Jardiel, un escritor de ida y vuelta, en el Teatro María Guerrero

Reír, reír, lo que se dice reír, no. Algo mucho mejor. Jardiel tiene la ingenuidad de un niño. Jardiel te dibuja la sonrisa en la cara porque estás observando las travesuras de unos niños grandes. No pueden hacerte daño porque no se toman la vida en serio. Corazones con freno y marcha atrás, han renunciado a madurar. Donde esté el juego, que se quite la vida del adulto.

Enrique Jardiel Poncela.

Ahí radica su humorismo a la defensiva. Nunca el chiste se dirige a los demás. No hay sarcasmo, no hay sátira. Sus chistes, su evasión, protegen una sensibilidad exquisita. Jardiel pasó por la vida sin mancharse, como Federico.

Cuenta su nieto, Enrique Gallud Jardiel, que, en medio de la vanguardia, Federico miraba a los ojos a Jardiel, y le decía: “de todo esto, solo quedaremos tú y yo”.

Todo el lujo, todo el glamour, toda la alta comedia, todo el cartón piedra, todo el papel cuché… pero también todo el ingenio, todo el placer de lo lúdico, toda la risa sobre las cosas espantosas, sobre lo sutil, sobre lo grueso y sobre lo inevitable.

La otra generación del veintisiete, la del humor, no eligió la escondida senda del arte, sino la vida en los quioscos, las tablas y el cine. Ramón los capitaneó. Y la greguería recobró vida en Tono, Jardiel, Mihura, Neville, López Rubio y K-Hito. La greguería, ese juego verbal inofensivo, descubre la comicidad absurda de lo cotidiano. Es el gran existencialismo de nuestro tiempo.

Jardiel, un escritor de ida y vuelta

Ernesto Caballero adapta y dirige en el Teatro María Guerrero, en Madrid, Un marido de ida y vuelta (1939), de Enrique Jardiel Poncela. Fiel al estilo de su autor, que solía anteponer verdaderos prólogos a sus obras, Caballero escribe un preámbulo y dos entreactos en los que el mismo Jardiel nos explica algunos pormenores de su existencia, particularmente respecto a sus últimos días, a su relación con las mujeres… y a su falta de compromiso político con la República.

Cartel de la película “Un marido de ida y vuelta” (1957), de Luis Lucía, con Enma Penella, Fernando Fernán Gómez y Fernando Rey.

Es cuestionable la necesidad de excusarse por representar una obra de Jardiel, pero se ha convertido en un tópico ya muy difícil de resistir. No molesta, no obstante. Ernesto Caballero rompe la fiesta tras el segundo acto: todos los personajes se vuelven contra Jardiel y le reprochan su relativismo político. Jardiel tiene entonces la oportunidad de pronunciar un alegato en su defensa y a favor del humor.

Todo bien orquestado, como se ve, un poco evidente, pero en favor de la complejidad del autor-personaje. Es cierto, un episodio que podría parecer forzado, gracias al buen hacer de los intérpretes y del director, queda de lo más oportuno. Se produce un fuerte contraste: nos estamos riendo, pero hay un fondo tácito de tragedia y, por unos minutos, las sonrisas se congelan.

No es la única referencia metateatral del montaje. El prólogo que firma Caballero propone la siguiente situación: Jardiel, casi en la ruina, acaba de morir. Se encuentra entonces con Eloísa, que le reprocha no haberle permitido ser un personaje como es debido, haberla tenido siempre debajo de un almendro. Jardiel trata de congraciarse e, incorregible, de seducirla. Le propone entonces, puesto que todo es posible en el teatro, que ambos representen los papeles protagonistas de Un marido de ida y vuelta (que en la versión de Caballero toma el nombre de Jardiel, un escritor de ida y vuelta). Da entonces comienzo el primer acto, en el que Jardiel y Eloísa representan los papeles de Pepe y Leticia.

Jacobo Dicenta interpreta a Jardiel/Pepe. Lucía Quintana es Eloísa/Leticia

La espectacular escenografía de Paco Azorín reproduce sobre el escenario la impresionante arquitectura interior del Teatro María Guerrero. El espectador se encuentra frente a una imagen especular de la platea, el anfiteatro y los palcos.

En definitiva, Pepe se muere, pero antes hace prometer a su mejor amigo, Paco, que no se casará con su viuda. Dos años después, su amigo rompe su promesa y se casa con Leticia. Entonces el espectro de Pepe se presenta en la casa…

La obra perdió su título original, Lo que le ocurrió a Pepe después de muerto, pues antes del estreno la primera actriz sugirió que en el título no podía mencionarse la palabra muerto. Y Jardiel, complaciente, lo cambió.

Este argumento fue motivo de disgusto para Jardiel. Más concretamente, lo fue el hecho de que coincidiera sospechosamente con la trama de Blithe Spirit (Un espíritu burlón), que Noël Coward estrenó en 1941 –dos años después del estreno de la obra de Jardiel–.

La obra de Coward se ha convertido en uno de los clásicos de la comedia en lengua inglesa. Y la pieza de Jardiel es sin duda una de las comedias más logradas de su repertorio. No solo por su alto contenido cómico, sino también por su elaborado argumento, donde además de comicidad hay poesía (como ese tercer acto en el que Leticia descubre que era muy feliz regañando con Pepe). Contiene también algunas de las muestras más elaboradas del ingenio de Jardiel: ¡Que no entre el médico, que quiero morir de muerte natural!

Un gran texto, pues, una producción impecable del Centro Dramático Nacional, una dirección excelente y un numeroso elenco en estado de gracia. Jacobo Dicenta (Pepe/Jardiel), Lucía Quintana (Leticia/Eloísa) y Paco Ochoa (Paco, el tercero en discordia) constituyen un trío brillante. Paco Déniz da vida a Elías, un mayordomo memorable. Por si fuera poco, Paloma Paso Jardiel, nieta del autor, interpreta a Etelvina, la anciana tía que se presenta sobre un diván vestida de maja. Magnífico el vestuario de Juan Sebastián Domínguez.

No encuentro ningún motivo para perdérsela.

Teatro María Guerrero, Madrid

Autor: Enrique Jardiel Poncela.

Versión y dirección: Ernesto Caballero.

Reparto: Chema Adeva, Felipe Andrés, Raquel Cordero, Paco Déniz, Jacobo Dicenta, Luis Flor, Carmen Gutiérrez, Paco Ochoa, Paloma Paso Jardiel, Lucía Quintana, Cayetana Recio, Macarena Sanz, Juan Carlos Talavera, Pepa Zaragoza.

Producción: Centro Dramático Nacional.

Escenografía: Paco Azorín.

Iluminación: Ion Aníbal.

Vestuario: Juan Sebastián Domínguez.

Música: Luis Miguel Cobo.

Reseña de Alfonso Vázquez