¿Es La respiración de Alfredo Sanzol un acto desesperado por recuperar a su ex? Algunos envían rosas, otros componen canciones. Hay quien acecha en el portal de casa…, y luego está Alfredo Sanzol, que escribe una comedia de una hora y cuarenta minutos con seis personajes, canciones y varios finales. Y va y la representa. Y no solo, sino que además recibe dos Premios Max: a la mejor autoría teatral (Alfredo Sanzol) y a la mejor actriz protagonista (Nuria Mencía).

Sostiene Sanzol que compuso La respiración para superar su propio mal de amor por la separación de su pareja. Hay en La respiración, en efecto, gozosas y agridulces lágrimas de amor que sirven para recordarnos lo mal que se pasa y cómo nos reímos con el tiempo de lo mal que lo pasamos. En estos casos sí se cumple estrictamente la fórmula de Groucho Marx: «tragedia más tiempo igual a comedia».

Mal de amor, pues, conjurado con una enorme dosis de humor. Comedia amarga que reúne lo trágico y lo cómico para dar mejor cuenta de la devastación en que consiste el desamor. Y para demostrar al mismo tiempo que la comedia debe «decir las cosas más importantes y profundas —tal y como sostiene Sanzol— sin que lo parezca».

No está nada mal para estos tiempos de arrebato contrarromántico en los que para hablar del amor es preciso ponerle un adjetivo. Sanzol reivindica el derecho a la tristeza de amor, ahí es nada.

El planteamiento es ingenioso: Nagore, de cuarenta y tres años, lleva un año sin dormir bien, desde que su pareja la dejó. Maite, su madre, al tratar de ayudar, convoca a su grupo de amigos: Andoni su profesor de yoga, Íñigo su fisioterapeuta, Mikel su preparador físico, y Leire la novia de Mikel. Todos ellos forman un animado grupo humano, compiyogis en la clase de Íñigo, a la que se suma Nagore, la doliente, la insomne, la tocada, la congojosa y melancólica, la del triste humor. El tema tiene solera, ya me dirán. Pero Sanzol lo trae a la modernidad, y describe un estado que hay que superar como quien supera una gripe. Pronto Nagore descubrirá que su madre mantiene una relación con los tres hombres del grupo, todos ellos, por cierto, dedicados profesionalmente al cuidado del cuerpo.

«Estoy tan cansada que estoy dispuesta a hacer de todo, incluido respirar» (Nagore, Nuria Mencía, en La respiración)

La trama se desarrolla en un tour de force continuo, con esa habilidad tan característica de Sanzol de cerrar cada escena en un punto álgido y enhebrarla con la siguiente por corte directo, sin dejar por un momento que decaiga la atención del espectador. Lo importante es, por un lado, la cándida ingenuidad amorosa en la que vive todo el grupo excepto la recién llegada y, por otro, la miseria anímica en la que se encuentra Nagore, tan destruida que toda ella es una contractura muscular. La contraposición de estos dos mundos —tan real como la vida misma— provoca las situaciones de extrañamiento que dan lugar a los episodios más jocosos.

El atractivo de La respiración está en la chispa del desarrollo, en los diálogos, en los personajes, en los giros del argumento. En todo ello Alfredo Sanzol es un maestro. Y en todo ello se deja notar la manera en que ha compuesto La respiración, a pie de escenario a partir de los ensayos con sus intérpretes. La propuesta no es nueva. El mismo Sanzol la ha empleado con anterioridad (véase, por ejemplo, «La ternura: Alfredo Sanzol se sube a hombros de Shakespeare»). El resultado, se dirá, no produce necesariamente un texto de una calidad extraordinaria (aunque el texto de La ternura es excelente), pero sí un juego dramático perfectamente adaptado a los actores y actrices con los que cuenta.

Todos bordan sus personajes en torno a Nagore, a quien encarna Nuria Mencía, ganadora precisamente del Premio Max a la mejor intérprete por este papel. Le toca a ella sostener la credibilidad de la trama, componer un personaje que ha somatizado todos los síntomas del mal de amor: ojeras, rigidez muscular, delgadez… Se muestra brusca, desconfiada y desesperanzada, pero ese es precisamente el foco de su comicidad. Un personaje a punto de desmoronarse, asido muy tenuemente a la realidad. Alguien que debe recuperar el ritmo de su respiración para reencontrarse consigo misma. Nos reímos con ella de lo mal que lo está pasando. Por eso la risa casi nunca es plena, porque se sitúa sobre un fondo real de amargura.

Verónica Forqué y Nuria Mencía en La respiración. Foto de Javier Naval

Verónica Forqué y Nuria Mencía en La respiración. Foto de Javier Naval

Ha habido algunas incorporaciones al elenco en la vuelta de La respiración al Teatro de la Abadía, en Madrid. Ahora el papel de Maite, madre de Nagore, es representado por Verónica Forqué, y el de Íñigo por José Ramón Iglesias (antes lo fueron por Gloria Muñoz y Pau Durà, respectivamente).

Maite (Verónica Forqué) azuza a su hija para que viva otras experiencias que le ayuden a pasar página. Ella es el catalizador de la acción, la hechicera, quien le presenta a la graciosa troupe y le muestra con su ejemplo que la vida no se acaba por un desengaño. Maite es el centro de esa relación a tres bandas que evolucionará hasta convertirse en feliz relación poliamorosa.

El sonriente Andoni, el profesor de yoga, cobra vida gracias a Pietro Olivera. Él infunde la paz sobre el grupo, salvo que pronto aflora su desequilibrio. El dicharachero Íñigo, fisioterapeuta y hermano del anterior, es encarnado por José Ramón Iglesias, tan enamorado de Maite como de Leire, la novia de su hijo. Martiño Rivas encarna a Mikel, el preparador físico con aire de coleguita a quien no le importa engañar a su pareja, pero que enfurece cuando lo engañan a él. Camila Viyuela da vida a Leire, la novia de Mikel, la amiga de Nagore, que también juega a varias bandas.

Todo se encuadra, para no perder el norte, en una fantasía de Nagore. La solución poliamorosa se plantea abiertamente solo como una utopía, brevemente, mientras los personajes se acomodan con sus parejas más queridas. Hay momentos mágicos, pues todos los enamoramientos se adivinan sin necesidad de ser verbalizados. Nagore observa, y el espectador observa y comprende con Nagore.

La obra tiene algo de morbo, de desnudo escénico, de exhibición de la intimidad propia. No es la primera vez que Alfredo Sanzol bucea en su propia biografía. Lo hizo a propósito de la muerte de su padre en La calma mágica (2014). Tampoco es la primera vez que acomete los peligros y dolores del amor, pues ya lo hizo en La ternura (2016).

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La respiración ha prorrogado en el Teatro de la Abadía hasta el próximo 2 de julio.

En la siguiente promoción aparece el antiguo elenco, con Gloria Muñoz y Pau Durà.

La respiración

Texto y dirección: Alfredo Sanzol

Intérpretes: Verónica Forqué, José Ramón Iglesias, Nuria Mencía, Pietro Olivera, Martiño Rivas, Camila Viyuela

Música: Fernando Velázquez

Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar

Diseño de iluminación: Pedro Yagüe

Diseño gráfico y fotografías: Javier Naval

Ayudante de dirección: Laura Galán

Ayudante de producción: Sara Brogueras

Producción ejecutiva: Jair Souza-Ferreira

Director técnico: Alfonso Ramos

Construcción de decorado: May Servicios

Realización de vestuario: Ángel Domingo / María Calderón

Dirección de producción: Nadia Corral / Miguel Cuerdo

Reseña de Alfonso Vázquez