desconocido. Después de todo, Lovecraft escribió cuentos y relatos sobre terrores que jamás pudo describir del todo, por invisibles, por titánicos, por incomprensibles para la mente humana. En el tercer episodio de Lovecraft Country, la concepción del miedo es la del escritor: los personajes comienzan a comprender que hay algo latente detrás de los colores impecables de casas y mansiones, de las sonrisas amables y forzadas de los lugareños, de esa región en sombras en que se encuentran atrapados. Y qué cualidad lovecraftiana tiene esa vuelta de tuerca en la que nada es lo que parece. Semejante a la mente del escritor, que no confiaba en nadie ni en nada, que detestaba la diferencia por el mero hecho de existir y por la necesidad de romper el orden maníaco de su manera de concebir el mundo.

Hace unos años, el escritor Michel Houellebecq insistió en que Lovecraft era el escritor norteamericano que mejor medró en los temores colectivos:

Paradójicamente, el carácter de Lovecraft es fascinante en parte porque sus valores eran completamente opuestos a los nuestros. Era fundamentalmente racista, abiertamente reaccionario, glorificaba las inhibiciones puritanas y evidentemente encontraba repulsivas todas las manifestaciones eróticas directas. Resueltamente anticomercial, despreciaba el dinero, consideraba la democracia como una idiotez y el progreso como una ilusión. La palabra «libertad», tan apreciada por los estadounidenses, le provocaba solo una carcajada triste y burlona. A lo largo de su vida mantuvo una actitud típicamente aristocrática y despectiva hacia la humanidad en general, junto con una extrema amabilidad hacia los individuos en particular.

En Lovecraft Country, la percepción sobre la diferencia es la misma: el racismo no es sólo un monstruo en las sombras. Es una criatura malvada y temible que acecha en la oscuridad y que en el tercer capítulo está a punto de comenzar a devorar con glotona felicidad a sus víctimas.

 

 

Un artículo de Aglaia Berlutti

Portada: David de la Torre

 

 

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