La Red Púrpura, de Carmen Mola, según Teresa Suárez.

 

No es normal que la BAC (Brigada de Análisis de Casos) se haga cargo de un caso que se inicia en ese momento […] Son un departamento especial del cuerpo que se encarga de investigaciones que se tuercen, unas veces por incompetencia de los policías que las llevan o porque se sospeche que haya intereses personales de los agentes; otras, simplemente, porque se han ido embarullando de tal manera que es difícil deshacer los nudos… En Estados Unidos los considerarían una especie de superpolicías, en España […] solo son los que se comen los marrones después que los demás, los que no tienen ya nadie en quien delegar.

La novia gitana, Carmen Mola

 

La BAC lleva meses investigando a la Red Púrpura, una organización criminal que trafica en la Deep Web, el «internet profundo, indetectable y siniestro», con vídeos de torturas y asesinatos. En la campaña «Yo no soy tonto» de la Deep Web, las ofertas del día incluyen «municiones de AK-47, asesinatos por encargo desde veinte mil dólares —con la posibilidad de dar simples sustos por mucho menos dinero» y «tutoriales para hacer bombas caseras».

Dirige la BAC la inspectora Elena Blanco, cuyo hijo fue secuestrado a los 8 años por la Red Púrpura. Lastrada por el peso de la culpa, cuando la inspectora Blanco necesita anestesiarse suele ahogar sus penas en una copa de grappa italiana (que no es lo mismo que el orujo español) y cantar canciones de Mina, la Tigresa de Cremona, por los karaokes de Madrid.

Dependiendo de su estado de entumecimiento, sus noches de farra suelen terminar follando con desconocidos (propietarios de todoterrenos a ser posible rojos) en un lugar conocido (el parking situado debajo de la Plaza Mayor, lugar donde habita un piso de 200 metros que heredó de su abuela), anhelando que el sexo esporádico y sin complicaciones acabe con la insensibilidad que la ausencia de Lucas le ha provocado.

Hija de una familia bien, de cuyos hábitos reniega (pocos saben que es rica), aunque posee un Mercedes 250 Berlina gris perla, «que compró para viajar y que nunca mueve», para desplazarse por Madrid la jefa de la BAC utiliza un Lada Riva, «una joya de la automoción soviética», cuyo color, rojo por supuesto, habla de la importancia que esta tonalidad tiene para la protagonista.

El equipo de la inspectora Blanco está compuesto por Mariajo «la sexagenaria hacker» del grupo; Orduño, «que estuvo en los GEOS antes de que Elena lo captase»; Chesca, dura y nada empática con la gente; Zárate, «un hombre musculado, alto y fuerte» pero cuya«manera de llevar el uniforme en medio de todos ellos recuerda a un oficinista que se ha equivocado de destino», y el forense Buendía, «que no escatima nunca la verdad, ni siquiera para suavizar un poco».

No es La Red Púrpura un libro que destaque por un estilo florido. La ¿autora? reniega de cualquier adorno o artificio y se limita a utilizar un lenguaje neutro, claro y directo que no distraiga la atención del fenómeno delictivo, lo verdaderamente importante en La Red Púrpura, y las múltiples caras que éste puede adoptar: secuestro, trata de personas con fines de explotación sexual, apuestas ilegales, tráfico de drogas y asesinato.

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La escena del crimen. La Red Púrpura

Créanme, ésta es una de las mejores novelas que he leído en cuanto al tratamiento de la investigación criminal, cuyas fases (protección del lugar donde se cometió el delito, entrevistas preliminares a posibles testigos o víctimas, intervención de la policía científica para recopilar las evidencias existentes en el lugar de los hechos y que abarcan desde huellas dactilares y fauna cadavérica a fluidos biológicos tales como sangre, semen o saliva, preservar la cadena de custodia de las pruebas encontradas y, por último, análisis final de toda la información obtenida) la ¿autora? demuestra conocer muy bien («Tenemos tarea. Hay que buscar el pájaro azul, localizar en qué puntos de España había tormenta y algo más de lo que no hemos hablado: hay un cadáver de una chica que puede aparecer en cualquier sitio, hay que encontrarlo»).

La Red Púrpura es una de las mejores novelas que he leído en cuanto al tratamiento de la investigación criminal, cuyas fases Carmen Mola demuestra conocer muy bien. @Alfaguara_es #Reseña: Teresa Suárez Clic para tuitear

Refleja lo complicado que resulta no dejarse vencer por el desánimo cada vez que se llega a un callejón sin salida («Le gustaría que todo cuadrara como un puzle al que no le falta ninguna pieza, pero son tantas las pistas que no llevan a ningún lado, tantos los detalles que no saben leer y tantos los flecos que se van dejando que, a cada avance, la sensación es que no han llegado ni a arañar la verdad») y hay que volver a empezar de cero.

Destaca la importancia que la labor del especialista forense tiene a la hora de orientar la investigación («En un momento dado la chica perdió el conocimiento. La reanimaron inyectándole epinefrina, así que supongo que tenían experiencia […] Hablamos de profesionales que fueron modulando el nivel de dolor para que la víctima no acabara con su diversión antes de tiempo»).

Muestra cómo los policías, que a menudo deben enfrentarse a hechos de una violencia extrema, se ven obligados a no sentir para poder realizar su trabajo («ante la pantalla, han dejado a un lado los escrúpulos, han evitado la empatía con la chica que era torturada hasta morir, en busca de alguna pista en las imágenes que les revele quiénes eran esos hombres enmascarados, dónde se estaba cometiendo en realidad el crimen»), cómo el ser testigos, a diario, de lo peor del ser humano siempre, siempre, acaba pasándoles factura.

Incide en cómo la Victimología (ciencia que estudia a la víctima y su participación en el hecho delictivo, una de las disciplinas más recientes dentro del ámbito de las ciencias penales), proporciona nuevos datos que ayudan a interpretar la conducta criminal («Ha visto cual es el tipo de víctimas a las que acude la Red: Aisha, Aurora, dos chicas sin familia, que nadie reclamaría»).

Manifiesta un profundo conocimiento del mundo de la droga («La heroína ha vuelto a las calles […] Los nuevos adictos creen que, al no pinchársela, solo fumarla, están a salvo de lo que pasó en los ochenta y los noventa»), de la bajada de precio que facilita el consumo («por ocho o diez euros un yonki puede meterse su dosis diaria») y de las zonas donde se mueve en Madrid («los grandes clanes de la Cañada Real […] están sacando sus intereses de la zona […] En Carabanchel son los Gordos los que se han quedado con el negocio. Siendo grave la situación no es tan mala como en San Diego, en Vallecas, allí tienen censados treinta y cinco narcopisos en unas pocas manzanas»).

Deja entrever cierta desconfianza natural hacia los abogados que casi te hace sonreír al recordar la célebre frase del exconvicto Max Cady (interpretado por Robert de Niro en El cabo del miedo) cuando persigue al abogado Sam Bowden (Nick Nolte) que le defendió durante el juicio: «Abogado?… ¿Estás allí? ¡Abogadoooo!… Sal ratita, quiero verte la colita».

Da fe de un conocimiento tan profundo de barrios (Pan Bendito es «una de las zonas más deprimidas de Madrid […] Fue el típico barrio en el que se instalaron familias que llegaban de los pueblos a las ciudades en los años cuarenta y cincuenta. De esos sitios en los que la gente levantaba de noche su casa con unos cuantos ladrillos, unas chapas de uralita y la ayuda de los vecinos»), calles, plazas, locales («Van caminando hasta el Café del Río y se sientan en la terraza. Hay desde allí unas vistas maravillosas al Palacio Real, a la Torre de Madrid, al Edifico de España…») y pueblos de la sierra, del pasado y presente de lugares, de retazos de su historia («atraviesa la plaza de la Provincia, con el Palacio de Santa Cruz, el que muchos dicen que fue la cárcel medieval de Madrid y ahora es la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores»), que no puede ocultar su amor por Madrid, una ciudad siempre abierta y acogedora.

Y todo eso sin olvidar un tratamiento novedoso de la maternidad. Porque pese a ser madre por encima de todo, madre contra viento y marea, madre aunque todo indique que su retoño es un monstruo («la mirada de una madre a un hijo es concreta. No hay contexto ni ruido ambiental […] La maldad del mundo aletea por todas partes sin rozar siquiera al hijo modélico»), la ausencia del hijo, aunque suponga un dolor intenso, constante y siempre presente, no impide a la mujer continuar con una vida en la que existen otras muchas facetas.

Mola vs. Lemaitre

Por todo lo expuesto, voy a aventurarme a decir que tras el seudónimo de Carmen Mola se esconde una mujer, entre 45 y 60 años, madrileña (puede que no de nacimiento pero sí criada en Madrid), con conocimientos de criminología y cuya profesión, probablemente, está relacionada con una de las habituales en la escena del crimen (miembro de la Policía Judicial, Guardia Civil, o Policía Científica, Medica Forense o Magistrada-Juez de Guardia).

Cuando leí la última página y cerré el libro (algo que no hice hasta después de haber leído los seis últimos capítulos dos veces) sentí, parafraseando el famoso tango de Carlos Gardel, que fue un soplo la lectura, que 423 páginas no son nada y que ya ansío el momento de Volver, aunque sea con la frente marchita, al universo de esta autora que esconde su identidad bajo el racial nombre de Carmen.

No sabría decir si esta escritora tiene una voz propia o no, expresión habitual por estos lares, y que yo, la verdad, no termino de entender. Lo que sí puedo asegurarles es que esta Carmen, «mi» Carmen desde ahora, escribe con conocimiento de causa, brío, agilidad mental y esa misma pasión de la que hacía gala la Carmen más famosa de nuestro país (al menos hasta el momento), la gitana cigarrera de la Fábrica de Tabacos de Sevilla nacida de la pluma de un gabacho, Prosper Mérimée, y encumbrada por la música de otro, Georges Bizet… ¡tan francesa y sin embargo tan española!

Carmen Mola escribe con conocimiento de causa, brío, agilidad mental y esa misma pasión de la que hacía gala la Carmen más famosa, la gitana cigarrera de la Fábrica de Tabacos de Sevilla. La Red Púrpura @Alfaguara_es. Teresa Suárez. Clic para tuitear

Dado que he leído las novelas que componen la tetralogía dedicada a Camille Verhoeven (¡lo sé todo sobre le petit Commandant!), puedo asegurar a quienes comparan a Mola con Lemaitre que, salvo su sentido del humor (muy negro, muy bestia y muy presente en las novelas de la serie Camille), «mi» Carmen nada tiene que envidiar a «mi» Pierre.

Puesto que a las dos nos encanta Pregherò, en esta ocasión la banda sonora a La Red Púrpura la pone Adriano Celentano (¡tan guapo y tan intenso en este video!). Siguiendo la letra de la canción solo me resta decirles que…

 

Rezaré por ustedes,

que tienen la noche [lo negro] en el corazón,

y, si quieren, [me] creerán [y leerán esta novela].

 

La Red Púrpura, de Carmen Mola

 

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La opinión de Teresa Suárez

Diseño de la portada: David de la Torre