Con Y todos estábamos vivos de Olvido García Valdés la revista MoonMagazine inicia su sexta edición de nuestras estivales reseñas centradas en la poesía. Esta autora asturiana (Santianes de Pravia, 1950) licenciada en filología romana por la Universidad de Oviedo y en filosofía por la de Valladolid, es también una gran crítica cuya labor no solo abarca la poética sino al arte en general. Su obra viene jalonada por importantes premios: así Exposición gana en 1990 el Premio Ícaro de Literatura y en 1994 Ella los pájaros el Premio Leonor. Otros poemarios suyos son Caza nocturna (1997) y Del ojo al hueso (2001). En 2007 obtiene el Premio Nacional de Poesía. Además traduce a Pier Paolo Pasolini, ha escrito el ensayo biográfico Teresa de Jesús y colabora en antologías poéticas como El canto y la ceniza.

Para la poeta jiennense Erika Martínez, «la poesía es una aleación afilada de luz y oscuridad». Olvido García Valdés, en sus íntimas vibraciones de poeta que logra comunicar desde sus versos, nos descubre precisamente ondas de luz que —llegando hasta la más densa penumbra de la mente— logran el portento de desvelar un pensamiento nítido, traslúcido e intenso. Que la poesía es también capaz de colorear la vida aparece en Y todos estábamos vivos cuando la autora crea un diálogo con esos insólitos lugares poéticos que expone a la claridad, alumbrando incluso los espacios de la muerte.

El argentino Roberto Juarroz advertía cómo «la poesía es una visionaria y arriesgada tentativa de acceder a un espacio que ha desvelado y angustiado siempre al hombre: el espacio de lo imposible a veces parece también el espacio de lo indecible». Empeñados en desterrar a Dios de nuestras vidas (casi lo hemos logrado), la poesía esencial —este poemario entra en esa categoría— pasa a convertirse en una celosa guardadora de los misterios de la existencia… Pero, ¡ay!, es igualmente desatendida por esa deicida mayoría…

El lector actual de poesía (escaso pero pertinaz), perdida su fe en las retóricas, encuentra en el tono destemplado, en los mensajes de las estrofas de esta asturiana (con admoniciones que, partiendo de lo menos habitual, prolongan y ejercitan la imperiosa angustia de poseer la realidad) casi el ideario de un radical proyecto de vida para estos tiempos asesinos. Vates como Olvido García Valdés encuentran en la poética una forma de vida que, como la fe, no se elige. Se puede buscar, pero es ella la que decide a quien ofrecerse; es la poesía misma quien posee a sus elegidos.

«Vates como Olvido García Valdés encuentran en la poética una forma de vida que, como la fe, no se elige». Y todos estábamos vivos. @TusquetsEditor. #Reseña de Manu López Marañón, que vuelve a vestir de poesía nuestra luna. Clic para tuitear

Los lectores de Y todos estábamos vivos descubrimos cómo el poeta Juan Gil-Albert no erraba cuando avisó que «la poesía no es el sustento de la vida, es su consustancialidad»; también cómo acertó Jaime Gil de Biedma al afirmar que «la poesía me parece una tentativa, entre otras muchas, por hacer nuestra vida un poco más inteligible, un poco más humana». Buscar y encontrar íntimos soportes para lo cotidiano, y desde su humanidad hacerlos inteligibles, es lo que ha conseguido la eminente poeta que es Olvido García Valdés.

El extenso y denso poemario que ha resultado ser Y todos estábamos vivos viene dividido en tres partes:

1. «LUGARES»

A los cuarenta y un poemas que componen esta parte inicial vamos a agruparlos de dos maneras.

Una primera, atendiendo a las principales sensaciones que recogen:

Dentro de las sensaciones positivas, agradables, encontramos esa nueva mirada que da el amor [4], el amor cómplice y cercano [6], el amor compartido [8] y su búsqueda [27]; la superación del sufrimiento [10]; los efectos de la convalecencia [12]; el descubrimiento de lugares ideales [17]; y la buena compañía [29].

[17]

Un alma pájaro vuelve y te llama,
vuelve diciéndote: ven, vamos
por el sendero este, junto al arroyo. Lo oyes
como si el canto llegara desde lejos, sin
abrir los ojos dejas que lo repita: el sendero este
junto al arroyo. Un lugar así te parece
de cuando recios pies no hollaran aún la hierba,
de antes de que el río bajara tan oscuro y aquel cuerpo
flotara junto a varas de mimbre. Qué despacio recuerdas 
y vuelves, es del gozo ese canto, no
ruiseñor ni mirlo sino otro más tuyo, pájaro
que llamara a la senda y frescura. Ya voy, ya
voy, vas a decirle, y te demoras por oírlo de nuevo.

Con sensaciones más bien desagradables topamos cuando Olvido García Valdés nos habla del desgaste del tiempo [1]; del existencialismo [19]; del dolor [21]; la soledad [23]; la desgracia [33]; el vacío vital [36]; el desconcierto [37]; los inanes deseos de escapar [39] y de la muerte [40]-[41].

[23]

la cara que se le queda cuando se queda
a solas, la cara que se es,
la expresión que rodea los párpados,
los ojos que se es, cierto
temblor, un velo,
			piel hilando
ojo y mejilla, además del óvalo
y cabeza, del rictus
de la boca piel que guarda
el ojo en su cuenca y lo protege, que
desciende y ladea por pómulo
y mejilla, cualidad quebradiza
que se queda

Una segunda manera sería agrupar poemas de naturaleza descriptiva que desarrollan una metáfora (más o menos evidente):

A árboles descuajados corresponde la indiferencia [3]; la vaca genera ensimismamiento [5]; el trino de un mirlo se asocia a la esperanza del solitario [7]; una cuadrilla de albañiles o la verdad interior frente a la fachada [11]; unas sandalias llevan a unos pies pesados como fardos [13]; el lluvioso noviembre, fértil en afectos [15]; la canícula agosteña despierta instintos de supervivencia [18]; un árbol dentro de una habitación plantea la realidad de la ficción [20]; la bandada de pájaros despierta la música [22]; el retrato de un padre se convierte en obsesivo [24]; motivos pictóricos surrealistas generan nihilismo [25]; el corazón o el centro de la vida [26]; la luna de marzo alumbra la inmortalidad [28]; una higuera es el tránsito de una vida [30]; la expresividad animal se contrapone a la humana inexpresividad [31]; en un hormiguero se encuentra la vida [32]; dos trenes cruzándose son incomunicación y desconfianza [34] y una viuda el paradigma de la sabiduría [38].

[24]    

era mi padre el rabino, el campesino
de pie rojo y mano
y rostro rojo como sol
en el sueño encendido, ladeada
la boina, alas la manta, piedra
de apoyar la cabeza, sol
y gajo en el sueño la cóncava
luna, visitante profundo
de la cóncava noche

2. «NO PARA SÍ»

Las veintiocho composiciones de esta segunda parte de Y todos estábamos vivos son de carácter autobiográfico. Cada una resulta ser las páginas de un íntimo diario (muy centrado en todo aquello que define la exigente —y, a la vez, gratificante— aventura de ser poeta) enumerando los necesarios atributos para el arduo quehacer poético, el mayor compendio de belleza, sabiduría y precisión que podemos encontrar en el lenguaje escrito:

La música arrollando la idiotez [1], la individualidad frente al género [2], la no maternidad: nostalgia y castración [3]-[14], la preferencia por lo cotidiano de la vida [4], el confort doméstico y la memoria [5], saber decir que no [6], la importancia de la luz [7]-[8]-[9], la excepcionalidad [10], las percepciones de los cinco sentidos [11], un cerebro titubeante y ensimismado [12], el desdeño de los placeres físicos [13], la regeneración [15], la supervivencia [16], la voz y el silencio creativo [17], la resignación [18], la esperanza [19], la liberación femenina [20], la nostalgia y la fértil memoria [21]-[25], la limitación temporal del arte [22], la libertad [23], la percepción del tiempo [26], la exaltación [27] y la incomunicación [28].

[17] 

Por suerte la voz está educada,
es autónoma, preguntas y
respuestas de entonación pertinente
y vivaz. Lo que no es voz se repliega
y aguarda, a la espera de que el ruido
cese, de que vuelva el silencio.
Es física la voz,
la retirada hormigas y
penumbra, acurrucado
daño no es voz.  

3. «SOMBRA A SOMBRA»

En esta última parte encontramos treinta y un poemas que insisten en la personalidad de la mente artística, pero también —y a modo de síntesis— vuelven los versos de sensaciones y naturaleza descriptiva que nos habían ya seducido en «Lugares»:

La llegada de la noche [1]; la soledad del poder [2]; enero y la muerte [3]; la flora y la fauna [4]; la ciudad ignota [5]; la movilidad y el sigilo [6]; las efusiones de marzo [7]; las facciones de la muerte [9]; la multitud [10]; el dormir y el sueño [11]; la deshumanización en el arte [12]; los actores y la muerte [13]; la desolación [14]; el estupor ante el arte [15]; las edades de la mujer [16]; el arte y el pensamiento funcional [18]; la carretera y la muerte [21]; las frases hechas [22]; el pequeño huerto [24]; la insolidaridad [25]; la herencia y el destino [26]; la vida al día [27]; la ternura [29]; la fusión con la naturaleza [30] y [31].

[24] 

En la salida de la M-40, dirección A-6,
en los desmontes entre la autopista
y el acceso —tierra de nadie—,
un pequeño huerto cultivado.
Al lado del chamizo
arranca malas hierbas. Pide
a la tierra la vida, quizá setenta años,
ruega a Perséfone. Casa y huerto. Sentir
el sol. El túnel enseguida húmedo y largo.

La buena poesía prolonga y ejercita la imperiosa angustia de posesión de la realidad. A Olvido García Valdés cada poema la enriquece en su ser, pero no solo a ella: cada verso suyo es una trampa donde cae un nuevo fragmento de la realidad que a sus lectores nos toca desvelar (y asumir). Y todos estábamos vivos es el poemario ideal para arrancar este nuevo verano lector sin crímenes.

Como cada verano, damos inicio a la temporada poética con nuestro compañero Manu López Marañón, que nos presenta un poemario exquisito: Y todos estábamos vivos, de Olvido García Valdés. @TusquetsEditor. Clic para tuitear
Y todos estábamos vivos. Olvido García Valdés. Tusquets (2006)

Y todos estábamos vivos

Olvido García Valdés

Tusquets, 2006

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Reseña de Manu López Marañón

Portada de la reseña: Jone P. Cárdenas

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