Con Es tan culpable el que canta para no oír a los fusiladores que los fusiladores, Amargord Ediciones saca a la luz el nuevo poemario de Ángel Padilla. Bien consolidado en la crítica y la denuncia, de una clara y bien conocida tendencia animalista (aunque las etiquetas sean odiosas, pues raramente recogen con eficacia un concepto), el poeta valenciano se mueve con extrema comodidad en lo que otros críticos denominan «poesía de la calle».

Es tan culpable el que canta para no oír a los fusiladores que los fusiladores, de @AnimalPadilla, @Amargord: un golpe vibrante y musical en la conciencia de los que duermen. #Reseña: @rosaggv. Clic para tuitear

No resulta difícil entender la razón: a lo largo de la veintena de poemas que integran esta colección, como ya hiciera en los numerosos pasajes líricos de su particular novela Mundo al revés (que tuvimos ocasión de disfrutar hace menos de un año), Padilla muestra un manejo de ritmos audaces, otorgados por el astuto uso de la palabra, no por la métrica estricta; un gusto por la sonoridad y la vibración de los términos, que no elige el azar y una capacidad de rascar en las emociones del que lee, por medio de la alternancia con la prosa poética, minoritaria (la de «Cifras» o «palabras verdaderas recogidas del Facebook»), frente a la mayoría de los poemas, con un ritmo contundente, seco, que el propio poeta compara, en conversación amistosa, con el traqueteo de un tren que conduce a nuestros hermanos menores al matadero.

Nos imaginamos a Ángel Padilla componiendo, siempre, con la vista puesta en la recitación de sus versos, al estilo de un poeta antiguo, un rapsodo, cuya obra alcanza su máxima expresión, su verdadero sentido, pronunciada y ejecutada delante de una audiencia. Es lo propio de una poesía que, lejos del mero entretenimiento, aspira a lo que su autor, y también quien suscribe esta reseña, considera el propósito  mayor del arte: conmover, sacudir, remover, agitar, cambiar el mundo como el rayo que destruye para crear. «Un relámpago también llega a la raíz», dice el yo, inseparable del poeta, en su «Balada del mes de mayo».

Nos imaginamos a @AnimalPadilla componiendo con la vista puesta en la recitación de sus versos, al estilo de un poeta antiguo cuya obra alcanza su máxima expresión pronunciada y ejecutada delante de una audiencia. @rosaggv @Amargord. Clic para tuitear

La vibración de las palabras, la música de su ordenación, es el motto de Padilla. Pasa por encima de la métrica tradicional, ya lo hemos comentado. Pasa muy por encima de la gramática, que queda supeditada del todo a las sensaciones que aspira a general en el lector el poeta, jugando con una cadena de ideas hechas verbo. Y se hermana con la música jazz, en tanto que, desde el propio título, apuesta por lo inesperado, por la ruptura, como reflejo fónico y musical de la realidad denunciada. La del mundo de los indiferentes, la de la tierra que arde, la de la esclavitud involuntaria de los animales y la buscada por los que se duermen, adormecidos por el tiroteo de los cazadores.

Y para esta denuncia, Padilla juega con imágenes maravillosas. Las más dulces, como la del amor absoluto en «Balada del mes de mayo» («Has crecido una amapola en mi armadura…»), y las más crudas, como la enumeración de lo que se oculta tras los eufemismos relativos al «sacrificio animal» en «Cifras» (ésos que su interlocutor se niega a oír, cobijándose bajo la colcha blanda del mirar para otro lado).

Si hubiera que reducir a unas pocas palabras el tema principal de Es tan culpable..., podríamos atrevernos a acudir, tal vez, a esa figura omnipresente: la de los cazadores, paradigma universal de la violencia contra las especies que el hombre ha decidido inferiores, de la indiferencia frente a los inocentes. Pero, cuidado: Ángel Padilla nos advierte repetidas veces a lo largo del poemario: cerrar los ojos o mirar hacia otro lado no nos hace menos culpables. Esconder la realidad no hace que desaparezca y, aunque la belleza de la tierra siga mostrándose, generosa en medio de tanta destrucción («Margarita de los tiempos, / tú vuelves a crecer igual de blanca»), resuena un mazazo repiqueteante a lo largo de todo el libro: «Los cazadores somos todos y todas / mientras haya cazadores». No nos quedemos adormecidos: leamos Es tan culpable…, escuchemos a Padilla en la calle y en las redes. Parémonos a mirar el mundo. ¿De verdad podemos dejar que otros rijan nuestros destinos y permanecer callados ante la injusticia? El resultado de negarse a ello, dice «Me acerco a los jóvenes», sería el caos.

#Reseña #poemario Es tan culpable…, de @AnimalPadilla. Los cazadores, paradigma universal de la violencia contra las especies que el hombre ha decidido inferiores. @rosaggv @Amargord. Clic para tuitear

Podría ocurrir, sin embargo, que al cerrar el libro uno tenga la sensación de creer, por fin, que ese caos, que implica un tremendo poder destructivo, es, ante todo, creativo. De los escombros de las barreras que levantan entre habitantes de la tierra los seres humanos: así es como ha de surgir un mundo nuevo.

Es tan culpable el que canta para no oír a los fusiladores que los fusiladores

Ángel Padilla

Amargord Ediciones

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Reseña: Rosa García Gasco
Montaje de la portada: David de la Torre

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